Gerión: los orígenes míticos de Tartessos

Mitos del fin de un mundo

El imaginario griego sentó las bases de una mitología tartésica que tuvo poco de tartésica

Gerión fue un dios excesivo relacionado con los valores agrícolas y ganaderos de su territorio

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Gerión: los orígenes míticos de Tartessos
Gerión: los orígenes míticos de Tartessos / Enrique Martínez
José Juan Yborra / Enrique Martínez

14 de diciembre 2023 - 02:00

Los orígenes de Tartessos se mueven entre las marismas del desconocimiento y las veladuras de las recreaciones míticas. Podría tratarse de un pueblo heredero de aquellos prehistóricos pobladores de la Janda que en abrigos de arenisca dieron forma a las primeras manifestaciones del arte rupestre meridional; podría tratarse de un pueblo proveniente de septentrionales costas atlánticas en busca de los recursos agrícolas, cinegéticos y metalúrgicos de la Faja Pirítica Ibérica; podría tener otros orígenes. Tras la arribada de las primeras expediciones orientales en busca de estas proverbiales riquezas, se fue creando en el ideario colectivo la existencia de una cultura tartésica cuya boyante economía se convirtió en imán de sucesivas emigraciones.

En sus velados inicios, la sociedad tartésica estuvo organizada alrededor de sociedades políticas independientes a modo de ciudades-estado como Asta Regia, Spal o Tejada la Vieja. Tras sucesivas oleadas de desembarcos foráneos, la cultura tartésica sufrió un marcado grado de aculturación que esbozó las bases de su enmascarado perfil. Se fue perfilando una forma de gobierno que favoreció la concentración del poder y una relación más fácil con las sucesivas migraciones de pueblos que preferían un interlocutor fuerte frente a poco pragmáticas disgregaciones. Los fenicios no solo trajeron a estos pagos el manejo del hierro, el torno del alfarero, los pesos y medidas, la arquitectura urbana, el policultivo mediterráneo o la idea de la ganancia, sino que también introdujeron las monarquías sacras, que se expandieron por toda la cuenca mediterránea y tenían su sede en una ciudad desde la que se controlaba todo el territorio aledaño. Es fácil suponer que estos fenicios, interesados por las riquezas agrícolas, ganaderas, pero, sobre todo, metalúrgicas del suroeste peninsular, impulsaran figuras políticas que facilitaran sus relaciones comerciales.

Con el apogeo de las transacciones, el espacio alcanzó un carácter urbano rico y fastuoso, cuyos tesoros y palacios le otorgaron aura mítica. Las ciudades, rodeadas de sólidas murallas, se convirtieron en eje de una sociedad que explotó sus recursos. Con una monarquía de base cultural fenicia alcanzó su máximo esplendor antes de su brusco declive.

Fue el imaginario heleno el que sentó las bases de una mitología tartésica desde una perspectiva foránea. Anacreonte, Hecateo o Heródoto ofrecieron semblanzas, relatos y leyendas de unos monarcas occidentales que tuvieron mucho de mitos, pero poco de tartésicos. Hesíodo los vinculó con el lugar frontero con el más allá. Otros autores dieron forma a un complejo panteón relacionado con un territorio extremo asociado al fin del mundo conocido, a las puertas de un Hades donde se movieron figuras vinculadas con el mito de occidente, aunque recreadas desde un perspectiva oriental: desde allí se dio forma a leyendas que vivieron a orillas del Estrecho. A ellas se les dotó del perfil con el que los griegos se imaginaban las oscuras y atrayentes atmósferas de los umbrales extremos.

Los mitos tartésicos se relacionan con una saga de monarcas cuya estirpe posee la profusión de los más tupidos árboles genealógicos. El tronco originario se remonta a Poseidón, uno de los pilares del panteón griego. Dios de los mares, tuvo una relación con Medusa, monstruo que habitaba los umbrales del inframundo en el extremo occidental del Mediterráneo. De ella nació Crisaor, que tomó por esposa a la oceánida Calírroe, vinculada con el territorio marino que envolvía las puertas del Hades. Ambos concibieron a Gerión, el primero de los dioses míticos tartésicos: un dios-rey sin apenas caracteres humanos; un dios-río que heredó los rasgos acuáticos de sus progenitores; un dios de los toros que protagonizó una de las más conocidas gestas de Heracles; un dios excesivo relacionado con los valores agrícolas y ganaderos de su territorio. Entre sus sucesores destacó la figura de su nieto Nórax, hijo de Hermes y Eritea, quien llegó a dirigir una expedición naval hasta Cerdeña donde fundó ciudades homónimas. A él se suman tres referentes míticos: Gárgoris, paradigma del rey salvaje; su hijo Habis, el rey legislador protegido por los dioses y Argantonio, el monarca histórico idealizado. Todo un ejemplo de planificada evolución: desde los excesos de Gerión a la noble mesura de Argantonio se observa el indisimulado interés por narrar una evolución de Tartessos en un tránsito civilizador desde unos primeros estadios hiperbólicos, sobrehumanos y telúricos al último rey con el que negociaron los focenses la plata que subyace en su antropónimo. La visión griega es la que ha determinado la culturización de unos mitos creados por ella misma.

