Ingenio, estoicismo y valor. El verdadero Teseo, inventor de los 'maiali' (I)
Los italianos de la Décima
Sobre el papel, parecía ser un medio simple, efectivo y poco costoso de proporcionar a la flota italiana pero a los diseñadores no les había resultado nada fácil conseguir la aprobación oficial
En una ensenada de la costa Sur de la isla de Elba, la misma que siglos atrás los españoles habían sembrado de fortificaciones y que -en su primer exilio- había dado acogida al emperador Bonaparte, se localiza Marina di Campo. Un antiguo núcleo de pescadores que, hoy por hoy, intenta consolidarse un futuro de la mano de sus playas y los deportes náuticos. Cerca del espigón del puerto, se encuentra una pequeña plazuela dedicada a uno de sus hijos predilectos. Se trata concretamente de un oficial de la Regia Marina caído en combate durante la Segunda Guerra Mundial. La que fue su casa natal aparece señalada por una placa y el centro educativo de la localidad ostenta con orgullo su nombre. A pocos metros de él, una instalación en acero obra del escultor Italo Bolani también reivindica su memoria. Es más que evidente que se trata de alguien por el que sus paisanos profesan una respetuosa y profunda devoción.
Pero la cosa no se detiene ahí. Por toda la isla, complejos deportivos, asociaciones de diverso tipo e incluso el acuartelamiento de la misma Guardia di Finanza, lo recuerdan en su denominación oficial. Por lo demás, no hay en Italia museo, ni espacio expositivo, ni centro de documentación dedicado al tema naval, en el que los hitos biográficos del Comandante Teseo Tesei no sean presentados y ensalzados como los indiscutibles avales de uno de sus héroes nacionales más apreciados.
Es posible que para un porcentaje considerable de lectores todo esto pueda parecer algo, en principio, un tanto lejano. Y lo cierto es que, a tenor del lapso cronológico que les separa de los hechos que componen la hoja de servicios de este marino, no deja de asistirles cierta razón. Sin embargo, basta una simple visita al Museo Tecnico Navale de la Spezia y sobre todo al cercano Centro de Mando que las Fuerzas especiales de la Armada italiana poseen en Portovenere, para demostrar cuan inconsistente resulta esa, sin duda, precipitada conclusión.
El primer indicio se presenta cuando, en una de las salas principales del museo, el visitante se topa de pronto con una enorme perspectiva fotográfica del Campo de Gibraltar con el Peñón al fondo y, bajo a ella, un busto en bronce de Teseo Tesei con escafandra de buzo. Pero es sin duda, cerca de la entrada del palacete que sirve de sede al referido mando naval, donde se encuentra la mejor representación material del vínculo que une a este oficial con nuestro entorno cercano y nuestro pasado reciente. Presidido por una versión del busto, se encuentra nada menos que la sección motriz del Siluro a lenta corsa, del 'torpedo de marcha lenta', que en el otoño de 1940, tras ejecutar una operación de ataque contra la base británica de Gibraltar, había llevado al entonces Capitán Tesei hasta la playa de Poniente de La Línea de la Concepción.
Ya en aquellos momentos, se le reconocía como uno de los artífices de estos innovadores ingenios, así como uno de los oficiales más carismáticos de la llamada 1ª Flotilla MAS; una unidad de lanchas torpederas, indiscutida antecesora de la mítica 'Décima MAS', a la que, desde la primavera de 1939, estaban adscritos los oficiales, suboficiales y marineros que integraban la sección submarina de los medios de asalto naval italianos.Si se tiene en cuenta que fueron estos medios de asalto los que hicieron posible las operaciones de ataque de la Regia Marina en la Bahía de Algeciras, la figura del Comandante Tesei constituye sin duda un buen punto de partida a la hora de iniciar esta particular inmersión en la vida y las historias de aquellos marinos italianos que, hace ahora ochenta años, actuaron en esta zona durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando Tesei recorrió la conocida como playa del Espigón, tenía treinta y un años. Había nacido el 3 de enero de 1909 en el seno de una acomodada familia de armadores florentinos que, desde mediados del siglo XIX, se dedicaban a la exportación de vino a Sudamérica. A pesar de lo mencionado al principio, sólo la pura causalidad había hecho que Marina di Campo pueda presentarse hoy como su ciudad natal. La razón de ello es que los Tesei tenían su residencia en Florencia y que sólo en contadas ocasiones, especialmente durante el verano, se trasladaban a la propiedad que poseían en aquella población de la isla de Elba para descansar o pasar sus vacaciones. Lo cual explica, que hubiese sido en sus playas donde el octavo vástago de los Tesei se había enamorado del mar, donde había aprendido a navegar y donde se había fortalecido con la práctica del piragüismo.
La temprana muerte de sus padres le había golpeado cuando aún no había dejado de ser un niño. A partir de ese momento, había quedado al cuidado de un general amigo de la familia que había sido quien, en verdad, se había ocupado de completar su educación y de orientarle profesionalmente. Vinculado a la mar desde su infancia, no es extraño que, con apenas dieciséis años y tras pasar por el Instituto de los Escolapios de Florencia, formalizara su ingreso en la Academia Naval de Livorno. Allí fue donde se había forjado como marino del Corpo del Genio Navale y donde había trabado amistad, entre otros, con el también aspirante a oficial Elios Toschi; una relación que sería determinante para su futura carrera como ingeniero naval y marino de guerra.
