La Conferencia Internacional de Algeciras sobre Marruecos (1906)
OBSERVATORIO DE LA TROCHA | NUESTRA HISTORIA SINGULAR
Con la derrota de España con Estados Unidos, la historia pasó página a cuatrocientos años de presencia española entre las grandes potencias
La economía global se edificaba en constante expansión y apertura de mercados
A comienzos del siglo XX, España había sucumbido ante Estados Unidos. El siglo XIX que desaparecía no le había sido nada favorable. En el último conflicto del siglo ante el titán emergente de Estados Unidos, no tuvo otro imperativo que aceptar que sus días de gloria habían pasado. Con esta derrota, la historia pasó página a cuatrocientos años de presencia española en el círculo de las grandes potencias.
El final del imperio tras el Desastre se enmarca en lo que lord Salisbury definió como "decadencia de las naciones latinas" pues éstas, entre 1890 y 1898, sufrieron una serie de reveses que las llevaron a plantearse el tema de la Decadencia como algo esencial en su devenir histórico contemporáneo: ultimátum británico de 1890 a Portugal, derrota italiana de 1896 en Adua frente a Abisinia, y guerra hispano-estadounidense e incidente de Fachoda entre Francia y Reino Unido, ambas en 1898. Esta idea casaba perfectamente con su propia interpretación de las relaciones internacionales entre "naciones vivas y naciones moribundas", de puro sabor darwiniano.
España, para resolver su angustia existencial, debía volverse hacia una Europa marcada por el sistema de alianzas de la Paz Armada, en el que no tenía un lugar determinado, aunque en principio el acercamiento más lógico la conducía hacia el sistema francés, debido al favorable comportamiento de esta nación durante la Guerra de Cuba, por lo que España entró en la órbita del tratado franco-ruso de 1891-1892.
El primer acercamiento se llevó a cabo con la firma del convenio hispano-francés de 1900 sobre las colonias del Golfo de Guinea y Río de Oro. A éste le siguió un proyectado acuerdo para el reparto de Marruecos en 1902, que no llegó a firmarse por el temor de España a una oposición frontal británica, resuelta favorablemente tras la adhesión española a la Entente franco-británica de 1904: ambas potencias le aseguraban a España una porción en el norte del país magrebí, pero eso sí, con un espacio más reducido al previsto en 1902.
La Entente la hicieron para asegurarse, Francia, por un lado, su influencia en Marruecos y por otra, el Reino Unido su posesión sobre Egipto. Esto provocó en lo referente al país magrebí la primera crisis marroquí con la visita del káiser Guillermo II a Tánger en 1905 para garantizarle al sultán Abdelaziz (1894-1908) la integridad de su estado.
La tensión franco-alemana se resolvió mediante el protocolo de 1905, en el que ambas acordaron celebrar una Conferencia Internacional para solventar las diferencias entre ambas potencias. Alemania, con este episodio había hecho palanca, quería comprobar cuál era el grado de cohesión entre el Reino Unido y Francia, tras la reciente guerra ruso-japonesa, una guerra en Extremo Oriente, pero en el marco global de la Entente: Rusia era aliada de Francia, mientras Japón lo era del Reino Unido. Ambas se habían enfrentado directamente por primera vez, y sorprendentemente esta última había humillado al imperio zarista.
Tras la Conferencia de Berlín de 1884-1885 sólo quedaron Marruecos, Liberia, Abisinia y las últimas posesiones otomanas por adjudicar en África; pero no tardando mucho sólo Liberia y Abisinia permanecerían libres de la injerencia europea. Marruecos, por su situación geoestratégica y por propia inestabilidad interna, no podía escapar al apetente colonialismo. En este caso la rivalidad franco-alemana jugaba a favor de su independencia, pero no al de su control económico.
Alemania, una nación joven (se había unificado, tras mil años de desintegración, en 1871) y poderosa (había liquidado al Segundo Imperio francés en Sedán en 1871, y conseguido de la Tercera República los territorios irredentos de Alsacia y Lorena), que había logrado parte del botín africano y que si bien no podía controlar el Estrecho y sus vías de acceso, exigía igualdad de trato con el resto de las potencias en el mercado marroquí y esto chocaba con las pretensiones de franceses, ingleses y españoles, pero sobre todo con las de los franceses para los que les supuso un auténtico colapso la inesperada visita del káiser Guillermo II a Tánger el 31 de marzo de 1905.
