Historia (rota) de dos ciudades
Medio siglo del cierre de la verja de Gibraltar
La Línea y Gibraltar quedaron divididas por una cancela que separó a familias y amigos durante 13 años
La herida por el golpe sigue abierta 50 años después
Aquel domingo murió el célebre actor Robert Taylor y en cabo Kennedy, el Apolo 11 se preparaba para el viaje más largo jamás realizado por el hombre. EEUU entraba en la última fase de la guerra de Vietnam y John Lennon acaba de grabar en la habitación de un hotel en Montreal Give peace a chance (Dadle una oportunidad a la paz). Justo cuando el reloj de la torre de la iglesia de La Inmaculada de La Línea marcó las once y media de la noche, el grupo de policías que hacía guardia en el paso fronterizo con Gibraltar se acercó a la cancela de hierro y uno de los agentes echó el candado. En ese momento nació el segundo muro de la vergüenza de Europa. No sabía aquel policía que aquel gesto marcaría para siempre la historia, la sociedad e incluso el carácter de las dos poblaciones, que fueron forzadas a vivir separadas hasta el 14 de diciembre de 1982. Trece años de infamia. Aquel 8 de junio de 1969, el dictador Francisco Franco cerró la frontera y condenó a miles de linenses y gibraltareños -padres, madres, hijos, hermanos, amigos…- a una tragedia humana de proporciones incalculables. Hoy se cumplen 50 años de un error que lastró quién sabe con qué profundidad, la economía de La Línea y con ella la de todo el Campo de Gibraltar.
En ambos lados, la Verja -levantada por primera vez por los británicos a finales del siglo XIX- era un hervidero de periodistas llegados de diversas partes del mundo. En el gibraltareño, medio millar de ciudadanos enarbolaban banderas inglesas mientras entonaban canciones populares españolas. Cuando se caldeó el ambiente se profirieron insultos contra las autoridades españolas. Era el origen de un sentimiento de animadversión hacia España que nunca antes se había producido -al menos de forma mayoritaria y con tal virulencia- y que se reproduciría con los años.
Para empezar aquel 8 de junio se quedaron sin trabajo 4.778 españoles. 4.778 familias. Esa es la cifra que se dio entonces. Ahora se sabe que podrían llegar a los 5.057. 3.895 eran de La Línea, 501 cruzaban cada día de Algeciras, de San Roque llegaban 353 y, de Los Barrios, 29. Aproximadamente aquello supuso que el 30% de los puestos de trabajo de la Roca se quedaron vacíos de un golpe de candado. En el Campo de Gibraltar había entonces 3.500 desempleados que no podían acceder a los subsidios porque no habían cotizado y se dedicaban al contrabando. O viceversa.
El Gobierno español les prometió que les abonaría el sueldo íntegro “real, no el que tenían declarado”. Se había desplazado a la comarca un grupo de técnicos del Ministerio de Trabajo para determinar cómo se iba a dar empleo a tantos ciudadanos.
En Algeciras y en La Línea se sucedían las reuniones, las asambleas, todas dominadas por la incertidumbre y la desolación que escondió el entonces alcalde linense, Pedro Alfageme González, con un telegrama enviado al jefe de la Casa Civil del jefe del Estado en el que le pedía que le hiciese llegar a Franco, en nombre suyo y en el del pueblo de La Línea, el “sentimiento de adhesión y entusiasmo por medidas que liberan a la ciudad de la servidumbre colonial”. Hablaba también de una nueva etapa de prosperidad y trabajo.
La única conexión que quedó en funcionamiento entre España y la Roca fue el ferry que cubría el trayecto desde Algeciras, aunque aquel lunes no lo tomó ningún español y sí un grupo de turistas que estaban en la Costa del Sol y querían visitar el Peñón. El día 27 se suspendió también este barco y el 1 de octubre, Franco cerró las líneas telefónicas y telegráficas.
