Gibraltar, suma y sigue
CAMPO CHICO
La proximidad de Gibraltar es un factor negativo y el cierre de la Verja trajo una gran prosperidad a la comarca
Los británicos, en vez de preguntarte la hora, se quedan con el reloj para que seas tú el que se la preguntes
No lejos de donde resido la mayor parte del año se había asentado tiempo atrás un prostíbulo que, aunque pasaba desapercibido a los viandantes, ahí estaba. Junto a él, pared con pared, vivía un conocido político de la izquierda tradicional, diputado en el Congreso y líder de un partido importante, de esos que se significaron en la última de nuestras dos repúblicas. El prostíbulo se había hecho tan popular que acudían clientes venidos de otros barrios e incluso de otras ciudades. Era una vivienda grande, unifamiliar, discretamente insertada en el paisaje urbano, pintada en tonos grises y con una puerta elegante de color verde omeya –como la bandera andaluza– adornada con rosetas metálicas oscuras y de un brillo esplendoroso. Nada hacía pensar en el tipo de negocio que albergaba ni, mucho menos, en el tipo de personal de a bordo. Es cierto que se observaba con frecuencia la entrada y salida de mujeres jóvenes, pero de impecable aspecto; bien vestidas y maquilladas, gestos nada infrecuentes, podrían muy bien haber sido clientas de un salón de belleza o de algo similar. Más raro resultaba ver a hombres ya talluditos, que pulsaban el timbre y decían unas pocas palabras acercándose a un receptor instalado en uno de los pilares de sujeción de la puerta de acceso. Los muros de la casa eran altos y estaban coronados por planchas de hierro pintadas de verde.
El político y el prostíbulo
La vecindad con el político daba lugar a situaciones pintorescas. En la acera solían estar los guardaespaldas y cerca un coche de la Policía Nacional. Justamente eso era lo que llamaba la atención y no el prostíbulo. En otra casa de por allí residían unos compañeros míos y al otro lado, en una explanada, había un bar con una pequeña terraza, muy frecuentado por el vecindario. El dueño del bar era un viejo y sabio buhonero extremeño que después de muchos años vendiendo vinos de pitarra y quesos, por los pueblos del sur de la provincia de Cáceres, ayudándose de una mula, había invertido sus ahorros en un terrenito donde había construido su tenderete que, una vez convertido en bar, resultó ser un grato lugar en el que alternar con los vecinos. Quico traía de su tierra, de la comarca de Montánchez, un vino de cuerpo entero que servía en unas jarritas de barro. En aquel ambiente de pueblo, el prostíbulo desentonaba, pero el trasiego que generaba incidía al alza en las ventas, tanto en el bar de Quico como en las tiendas próximas. No obstante, la inquietud entre el vecindario era creciente, porque el lucro no compensaba las secuelas de la presencia del prostíbulo. A ello se añadían los chistes que inspiraban quienes se dirigían a la casa del político creyendo que era el prostíbulo y eran interceptados por los guardaespaldas. Sobre todo cuando los interfectos llegaban un poco alegres por mor de lo consumido previamente.
Quico que, como ya digo, era viejo y sabio, me decía, con ocasión de la contemplación de alguna escena relacionada con la mancebía, que aquello no tenía más que una de dos posibles soluciones: o la cierran o la convierten en otra cosa, decía. Quico era consciente de los efectos colaterales que suponían cualquiera de las dos alternativas, pero no había otra. Mucho hablamos de aquello: el cierre llevaría a renunciar a algunos ingresos extras y a no poder prestar algún pequeño servicio por los comercios de los alrededores. Mejor sería que lo que fue prostíbulo fuera, en adelante, un negocio bien visto que incidiera en positivo sobre la vida y la convivencia en el barrio. Claro está que esta segunda opción requeriría eliminar cualquier residuo del pasado inmediato y la posibilidad de recaer en los malos hábitos adquiridos. Mucho tuvo que ver en ello la vecindad del líder político, que alguna gestión hizo para ayudar al cambio. Todo se arregló: el prostíbulo se convirtió en una floristería en la que además de flores y plantas, se vendían abonos y pequeños instrumentos de jardinería. Ahora ya, los clientes van a comprar flores, útiles para sus jardincillos, macetas y semillas o se acercan a pedir consejo sobre su proceder en el trato que han de dar a las plantas de su terrazas.
Cuarenta años no es nada
Ahora que se cumplen cuarenta años de la reapertura de la verja de Gibraltar, construida por orden del Gobierno británico –para evitar en lo posible el contacto con los ciudadanos de La Línea– después de unas cuantas usurpaciones y actuaciones fraudulentas, en los primeros años del siglo XX, he recordado las palabras de Quico en el contexto social del prostíbulo de mi barrio madrileño. Sólo que en este caso se trata de una colonia habitada por civiles, convertida en capital mundial del juego on line, financieramente incontrolable y dominada por poderosos bufetes de abogados, cuyos propietarios y más importantes usuarios son militares.
Por más que pensando en La Línea, se me ha actualizado la famosa exclamación que seguramente se debe al periodista y académico mexicano Nemesio García Naranjo (1888-1971) (El Heraldo de Chihuahua, 03-12-1962), pero se atribuye al presidente Porfirio Díaz (1830-1915), del que aquel fue biógrafo (1930). La exclamación es la siguiente: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Sin situar a la ciudad hermana de La Línea, lejos de Dios –más bien teniéndola por bendita– se me ocurre que todos sus problemas se deben a estar cerca de Gibraltar; una cercanía que atañe a sus propios orígenes.
