Homenaje de La Trocha al Instituto de Estudios Campogibraltareños (I)
OBSERVATORIO DE LA TROCHA | NUESTRAS INSTITUCIONES CIENTÍFICAS
La revista 'Carteya' reveló la necesidad, años después de su desaparición, de contar con un ente propio para investigar y divulgar los distintos aspectos de la comarca
Con estas líneas, la asociación cultural Trocha, dedicada a la investigación, defensa y difusión del patrimonio cultural, desea expresar su respeto y admiración por el Instituto de Estudios Campogibraltareños, que tras treinta años de luchas y trabajos, ha hecho visible a la comarca en el mundo científico internacional, marcando un “antes” y un “después”, de tal forma que hoy merece la institución un respeto ganado a pulso…
Para la cultura del Campo de Gibraltar este 2021 recién pasado ha sido un año contradictorio, marcado a un tiempo por dolor y alegría, esta, a causa de celebrar un nacimiento y aquel por lamentar una muerte. Ya el lector habrá adivinado a que nos referimos: se cumplieron los treinta años de la creación del Instituto de Estudios Campogibraltareños y sufrimos el fallecimiento de uno de sus padres, el inolvidable Luis Alberto del Castillo. ¿Porqué esta agridulce sensación? Primero, vamos a retroceder treinta años y a situarnos en el panorama cultural de finales de los años ochenta. Hace ya bastantes décadas, en el plano económico, se llegó a comparar la comarca con “un solar vacío en la mejor avenida de Nueva York”. Aun no se había industrializado la bahía ni potenciado el puerto y la zona rozaba el subdesarrollo.
Esta situación se debía a una paradoja, la conjunción de dos factores opuestos: de un lado, la excepcional posición geográfica, en uno de los centros del mundo, formado por la intersección de dos ejes, uno en sentido norte-sur constituido por dos continentes, Europa y África, y otro con la orientación oeste-este, formado dos mares, Atlántico y Mediterráneo. De esta forma, la comarca es esa “Cruz del Mundo” que ya observo un sagaz cronista en el siglo XIV. Pero ese territorio, preparado para altos destinos, fue víctima de una situación geohistórica que lastró su poblamiento y desarrollo. El advenimiento de la dinastía de los Trastámara en el siglo XIV supuso el abandono temporal de la reconquista y la consolidación de una zona de frontera, en la cual la inseguridad impedía tanto el poblamiento como la explotación económica. Era una franja de peligro que limitaba los reinos de Castilla y Granada, y que partiendo de Vejer bordeaba hacia el norte la actual comarca internándose en la Serranía de Ronda.
La situación no se empezó a resolver hasta la conquista de Ronda en 1485, pero no arreglo del todo la situación, pues en las costas de la comarca se solapaba otra “zona de frontera” o sea de riesgo, a causa de las correrías de los piratas berberiscos, de que es testigo nuestra red de atalayas costeras. La comarca, en la Edad Moderna estuvo muy despoblada y en las costas solo sobrevivían algunas ciudades fortificadas, como Tarifa o Gibraltar. Esta misma, cuando su pérdida en 1704, no era más que un puerto de recalada dado que las exportaciones eran reducidas en su hinterland y este no tenía potencia demográfica y económica para absorber importaciones.
Con la nueva situación creada por el expansionismo británico y el advenimiento de los borbones, la comarca fue “descubierta” por la administración y se planteó en serio su repoblación, con la aparición de nuevas villas y ciudades. Pero no bastó la reactivación económica y demográfica, pues el espacio comarcal seguía prácticamente incomunicado del resto de España, con una masa de sierras de difícil tránsito en su perímetro e incluso un desierto poblacional al oeste, entre Tarifa y Vejer, aún apreciable hoy día.
La comarca había sufrido una doble decapitación al ser destruida la extensa Algeciras medieval en 1375 y su heredera Gibraltar haberse perdido en 1704. La comarca, de no ser por esa doble pérdida, hubiera alcanzado el rango de provincia con la implantación de estas en 1833, pero sus núcleos urbanos eran de modesta entidad y la ciudad más importante, Gibraltar, estaba en manos extranjeras. La comarca fue adscrita a la provincia de Cadiz en su periferia y con serios problemas de conectividad. Ello derivó en que hasta época muy reciente el espacio de los actuales ocho municipios del Campo de Gibraltar era una especie de “tierra de nadie”, ignorada por focos culturales bien consolidados y dinámicos, como Sevilla, Málaga o Cádiz. No obstante, desde un punto de vista científico, esta zona en sí es de máxima y probada relevancia por sus excepcionales circunstancias geo-históricas, lo cual la ha dotado de múltiples facetas de interés que no es necesario recordar aquí. Pero este tesoro apenas fue explotado, hasta que el desarrollo económico de los años sesenta y setenta del siglo XX, incentivó el interés por la investigación en la comarca, pero siempre en base a los esfuerzos aislados de algunos investigadores, tanto foráneos como locales.
Una de las claves de la investigación científica es la publicación de los resultados obtenidos, que así son refrendados o no por otros investigadores, estableciéndose la saludable discusión que ha de conducir a la verdad. La publicación no solo permite a la sociedad beneficiarse de los conocimientos adquiridos por un sector de ella, sino que permite utilizar lo obtenido para base de nuevos trabajos y conclusiones, igual que se levantan los ladrillos de una pared. Pero en la comarca, para difundir lo obtenido, los estudiosos de cualquier tema solo disponían de la prensa local y sus modestos medios técnicos, o bien de la gravosa autofinanciación, mientras que otros medios al ubicarse fuera de la zona, se veían lógicamente desbordados por trabajos ajenos a esta comarca.
