Hastein y sus vikingos asaltan Algeciras

Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

El caudillo, hijo del legendario Ragnar Lodbrok, asoló la ciudad musulmana algecireña en el verano del año 859

Tras el saqueo, el emir Muhammad I mandó reedificar las murallas

Naves vikingas. Acuarela de R. Monleón (Museo Naval de Madrid).
Naves vikingas. Acuarela de R. Monleón (Museo Naval de Madrid).

En el mes de julio de año 859, una escuadra de drakkars, compuesta por sesenta y dos bajeles, hizo su aparición una mañana por detrás del cabo de Punta Carnero sembrando el temor y el desconcierto entre la población de Algeciras. En cada barco normando podían navegar unos sesenta o setenta hombres, acostumbrados al robo y al pillaje y excelentes y experimentados marineros. La escuadra que se presentó aquel verano del año 859 en las costas de Algeciras, estaba mandada por un tal Hastein, famoso caudillo vikingo, hijo de Ragnar Lodbrok, rey de Noruega, Suecia y Dinamarca. Procedía de la isla de Thanet y embarcaba unos tres mil seiscientos guerreros nórdicos.

Los musulmanes de al-Andalus los conocían con el nombre de machus.

Algeciras emiral, a mediados del siglo IX, era una pequeña ciudad, capital de la cora meridional de al-Andalus y, como tal, sede del gobernador de la provincia y del cadí o juez de la circunscripción, pero todavía escasamente poblada y sin guarnición permanente. El chund o destacamento de los sirios, que tenían la obligación de formar un cuerpo de ejército en caso de necesidad, se hallaba asentado en los entornos de la ciudad de Calcena (luego Sidonia). Enfrascados como estaban los emires omeyas cordobeses en sofocar las numerosas rebeliones de muladíes y bereberes en las regiones montañosas del emirato, habían abandonado la defensa de las ciudades costeras meridionales que, hasta la irrupción de los primeros contingentes normandos en el año 844, no habían sido amenazadas por ningún otro poder, pues todos los territorios situados a ambos lados del Estrecho se hallaban bajo el dominio del Islam.

Isa al-Kinaní y su compañero Muhammad ben Wislas acababan de lanzar la red entre los arrecifes situados al sur de Algeciras cuando, en medio de la espesa niebla matutina, vislumbraron unas extrañas embarcaciones que embocaban la bahía por detrás del cabo que cerraba la ensenada por el suroeste. Abandonaron precipitadamente los aparejos en el mar e izaron la vela latina del falucho para retornar al puerto antes de que aquellos navíos desconocidos que portaban grandes velas cuadradas henchidas por el viento de poniente, les dieran alcance. En el muelle les esperaban otros pescadores y una multitud expectante, desconcertada y temerosa de la gente que navegaba en aquellos barcos que se aproximaban a gran velocidad.

"¡Son machus!", exclamó uno de los hombres que se habían congregado en el espigón. "Yo residía en Sevilla cuando asaltaron aquella ciudad matando y robando ¡Huyamos!".

Gritos de espanto surgieron de las gargantas de la muchedumbre congregada.

"¡Estamos perdidos!", gritó un anciano.

Entretanto que los algecireños se lamentaban de su mala fortuna y expresaban sus temores ante aquellos feroces normandos, los sesenta y dos drakkars se habían posicionado en el fondeadero de la isla de Umm Hakim y echado las anclas mientras que los jefes piratas deliberaban sobre la manera de asaltar aquella que parecía una indefensa ciudad portuaria.

Una hora más tarde los barcos vikingos habían penetrado en el curso bajo del río y desembarcado la tropa en su margen derecha. Los guerreros de Hastein, armados con escudos redondos, espadas, lanzas y hachas de doble hoja descendieron de los bajeles e instalaron un campamento a orillas de la corriente fluvial, frente a la puerta de Tarifa. Los moradores de Algeciras habían cerrado las puertas de la ciudad a cal y canto, aún a sabiendas de que nada podían hacer si aquella turbamulta de feroces guerreros les atacaban, pues la muralla estaba aportillada en algunos tramos y presentaba varios derrumbes por la parte del río.

Pero, como los nórdicos no estaban acostumbrados a sitiar ciudades, sino que su acción predatoria consistía en asaltar por sorpresa los núcleos urbanos, saquearlos y luego reembarcar con el botín, no se atrevían a atacar abiertamente Algeciras hasta no haber comprobado que existían algunos puntos flacos en la muralla y que no había guarnición que la defendiera. Pasó aquel día y el siguiente sin que acometieran el asalto de la ciudad. Al anochecer del segundo día el gobernador, Yahya ben Katir, convocó en el alcázar al zalmedina, al cadí y a los principales ulemas que estaban a cargo de las mezquitas de Algeciras y les dijo:

"No han de tardar los machus en comprobar que carecemos de guarnición militar. Nuestras mujeres y nuestros hijos corren el peligro de morir o de ser esclavizados por esos desalmados. No nos queda otra salida que abandonar la ciudad esta noche por la puerta del Cementerio y buscar refugio en la sierra cercana".

