"Se da mucha más importancia al aparentar que al sentir"
JOSÉ MARÍA MANZANARES, TORERO I ENTREVISTA
Reaparece este jueves en La Línea de la Concepción después de sobreponerse a dos hernias y a una infección que lo han tenido varios días fuera de juego
Reconoce que su mujer y tres hijos le preguntan algunas veces cuándo dejará de torear
José María Manzanares vuelve a hacer el paseíllo en el Campo de Gibraltar este jueves, en La Línea de la Concepción, en un cartel junto al rejoneador Diego Ventura, el peruano Roca Rey y toros de Núñez del Cuvillo.
Es uno de los diestros más reconocidos por el gran público, aunque admite que últimamente ha procurado alejarse de los focos porque, lo que encuentra fuera de su círculo más íntimo, le resulta demasiado superficial. A sus cuarenta años, ha logrado separar por completo a la persona del personaje y ahora disfruta de su profesión, su familia y la soledad. Cree en un destino que, cada vez, lo une más a su padre, el cual le dejó demasiado pronto frente a la responsabilidad de llevar un apellido cosido a la historia del toreo. Su hijo mayor, José Mari, de diez años, podría ser el cuarto en la saga. Por el momento, es testigo directo de la vida que lleva su padre. Y de sus sacrificios.
-No pudo hacer el paseíllo recientemente en Estepona a causa de una hernia inguinal, por lo que reaparece en La Línea. ¿Cómo se encuentra de salud?
-Lo he pasado bastante mal porque se me juntó con una infección que me dio muchísima fiebre y ha sido casi peor que las hernias, que son dos. Aún no son muy grandes así que, si tenemos suerte y no se abren más, creo que podremos aguantar hasta el final de temporada. Deseando volver a torear.
-Las lesiones son un peaje caro y usted suma muchas.
-Yo sumo muchísimas. En la mano izquierda fueron trece operaciones; otra en la mano derecha; en la zona lumbar, fueron cuatro intervenciones; en la zona cervical, otra operación más; en el tobillo también una barbaridad... Casi que las cornadas, si son limpias y no tocan órganos importantes, se recuperan antes que las lesiones a nivel de hueso o articulación. Los toreros padecemos mucho, ya sean porrazos, golpes... Tanto en la cara del toro como durante los entrenamientos.
-¿Ha aprendido a vivir con el dolor?
-Asumes el dolor. O aprendes a tolerarlo. El dolor y el cansancio están a la orden del día. Te haces un poquito más fuerte a la hora de sufrir ese tipo de contratiempos. Muchos dicen que los toreros nos recuperamos muy rápido, pero realmente todo el mundo tiene ese capacidad. Yo creo que son las ganas de curarte y volver a vestirte de luces lo que acelera los plazos. Cuando no tienes ganas de torear, incluso frenas esa recuperación.
-Usted acompañó mucho a su padre cuando era niño, incluso solía viajar con él cuando toreaba. ¿Qué aprendió de todo aquello?
-Mi padre me transmitió el respeto hacia esta profesión. También el sacrificio y la entrega absoluta. Esta vida es durísima. Yo la viví junto a él pero, cuando la experimentas en primera persona, cuando tienes hijos, se hace aún más difícil. Pasamos mucho tiempo fuera de casa afrontando, en soledad, situaciones de miedo, estrés y presión. La única forma para poder sobrellevar eso y mantener la cordura es imponiéndote una disciplina y una mentalidad fuerte, segura y clara. Mi padre era muy ordenado. La preparación era sagrada. Llevaba a rajatabla tanto la mentalización antes de la corrida como la preparación durante el invierno.
-A su manera, son también ustedes, los toreros, unos seres frágiles.
-Lo que más me ha ayudado es mi familia. Los toreros vivimos muy solos y mi padre también me enseñó que necesitamos la suficiente paz a nuestro alrededor, la que aporta el entorno más cercano, para jugarte la vida de una manera libre, sin tener nada que te condicione detrás. Efectivamente, dependemos mucho de nuestro estado de ánimo.
-Usted tomó libremente la decisión de hacerse torero. Pero su familia, hablo de su mujer y sus tres hijos, no tuvieron esa opción. Ellos han tenido que aprender a convivir con un torero. ¿Cómo lo llevan?
