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Un millón de aves: el otro Paso del Estrecho

Medio Ambiente

Un millón de ejemplares cruzaron a África el pasado año, 445.000 de ellas planeadoras

Dos cigüeñas, en un nido localizado en el término de San Roque. / Jorge Del Águila
Raquel Montenegro

08 de enero 2020 - 06:00

El Campo de Gibraltar vive todos los años otra Operación Paso del Estrecho tan intensa como la que registran los puertos de Algeciras y Tarifa, la del millón de aves que cruzan a África procedentes de toda Europa dentro de sus rutas migratorias anuales. En el caso de las planeadoras (rapaces y cigüeñas), el Estrecho de Gibraltar es el tercer punto del mundo con una mayor intensidad migratoria, después del Istmo de Tehuantepec en México y de la Península del Sinaí. Y los datos de avistamientos confirman su atracción, aunque con una estabilización tras dos décadas en las que el número de aves ha crecido notablemente.

Según la información recopilada por la Fundación Migres, encargada del seguimiento de las migraciones de aves, el pasado año atravesaron el Estrecho para la invernada en torno a un millón, 445.344 de ellas planeadoras. Destacan en esa cifra el milano negro, con 164.468 ejemplares, y las cigüeñas, con casi 145.000. Los 68.189 abejeros europeos o las 25.662 águilas calzadas también resaltan por unos números positivos que en los últimos años muestran una ralentización del crecimiento que se ha venido dando (con picos al alza y a la baja) desde los 90.

Como explica el coordinador del programa de seguimiento, Alejandro Onrubia, ese fuerte crecimiento en las últimas décadas se debe a la recuperación de las poblaciones de aves que estaban muy amenazadas por el entorno. Hasta los años 80, las rapaces eran consideradas alimañas y había juntas de exterminio para acabar con ellas. En 1984 salió la primera ley para su protección y desde entonces las poblaciones han ido recuperándose, pero en aves que crían poco esa recuperación es lenta, los resultados han empezado a verse décadas después. A ello se suma que el progresivo despoblamiento del mundo rural propicia un aumento de la masa forestal en Europa, algo que también está favoreciendo a estas especies.

Cambio global

Pero hay un factor clave en la nueva distribución de las distintas aves: el cambio global. Este está provocando que haya algunas especies, anteriormente restringidas a la Cuenca Mediterránea, que se expanden hacia el norte. “Ahora se ven cigüeñas en Dinamarca o Águilas culebreras en Centroeuropa”, destaca Onrubia. Y en el caso de España empieza a haber colonias de aves de filiación desértica, como el corredor sahariano, el escribano sahariano o los ratoneros y vencejos moro.

Pero no se producen solo cambios en las áreas de distribución. El cambio climático también se está reflejando en los calendarios de migración: las aves los adelantan o atrasan para llegar en el momento justo al lugar de su invernada. “Necesitan estar justo a tiempo; si llegan demasiado temprano puede que las condiciones climatológicas sean malas y las pongan en peligro; si es tarde, puede que se queden sin alimento”, explica el ornitólogo.

Datos del programa Migres 2019

Ahora, con inviernos más suaves, hay especies que han dejado de migrar. Incluso se está investigando si la existencia de más días de vientos fuertes en el Estrecho está suponiendo que haya aves que se estén quedando la Península, al encontrarse cerrado el túnel aéreo que se abre entre Europa y África.

Para analizar todos estos fenómenos Migres lleva 23 años recopilando datos con campañas de conteos en las que participan técnicos, colaboradores y voluntarios, que se suman a los existentes de años anteriores. Y en general los datos “son buenos, los números que estamos obteniendo muestran que las especies se están adaptando al cambio global. Las especies se siguen recuperando y arrojando buenas cifras”.

Una de las que dio buenas noticias el pasado año fue la pardela balear, en peligro de extinción, mientras que también fue un año excepcional para los vencejos, abejarucos y golondrinas. En el lado contrario, el aguilucho cenizo o el cernícalo primilla, ligados a espacios agrícolas, están en caída. No obstante, insiste Onrubia, los datos son positivos: “Pese a la situación de emergencia climática, no vemos un declive de especies o un desfase de ecosistemas a corto plazo. Y eso es positivo: la naturaleza sigue funcionando”.

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