Tariq en Hispania (II)

ESTAMPAS DE LA HISTORIA DEL CAMPO DE GIBRALTAR

Tariq y el Conde don Julián se refugiaron en el monte Calpe hasta completar el traslado de las tropas desde la costa africana

Tariq en Hispania (II)
Antonio Torremocha

24 de diciembre 2022 - 08:33

Como habían previsto Tariq y el Conde don Julián, con el viento soplando desde el sudeste, los barcos serían empujados directamente hacia la bahía de Calpe, siendo las playas de blanca arena que se localizaban en su fondo, el lugar más a propósito para desembarcar la tropa, los caballos y la impedimenta. Pero, como los cristianos podrían haber situado centinelas en algunos lugares de la costa, temían los dos circunstanciales aliados que, a pesar de la oscuridad de la noche, pudieran percibir las maniobras de aproximación de las embarcaciones. Entonces, decidió Tariq cambiar los planes de desembarco y dirigir la flotilla hacia la parte meridional del monte Calpe, costa áspera y mala para la arribada de embarcaciones, pero por ese mismo motivo, probablemente, libre de los recelosos centinelas cristianos.

Sigilosamente, el navío de Tariq que había adelantado a los otras embarcaciones que le precedían, se aproximó a la costa meridional del monte que estaba formada por un abrupto acantilado a cuyos pies de adivinaba, más que se veía, una delgada playa pedregosa e insegura por la proximidad de unos escollos que el bramar de la rompiente anunciaba. Pero parecía que la fortuna quería favorecer a aquellos arriesgados aventureros. Cuando todos creían estar irremediablemente perdidos y que el casco de la pesada nave se estrellaría contra el traicionero arrecife, la Luna asomó por encima de las nubes y el paisaje se iluminó con una luz difusa pero suficiente para columbrar hacia donde se dirigía el navío y apreciar las características de la costa a la que se aproximaba.

Quedamente, Tariq ordenó al arráez que dirigía la nave que pusiera rumbo a la playita que aparecía como a cincuenta codos de distancia, al mismo tiempo que un marinero viejo y curtido, que hacía el oficio de contramaestre, mandaba a los marinos ceutíes que arriaran la vela y sacaran por encima de la borda las pértigas para mantener el barco alejado de los escollos. Otros lanzaron el ancla al mar y cuatro o cinco saltaron al agua con sogas para fijar la embarcación a la costa. Con estas maniobras, el navío se estabilizó y se detuvo cerca del escarpado litoral.

El peñón de Gibraltar y África vistos desde Gaucín. Grabado editado por Bayard Taylor en 1879.

Tariq y el Conde don Julián, que seguían el desarrollo de las operaciones desde el puente de la embarcación, se tranquilizaron cuando vieron que los otros tres navíos habían logrado también fondear como a un tiro de piedra del lugar en el que ellos se encontraban sin haber sufrido ningún percance. Transcurridas dos horas, se hallaban todos los guerreros, los caballos y la impedimenta en tierra, a resguardo del acantilado de roca gris que cerraba el paso en dirección a la montaña y esperando las órdenes del caudillo bereber. Este, cuando vio que los diferentes escuadrones estaban a salvo en la playa, mandó a los arráeces que se hicieran de nuevo a la mar y que regresaran a Ceuta antes de que las luces del alba delataran la presencia de los navíos y los cristianos pudieran descubrir el lugar de desembarco por el rumbo que tomaban. Así lo hicieron los marinos, no sin antes haber acordado con el jefe de la expedición que volverían cada noche a ese mismo lugar con el resto de la tropa y de los caballos y acémilas que habían quedado en las playas de Ceuta, hasta que todo el ejército se hallara en las boscosas faldas del monte Calpe.

Unos observadores que Tariq había mandado por delante para reconocer el terreno, volvieron al poco rato con la noticia de que, al final de la playa, una hendidura abierta por la naturaleza en el acantilado, permitía ascender por él hasta el bosque de alcornoques que cubría la ladera meridional de la montaña. Hacia ese lugar se dirigieron y, antes del amanecer, se hallaban todos los soldados ocultos debajo de las copas protectoras de los árboles. Sentados sobre la hierba que había crecido en aquel empinado terreno con el inicio de la primavera, Tariq y su aliado hicieron recapitulación de lo acontecido hasta ese momento.

"Aquí nos vemos, amigo Julián", comenzó diciendo el protegido de Musa, "a salvo y cobijados por la protectora arboleda en este monte que representa para nosotros la puerta de Hispania y el germen de nuestra futura fama".

"A salvo y sin que mis correligionarios hayan descubierto vuestros planes", añadió el Conde reclinándose sobre el tronco de uno de los árboles que les servían de refugio y contemplando la línea de blanca arena al otro lado de la bahía, apenas iluminada por las luces del amanecer.