-Mi mujer y mis hijos son muy generosos conmigo. Ya voy para veinte años siendo torero y, cuando mi mujer me conoció, yo era estudiante. La pobre ha sufrido ese cambio de estar todo el día con ella a, de golpe y porrazo, decidir ser torero y pasar tres meses sin vernos. Me quieren y quieren verme feliz. Con el tiempo se han ido dando cuenta de lo difícil que es ser torero y lo han entendido. No solo me apoyan, sino que también me aportan felicidad. De vez en cuando se les escapa la pregunta de cuándo dejaré de torear. Es normal y también me hace pensar. Pero no me piden nada: solo lo dejan caer. Saben que, si me pidieran que me retirase, me pondrían en un compromiso. Y no quieren.
-Le he escuchado en alguna ocasión que resulta fácil caer en la tentación cuando se triunfa.
-Hay que vivir con los pies en el suelo, tanto cuando triunfas como cuando no salen bien las cosas. Eso también lo aprendí de mi padre. Si te dejas llevar por los momentos pletóricos o por los fracasos, te desvías de tu camino. Y nosotros, los toreros, tenemos unas obligaciones y se nos exige una regularidad. Yo procuro normalizarlo todo, tanto el éxito como la tristeza. Disfruto del triunfo por el orgullo que me genera, pero de una forma razonada, sin volverme loco. Y de las decepciones procuro aprender. Nadie lo sabe todo. Mi familia también funciona, en este aspecto, como un estabilizador.
-¿Ayuda en la vida y en el toro ser atractivo, lo que se llama "entrar por los ojos"?
-Mi padre siempre decía que para serlo hay que parecerlo. Ser atractivo ayuda en un primer momento a la hora de captar la atención. Pero lo que transmitimos los toreros es una composición de alma, sentimientos, gestos... Tiene más peso ser atractivo interiormente que sólo físicamente.
-Me da la impresión de que antes estaba usted más en el foco mediático, con campañas para Dolce&Gabbana, reportajes en Bazaar, Vanity Fair... Se ha apartado un poco de todo eso y cada vez concede menos entrevistas. ¿A qué se debe?
-Ciertamente, me estoy alejando un poco de esa exposición. No sé si es porque voy cumpliendo una edad, pero me apetece estar tranquilo y solo. En la vida van cambiando las prioridades y, actualmente, le doy muchísima importancia a mi familia y mi gente. De todos modos, siempre he procurado mantenerme al margen de la exposición social para que se hable de mí por lo que soy, es decir, como torero. También influye que, últimamente, considero que lo que se transmite a nivel social es demasiado frágil en lo que respecta a valores... es superficial. Se está dando mucha más importancia al aparentar que al sentir. Eso me tira para atrás a la hora de entrar en ese círculo.
-Es curioso porque, por lo que me cuenta, se va pareciendo cada vez más a su padre, que acabó viviendo solo en su finca.
-Yo también he pensado que, con el paso del tiempo, me voy pareciendo más a él. Gente que le conoció bien también me lo dice. Tenemos muchas similitudes, además de la profesión, pero no lo hago a propósito. Mi vida me va llevando por ese camino. Mi padre era un ser extraordinario que me enseñó muchísimo y se me fue demasiado pronto. A día de hoy, con cuarenta años que acabo de cumplir, me quedan muchísimas preguntas por hacerle. Seguro que me las respondería al segundo. Pero, como no está, intento, igual que él, hacer caso a mis sentimientos y mi corazón. Si luchas contra tu estado de ánimo, llega un momento en el que dejas de ser feliz.
-¿Qué objetos especiales lleva usted cada vez que viaja en su capilla particular?
-Mi capilla es ya enorme. Empecé con una muy chiquitita y, con el paso de los años, la he ido agrandando, sobre todo en lo religioso, con todo lo que me van regalando los aficionados. Aparte, al cuello llevo siempre colgantes de mi mujer y mis niños, el colmillo de mi primera perra y un rosario negro que compré en la Virgen de Guadalupe la primera vez que estuve en México. También meto en la maleta regalos de mis hijos y hacen que me sienta más cerca de ellos.
-Precisamente, creo que tiene usted pendiente tatuarse esa Virgen. ¿Lo ha hecho ya?
