Ignacio Molina, el guardia civil que ayudó a los judíos a escapar a través de Gibraltar

Campo Chico

El teniente coronel facilitó a muchas personas, perseguidas o que podían estar en peligro, la salida por el Peñón

El MI6 diseñó una estratagema dirigida a hacer creer a Ignacio Molina que Montgomery estaba en la colonia

El habilitado Ignacio Molina y su tiempo

Ignacio Molina (izquierda) y el general Montgomery.
Ignacio Molina (izquierda) y el general Montgomery.

El general Bernard Law Montgomery fue un más que brillante militar británico -inglés, nacido en Londres- vencedor nada menos que del gran Erwin Rommel, uno de los más competentes generales alemanes de todos los tiempos, en la (segunda) batalla de El Alamein (Noviembre 1942, Egipto) y en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Referido históricamente como Montgomery of Alamein –así aparece en la Encyclopædia Britannica–, aludiendo al título de vizconde concedido por el rey Jorge VI de Inglaterra en 1946, Monty, como era conocido popularmente, ya tenía en su haber la hazaña de Dunkerke, en 1940. Unos trescientos treinta mil soldados aliados –según estimaciones fiables– fueron evacuados, acudiendo a recursos insospechados, barcos de pesca entre ellos, salvando el cerco alemán que los atenazaba por tierra en el continente, en la franja costera francesa cercana a la frontera con Bélgica. Los aliados incluso pensaron en la capitulación ante la imposibilidad de plantear una defensa eficaz frente al avance del enemigo. Fue un precedente de gran importancia en el desarrollo de la guerra que ya situó a Montgomery en la leyenda.

Ignacio Molina se refería al general con conocimiento y admiración. Aunque su familia, in extenso, era de agricultores, en su entorno próximo había unos cuantos militares; sus tres hermanos varones pertenecían al cuerpo jurídico. Él fue oficial de Carabineros y luego, en 1942, por absorción, de la Guardia Civil. Su formación militar se desarrolló en la Academia de Infantería de Toledo, en la que ingresó siendo muy joven. Casi siempre estuvo destinado en el Campo de Gibraltar (CdG), adonde después de la guerra de 1936 a 1939, desempeñó la jefatura del Servicio de Información Militar.

El cuerpo de Carabineros tenía, como ahora la Guardia Civil, funciones de carácter policial además de estar específicamente encargadas de la vigilancia de las fronteras y en aquellos años, primero como comandante y después como teniente coronel, nuestro hombre ostentaba el empleo de mayor rango en la Guardia Civil y estaba a la órdenes directas del Gobernador Militar del Campo de Gibraltar. El hecho de que pasara a la reserva como teniente coronel probablemente se debiera a su interés, y probablemente al de sus superiores, de permanecer en el CdG.

El Rinconcillo y la calle Panadería

Salvo ausencias esporádicas, Ignacio Molina estuvo siempre en Algeciras. En el caserón del Rinconcillo era frecuente verle los veranos. Allí acudíamos familiares, profesores del Instituto y numerosos invitados de una buena parte de la pequeña burguesía algecireña que podía permitirse ir a la playa los días laborables. Los sábados y los domingos nos juntábamos unas cuantas decenas de personas. El caserón daba mucho de sí porque se utilizaba solamente como caseta para cambiarse y dejar la ropa. En el exterior, un sombrajo nos protegía del sol. Don Francisco Bravo, Paquita, su esposa, Conchita Jurado, la de latín, con don Juan Aguilar, y María del Carmen Mescua eran algunos de los más frecuentes visitantes.

Como he escrito ya, ayudaba a Ignacio a ducharse subiéndome al brocal del pozo. Sacaba el cubo con agua y desde arriba se la echaba sobre la cabeza, mientras él lo celebraba con esos sonidos guturales con los que se acompañan este tipo de acciones. Era un hombre encantador, de carácter abierto y con una capacidad sin límites para relacionarse, próximo y dispuesto a favorecer cualquier contacto. Hay muchos y elocuentes síntomas de su buena disposición hacia los demás. Su chófer, el guardia Enrique Ferrer estaba disponible para cualquier requerimiento que fuese necesario.