"Sin embargo, a partir de ahora y hasta que el resto de la expedición se haya unido a nosotros en este bosque, hemos de ser precavidos", señaló Tariq. "En el litoral opuesto se divisan algunas columnillas de humo que delatan la presencia de población y varios barcos de pesca faenando cerca de la orilla" y al decirlo, señalaba con su mano derecha la tersa superficie del mar y dos o tres faluchos que se balanceaban cerca de la isla que se alzaba enfrente del poblado que, un año antes, había arrasado Tarif ben Maluk. "Si los pescadores dan la voz de alarma y la guarnición es advertida de nuestra presencia, la empresa habrá fracasado. Es posible que paguemos con nuestras vidas el haber acometido tan arriesgada aventura".

Representación del general Tariq ben Ziyad en la Crónica General de España de 1344.

"Al menos mi cabeza, seguro estoy, que rodará por el suelo, general Tariq", reconoció el cristiano, "pues Rodrigo y sus aliados no perdonarán el que os haya ayudado a entrar en Hispania, aunque haya sido por una causa noble y para restituir a la legítima dinastía en el trono de Toledo".

"Sin embargo, viendo como se han sucedido los acontecimientos, nada parece indicar que nuestros planes estén abocados al fracaso", aseguró Tariq con la intención de infundir ánimo a su aliado cristiano. "Nos hallamos bien resguardados en este solitario y abrupto monte y, si el mal tiempo no lo impide, cada noche llegarán los hombres, caballos y vituallas que quedaron en las playas de Ceuta".

El Conde don Julián pareció tranquilizarse. Tariq tenía razón, pensó: "Estamos en seguridad, bien cobijados bajo esta espesura y sin peligro de que los confiados soldados de Rodrigo accedan a este perdido y abrupto lugar de la costa. Si las cosas no se tuercen, pronto habrán desembarcado hombres suficientes para que ninguna guarnición provinciana represente una seria amenaza".

"Pero, ¿qué haremos a partir de ahora, Tariq?", se interesó el Conde. "Aún sois pocos y podéis sin dificultad ocultaros en este bosque. Pero, con el paso de los días el número de guerreros musulmanes se habrá multiplicado por veinte. ¿Qué podremos hacer cuando eso ocurra? ¿Cómo podréis resguardar de las inquisitivas miradas de los soldados cristianos a tan numerosa tropa y sus cabalgaduras durante el día?".

Tariq, sentado indolentemente sobre la hierba, pero, como buen militar, siempre atento a todo cuanto acontecía a su alrededor, no apartaba la mirada del horizonte del mar.

"No podemos quedarnos de brazos cruzados. En eso tienes razón", señaló el subordinado de Musa. "Cuando anochezca, subiré a lo más alto del monte con un grupo de hombres. Buscaré un lugar elevado y de fácil defensa y empezaré a construir un muro con las piedras que se hallan en los entornos para que sirva de reducto y defensa a los musulmanes".

A partir de aquel día, un nutrido grupo de bereberes y algunos negros de fuertes brazos subían cada noche hasta la cima del monte Calpe para acarrear lajas de piedras con las que se edificó una improvisada fortaleza, hasta que estuvo circundada toda la cumbre de la montaña con un antepecho de piedras. Sin embargo, nadie acudió a pelear con los invasores, entretanto que su contingente aumentaba en número y en poder ofensivo con los destacamentos que, cada noche, los cuatro navíos mercantes del Conde don Julián iban dejando en la playa, a los pies de la montaña que sería conocida, en adelante, con el nombre de su conquistador: Monte de Tariq (Jebel Tariq - Gibraltar).

Vista aérea de la región del Estrecho la bahía de Algeciras, el peñón de Gibraltar y la costa africana.

Mediaba el mes de mayo cuando, habiéndose completado, sin ningún contratiempo importante, el traslado de las tropas desde la costa africana, Tariq decidió iniciar la segunda parte del plan, que consistía en correr la tierra y anexionarse el país en nombre de Musa y del califa de Damasco. Había logrado congregar algo más de 1.700 hombres, más los árabes que Musa le había dejado en Tánger para que acometieran el proceso de islamización de los nativos. Con aquella considerable fuerza, más los bereberes que, consolidada la posición de Calpe, se estaban uniendo a los expedicionarios, podría apoderarse, sin riesgo de ser vencido por las escasas guarniciones asentadas en la región, de todo el sur, desde Calpe a la Laguna de al Janda y la antigua Oba, pero serían insuficientes cuando la noticia de la invasión llegara a Toledo y el rey de los cristianos le hiciera frente con su poderoso ejército, trascendental acontecimiento que no tardaría en producirse.

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