-No he llegado a tatuarme la Virgen de Guadalupe, pero lo tengo pendiente. Y más cosas. Me falta tiempo. Si Dios quiere, cuando termine esta temporada, encontraré algún momento para ir al tatuador con mi amigo Pablo López [el cantante y compositor malagueño], que es quien me organiza estas cosas. Él se tatúa día sí y día también. De momento, tengo tatuada una manzana -que me hice en el primer local que encontré paseando y no me convenció mucho- y, encima, me superpuse una rosa. De hecho, si se fija bien en los pétalos de la rosa, se ve perfectamente debajo la manzana. La rosa es mi flor preferida porque, aunque suene cursi, simboliza la vida. Tiene una belleza extraordinaria, pero también esconde sus espinas. Todo lo bonito tiene su lado duro.
-Me acaba de hablar de Pablo López, pero no es el único artista al que le une una relación de amistad. De hecho, suelen ir a las plazas cuando usted torea.
-Mantengo una amistad muy estrecha con Alejandro Sanz y Pablo López. Con ellos he podido hablar de una manera más íntima sobre sentimientos, dudas y, en definitiva, sobre la manera de ver la vida. Coincidimos en muchos aspectos. Ya les admiraba profesionalmente antes de conocerles en persona y me fascinaba su música. Pero al tratar con ellos, son de esas personas que te enganchan, por su grandeza e inteligencia. Y, sobre todo, son personas que suman. De mi padre también he heredado muchos amigos, además de mis amigos personales, que son artistas en lo suyo. Mi compadre, el padrino de mis hijos José Mari y Julieta, es psiquiatra y nos conocimos hace trece años, yo como paciente. Después, fíjese... Me acompaña a muchas corridas, siempre que puede.
-¿Cree que su hijo José Mari seguirá sus pasos y decidirá hacerse torero el día de mañana?
-Mis hijos viven en una sociedad muy diferente a la que yo viví, al igual que la que viví yo no se parecía a la de mi padre. José Mari tiene ahora diez años y no sé cómo estará este mundo cuando él pueda tomar la decisión sobre qué hacer con su vida. De momento, es testigo directo de la vida de su padre y, aunque era muy pequeño, tuvo la suerte de conocer a su abuelo. No paro de ponerle vídeos de él. Me gusta que viaje conmigo y que se empape de los valores del mundo del toro, que aprenda a respetar a los demás y a respetarse a sí mismo. No sé hasta qué punto todas esas vivencias influirán en su decisión de futuro. Poco a poco, se va dando cuenta de lo duro que es ser torero. A mí me costó años tomar la decisión y transmitírsela a mi padre. En realidad, lo que yo deseo es que mi hijo sea feliz, dedicándose a algo que le llene, aunque tenga que sufrir por ello.
-¿Pero le gustaría que su hijo fuera torero?
-Me enorgullecería, aunque sería muy exigente, del mismo modo que mi padre lo fue conmigo. Hablo de una exigencia con cariño. Mi padre vivió tanto que era un maestro tremendo. Enseñar no es fácil y él siempre me explicaba el porqué de cualquier pregunta que yo le hacía. No solo me daba la solución, sino también el proceso para llegar hasta ella. En definitiva, si José Mari se hiciera torero, le exigiría porque a sus espaldas lleva el apellido de mi abuelo, de mi padre y ahora el mío. Es una responsabilidad muy dura para él. Pero le ayudaré en cualquier cosa que decida ser, al igual que a sus hermanas.
-Hábleme del día en que le dijo a su padre que usted iba a seguir sus pasos.
-Se lo confesé en la finca. Estábamos él, mi hermana mayor y yo. Pasé tres años para decirle que quería ser torero. ¡Cómo para olvidar aquel día! Fue gracioso. Él llevaba tiempo viéndome inquieto y se pensaba que le iba a contar que había dejado embarazada a mi novia, mi mujer actual. No se imaginó que yo iba a salirle con lo otro. Figúrese su alegría. Él lo deseaba, aunque nunca me dijo nada ni me incitó a ser torero. Simplemente se mantenía al margen, pero yo sé que, por dentro, deseaba que uno de sus hijos decidiera ser torero. La alegría fue inmensa. Con el paso de los años, me transmitió el orgullo de padre que sentía.
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