Gerión era un mito verdaderamente monstruoso -o al menos es lo que nos han contado de él-. Hesíodo lo describió con un cuerpo y tres cabezas, aunque diferentes versiones aumentan el número de troncos y extremidades hasta cifras que debieron de infundir pavor en los que oían sus descripciones. Su carácter tricéfalo o trisomático es propio de divinidades celtas e indoeuropeas, lo que ha hecho apuntar al origen occidental de la cultura tartésica. Schulten asoció a Gerión con el Theron de Macrobio, Res Hispaniae Citerioris, y fueron muchos los griegos, como Pausanias o Heródoto, que lo relacionaron con el extremo occidental del mundo conocido: el archipiélago de las Gadeiras, que cerraban por el oeste la antigua bahía de Cádiz. Más específico fue Estesícoro de Himera, escritor helenístico siciliano y autor de una Gerioneida, donde se recogió que el monarca había nacido casi enfrente de la muy ilustre Eritria. El poeta griego señaló que el lugar de nacimiento de Gerión estaba más allá de las aguas inagotables, de raíces de plata, del río Tarteso. Esto podría hacer pensar que este no se correspondería con el Guadalquivir, el Tinto o el Odiel, situados más allá de las Gadeiras, sino con la laguna de la Janda o el río Barbate, superficies de agua que pudieron haber marcado la cultura suroccidental. Las alusiones de Estesícoro a las raíces de plata no solo podrían hacer referencia al metal argentífero tan habitual en la Faja Pirítica Ibérica, sino a otros accidentes geográficos relacionados con la toponimia local, como la sierra homónima, cuya vertiente norte desaguaba en la antigua laguna y donde se han ubicado interesantes emplazamientos, como la cueva del Moro, el oppidum prerromano de la Silla del Papa, la Peña Sacra de Ranchiles, o la posterior población de Baelo Claudia.

En el pensamiento griego, Gerión es descrito de forma monstruosa a la vez que antropomórfica, con una hiperbolización de los rasgos propia de mitologías occidentales atlánticas. La multiplicidad de cuerpos, brazos y piernas se superpone en una sucesión de planos hasta conformar un ser de descomunal fuerza y aspecto de lo más temible. En algunas ocasiones, se ha identificado como un demonio de la muerte ctónico; esto es, relacionado con el inframundo, lo que sirvió para reforzar su asociación con los territorios occidentales donde tradicionalmente se ubicaban las puertas infernales y el fin del mundo conocido. Esta asociación llegó hasta Dante, el cual, en el canto 17 de su Divina Comedia, describió el descenso a los infiernos. Para ello, el poeta se sirvió de Gerión, mito bestial descrito como un ser con cola de escorpión y rostro de hombre honesto que habitaba junto al Flegetón, uno de los ríos del Hades. En el descenso, el metamorfoseado monarca señaló al poeta el paso al octavo círculo infernal, mientras se bañaba al borde del abismo en las aguas del Cocito, otro de los ríos del Hades y afluente del Aqueronte. Siglos después, Gustavo Doré ilustró las páginas del escritor toscano incidiendo en la visión romántica del mito y lo dibujó con cuerpo de dragón alado entre los verticales desfiladeros y las agudas crestas del Hades.

Esta visión oscura, terrorífica, de un mito primigenio y monstruoso que se movía por territorios extremos es la que ha ganado la partida en un imaginario colectivo en el que apenas quedan restos de otras cualidades del primer monarca mítico de Tartessos. Frente a este aspecto salvaje y brutal, autores griegos como Diodoro escribieron que tenía oro y plata en abundancia y una inconmesurable fortuna que le permitió ser propietario de vastas extensiones de terreno en las inmediaciones del río de aguas inagotables y raíces de plata. Allí pastaba una numerosa, reconocida y envidiada cabaña de ganado rojo que no solo coincide etimológicamente con el topónimo de su natal Eritia, también con el color de los atardeceres atlánticos del extremo del mundo conocido; igualmente con los tonos de las puertas del Hades. Se trata del mismo rojo que aún hay da nombre a las reses autóctonas de la zona: las vacas y toros retintos que todavía pastan en los prados que rodearon a la antigua laguna y en los arenales de Baelo.

Este ganado real es el que inspiró el mítico trabajo de Hércules, que tuvo que viajar hasta los confines occidentales del mar conocido para robarle a Gerión unas reses que se convirtieron en símbolo de un traslado casi imposible, y en el de la proverbial riqueza de un personaje al que el héroe civilizador debió vencer en un paraje extremo. La lucha entre ambos fue un duelo colosal entre fuerza e inteligencia, entre el líder autóctono y el conquistador foráneo que arribó no solo para robar, sino para mostrar su supremacía cultural. En la lucha a muerte entre los dos, el héroe oriental logró traspasar con una flecha los tres corazones del gigante occidental, pero su muerte no se narró sin cierta poeticidad, ya que dobló su cuello a un lado como una amapola tronchada que perdió todos sus pétalos a la vez y de la sangre derramada surgió un madroño de los que aún crecen en las sierras y un drago, que sigue orillando alcorques abiertos y jardines cerrados. Heracles y Gerión simbolizan la lucha entre dos civilizaciones, dos culturas, dos pueblos: una occidental que vio troncharse poéticamente su existencia y otra oriental, victoriosa, que acabó escribiendo la historia y forjando los mitos.

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