Una mañana de mucho trajín y a oscuras en Algeciras

Apagón en el Campo de Gibraltar

Los clientes de bares y restaurantes del centro de la ciudad agotaron las existencias ante el temor de no poder cocinar en sus casas

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Los hermanos Lisania y Luigi, en La mar de bien
Los hermanos Lisania y Luigi, en La Mar de Bien / F.E.

Algeciras/Como caída del cielo, Paco recibió sobre las diez de la mañana una llamada de su compañía de seguros ofreciéndole una ampliación de su póliza para cubrir contingencias que pudieran afectar al restaurante del que es propietario, De Camino, en el centro de Algeciras. Dicho hecho: “Lo siento por ellos, pero mañana mismo reclamaré ”. Con el negocio a oscuras, la clientela fiel ha ocupado las mesas exteriores. “A quienes conozco les he fiado, son buenas personas”, afirma mientras comienza a recoger. El susto ha pasado.

Paco, propietario de De Camino.
Paco, propietario de De Camino. / F.E.

Se rozó la catástrofe durante unas horas y el temor a perder el género almacenado por falta de refrigeración se dejaba ver, principalmente, en el semblante de los dueños de las tiendas de congelados y carnicerías, pero con la ciudad a oscuras y con muchas personas sin poder cocinar en sus casas, las tapas frías, los embutidos y el pan volaron de los bares de la zona, lugar de paso permanente y donde abundan las oficinas, las sucursales bancarias y las tiendas.

También fió el pago de la cuenta a muchos de sus clientes Cristóbal, dueño de La Brujidera, un bar clásico de desayunos y tapas situado a cuatro pasos del Ayuntamiento de Algeciras, en la misma calle Convento: “Ya me había traído un congelador para llevarme todo a mi casa en el campo. Allí tengo placas solares y un generador”. Lo ocurrido, advierte, debe servir para aprender la lección y que “no nos coja con los pantalones bajados”. “La incertidumbre ha sido tremenda”, sentencia con la seguridad de un analista bursátil que ha visto desplomarse y recuperarse en el lapso de pocas horas el valor de unas acciones.

Cristóbal, copropietario de La Brujidera.
Cristóbal, copropietario de La Brujidera. / F.E.
“La gente se pedía un café, pero al no funcionar la máquina, lo cambiaban por una cerveza”, afirma Eli, camarera del Mercedes

La vitrina del Mercedes aparece desierta pasadas las cuatro de la tarde, con la tele recién resucitada. A las 16:13 se oyen gritos de júbilo, como si Iván Turrillo hubiese marcado el gol de un ascenso en el Nuevo Mirador, aunque la felicidad viene dada esta vez porque la luz ha regresado. Eli comparte con sus compañeros algo de comida, la poca con la que no han arrasado los clientes, en la barra de este bar, el de más tradición de la Plaza Alta. Los restos de unos paquetes de patatas fritas abiertos sobre la barra y una montaña de platos y vasos por fregar dan fe del trajín de las horas pasadas. La caras de cansancio de todos ellos aventuran que caerán redondos en sus camas. “La gente se pedía un café, pero al no funcionar la máquina, lo cambiaban por una cerveza”, afirma como reflejo de una jornada extraña en la que a casi todo el mundo, sin saber muy el porqué, le entraron las prisas.

Eli, camarera del bar Mercedes, junto a una de sus compañeras.
Eli, camarera del bar Mercedes, junto a una de sus compañeras. / F.E.

La terraza aledaña del Okay está prácticamente desierta pese a ser la hora del café. Las palomas picotean en el suelo al tiempo que los camareros se preparan para afrontar una tarde movidita. En el interior, un par de mesas están recién ocupadas. Los ojos de los presentes se paralizan observando las lámparas encendidas, como si se tratasen de un invento recién estrenado cuya fiabilidad está por demostrar. El turno de la tarde espera que la cosas se acaben de normalizar, sin más sobresaltos.

Lisania, dominicana de ojos negros; Ruby, boliviana tan resolutiva como la anterior, y Luigi, hermano de la primera y fiel de la balanza, componen la joven triada de La Mar de Bien. El puchero de mérito que cada lunes despachan a sus clientes se pudo elaborar en la candela de gas, con todos los avíos en su punto. Eso sí, en la pequeña cocina, la jefita Lisania trabajó alumbrada por una linterna. “Nos hemos quedado sin comida, la gente se lo ha llevado todo, pero se ha mostrado muy agradecida”, complementa Ruby. “¿Qué más quiere saber la prensa?”, pregunta a la vez que apura su almuerzo.

La terraza del Okay, sin clientes en la Plaza Alta.
La terraza del Okay, sin clientes en la Plaza Alta. / F.E.
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