Gibraltar en la obra de Gustavo Bacarisas y Héctor Licudi (y II)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

Tanto en Bacarisas como en Licudi se observa la idea recurrente de Gibraltar-Gibramonte como territorio delimitado, aislado

El pintor y el escritor parten de un costumbrismo decimonónico que superan mediante el tratamiento de la luz y el cromatismo

Gibraltar en la obra de Gustavo Bacarisas y Héctor Licudi (I)

Rosia Bay.
José Juan Yborra Aznar E Iñaki Irijoa Lem

21 de agosto 2023 - 03:00

El cuadro Rosia Bay pertenece a la etapa de madurez del pintor. Fue realizado durante un paréntesis que Bacarisas pasó en Gibraltar y presenta los tonos azules que caracterizan a su obra. El paisaje posee una inspiración real en el Peñón, incluso tópica: paredes blancas, tejados ingleses a cuatro aguas, persianas verdes mallorquinas, chimeneas y palmeras que muestran el mestizaje estético de su ciudad natal. La visión de la Bahía con el continente africano al fondo muestra las particularidades de un espacio determinado por la presencia de múltiples culturas, donde pugnan dos: la española y la inglesa. Una luz amable atraviesa la escena y consigue un tratamiento ameno del espacio con el uso de tonos claros para los anaranjados de las casas locales, los azules de un mar en calma donde tan solo navega un velero blanco y los ocres de un cielo con nubes que refleja la luz del sol de media mañana. La Roca se muestra como un espacio abierto al Estrecho, donde asoma inconfundible la costa africana.

En la otra orilla, Algeciras no es más que una línea blanca, frente al mar azul y las colinas ocres apenas vislumbradas. Es un cuadro marcado por los contornos, las líneas, los colores que definen un espacio mestizo y abierto, marino y terrestre donde las nubes no amenazan y las sombras se muestran solo en los reflejos. Héctor Licudi mostró una Gibramonte bañada en el color optimista de un sur con una luz mediterránea y andaluza plena de azules, de mañanas brillantes donde el sol pone escamas de oro en las crestas de las olas; un sol que abrillanta las calles y el asfalto, el mar y las playas, como las de la Caleta o la de Levante; un azul infinito, siempre abierto y erguido como un enorme abanico; un sol que colorea las piedras marinas llenas de azules, rojos y verdes… con todos los matices del verde: verde oscuro, verde manzana o verde alga. Gibramonte se muestra como un espacio pleno de tonos vivos, como el de las lilas que sombrean el jardín de la Audiencia, donde la algarabía polícroma de sus parterres salpican irisados matices de mariposas o los soberbios crepúsculos que se divisan desde los miradores de edificios en cuyos cristales el sol de la tarde pone rojeces de caramelo que contrasta con las balaustradas. Al igual que Bacarisas, Licudi describe las casitas blancas de Algeciras, que se agrupan en el borde de la costa como un claro rebaño que hubiese bajado a abrevar.

En el cuadro de la lámina 4, titulado The Fleet in the Bay of Gibraltar, Gustavo Bacarisas pinta un escenario muy similar al anterior, pero con resultados diferentes. El lienzo capta una imagen de las azoteas y terrados de Gibraltar, plasmando una visión muy distinta de la Bahía. Es una escena de media tarde, con el reflejo del sol en la rada de poniente. Los tonos empleados son azules y anaranjados; sin embargo, el efecto tiene poco que ver con la obra anterior. Poco se divisa de la costa africana, poco de Algeciras. El contorno de las nubes apenas aparece sugerido. Las líneas se reducen a los volúmenes de las viviendas, la cubierta de los barcos y la del horizonte; por lo demás, todo en el cuadro es color; un color que a pesar de los tonos no transmite calidez ni claridad. Una luz tenue se posa en el lienzo con los reflejos solares, tras el humo de las naves, que acaba confundiéndose con las nubes en un efecto de difuminación que recuerda a Turner. Es una escena de mar donde no hay superficies abiertas, amables o atrayentes. No lo surcan blancas velas, sino grises cubiertas de buques de guerra. Atracadas en paralelo en el puerto militar, las proas se confunden con las popas, el mar con el cielo, en un espacio de chimeneas y antenas, armamento y cañones. El gris de la armada cubre el azul del mar y el dorado de los reflejos. La linealidad horizontal de las cubiertas acosa y sobrepasa azoteas y miradores donde nadie mira, por donde nadie pasa. Nadie en la ciudad rojiza contempla un mar ocupado por metálicas armadas, solo la mirada del pintor que refleja un tiempo de maniobras bélicas en un territorio de grises escuadras frente a miradores vacíos.

The Fleet in the Bay of Gibraltar.

Licudi también reflejó en Barbarita la bahía como hostil escenario cuando el vapor de Algeciras la atravesaba entre barcos anclados que aguardaban, bajo la máscara teatral del camuflaje, la hora de partir en convoy para burlar el acecho de los submarinos en tiempos de la Gran Guerra.

