Tropelías de aquí y de no tan aquí

Campo chico

No han ido descaminados los que han convertido por unos días el hospital en casa de terror

Lo de San Roque es peor; fruto de la ignorancia de los próceres y de la incultura de sus asesores

En primer plano, la puerta que fue ventana.
En primer plano, la puerta que fue ventana. / E.S.

En San Roque se acaba de rematar la tropelía, corregida y aumentada, que hace tiempo se proyectó, en la antigua Casa Consistorial. En un edifico protegido, referencia ineludible del casco histórico, han convertido una ventana en un túnel peatonal para comunicar la plaza de Armas con la calle de la Prevención. En Algeciras, hace unos años, no llegaron a tanto pero, en una actuación que se diría inspirada en los mismos principios, hicieron una puerta donde había una ventana, con la intención –según parece– de habilitar el cubículo como retén de la policía municipal. En ambos casos se rompe una simetría mantenida durante siglos, esencial para entender la concepción arquitectónica del edificio. En Algeciras fue el Hospital Militar de la calle Convento (Alfonso XI), una institución íntimamente asociada a la historia de la ciudad que empezó a recuperar su habitabilidad tras la fraudulenta toma de Gibraltar en 1704. Una casa construida ese mismo año por un rico gibraltareño llamado Sebastián de Velasco y vendida al Estado en 1775 por sus descendientes, sirvió de base para la construcción de un hospital que sustituyera las sucesivas iniciativas abordadas para prestar la imprescindible atención sanitaria demandada por la actividad militar de la época.

A la derecha, la puerta que fue ventana.
A la derecha, la puerta que fue ventana. / e.s.

No pocas veces se refirió a la conversión en puerta de la ventana del antiguo hospital, el inolvidable librero Carlos Prieto, de cuyo fallecimiento se cumple un lustro este mes. Nuestro viejo amigo, que ahora debe de andar manejando las estanterías del Paraíso, fue un testigo de excepción de los avatares que sufrió en sus últimos tiempos el histórico edificio. Carlos era un librero de libro; quiero decir que si alguien tuviera necesidad de describir a un librero con enjundia, lo haría muy bien describiéndole a él. He frecuentado a muchos y puedo dar fe de que su perfil profesional alcanzaba la categoría de modelo.

Es una pena que nuestros próceres no se hayan puesto a perpetuar su memoria, dando su nombre a algún objeto urbano lo suficientemente digno como para merecer ser llamado así. Era de Linares, como el gran poeta Domingo F. Faílde, que cuando se refería a Carlos lo hacía llamándole “nuestro inefable librero”. Departí largo y tendido con Domingo tanto en la librería de Carlos como en el Cabsy’s, aquel salón de té que tanto echamos de menos en la calle Ancha, hoy tan inhóspita, sobre todo después del desafortunado cierre de El Violinista, una taberna donde sus promotores derrocharon cantidad de buen gusto.

Desde que el edificio de la calle Convento dejó de ser hospital militar y su titularidad fue cedida al Ayuntamiento, se ha dedicado a qué sé yo cuántas cosas. Incluso se fraguó en su seno la idea de crear una imagen de Nª Sª de la Palma, alternativa a la oficial de nuestra iglesia mayor. El párroco, don Sebastián González Araujo, era poco amigo de las exhibiciones paganas y no estaba muy por sacar en procesión a la imagen oficial, hoy cargada de objetos profanos, en algunos casos erráticos. El bastón de mando depositado a los pies de la imagen, tiene en su puño un anillo metálico en el que figuran los nombres romano y árabe de la ciudad. Pero el que está en latín no es Iulia Traducta, que es el que debiera ser, sino Portus Albus, que es el de un enclave que probablemente estuvo en las proximidades del estuario del río Palmones. El alcalde que recibió el edificio debió de decirse, aquí hago yo maravillas, y se puso a la tarea. El conflicto que pudo haber puesto en marcha habría sido mayúsculo, pero no prosperó, probablemente por intersección divina. A poco que hubiera prosperado, ahora tendríamos dos imágenes oficiales para la Virgen de la Palma. Si bien se habrían repartido el peso de los objetos depositados sobre ella y sus proximidades. Recientemente se le ha colocado una llave, que parece que quiere simbolizar la de la ciudad, no obstante no haber sido donada por el alcalde, sino por un cofrade.