El ministro de Asuntos Exteriores francés Delcassé fue sustituido por Rouvier, y sus entramados políticos tejidos desde hacía al menos quince años, tuvieron que esperar a una mejor ocasión, en la futura Conferencia Internacional, que se celebraría definitivamente en la vecina ciudad ribereña del Estrecho, Algeciras.
Éstas eran las posiciones de partida de los dos bloques: la Entente y la Alemania de la Triple Alianza. En esta Conferencia se pusieron en juego las diplomacias de ambos sistemas de alianzas cuyas cabezas visibles eran Francia, que había resuelto su aislamiento, y Alemania, que no pudo evitarlo.
Al iniciarse sus sesiones el 16 de enero, todos tenían claro desde un primer momento que en el debate no debían entrar ni la integridad física del estado marroquí, exigencia alemana, y por tanto la soberanía del sultán; ni la libertad de comercio asociada a la política de "puertas abiertas", por lo que las deliberaciones deberían centrarse sobre la estructuración de los servicios de seguridad, económicos y públicos.
Sus principales conclusiones afectaron a:
- La represión del contrabando mediante la organización de la Policía de ocho puertos, que quedarían abiertos al comercio. Esta formación estaría formada por agentes del país, adiestrados por instructores franceses y españoles (franceses en Rabat, Mazagán, Safi y Mogador; españoles en Tetuán y Larache y de ambos países en Tánger y Casablanca). El inspector sería un oficial del ejército suizo residente en Tánger, que confeccionaría una memoria anual para el Majzén y una copia para el decano del Cuerpo Diplomático en Tánger.
Esta policía tendría como objetivo prioritario la represión del fraude y el contrabando, en especial el de armas con destino a las poblaciones rebeldes, particularmente en la frontera argelina, cuya competencia sería francesa y marroquí y en torno a las posesiones españolas, lo sería entre las autoridades españolas y marroquíes. Y para ello también se regularía el régimen de las aduanas marítimas.
- La organización de la Hacienda mediante la creación del Banco del Estado de Marruecos, con sede central en Tánger, con una concesión de cuarenta años por parte del Sultán. Su funcionamiento se inspiraría en la ley francesa de la banca. Se preveía que sus litigios en el país se dirimirían en un Tribunal Especial y en última instancia ante el Tribunal Federal de Lausana. Sobre él pivotaría el desarrollo de las finanzas magrebíes, aunque su personal y control, para garantizar su éxito inicial, recaería sobre las potencias firmantes. Entre sus peculiaridades se preveía la libre circulación de la moneda española, tal como se venía haciendo desde antiguo.
Esto significaba también la creación de una política impositiva estable, organizada y respetuosa tanto con las leyes financieras, como con las musulmanas. Esta política impositiva sería de aplicación a todos los propietarios y posibilitaría el desarrollo productivo y comercial del país. Entre los monopolios del gobierno marroquí se preveían los del tabaco, opio y el kif. En este capítulo también se reguló la adquisición de propiedades por parte de los extranjeros en el país.
- La organización de unas mínimas infraestructuras públicas. No podían quedar fuera de esta estructuración la reglamentación y desarrollo de los Servicios y Obras Públicas, indispensables para asegurar el desenvolvimiento y modernización del país. Máxime en las zonas controladas por los europeos.
La entrada en vigor de estos acuerdos era compatible con el manteniendo de los convenios anteriores entre el sultanato y las potencias, como los acuerdos de la Conferencia de Madrid de 1880, aunque en caso de conflicto debían prevalecer estos últimos de Algeciras. En el Protocolo Adicional se prevenía que los delegados marroquíes y el decano del Cuerpo Diplomático en Tánger, obtendrían el beneplácito del Sultán para los acuerdos, y que una vez comunicado esto al gobierno español, se entenderían como ratificados por los restantes, y esto se esperaba para antes del 31 de diciembre de 1906.
En las sesiones de la Conferencia, se defendieron los puntos de vista acordados previamente por Francia y España. Por un lado, la primera y el Imperio Alemán por otro, en las negociaciones previas a la Conferencia, en 1905. Fue una puesta en escena del juego diplomático.
