Del asesinato de Blas Infante
Campo chico
Fue padre de una familia numerosa, leal a sus principios y bueno con los que le rodearon
Del asesinato de Blas Infante se cumplen estos días ochenta y cinco años. Fue un hombre que se rebeló contra la marginación de Andalucía y la que sufría la gran mayoría de los andaluces en su propia tierra. En su asesinato, perpetrado cobardemente, con alevosía y nocturnidad en la madrugada del 10 al 11 de agosto de 1936, residía la mala simiente de la envidia y la venganza. La familia de su esposa, originaria de Peñaflor, Angustias García Parias, tuvo que ver en ello.
Pedro Parias González, tío de Angustias, era el Gobernador Civil de Sevilla en aquellas fechas. Había sido nombrado por el general Queipo de Llano, del que era compañero de promoción de la Academia de Caballería, bien que se tenían por distantes desde el punto de vista ideológico. Parias era monárquico, militante junto a dos de sus hermanos en el pseudopartido denominado Unión Patriótica y amigo del general Primo de Rivera. Se dice que participó en la llamada Sanjurjada, el complot antirrepublicano del 10 de agosto de 1932. Queipo de Llano era republicano; su complicidad con el general Franco no estaba motivada por el sistema sino por la manifiesta incompetencia de sus administradores. De hecho la reacción militar contra la República exhibía en los primeros instantes, la bandera tricolor.
Hay una considerable documentación sobre lo ocurrido. Blas Infante nunca fue bien visto por la familia de Angustias. Menos aún cuando Infante adquirió un claro protagonismo en defensa de la identidad política de Andalucía. Es necesario situarlo en su contexto; el Gobierno de la República pretendía una regionalización de España en la que primarían los viejos privilegios del País Vasco y Cataluña. En Galicia surgiría un movimiento autonomista y en Andalucía, ese movimiento estaría no sólo liderado sino fundamentado, entre otros, por Blas Infante.
Situar al andalucismo político y a Blas Infante, en concreto, en la línea de los nacionalismos del norte o es malintencionado o es fruto de la más completa ignorancia. Naturalmente que pueden extraerse rasgos separatistas en aquellos tenebrosos tiempos dominados por el caos político y social, pero el andalucismo fue un movimiento integrador: “Andalucía es la España más España” era una frase repetida por Infante. El lema: “Andalucía, por sí, para España y la Humanidad” no puede ser más lejano a cualquier clase de separatismo. Es evidente, por otra parte, el escaso éxito y el nulo arraigo de tendencias nacionalistas en Andalucía.
Los Pérez de Vargas constituían una familia de propietarios y labradores de Casares, a la que pertenecía Infante. Su madre, Ginesa Pérez de Vargas Romo, era la hija de Ignacio, alcalde de la ciudad por muchos años, que sostuvo la educación y posterior promoción de Blas, un alumno no demasiado brillante en sus resultados académicos, pero de una extraordinaria curiosidad e interés por el conocimiento. Estudió en los Escolapios de Archidona y en la antigua institución educativa de arraigado sentimiento religioso, Aguilar y Eslava, de Cabra, cuya Fundación ha sido galardonada recientemente, en 2019, con la Medalla de Oro de Andalucía. Infante trabajó en el juzgado de Casares mientras cursaba como alumno libre, la carrera de Derecho en la Universidad de Granada. Se licenció en 1906 y tres años más tarde aprobaría la oposición a Notaría. En 1910, con veinticinco años, era notario de Cantillana. Cinco años después, en 1915, aparecería su obra más representativa, el Ideal Andaluz.
No es difícil imaginar cuánto haría Angustias, sobrina del gobernador de Sevilla en el momento de la detención, para librar a su marido cuando menos de la muerte. Ni tampoco las gestiones que llevarían a cabo sus primos hermanos; Rodrigo Molina, más tarde notario de Madrid, muy estimado amigo de personalidades cercanas al general Franco, e Ignacio Molina, capitán de la Guardia Civil entonces, que sería con el tiempo jefe del servicio de información militar del Campo de Gibraltar. Cabe suponer que el hecho de haber sido asesinados en Casares, una decena de miembros de la familia de Blas Infante, algún niño y algún menor entre ellos, de manos de los braceros armados por la República, representaría algún tipo de atenuante. Todo fue inútil, el gobernador Pedro Parias, del que todo dependía en la Sevilla de entonces, decidió que era el momento de acabar con aquel notario rojo que desafió a su familia casándose con su sobrina. Debió de dar órdenes para que aquel revolucionario andaluz, padre de cuatro hijos pequeños, fuera tiroteado sin piedad a las afueras de Sevilla.
Luego, la leyenda, la descontextualización de las circunstancias políticas y sociales, las verdades a medias y las falsas e intencionadas interpretaciones. El hecho: un hombre asesinado, padre de una familia numerosa, que fue leal a sus principios y bueno con todos los que le rodearon. Que quiso una Andalucía mejor, en la que los campesinos andaluces pudieran vivir como dios manda, en una España mejor, en la que todas las regiones pudieran salvaguardar su identidad y la dignidad de sus ciudadanos.
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