No han ido descaminados los que han tenido la ocurrencia de convertir por unos días, el viejo hospital en casa de terror para acoger a uno de los actos celebrados gracias a la iniciativa de esa gente sabia y de bien, que organiza el Algeciras Fantástika; un certamen que también sufrió en su día la desatención de las autoridades y que afortunadamente ya parece consolidado. Cuando el hospital pasó a engrosar el variado, rico y costoso patrimonio inmobiliario del Ayuntamiento, en 1996, Algeciras atravesaba un trance político singular. El localismo alcanzaba cotas que actualizaban las que provocaron la creación del Cantón de Algeciras, en el verano de 1873. La ciudad se adscribió por su cuenta al cantonalismo imperante, desoyendo la llamada de Cádiz, cuyo alcalde, Fermín Salvochea Álvarez (1842-1907) intentaba incorporar el territorio al cantón creado en la capital. Salvochea fue un libertario, un socialista utópico, envuelto en el proyecto disparatado de la Primera República, que lo mejor que tuvo fue su corta duración, de algo menos de dos años; desde febrero de 1873 a diciembre de 1874. Bien que disfrutó empero, de una rica variedad de presidentes, cuatro en total; una media, más o menos, de 5 meses por barba y un precedente de lo que sería la Segunda, menos histriónica pero mucho peor en lo que a consecuencias se refiere.

Fue en esa época cuando se pensó crear una universidad en la ciudad. Se movieron toda clase de hilos para traer lo que fuera con tal de que la palabra universidad o la de facultad aparecieran por algún sitio. La Mancomunidad, con no mucho recorrido todavía, tuvo la acertada iniciativa de crear centros adscritos, pero al Ayuntamiento, que ya había creado “otra” Virgen de la Palma, no le parecía digna esa opción. La iniciativa se puso en manos de inexpertos y todo se hizo mal, precipitadamente y a un alto precio del que todavía se duelen las arcas municipales. El hospital fue el marco elegido para radicar la “universidad” en Algeciras. A Carlos Prieto le divertía apostar por las referencias que se colocaban en el frontispicio del caserón. La Universidad de Cádiz actuaba a la contra, prohibiendo los sucesivos nombres no autorizados que iban exhibiéndose en el muro. Después de unos cuantos años de endeudamiento, producto de la comisión de errores sistemáticos, la UCA creó la llamada Escuela Politécnica y extendió la presencia de facultades situadas en otros lugares de la provincia. Costó mucho enderezar los numerosos entuertos y, aunque con importantes lagunas, sobre todo de profesorado, la UCA decidió servir a la comarca situando un “campus” universitario en Algeciras.

Lo de San Roque es peor, si cabe. Fruto de la ignorancia de los próceres y de la incultura de sus asesores, aderezadas ambas carencias con un más que escaso conocimiento de cómo acudir a las fuentes y con el vicio de transcribir sin citar la procedencia de lo transcrito. En San Roque, como ya he señalado, han hecho todo un túnel a partir de una de las ventanas de la antigua Casa Consistorial, cuya fachada principal tiene cierta semejanza con la del hospital militar de Algeciras y la ventana eliminada hace juego en posición con la de aquel. No deja de ser un brindis al sarcasmo, convertir en “centro de arte”, un edificio mutilado en el que por si fuera poco, se ha alterado torpemente una vidriera colocada en el rellano de la escalera interior, en 1953. La vidriera, sería diseñada a partir de un boceto original de José Domingo de Mena, que fuera cronista oficial de la ciudad y del que Pleguezuelos, del IECG, dice “fue pintor, escritor, poeta y defensor a ultranza de la españolidad de Gibraltar y del patrimonio sanroqueño”. En la mitad inferior de la vidriera, sobre una imagen del Peñón se sitúa el escudo de San Roque entre las páginas de un libro en las que se puede leer la frase “muy noble y muy leal ciudad de San Roque donde reside la de Gibraltar”. Al fondo está el águila de San Juan, conocidísimo icono del evangelista, que fue adoptado por los Reyes Católicos, en el siglo XV, para su escudo de armas.

El águila de la vidriera ha sido borrada y sustituida por un torpe nublado grisáceo que sugiere una tormenta sobre el legado de la Historia. Lamentable decisión y oscuro proceder en el que se presume la necedad y el mal gusto de sus autores y, aún más, de sus instigadores. La errónea asociación del águila de San Juan, como el yugo y las flechas, con símbolos de la etapa política presidida por el general Franco, está en la trastienda de estas salvajadas que inspiran vergüenza ajena y anuncian la existencia de un regular analfabetismo funcional institucional. La historia es vieja y ya hubo una iniciativa, no ya en el sentido de modificar el diseño de la vidriera sino, simplemente, en hacerla desaparecer, lo que en todo caso, habría sido un disparate de menor cuantía que el llevado a cabo por la actual Corporación. En aquella ocasión el PSOE gobernaba con mayoría absoluta y la moción, parece ser que de Izquierda Unida, fue rechazada.

Palacio de España en Roma, 1480.
Palacio de España en Roma, 1480. / E.S.
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