Había que atraerse hacia sí los respectivos puntos de vista de los otros participantes, y en esto triunfó la actividad desplegada por el delegado francés Paul Révoil, que consiguió aislar a Alemania, al convencer a Estados Unidos y los otros países. Alemania se dio por satisfecha con haber preservado la integridad territorial del estado magrebí y España con reingresar en el contexto de las potencias mediterráneas, aunque como subsidiaria de Francia, con la que se repartiría el estado magrebí en 1912.
Pasado el optimismo de los primeros meses, y con la visión que da la perspectiva del tiempo, Pérez-Petinto, el secretario-cronista de la ciudad, diría de ella en 1944 que "... la Conferencia terminó con el convencimiento en todos de que nada positivo se había logrado, no siendo sino un compás de espera".
Con estos acuerdos se fijaba fundamentalmente el control de las potencias, esencialmente Francia y España, sobre ocho puertos, sobre los que se ejercería la "reorientación colonial" del territorio. No se llegaba al reparto de Marruecos, sólo a la consolidación de la política de "puertas abiertas", pero sí se ponían las bases de lo que con el tiempo serían las zonas respectivas de influencia.
En la Conferencia se puso en juego el sistema de alianzas europeas tras el decisivo año de 1905 en el que la guerra ruso-japonesa y la propia revolución rusa de ese año, habían puesto de manifiesto la debilidad de Rusia ante el mundo. Alemania quería comprobar no sólo el grado de cohesión de Francia y Reino Unido, también el de Francia y Rusia. Pero a la vista de sus resultados la Entente seguía tan fuerte como hasta la fecha, y Alemania sólo pudo comprobar que su único aliado seguro seguía siendo el otro imperio centroeuropeo, Austria-Hungría.
La vigencia del Acta de Algeciras (1906-1912) estuvo mediatizada por los conflictos intramarroquíes, que Francia supo aprovechar en su beneficio, para justificar la intervención militar en Casablanca y las posteriores intromisiones en el reino. Uno de ellos fue el protagonizado por Muley Hafiz, hermano del sultán, en Casablanca en 1907 que ante la ampliación francesa del puerto de la ciudad, hizo un claro levantamiento de tinte nacionalista y de resistencia antioccidental.
Su yijad le favoreció en un principio, logrando suplantar a su hermano en el trono en 1908, pero al solicitar su reconocimiento por las potencias representadas en Tánger, se vio obligado a reconocer implícitamente la validez de los acuerdos y la futura mediación internacional en los asuntos del reino alauita, aunque de momento la impresión fuera de restauración nacional.
Un problema pendiente, que no resolvió la instauración del nuevo sultán, fue la sujeción del Rif al poder central, y por tanto continuó la inestabilidad en torno a Melilla. La sustitución del Roghi por el Mizzian, más bien la complicó, y con el tiempo actuaría como acicate para la ocupación francesa de Fez y la española de Larache, Alcazarquivir y Arcila en 1911, con lo que en la práctica se pusieron las bases del protectorado, con el tratado hispano-francés de 1912 y la finalización con ello de la vigencia de los acuerdos de Algeciras.
Esta cadena de acontecimientos se aceleró como consecuencia del incidente de Agadir de 1911, a raíz del cual, a cambio de concesiones galas al Segundo Reich en Camerún, Alemania daba vía libre a Francia en Marruecos. Francia, con todo, recibió de España, como compensación, una rectificación a su favor en la zona de protectorado hispano-galo en el norte del reino alauita.
Alemania, durante este tiempo, había movido ficha en dos ocasiones frente a Francia (1905 y 1911), pero los beneficios corrieron a favor de su eterna enemiga, al menos en la zona norteafricana, con la complacencia británica y la rúbrica española. 1905, tal como se ve, no puso en tela de juicio las alianzas internas de la Entente, y 1906 las reafirmó públicamente, máxime en el área del Estrecho de Gibraltar.
Si observamos detenidamente la evolución de la intromisión europea en el mundo, veremos que hay un hilo de unión entre esta Conferencia, el Congreso de Berlín de 1884-1885 y los Tratados desiguales firmados entre China y las potencias Occidentales desde 1842 a partir del tratado de Nankín y Japón desde 1858.
La exigencia de una zona de libre comercio es la clave de todo el proceso. En nuestro caso se trata de abrir, como en los ya citados, una política de "puertas abiertas". La economía global se edificaba en constante expansión y apertura de mercados, y ése es el objeto del colonialismo e imperialismo durante La Paz Armada, del que esta Conferencia, no es más que un apéndice.
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