"Podríamos armar a los jóvenes y defendernos de su ataque", señaló el cadí.

"Son demasiados y están acostumbrados a pelear", respondió el gobernador. "La guerra y el pillaje son su forma de vida. Entretanto que nos ocultamos en el denso bosque que cubre nuestras sierras, enviaré un jinete al chund de Palestina que está asentado en Calcena para que acuda en nuestra ayuda".

Así lo hicieron y durante aquella noche veraniega, aprovechando la luna nueva, la población salió sigilosamente por la puerta del Cementerio -que se hallaba situada al otro lado del lugar donde habían acampado los normandos- y se ocultó en el bosque de alcornoques que se extendía al noroeste de la ciudad.

A la mañana siguiente, cuando los piratas nórdicos se percataron de que la ciudad estaba desguarnecida, se lanzaron contra las murallas, mientras que un destacamento entraba por una grieta que había en la fachada que daba al río y abría la puerta de Tarifa para que pudieran acceder a la población los asaltantes que permanecían en la zona extramuros.

Tres días con sus noches estuvieron los vikingos robando las casas de los ricos mercaderes llevándose tapices, lujosas telas, piezas del ajuar y las joyas que los huidos no habían podido ocultar suficientemente. A continuación, ascendiendo por las calles que conducían a la cima de la colina donde se hallaban la mezquita aljama y el alcázar, entraron en el recinto sagrado, robaron las lámparas de bronce y plata y de apoderaron del tesoro de las fundaciones pías que hallaron escondido en uno de los sótanos. Luego, incendiaron la mezquita y se dirigieron al alcázar, destrozaron la puerta con un ariete y entraron en el noble edificio robando y destruyendo todo lo que hallaban a su paso.

"¡Buscad el arcón con el dinero del erario público!", se desgañitaba Hastein sin saber que Yahya ben Katir se lo había llevado consigo cuando huyeron de la ciudad.

También entraron en la mezquita de las Banderas, la más antigua de Algeciras, incendiándola después de destrozar su minbar de preciosa madera. En el barrio portuario, donde residía la población mozárabe, desfondaron las botas de vino que tenían los cristianos en sus tiendas y bebieron de él cuanto sus cuerpos pudieron soportar.

Al alba del cuarto día, estando la mayor parte de los asaltantes borrachos y cansados de tanto robar e incendiar, apareció por el camino que conducía a Tarifa un destacamento de hombres armados que debía superar los quinientos soldados de a caballo. Era el chund de Palestina que acudía en ayuda de los algecireños. Cuando aquel pequeño pero enardecido ejército se hallaba cerca de la ciudad se le unió un centenar de jóvenes de Algeciras armados con espadas, hachas y lanzas. Todos juntos, lanzando gritos para intimidar a los invasores, entraron en Algeciras por la puerta de Tarifa que los vikingos no se habían cuidado de cerrar.

Tres horas duró la batalla. Dispersos y sin moral de lucha, como estaban, tendidos en las calles y los patios de las casas, los baños y las atarazanas, los normandos no opusieron demasiada resistencia. Muchos acabaron muertos o heridos al intentar hacer frente a los guerreros del chund, aunque la mayor parte de ellos se dirigió al río para embarcar en sus bajeles que se hallaban varados en la playa cercana. Casi todos los drakkars pudieron zarpar y salir a mar abierto escapando de los enfurecidos musulmanes, pero dos barcos que quedaron rezagados fueron tomados por los guerreros de Palestina, siendo sus ocupantes pasados a cuchillo y los barcos confiscados.

A medio día todo había acabado. La población local, deshecha de los invasores, pudo retornar a la ciudad y comprobar si sus hogares habían sufrido algún daño. Yahya ben Katir entró en el alcázar con el tesoro público en su arcón y después se dirigió a la mezquita aljama para evaluar los destrozos ocasionados por los vikingos. Unos días más tarde comenzaron las obras de restauración de las dos mezquitas incendiadas cuyas puertas de reconstruyeron utilizando la madera de los barcos normandos capturados.

Para evitar nuevas incursiones de aquellos feroces piratas venidos del Norte, el emir Muhammad I mandó que se reedificaran las murallas de la ciudad y que se emplazara una flotilla de galeras en su puerto.

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