También hablé en ocasiones con Quico de las peculiaridades de esta tierra nuestra, de la comarca y de sus avatares. El viejo y sabio Quico me decía circunspecto y con la actitud de un compinche: "Alberto, lo de Gibraltar, como lo del prostíbulo, no tiene más que dos soluciones, o se cierra definitivamente la Verja o Gibraltar deja de ser Gibraltar". Es tan elemental que basta con el sentido común para comprenderlo. Pero, ¡ay amigo!, Gibraltar es una colonia militar, no civil. Siendo tan evidente esa ineludible y fundamental circunstancia, apenas si aparece considerada ni en los medios de difusión ni en los diplomáticos, ni por supuesto se habla del asunto en el entorno social, el Campo de Gibraltar, al que pertenece la colonia. Ítem más, la base militar es frecuentada y utilizada de modo ordinario no sólo por su inquilina, la Royal Navy (RN) británica, sino también (oficiosamente) por la United States Navy (USN) norteamericana. No creo haber oído jamás aludir a esta circunstancia, no obstante esencial, en las incontables alusiones que se hacen del conflicto, sobre todo ahora, cuando el bréxit atenaza las gargantas de los negociadores.
La 'troupe' de Covent Place
La oligarquía local, la troupe de Convent Place, ha activado todos sus recursos, ha movilizado a su quinta columna de plumillas y voceros y a las numerosas tribus que mantiene en las diferentes capas de la sociedad servil para, sin dejar de activar los muelles de la diplomacia británica, buscarse el pan y la sal. Pretenden que a Gibraltar lo dejen como está, cualquiera que sea el mecanismo de desconexión que se establezca entre el Reino Unido (RU) y la Unión Europea (UE). O sea, mantequilla a los dos lados de la tostada y en los bordes. Porque esa experimentada troupe en ponerse de perfil y en la práctica de sacar partido de todo lo que se le ponga por delante, lo que pretende es librarse de las caenas que los british les han colocado en los tobillos. El problema es cómo resituar los controles en torno al puerto y al aeropuerto sin perder la dignidad, porque de tocar lo militar ni mijita. A ver quién le pone el cascabel al cat, porque no es fácil imaginarse a una UE admitiendo que una parte del RU no sea parte de la parte que deja de ser parte de Europa. Y cuando acaben de ponerle el cascabel, a ver quién le ciñe al cuello el collar de perlas nucleares que cuelga de las faldas de la Roca y a ver quién le pone a secar al cat, sobre el lomo, los uniformes recién lavados de los militares que pululan por los bajos de la mole.
Demasiado para los bodies de los diplomáticos implicados aquí, allá y acullá. Ya me advertía un diplomático amigo que está en el ajo, que hay que decir que esto se arregla en un plis plas, pero la verdad es que de arreglo na de na. Rebobinando el contencioso, se advierte la presencia de una turbia historia de depredaciones e incumplimientos, de compromisos abandonados y de dejaciones, de actuaciones fraudulentas y de mucho, muchísimo cuento.
El Gobierno de España se vio obligado a cerrar el acceso a La Línea, en 1969, como consecuencia de un referéndum absolutamente ilegal, carente de toda legitimidad, llevado a cabo en una colonia sin atribuciones para celebrarlo. Gibraltar está entre los territorios no autónomos reconocidos por las Naciones Unidas (NU) desde 1946 y por lo tanto no tiene capacidad jurídica para tomar decisiones de esa naturaleza. Pero es que por seis veces, en los años 1965, 1966, 1967, 1968, 1973 y 1974, la Asamblea General aprobó resoluciones en las que insiste en el carácter colonial de Gibraltar, pide el fin del estatus e invita a las partes a negociar el final de la situación. Oficialmente, Gibraltar, por lo tanto, no es territorio británico y el RU no es más que la potencia administradora, que no sólo no ha movido ficha, sino que ni siquiera ha mostrado la menor intención de hacerlo. ¿Qué acordar con quién no respeta resolución alguna?
¿Por qué La Línea?
En La Línea debieran preguntarse, sobre todo su altamente representativo alcalde, cómo es que habiendo el Gobierno de España desarrollado en los años 1965 a 1975, una infraestructura industrial en la Bahía, sin precedentes en la práctica totalidad de nuestra geografía, La Línea ha ido quedándose rezagada en cobertura laboral, respecto al resto de nuestras poblaciones. La ubicación del complejo en la Bahía se debe al interés que en ello puso el ministro Fernando María Castiella Maíz (1907-1976), bilbaíno de nacimiento, que desvío la refinería de Cepsa de su previamente proyectada localización en la costa vasca. El polígono se situó mucho más cerca de La Línea que de Algeciras para compensar la ventaja que significaba para esta última disponer de unas magníficas condiciones para el desarrollo portuario.
La evolución de la población de nuestras dos principales ciudades, tanto en número de habitantes como en el de construcciones civiles, demuestra con carácter objetivo que la proximidad de Gibraltar es un factor negativo y que el cierre de la Verja trajo una gran prosperidad a la comarca. Los efectos colaterales –separación de familias– del cierre provocado por la actitud de los administradores civiles de la colonia fueron indeseables, pero se paliaron atendiendo las necesidades de los trabajadores afectados. Todos recibieron ayudas y los que quisieron emigrar lo hicieron con contratos de trabajo gestionados por el Instituto Español de Emigración, al frente del cual estuvo en esa época el que fuera, dos décadas atrás, alcalde de Algeciras, Ángel Silva Cernuda. La apertura de la que estos días se celebra el cuadragésimo aniversario no fue un detalle del buen Gobierno de 1982 que tuvo piedad de la comarca, sino una exigencia de la pérfida Albión sine qua non España habría tenido vetado alcanzar sus propósitos de integración plena en las organizaciones internacionales. Los británicos, en vez de preguntarte la hora, se quedan con el reloj para que seas tú el que se la preguntes.
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