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Vuelta al cole, vuelta a Europa

Operación Paso del Estrecho 2019

Cambian las tornas en la Operación Paso del Estrecho: ahora es la Península la que recibe a todos los que vuelven al viejo continente a pasar el invierno

Hay 812.412 marroquíes censados en España, mientras en Francia residen cerca de 922.000

Unos pies reposados sobre la guantera de un coche antes de pasar el control de aduanas en el Puerto de Algeciras. / Erasmo Fenoy
Miguel Flores Hormigo

02 de septiembre 2019 - 05:00

Algeciras/La vorágine en los puertos de Algeciras y Tarifa ha acabado, y ahora es turno de que sean los de Tánger y Ceuta los que se abarroten de silbidos y cláxones. Aunque los controles de aduana embotellan de vez en cuando la salida del puerto, ya no hay derrapes ni bullas por entrar en barco alguno: calmos y sonrientes, los marroquíes que viven alrededor del viejo continente dan por concluido su verano cuando vuelven a pisar Europa.

En Francia, la rentrée del dos de septiembre viene con reservas de tayín y menta fresca para las cocinas. Casi un millón de marroquíes (922.000) viven entre Perpiñán y Calais, aunque más cuantiosos son los 1.151.000 argelino-franceses (Institut national de la statistique, INSEE). O argelinos franceses. O franceses argelinos. El debate de la identidad también divide a los que cruzan por Algeciras después de las vacaciones en su Marruecos natal: “Somos más marroquíes que franceses. Conservamos las tradiciones y costumbres de allí, aunque vivamos aquí”, dice Jawaad desde su Mercedes blanco, refiriéndose con “aquí” a la lejana Francia y con “allí” a un país a unos escasos veinte kilómetros.

Jawaad nació en Taza, cerca de Fez, pero creció a las afueras de Toulouse. Por el contrario, Nadesh y Omar, padres de dos niñas de ojos marrón canela, nacieron en Burdeos de padres rabatíes. Las dos pequeñas, con tatuajes de henna de hombro a muñeca, dicen tener ganas de volver al cole. “Somos franceses. De origen marroquí, pero franceses”, sostiene el padre de la familia, avanzando en la cola para pasar aduanas en un Renault Kadjar después de tres semanas en Rabat. Tampoco cree Omar que Marruecos deba intentar parecerse a Europa: “Hay costumbres y hábitos a los que la gente está acostumbrada. Eso es difícil de cambiar. Además, decir que la gente vive mal allí es generalizar: si luchas y trabajas, la vida no tiene por qué ser nada dura”. Nadesh le replica: “¿De verdad piensas así? La vida en Francia es más fácil: hay mil veces más trabajo, todo está bien organizado... Puedes acceder a la administración por Internet, incluso”. “Porque pagamos impuestos. Allí apenas pagan –defiende Omar, refiriéndose él también a la vecina África con la palabra allí–. En cualquier caso, pienso que Marruecos lleva tiempo mejorando ambiciosamente. Va por el buen camino”.

Dos pasajeros recién desembarcados en Algeciras saludan desde su coche. / Erasmo Fenoy

En España, son 812.412 los marroquíes censados (Instituto Nacional de Estadística, INE). Muawiya salió sola de Larache en 2002 buscando trabajo. Lleva diecisiete veranos cruzando el Estrecho para ver a la familia, cada vez más a pesar de su hijo Waadi, a quien no le gusta Marruecos. Va en el coche escuchando Los 40, ansioso por regresar a Huelva. “Pero tenemos que venir –suspira Muawiya–. Y me voy preocupada, porque he dejado a mi madre mayor sola”, lamenta mientras seca con un clínex sus ojos recién descargados. A la hija de Saad, en cambio, sí que le gusta el país de sus padres: “Prefiero Alicante, pero también estoy acostumbrada a pasar temporadas en Tánger. Me siento cómoda en Marruecos y me encanta tener las dos culturas en casa”. Saad lleva aún más tiempo que Muawiya en España: 34 años. Regresa de su semana en las playas de la orilla sur del Estrecho diciendo: “A estas alturas, soy de los dos sitios por igual”.

Kontar, de Casablanca, también se encuentra a gusto en Castellón. Se alegra de no haberse decidido por marchar a Francia hace quince años: “Allí todo es trabajo, y aquí me gusta la vida. En España están más acostumbrados a los extranjeros: hay de Sudamérica, África, todo”. Hace siete años trajo a su mujer, Zahira. Hoy trabaja en una fábrica de azulejos. Se consideran marroquíes ante todo, pero no se plantean dejar la tierra que para ellos es su casa: “Con ir una vez al año a la playa de El Yadida y a la mezquita de Hassan II estoy más que conformado”. Murad, de nueve años, le susurra desde el asiento de atrás: “Papá, se dice conforme”. Padres e hijo rompen en una risa.

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