La casa del matrimonio formado por Ignacio Molina PdV y Ramona López Riquelme, estaba en el tramo ancho de la calle Panadería, que desemboca en Sacramento; un brazo viario que formaba con su esquina oeste y la vuelta hacia el sur, por el tramo de la calle Larga, llamado desde 1916 Emilio Santacana, una zona comercial de mucho ajetreo en la que abundaban las destilerías, las ferreterías y las droguerías. Ahí estaba la zapatería Manzanete y enfrente la sastrería Ocaña, del padre del conocido erudito y profesor Mario Ocaña Torres, ligado a una de las más importantes familias algecireñas.

Delante, en el escalón que hacía la acera, solíamos sentarnos Santiago Sarmiento, Pepe Vallecillo y yo, cuando éramos niños. Santiago vivía en la calle Rocha, donde nació, pero su abuela, la famosa Tía Anica –lugar de aprovisionamiento de disfraces en carnaval– tenía su tienda-vivienda al iniciar la cuesta de la calle Sacramento, pegada a la freiduría de Los Gallegos, de don Arturo Lea, probablemente la primera factoría de pescaíto frito que hubo en la comarca. Los Vallecillo procedían de Ronda, donde nació Pepe, y vivían en una pensión que estaba en el edificio y por encima de la zapatería.

Ignacio y Ramona

Ignacio y Ramona tuvieron cuatro hijos. Todos ellos vivieron en Algeciras su niñez y adolescencia y no se alejaron cuando ya constituyeron una nueva familia. José, el mayor, se jubiló siendo oficial mayor del Ayuntamiento de Algeciras, Ramón fue abogado de sindicatos, en donde coincidió con José Ángel Cadelo, Rafael Enríquez y Carlos de las Rivas, entre otros. Emilio estudió Derecho en Granada y abrió bufete en Estepona y Angelita, después de ser rondada por los muchachos de su edad, asiduos del Club Náutico, se casó con un médico esteponense y luego recaló en Madrid.

Esta última era, como ya dije, la única superviviente de la prole, cuando contactó conmigo el periodista Jesús Duva para saber algo más (y mejor) de lo que sabía de Ignacio Molina. Le facilité la entrevista, pero no extrajo mucho de ella; bien que, siéndole imposible disponer de una fotografía, con la información que facilitó al gran dibujante e ilustrador Fernando Vicente, éste logró hacer un espléndido dibujo de Ignacio que publicó el diario El País junto a la crónica de Duva, el día 28 de marzo de 2010 con el título “El 'show' de Montgomery”.

Hijo de Angelita Molina y por lo tanto nieto de Ignacio, fue Ignacio Mena Molina un político esteponero que murió con cuarenta y siete años, en agosto de 2014, siendo concejal del Ayuntamiento de su ciudad y diputado provincial de Málaga. Amigo personal y muy próximo a Elías Bendodo Benasayag, Ignacio Mena estaba llamado a ser una de las figuras de vanguardia del Partido Popular andaluz. De él diría Bendodo, actualmente coordinador general del PP y entonces presidente provincial de su partido: “Ha muerto un gran compañero y amigo”. José María García Urbano, el actual alcalde de Estepona, que ya lo era entonces, calificó de muy importante la figura de Ignacio Mena.

Se da un trágico paralelismo entre este joven político malagueño y la de su pariente próximo, Rafael Pérez de Vargas López, fallecido en enero de 1999, en accidente de tráfico, cerca de Tahivilla, con la misma edad que Ignacio. También Rafael, éste de Algeciras, era una persona llamada a ser relevante en la política andaluza; no obstante sus preferencias ideológicas estaban en las izquierdas. Rafael era hijo de uno de los más importantes abogados de la comarca, Leocadio, al que ya me he referido en varias ocasiones. Su segundo apellido es el mismo López que el que llevan los Silva; sus madres, Nena y Paquita, eran hermanas y pertenecían a la familia propietaria de Tejidos López, que ocupaba el chaflán que media entre la calle Larga (Cristóbal Colón) y la calle Prim (o Mola).

En Gibraltar

De pequeño, acompañaba a mi madre a Gibraltar, adonde solía ir de vez en cuando. Como en muchas casas de la comarca, los bocadillos de carne con bi y de mortadela del pato formaban parte del equipaje escolar tanto de mi hermano como del mío. Manolo García, un importante comerciante gibraltareño, y Maruja, su esposa, originaria de La Línea, eran íntimos amigos de mis padres y padrinos de mi hermano Ignacio. En la práctica, también míos. Tenían una importante tienda de tejidos al principio de la calle Real (Main Street), y las visitas, en ambos sentidos, eran frecuentes.