Las crónicas de aquellos días se afanaban en evidenciar el duro palo que supuso para Gibraltar, que amaneció el lunes con los servicios paralizados. Apenas se nombraba a La Línea, a la postre la gran víctima de la decisión de Franco. En el Peñón no se publicaron los periódicos (el histórico Gibraltar Chronicle y el Evening Post) y los militares de la base naval tuvieron que distribuirse para elaborar el pan y repartir alimentos. Los sindicatos hicieron un llamamiento para que la “fuerza laboral” local ayudara a seguir adelante a las empresas. Se hablaba de importar trabajadores, principalmente de Marruecos, con urgencia.
Desde aquel día y durante 13 años, las familias que quedaron rotas, para poder encontrarse en persona, tenían que dar un rodeo por Tánger en barco. El que no tenía dinero, tenía que conformarse con hablar de verja a verja (unos 100 metros) a gritos o con emisoras de radioaficionados en banda ciudadana CB-27.
Franco no tenía intención de cerrar la Verja, al menos a cal y canto. Había dado algún aviso –En 1966, por ejemplo, se impidió que las mujeres de La Línea, unas 3.000, siguieran trabajando en la colonia británica– pero más que nada por asustar. Barajaba opciones menos radicales, tranquilizado por el apoyo de la ONU al proceso de descolonización, ya que en un principio temía que éste se llevara a cabo bajo la premisa de la autodeterminación. Los acontecimientos se sucedieron después de la convocatoria por el Reino Unido, en mayo de 1969, de una conferencia constitucional en Londres, de la que salió una ley fundamental en cuyo preámbulo se decía que “el Gobierno de Su Majestad [británica] no concertará acuerdo alguno en cuya virtud el pueblo gibraltareño pase a depender de la soberanía de otro Estado contra su voluntad, libre y democráticamente expresada”. Así respondía el Reino Unido a la última resolución de la ONU, que le instaba a culminar la descolonización de Gibraltar antes del 1 de octubre de 1969.
España se acogió a la cláusula final del artículo X del Tratado de Utrecht, que dice: “Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere conveniente dar, vender, enajenar de cualquier modo la propiedad de la dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros para redimirla”. Por tanto, para España, cualquier cambio en el estatus jurídico de Gibraltar debía tener su visto bueno.
Tres años antes del cierre de la Verja, en unas reuniones entre el ministro español de Exteriores, Fernando Castiella, y el secretario del Foreing Office, Michael Stewart, el primero reiteró la propuesta tradicional de Franco: que el Reino Unido reconociera la soberanía española y, a cambio, le permitiría conservar la base naval. El Gobierno británico presentó una proposición de resolución basada en la creación de un clima de confianza, el derribo de la verja, la aceptación de un agente español en Gibraltar y el uso compartido del aeropuerto y la base naval en tiempos de paz. España reaccionó con sanciones y la prohibición de sobrevolar el espacio aéreo español a lo aviones británicos. En junio de 1967, el Reino Unido propuso la realización de un referéndum entre la población gibraltareña con el fin de conocer si quería alinearse con la propuesta de Castiella o mantener el vínculo con Reino Unido. Ese referéndum se celebró el 10 de septiembre y el resultado fue, como cabía esperar, enorme a favor de fortalecer los lazos británicos con las instituciones locales democráticas. El Reino Unido creó una Conferencia Constitucional para la elaboración de la Constitución de Gibraltar, que finalmente se aprobó el 30 de mayo de 1969 y que incluía un preámbulo que era toda una declaración de intenciones, pues aseguraba que Gibraltar permanecería bajo los dominios británicos hasta que una ley del Parlamento lo estipulara, así como el Gobierno británico nunca llegaría a acuerdos de soberanía con otro Estado contra los deseos democráticamente y libremente expresados de la población de Gibraltar. La respuesta española fue dar el cerrojazo. Se suponía que para presionar a Gibraltar porque en La Línea no había “disgusto alguno”, según los periódicos de la época.
La realidad es que la ciudad perdió en dos años la mitad de su población. Se calcula que unas 36.000 personas, cinco mil familias, se marcharon. El golpe todavía lo está pagando la ciudad. Y todo empezó tal día como hoy, hace 50 años. Que no se olvide.
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