La berrea: el bramido de Los Alcornocales
Medio ambiente
El cálido temporal y la idoneidad del hábitat empujan a los ciervos machos a desplegar todas sus dotes para cortejar a las hembras
Galería de la berrea en Los Alcornocales
El mes de septiembre revive un año más un increíble espectáculo de la naturaleza: la berrea del ciervo. Este fenómeno lleva produciéndose en el Parque natural de Los Alcornocales desde tiempos inmemoriales, como atestiguan las pinturas rupestres en numerosas cuevas, que cuentan con una abrumadora representación de cérvidos. Un gran exponente de ello es la cueva del Bacinete, en Los Barrios, con dibujos que datan de entre 6.000 a 7.000 años de antigüedad.
La berrea recibe este nombre por el berrido del ciervo macho cuando está en celo. Se trata, en especial, de un sonido gutural que emiten para intimidar a otros machos y atraer a las hembras. Por este motivo, en esta época del año se puede presenciar otra secuencia especial: la lucha entre machos por imponer su dominio sobre un grupo de hembras, ya que dependen de ello para reproducirse.
No es extraño que tras sucesivos enfrentamientos a lo largo del mes -que, además, lo pasan sin apenas comer- se pueda observar algunos ciervos muertos a causa de los enfrentamientos con otros machos de su especie. Tal es la importancia del momento vital que atraviesan, una cuestión que puede llegar a ser de vida o muerte dado el caso.
El bosque mediterráneo enclavado en el borde suroccidental de la cordillera Bética es el escenario para este singular acontecimiento que se produce cada septiembre -entre los días 15 y 26, aproximadamente- coincidiendo con unas horas de luz que favorecen la reactivación del momento de la reproducción. Una basta fauna asiste de igual modo a este fenómeno: cigüeñas, milanos, halcones abejeros, águilas calzadas, culebreras, buitres, ginetas, nutrias, tejones, garduñas, cabras montesas y corzos.
Para presenciar este espectáculo hay que recorrer angostos y escarpados caminos que nos separan de estos excepcionales herbívoros, bastante alejados del bullicio de las ciudades costeras y el turismo de masas. Su ambiente es cercano a los paisajes rurales, los típicos pueblos blancos de la serranía ubicados en el extremo norte del Campo de Gibraltar, en laderas con abundante arenisca que emergieron en tiempos de la orogenia alpina, entre 37 y 24 millones de años atrás.
El virgen territorio del Parque de Los Alcornocales encuentra además dos grandes ríos, el Guadiaro, uno de los principales de la cuenca mediterránea con 79 km de longitud, y el Hozgarganta, uno de sus afluentes. Ambos nacen en la provincia de Málaga y vienen a desembocar en la costa campogibraltareña.
El cálido temporal y la idoneidad del hábitat empujan a los ciervos a descuidar la prudencia que les caracteriza, pues durante todo el año tratan de pasar desapercibidos en la densidad de los bosques de alcornocales, saliendo con sutileza a alimentarse durante las noches para evitar ser presas de otros animales. Durante la berrea, movidos por el celo, pasan los días en dura pugna por lograr reproducirse mostrando con voluptuosidad bramidos guturales y violentas embestidas a quienes se interpongan en su camino.
Las cornamentas
El macho tiene un tiempo de vida estimado de trece años, alcanzando su madurez a los ocho. Es en ese momento cuando desarrolla su cornamenta al máximo. La puntiaguda terminación de estos animales está compuesta de trifosfato cálcico, es decir, el mismo material que los huesos. La cuerna es especialmente peligrosa debido a su forma afilada y la fuerza con la que pueden embestir estos seres.
Durante los meses de marzo y abril pierden sus vistosos cuernos, para desarrollar una nueva con más vigorosidad y grosor, que es lo que verdaderamente destaca la cornamenta de estos animales, aunque, a simple vista, lo que llama la atención es el incremento de puntas, pudiendo llegar a tener cerca de veinte según el espécimen.
A diferencia de sus congéneres, las hembras tienen un tiempo estimado de vida mucho más amplio, hasta veinte años, siendo fértiles a partir de los tres. Durante toda su existencia presencian a los ciervos macho, de entre 1,75 a 2,00 metros de altura y de hasta cien kilos, luchando por su supremacía.
El ronquido del gamo
A los berridos de los ciervos se les une los ronquidos del gamo, un sonido que tiene el mismo propósito de su compañero cérvido: seducir a las hembras y ahuyentar a otros machos. Una escena doblemente especial cuando coinciden en espacio y tiempo y se alternan ambos berridos.
Durante el día se puede admirar cómo los ciervos más jóvenes se intentan acercar a los grupos de hembras mientras estas están custodiadas por los machos adultos. He aquí la vida, la berrea en su esplendor. Berridos, estampidas, breves persecuciones y huidas. Un espectáculo autóctono digno de los mejores documentales sobre fauna.
Cae la noche, signo natural del fin de la jornada para los humanos, pero la berrea seguirá, prolongándose aún más entre los oscuros parajes del Parque de Los Alcornocales. Las imágenes narradas se prolongarán con la presencia de nuevos competidores. Y más violencia también. Un hecho tan mundano y animal como mágico y fantástico. Así es la berrea en los Alcornocales.
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