Me llamaba la atención que ninguna de las dos policías, británica y española, nos registraran ni nos preguntaran nada. De hecho, alguna vez saludaban a mi madre con el saludo militar. Cuando tuve algún sentido para preguntarme a qué se debía esa deferencia, que yo no advertía con los demás viandantes, mi padre me explicó que se debía a que nos reconocían como familia de Ignacio Molina. Era respetadísimo en Gibraltar y la verdad es que siempre noté en él simpatía por los británicos; tenía amistad con no pocos yanitos.

Ignacio Molina facilitó a muchos judíos, perseguidos o que podían estar en peligro, como consecuencia del salvaje proceder de la Alemania nazi, la salida por Gibraltar. Aparte de ello y de su actitud protectora, tuve ocasión de conocer un caso del que merece la pena dar detalle. Cerca de la casa de los Molina, en la calle Panadería, en la acera, casi en la entrada de La Giralda y a un paso de la ferretería El Martillo había un pequeño kiosco al que me he referido en ocasiones. Parecido al que actualmente está en el centro de la calle, pero mucho más modesto. El Kiosco Moya era el medio de vida de una familia, la de Antonio Moya. Arreglaba plumas estilográficas y vendía cigarrillos liados de picadura de tabaco Jorge Russo, que confeccionaban su mujer, María, y sus hijos, Maruja y Paco, en su casa del callejón de la Viudas. No voy a detenerme en detalles que ya he contado otras veces, sobre mi entrañable proximidad con esa familia maravillosa, pero me interesa en este momento y con el propósito de referirme a la personalidad de Ignacio Molina, narrar una pequeña historia.

Antonio Moya

Antonio era un hombre al que quise y admiré mucho; una persona extraordinaria, modestísima y con una sensibilidad social que se hacía evidente enseguida. Jamás me habló de política, pero sí mucho de poesía. Me familiarizó con la poesía social y sobre todo con la de su amigo Cristóbal Vega Álvarez, al que llamaban Veguita, un poeta anarquista, sindicalista, con el que compartió estancias en la cárcel.

Antonio era repartidor de Telégrafos y militante del Partido Comunista de España durante la República; incluso fue un tiempo, secretario local del Partido en Algeciras. Era uno de tantos de los que fueron encarcelados por su militancia, durante la guerra de 1936, y después. Luego ya lo detenían de vez en cuando y hubo momentos en los que pudo haber sido fusilado. No había nada que reprocharle más allá de lo que pudiera presumirse de sus ideas, pero así eran las cosas, sobre todo teniendo en cuenta lo que colgaba en la historia, reciente entonces, del Frente Popular y del papel de algunos elementos más o menos incontrolados del PCE en las matanzas de Paracuellos y similares. Tardé mucho en darme cuenta de las razones de sus ausencias porque ni él ni su familia me hicieron nunca el menor comentario. Pero más tarde supe que era puesto en libertad en poco tiempo, porque Ignacio Molina se interponía sistemáticamente entre sus acusadores y él.

El servicio secreto británico debía suponer que Ignacio Molina conocía a Montgomery o, al menos, estaban muy seguros de que lo reconocería al verle. La Operación Copperhead –cabeza de cobre– (o Bodyguard, guardaespaldas) fue una estratagema del MI6, el Servicio de Inteligencia exterior del Reino Unido, dirigida a hacer creer a Ignacio Molina que Montgomery estaba en Gibraltar en fechas presumiblemente próximas a un previsto desembarco aliado en el continente.

Siendo el jefe del Servicio de Información Militar en el Gobierno del Campo de Gibraltar, era considerado como el hombre clave de la inteligencia española en el sur y por lo tanto, el cauce para canalizar información hacia Berlín. No hace mucho que se ha vuelto a ver en televisión una vieja película de John Guillermin: I was Monty's double (Yo fui el doble de Monty) basada en el relato autobiográfico de Meyrick E. C. James (1898-1963), que interpretó el papel de Montgomery y de él mismo en la película. Pero ya no queda espacio para contarlo con detalle; lo haré si Dios quiere, el próximo domingo.

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