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Mitos del fin de un mundo
El mito de Habis se encuentra directamente relacionado con el de su padre-abuelo Gárgoris y ambos constituyen uno de los hitos más relevantes de las leyendas del suroeste peninsular. La trama de este peculiar bildungsroman nos ha llegado de la mano de Pompeyo Trogo, historiador de la época de Augusto y autor de las Historiae Philippicae, una vasta obra compuesta por 44 libros resumida tres centurias más tarde por Marco Juniano Justino, quien relató unos hechos sucedidos supuestamente a finales de la Edad del Bronce.
El texto latino ubica el episodio en los tupidos bosques tartésicos, donde tuvo lugar la mítica batalla entre los Titanes y los Dioses. Entre quejigos, acebuches, ojaranzos y brezales se extendía el reino de Gárgoris, cuidadoso monarca de los cunetes, a quien se le atribuyó el descubrimiento de la recolección de la miel. En estos umbríos parajes de gran riqueza ganadera, vertebrados alrededor de la laguna de la Janda, el rey mantuvo relaciones con la más hermosa de sus hijas, con quien concibió a Habis. Este incesto, considerado por muchos como muestra de una primitiva sociedad matriarcal, motivó que Gárgoris apartara al recién nacido. Sin atreverse a quitarle directamente la vida, hizo todo lo posible para provocar su muerte. Tras ser abandonado en el campo, sobrevivió amamantado por las fieras montunas. Devuelto al hogar paterno, fue dejado a su suerte en uno de los caminos más transitados por el ganado vacuno de la región con la intención de que pereciera pisoteado por sus pezuñas retintas. Tras permanecer incólume, fue entregado a grupos de perros y cerdos hambrientos que respetaron sus tiernos miembros con la pasmosa verosimilitud de las leyendas antiguas. La furia del progenitor no hacía sino aumentar, hasta que decidió arrojarlo a las impetuosas aguas del océano cercano con la certeza de provocar su ahogamiento. Lejos de ello, el niño fue arrullado por las olas y con una favorable corriente fue devuelto a la orilla. Una vez en tierra, una cierva recién parida ofreció sus ubres a Habis y se encargó de alimentarlo con maternal constancia. En este territorio ubérrimo y salvaje, el heredero proscrito creció amoldándose a unos ciclos naturales a los que no tuvo más remedio que adaptarse. Así alcanzó su desarrollo pleno, hasta que fue capturado en una cacería y lo llevaron hasta la presencia de Gárgoris, quien lo reconoció. Sorprendido por la superación de tantos desafíos, acabó reconociéndolo como sucesor y fue coronado como rey con la indefectible decisión de los patrocinios divinos. Desde entonces, la leyenda cuenta que se comportó como un gobernante ejemplar, respetado por sus civilizadoras decisiones.
Hasta aquí el resumen de la narración que nos ha llegado a través del texto de Justino, el cual rebosa de elementos bien sugerentes. Se trata del único mito autóctono de toda la península Ibérica que se ha conservado gracias a fuentes escritas; todo un icono de las teogonías de la Hispania primitiva y el único con una lectura claramente tartésica y de origen no indoeuropeo. A pesar de las relaciones que posee con otros relatos míticos con trasfondo común, el entronque con la geografía y la sociedad de su entorno natal convierte la leyenda de Habis en un paradigma del tránsito desde estadios iniciales incardinados en el elemento natural a otros más evolucionados relacionados con un nivel más elevado de culturización en un ámbito autóctono previo a cualquier proceso posterior de colonización. El personaje se convierte en todo un referente del triunfo de la revolución neolítica en el territorio del estrecho de Gibraltar.
Esta fábula, que puede ser considerada como una de las más antiguas de Occidente, ha despertado un buen número de interpretaciones. Mientras Joaquín Costa unificó a Gerión, Gárgoris y Habis bajo la catalogación de supuestos mitos solares de la Tartéside, Menéndez Pelayo no dudó en considerar al rey de los Cunetes como el primer representante de la heterodoxia hispana; sin embargo, fue Fernando Sánchez Dragó quien mejor supo interpretar las claves de este mito tan cercano. Considerado como autóctono del solar de la vieja Tartessos, lo relacionó con el espacio de la antigua laguna de la Janda. Llegó a identificar la enorme cierva integrada en el panel del Tajo de las Figuras como una imagen que reflejaba la historia del rey Habis, amamantado por un animal similar en los espacios que orillaban el lago y dató los trazos rojizos del abrigo varios milenios después de la epopeya sureña. En Una historia mágica de España consideró la leyenda como la conformadora de un particular concepto de lo hispano que tuvo en Tartessos su puntal histórico más antiguo y relevante. Defendió la hipótesis de que, bajo el largo reinado de Habis, se produjo una destacada expansión del territorio de los cunetes tanto hacia el septentrión, en busca de los ricos territorios metalíferos del noroeste peninsular, como hacia el este, conformando una primera expansión hacia el Mediterráneo oriental que tuvo en Cerdeña y Creta sus principales hitos espaciales. La fundación mítica de Nora a manos de un antepasado de Habis pudo poseer un correlato histórico, ya que en estos complejos y oscuros tiempos que marcaron el poco conocido desarrollo tartésico, la ficción, el mito, la literatura y la historia conforman una enmarañada sarta de relaciones que aún no han sido capaces de ser resueltas.