Ante esta situación, resultó sorpresiva la aparición de la revista Carteya, en enero de 1976, hace exactamente 46 años. Fue obra de la Casa del Campo de Gibraltar en Madrid y, nació, según afirmó en su presentación con la idea de ofrecer una visión completa del Campo de Gibraltar variada, profunda, pero sobre todo veraz e incontrovertible.
Efectivamente, en sus páginas se trató de todo cuanto tuviera relación con la comarca, como historia, etnología, realidad social, solución a problemas, economía, arqueología, música, literatura o arte contemporáneo, con secciones como hemeroteca, reseñas bibliográficas y sintéticas biografías de ilustres campogibraltareños contemporáneos. Su interés era grande, pues no solo dio visibilidad a numerosos trabajos de investigación, sino que fue una crónica de la comarca, por lo que se convierte hoy día en fuente imprescindible sobre aquellos años. Desgraciadamente, los problemas de financiación mataron a la revista, cuyo vuelo fue efímero, solo de dos años justos, al editarse el último ejemplar que conocemos en enero de 1978.
La revista Carteya fue un fugaz y brillante cometa cuya intensa luz delató la oscuridad que la rodeaba. El éxito de la revista fue muy útil, no solo por lo que la publicación aporto en sí, sino por lo que dejo de aportar, quedando de manifiesto tres realidades: A) La comarca, con todas sus facetas, era un notable objeto de estudio. B) Existían en la comarca suficientes y capacitados investigadores para el estudio de las citadas facetas. C) Era necesario recuperar y mejorar la utilidad que para la sociedad tuvo la revista.
Quedó patente una de las carencias de la comarca, las “competencias propias” en materia de investigación, sobre todo al carecer de infraestructura universitaria. Esto nos lleva a uno de los problemas que han perseguido siempre a los investigadores de la comarca: la carencia de buenas bibliotecas y centros de documentación. El estudioso necesita no solo de una buena “materia prima” como objeto de estudio, que puede basarse tanto en las fuentes documentales como en los trabajos de campo, más para los procedimientos habituales de documentación y contrastación son imprescindibles buenas bibliotecas y centros de consulta, padeciendo en aquella época la comarca un verdadero aislacionismo a causa de la distancia geográfica de los centros culturales consolidados. Lo deseable siempre es la proximidad y contacto con los departamentos de facultad, con sus bibliotecas y bases de datos perfectamente especializados en las disciplinas propias de cada facultad. Hoy día esa dificultad se soluciona en gran parte gracias al universal acceso a datos que nos ofrece Internet, pero hace cuarenta años ese recurso no existía.
Había otras soluciones, pero estas tardarían aún varios años, durante los cuales la situación se hizo insostenible y todos los interesados clamaban por una solución. Esta empezó a llegar siete años más tarde, el 1 de febrero de 1985, al ser creada la Mancomunidad de Municipios del Campo de Gibraltar. Esta es una institución necesaria e imprescindible, para vertebrar la comarca, paliar localismos y aportar soluciones a la problemática del territorio, dotándolo además de voz y capacidad de interlocución tanto a nivel nacional como fronterizo.
En este deseo de solucionar problemas, no paso por alto el desamparo e incomunicación entre sí, el abandono a sus propias fuerzas que sufrían aquellos que, contra viento y marea, deseaban estudiar y profundizar en los muchos motivos de interés presentados por la comarca. A los tres años de la fundación de Mancomunidad, esta obtuvo subvenciones de la Caja de Ahorros de Jerez y posteriormente de la de San Fernando de Sevilla, para la edición de una revista de sobre temas campogibraltareños -era patente el vacío dejado por la añorada Carteya- y le dieron forma dos grandes campogibraltareños, Juan José Téllez Rubio y Rafael García Valdivia, con el concurso de dos excelentes artistas plásticos, José Guerra y Pepe Barroso. Según palabras de Rafael García Valdivia: “Se reataba de crear un instrumento, del que se carecía hasta la fecha, que acogiera la publicación de las investigaciones y estudios que se estaban llevando a cabo en el ámbito de recuperación histórica y arqueológica, de estudios del medio social, ambiental, natural, geográfico y cultural del Campo de Gibraltar, por un numeroso grupo de estudiosos e investigadores de la comarca y fuera de ella”.
A partir de entonces todo se sucedió de forma rápida y lógica, en varias fases: Si en 1985 se creó la Mancomunidad, en 1988 se consiguió la revista Almoraima, y ese mismo año el Departamento de Cultura de Mancomunidad inicia la formación de la Biblioteca de Temas Campogibraltareños. Esta animación da lugar en 1990 a las I Jornadas Comarcales de Historia, propuestas por Juan Ignacio de Vicente y Javier Criado Atalaya.
Esta afortunada unión de protección institucional, disponibilidad de medios técnico-económicos, materias de trabajo, capital humano y entusiasmo general da lugar en 1991 a que Departamento de Cultura de Mancomunidad planteara a esta seriamente la creación de un organismo que semejante a los Institutos de Estudios creados por las Diputaciones Provinciales, atendiera la singularidad, personalidad y riqueza de la comarca, protegiendo y alentando la investigación general sobre ella. Era presidente de Mancomunidad el Alcalde de Jimena de La Frontera, José Carracao Gutiérrez, que asumió inmediatamente el proyecto y encargó su diseño general y organización académica al citado Departamento de Cultura, mientras que la Secretaría General se encargó de la organización administrativa de aquel novedoso organismo autónomo, “hijo” de Mancomunidad: el Instituto de Estudios Campogibraltareños.
Faltaba poco para hacer realidad el sueño de muchos, como veremos en otras entregas de este artículo…
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