En 1931, siendo ya un joven Tenente GN había pasado con brillantez por la Escuela de Ingeniería Naval de Nápoles donde, en 1933, se había graduado entre los primeros de su promoción. Al año siguiente, completó su formación con el curso de buceo que la Marina Real impartía en el Arsenal de San Bartolomeo, integrado en la importante base naval de La Spezia. Fue en estos enclaves donde Tesei había comenzado a hacer realidad el gran proyecto que marcaría su vida profesional, que le traería hasta estas aguas y sobre el que finalmente, cabalgaría hacia la muerte.
Ya desde sus años de academia, Tesei se había sentido más que cautivado por una conocida gesta que dos marinos italianos habían protagonizado durante la pasada Gran Guerra (después conocida como I Guerra Mundial). Empleando un torpedo alemán convenientemente modificado para hacerlo navegar a velocidad reducida, el Teniente médico Paolucci y el Maggiore del Genio Navale Rosetti habían conseguido penetrar en el puerto de Pola y hundir el acorazado austrohúngaro Viribus Unitis. Aunque el empleo táctico de este incipiente e innovador medio de ataque había caído en el olvido con la llegada de la paz, aquel episodio siempre sería para el joven guardiamarina una prueba evidente de que, a base de arrojo e ingenio, David podía vencer a Goliat. Esta era sin duda, una atrayente propuesta para alguien que, como el tiempo se encargaría de demostrar, atesoraba de sobra ambas cualidades.
De hecho, fue ese apasionado interés el que, una década después, le traería hasta la Bahía de Algeciras. Así lo confirmó en sus memorias Elios Toschi, aquel impagable amigo, camarada y cómplice, con el que Tesei pasaría incontables horas enfrascado en el diseño de una versión modernizada de aquella nueva forma de acoso naval.
A mediados de la década de los treinta, después de muchos meses de trabajo, los planos y la pormenorizada memoria del que sería su primer prototipo estaban terminados. Sirviéndose de un torpedo convencional como base, los dos jóvenes oficiales habían conseguido algo completamente nuevo tras practicarle una serie interminable de modificaciones. Tanto es así que las similitudes del nuevo modelo con el torpedo convencional, e incluso con el empleado en 1918, apenas iban más allá de sus proporciones cilíndricas. En la descripción oficial de la Regia Marina, se lo consideraba estructuralmente dividido en cinco partes que bien se podrían agrupar en dos esenciales: La llamada cabeza de servicio, en principio armada con algo más de doscientos kilogramos de alto explosivo y la sección motriz, dotada de un motor eléctrico y unida a la anterior mediante una abrazadera que permitía separarlas con facilidad.
Según la memoria en la que se describía su empleo táctico, todo resultaba tremendamente simple. Montados a horcajadas sobre unos asientos fijos al mismo torpedo, dos operadores se aproximarían hasta el objetivo cubriendo la última parte de la travesía en inmersión para evitar ser descubiertos. El primero de ellos se ocupaba del gobierno del ingenio. Mientras, en el caso de encontrar redes submarinas, barreras de protección o cualquier otro obstáculo, era su segundo quien debía encargarse de eliminarlos y abrir camino hasta que el artefacto se pudiese situar bajo el casco del objetivo elegido, a pocos metros de la misma quilla del buque.
Este último era también el responsable de la operación de minado. De tal suerte que, tras inspeccionar la estructura del casco, volvía a abandonar su asiento. Esta vez para recoger el cabo y las mordazas de sujeción a tornillo que se guardaban en un pequeño cofre-contenedor situado a popa. Sirviéndose de una de ellas, fijaba el extremo del cabo a uno de los alerones de estabilidad del navío. Luego lo enhebraba pasándolo por el anillo de suspensión soldado a la cabeza de servicio para seguidamente, fijar el otro extremo al alerón opuesto con una segunda mordaza.
A continuación, procedía a desprender la cabeza de servicio de la sección motriz, mientras su compañero compensaba la pérdida de peso embarcando lastre hasta conseguir estabilizar el artefacto. La carga explosiva quedaba así suspendida bajo la panza del buque. Por último, mediante un giro de muñeca, procedía a activar la espoleta de tiempo situada en los costados de la misma. Una vez concluida la operación y con el segundo tripulante de vuelta a su asiento, los dos operadores se alejaban rápidamente del lugar a lomos de la sección motriz. Si todo iba bien, la detonación de la carga tenía lugar unas dos horas y media después.
A pesar de que, sobre el papel, parecía ser un medio simple, efectivo y poco costoso de proporcionar a la flota italiana un aguijón ofensivo de enorme interés táctico, a los diseñadores del ingenio no les había resultado nada fácil conseguir la aprobación oficial. De hecho, habían tenido que esperar hasta que la conocida como crisis de Etiopía abriese la posibilidad de un conflicto con Gran Bretaña, para que el Estado Mayor de la Regia Marina comenzara a mostrar cierto interés por el proyecto.
Hay que tener en cuenta que el diseño de la flota italiana se había realizado pensando esencialmente en un enfrentamiento con Francia. Lo cual ayuda a explicar que, a pesar del ambicioso programa de construcciones que se había puesto en marcha, aún se encontrase en franca inferioridad frente a la poderosa Royal Navy. Para los responsables navales italianos se había vuelto de pronto prioritario potenciar todo aquello que permitiese equilibrar esta realidad.
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