A diferencia de otros antepasados regios del territorio suroccidental caracterizados a posteriori por rasgos monstruosos, inhumanos, hiperbólicos, o actitudes socialmente reprobables, Habis se presenta con una lectura mitológica que lo dibuja como un hombre normal. En él no hay caracteres que lo conviertan en un ser extraordinario; es un individuo que sufrió desde la infancia las arbitrariedades de un padre cobarde que deseó su aniquilación pero fue incapaz de ejecutarla directamente. Su supervivencia tuvo lugar sin que realizara acción alguna para secundarla. Superó una sucesión de retos sin recurrir a heroicidades. El relato de aprendizaje que es su leyenda está marcado por un pathos que demuestra el especial auxilio con que contaba. Habis fue un protegido de los dioses, un ser que sufrió un peculiar proceso de educación que tuvo mucho de rito iniciático en clave indigenista y acabó conformando toda una leyenda fundacional tartésica. Entre sus valores, su componente humano convivió con otras dos facetas relevantes: la primera fue civilizadora, ya que, como Deméter, ofreció a sus conciudadanos nuevos recursos para mejorar sus formas de vida, como la aplicación de la yunta al arado, el cultivo de los cereales o la difusión de nuevos métodos para cocinar los alimentos. La segunda poseyó un indiscutible valor político. Su intención de suprimir el trabajo servil para el pueblo no solo demostró la existencia de conflictos sociales previos a los que su gestión tuvo que enfrentarse; su decisión de distribuir la plebe en siete ciudades puso de manifiesto un propósito de organización política del territorio habitual en estadios sociales primitivos, como lo apuntan las doce tribus de Israel, las siete eslavas o las siete Nahuatlacas, muy similares en sentido, aunque distantes en cronología y ubicación.
En la leyenda de Habis se deja bien claro que sus decisiones personales impulsaron un reinado especialmente largo y fructífero. En él se sentaron las bases de una monarquía tartésica inspirada en el gobierno de un soberano protegido por los dioses en su azaroso proceso de formación. El amparo divino lo convirtió en un gobernante dotado, capaz de superar pruebas con valor instructivo, que encurtieron y modelaron un carácter apto para promover muy avanzadas decisiones políticas para sus súbditos, hasta convertirse en un hábil valor sancionador y sucesorio.
Detrás del mito de Habis hay toda una sarta de elementos que lo emparentan con otros héroes que pululan por anaqueles y mitologías, estanterías y lomos del más variado pelaje. La historia del recién nacido repudiado por su padre, que se ve obligado a superar las más variadas pruebas sin más ayuda que la fortuna humana o la conmiseración divina conforma un tipo de novela de aprendizaje antigua como el tiempo y variada como los espacios ajenos. Estas son las mimbres sobre las que se articulan historias como las de Horus y Set; Astiages y Semíramis; Zaratustra y Telephos; Atlante o los hijos de Malanippe; Sandragupta y Krishna; San Jorge, Fernán González o Bernardo del Carpio; el Gargantúa de Rabelais o el Mowgli de Kipling. El abandono de Habis es similar al experimentado por Teseo. El valor de su destino por encima de las acciones humanas es parecido al de Ciro, Moisés, Sargón de Akkad, Cípselo de Corinto, el mismísimo Rómulo y una verdadera multitud de leyendas similares. Muchas están protagonizadas por personajes ficticios; otras, por caracteres reales y casi todas tienen en común que estos desempeñan un rol de fundador, de elemento personal sobre el que se articula una nueva relación, estado o teogonía. Es un papel en cierto modo similar al de Zeus, quien tuvo también una relación compleja con su padre. Salvó su vida por la intercesión divina de su madre, Rea, que burló a Urano con una piedra. Tras abandonar la influencia paterna, pasó su infancia en Creta, donde fue amamantado por la cabra Amaltea y cuidado por la buena disposición de otros cunetes, que lo alimentaron con leche y miel. Si los paralelismos no fueran pocos, el punto de inflexión de Habis con Zeus tuvo lugar en los bosques tartésicos occidentales, donde se ubicó la renombrada Titanomaquia, cuya victoria encumbró al griego a las altas cimas del Olimpo; los mismos bosques de quejigos, ojaranzos, acebuches y brezales donde el indefenso protohispano fue amamantado por una cierva semejante a la que aún hoy destaca serena en el equilibrado conjunto de pinturas prehistóricas del Tajo de las Figuras, anteriores a toda escritura y anteriores a todo mito.
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