El tren ayuda a muchas familias a subsistir durante la posguerra

Las viudas aprovechan el ferrocarril para 'trapichear' y sacar adelante a sus hijos

Y. G. T. / Jimena

07 de noviembre 2010 - 01:00

Durante algo más de un siglo, la vida en el núcleo de Los Ángeles se ha desarrollado en torno a la estación de ferrocarril. Lugar de paso, de juegos para los niños o de paseos para los jóvenes, la estación era el lugar clave para esta población. Antes de su implantación ya existían algunos cortijos, pero es con el tren cuando comienza a crecer la población.

Ligado al ferrocarril y tras la Guerra Civil, surge la figura de las matuteras, antecesoras de las actuales mujeres que sacan los cartones de tabaco de Gibraltar para venderlo en el resto de la comarca. Juan María Vega, gran aficionado a la historia y natural de Los Ángeles, lo explica con detalle tras investigar y conocer testimonios de la vida de estas mujeres. "Son mujeres que vivieron las posguerra con especial dureza, la mayoría se quedaron viudas con niños pequeños y tuvieron que buscarse la vida como pudieron", añade Juan María Vega, quien destaca que quedaron totalmente desamparadas sin un medio de vida para subsistir.

Estas mujeres encontraron en el tren su modo de vida. Tenían varias alternativas. Algunas tomaban el primer tren hasta San Roque, para después llegar hasta La Línea y Gibraltar, donde compraban productos ingleses a bajo precio que después vendían en Jimena. Sus andanzas fueron descubiertas y perseguidas por la Guardia Civil, por lo que muchas de ellas hacían el camino de vuelta campo a través. Algunas iban acompañadas de sus hijas mayores. Los testimonios de estas últimas han posibilitado a Vega avanzar en sus investigaciones. "Una de ellas me contaba que era tal el miedo a la Guardia Civil -las perseguía de manera incansable-, que preferían eludir a los agentes introduciéndose en una finca de ganadería brava en Castellar", añade.

Otro de los recorridos que hacían estas improvisadas vendedoras consistía en tomar el tren hasta Ronda, donde compraban chacinas más baratas que en la comarca y después las vendían en el municipio.

La forma de vida de la época era muy dispar para estas amas de casa y trabajadoras sin remuneración. Subían al monte, lugar en el que trabajaba mucha gente, -leñadores, carboneros, corcheros-, y allí vendían sus productos. Después hacían acopio de frutos silvestres, como espárragos, tagarninas o castañas y los vendían en el pueblo. "Todo esto no daba para lujos, pero sí les permitía tener un plato en la mesa cada día y sacar adelante a sus hijos", relata Juan María Vega.

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