El novelista ofreció igualmente una lectura de Gibramonte como ciudad gris de la que el protagonista y alter ego no podía sustraerse; ciudad en la que el paso del tiempo, desde la monotonía estival a la grisura invernal, apenas afectaba; ciudad que languidecía estacionalmente de inacción; ciudad donde los días y las noches se sucedían sin más y donde sus habitantes estaban sumidos en el gran lago gris que la rodeaba.

Otro rasgo se observa en el relato: el efecto de difuminado de la luz perfila escenas de lo más sugerentes, como la que narra el primer encuentro erótico entre la pareja protagonista: “bajo la pantalla verde, la doble bombilla amortiguaba paulatinamente su esplendor luminoso; enrojecíase la luz, tomando un color de fuego, y el tono ígneo prestábale una sensación de ojos inyectados en sangre que fuesen cerrando bajo el párpado esmeraldino de la pantalla… y así, apagándose, apagándose…, la estancia quedó a oscuras”.

Resulta un lugar común considerar que Gustavo Bacarisas es un pintor que domina las técnicas del color. Puede apreciarse desde sus primeros cuadros y eso es lo que llama la atención en esta obra donde refleja otra visión de su ciudad natal. En principio, podría considerarse como otro lienzo de inspiración costumbrista en el que el pintor refleja la escenografía de una celebración oficial en la calle Real.

Coronation Parade in Main Street.

El espacio desempeña un rol importante, pero este se encuentra determinado por el tratamiento de la luz y el color. Luz de media tarde, con fachadas iluminadas por rayos de sol poniente bajo un cielo azul con nubes dentro de la estética del autor. En el juego de claroscuros que define la vía principal del Peñón hay un elemento que destaca: la abundancia de banderas, colgaduras y gallardetes que atraviesan la calzada en un ejercicio cromático que posee también un componente simbólico. De un lado a otro de la calle ondean enseñas mayoritariamente británicas: la cruz de san Jorge sobre fondo azul, junto al blanco y rojo de la enseña local.

La corona real que se muestra en primer plano da pistas de la efeméride que se quiere reflejar, que se enmarca en los fastos conmemorativos de una sociedad colonial donde imperan los colores y los valores simbólicos de la metrópoli. Sin embargo, bajo las banderas, los gallardetes y los blasones apenas aparecen perfilados autóctonos coches de caballos junto a cuerpos pequeños enfundados en sempiternos azules, ciudadanos anónimos que pasean su pequeñez y su anonimia bajo elevadas enseñas oficiales que tremolan por encima de sus cuerpos y sus vidas. Nada sabemos de sus rostros, de sus afanes, de sus ansias, de sus miedos, de sus galanteos o desengaños; solo manchas apenas perfiladas por los tramos en sombra de una calle ostentosamente engalanada.

Héctor Licudi reflejó en Barbarita una sociedad marcadamente colonial y no contempló con buenos ojos a la metrópoli, a la que todas sus posesiones temían, pero a la que ninguna se enfrentaba. Denunció repetidas veces los abusos de poder de Silandia sobre los habitantes de una ciudad donde aún no había nacido el hombre que defendiera sus derechos y donde su élite comercial se doblegaba ante los designios de la potencia extranjera respondiendo a intereses exclusivamente personales. Bajo las coloridas banderas británicas de Bacarisas se pasean personajes anónimos que se resuelven como meros apuntes cromáticos. En la obra de Licudi, un marinero “una plasticidad saludable de rubio, rojo y blanco” se vio asaltado por una gitana “un revoltijo estrafalario de negro, amarillo y rosa”.

Conclusiones

Cotejando Sevilla en fiestas con Barbarita, se contempla un paralelismo en los tres personajes que dan sentido a sendas obras y un tratamiento del tema de la mujer desde un cromatismo similar que supera anteriores visiones estéticas: la base del blanco se relaciona con otras gamas pastel en función de cada situación. El erotismo y hasta los caracteres van asociados al color.

En ambos autores se observa la idea recurrente de Gibraltar-Gibramonte como territorio delimitado, aislado. Una suerte de fortaleza que constriñe a sus habitantes: únicos elementos cálidos en la grisura envolvente. El pintor y el escritor parten de un costumbrismo decimonónico que superan mediante el tratamiento de la luz y el cromatismo.

Ayuda la propia idiosincrasia gibraltareña, caracterizada por un carácter cosmopolita.

En la obra de ambos autores convive una perspectiva positiva y colorista de un espacio que posee su clara antítesis en la incomodidad de una ciudad que se define por su carácter bifronte.

La situación sociopolítica de Gibraltar no resulta una cuestión baladí en la obra de estos dos creadores: las banderas dominan a los ciudadanos anónimos y la tensión colonial aflora con la recurrencia de los inevitables ciclos descritos con palabras y colores.

Artículo publicado en la revista Almoraima número 58. Revista de Estudios Campogibraltareños

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