Corsarios independentistas hispanoamericanos y contrabando en aguas del Estrecho de Gibraltar (I)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

La Década Ominosa, último periodo del reinado de Fernando VII, contempla en el estrecho de Gibraltar la presencia de los últimos corsarios españoles y la de los corsarios independentistas que luchan por la independencia americana

Al mismo tiempo se produce un crecimiento significativo del contrabando que desde Gibraltar se introduce de forma ilegal en España

Un jabeque del siglo XVIII en la pintura de A. Cortellini y Sánchez 'Antonio Barceló, con su jabeque correo, rechaza a dos galeotas argelinas (1738).
Un jabeque del siglo XVIII en la pintura de A. Cortellini y Sánchez 'Antonio Barceló, con su jabeque correo, rechaza a dos galeotas argelinas (1738).
Mario L. Ocaña

05 de agosto 2024 - 02:00

El corso insurgente

Durante la última etapa del reinado de Fernando VII –la “Década Ominosa”–, el proceso independentista iniciado en los territorios del Imperio español en América años atrás no se había detenido. Es más, a partir de la década de 1820 se había convertido en irreversible de forma que hacia 1825, salvo los territorios insulares de Cuba y Puerto Rico, el Imperio español en América había dejado de existir.

La lucha contra la Corona española no fue un conflicto exclusivamente terrestre, ni siquiera circunscrito a las tierras o los mares de América. La guerra marítima se extendió por los océanos Pacífico y Atlántico. Sus protagonistas fueron embarcaciones armadas que ejercieron la guerra de corso contra España, no solo en las aguas del Caribe o las costas del Pacífico que nominalmente estaban bajo el control español, sino que sus incursiones se llevaron a cabo en aguas atlánticas y mediterráneas españolas.

El corso, llamado “insurgente” por los españoles que defendían la legitimidad de la Corona española frente a las aspiraciones de independencia criolla, nació como consecuencia de no existir, en los momentos de conflicto abierto entre ambos contendientes, ninguna armada nacional ni estados reconocidos por la comunidad internacional entre los aspirantes a sacudirse el dominio español.

El corso insurgente contó desde el primer momento con el apoyo de las potencias enemigas de España, que esperaban ver la apertura de rutas comerciales con los territorios americanos tras la pérdida del control español sobre el continente. Entre ellos ingleses, franceses o norteamericanos, principalmente. Como más adelante veremos son hombres de estas nacionalidades, especialmente norteamericanos, los que ejercerán el corso marítimo en las aguas del estrecho de Gibraltar y sus proximidades a bordo de barcos con diferentes pabellones.

Existe un hecho determinante en el crecimiento del corso insurgente en América a partir de 1808. No es otro que el fin de los enfrentamientos anglo-españoles que se habían mantenido activos durante gran parte del siglo XVIII pero que sufren un giro radical con la invasión de España por la Francia napoleónica. La consecuencia, en lo tocante al tema del corso, es que los corsarios ingleses que habían sido una pesadilla para el comercio marítimo español dejaron de serlo.

Unos se incorporaron a la Royal Navy; otros se convirtieron en piratas al margen de cualquier ley y otros se ofrecieron como corsarios a los intereses de los criollos americanos que luchaban por independizarse de España.

El espacio geográfico en el que actuaron afectaba a los océanos Pacífico y Atlántico, pero también a las costas del norte de África y específicamente a las de la península ibérica, entre el cabo de San Vicente en Portugal, los accesos a Cádiz y el Estrecho. Aunque con frecuencia penetraron en las aguas del mar Mediterráneo para llevar a cabo sus incursiones de guerra.

La primera noticia que encontramos en los fondos del Archivo Histórico Notarial de Algeciras corresponde a una declaración, en concreto una protesta de mar, que realizó el patrón Vicente Rosafull del jabeque español Santo Cristo del Grao, de la matrícula de Valencia, residente temporalmente en Algeciras, en la que dice que cuando navegaba con carga de sardina desde La Higuerita –actual Isla Cristina en Huelva– para Valencia, estando junto a Punta Europa, a tiro de pistola de sus baterías, lo apresó el bergantín goleta colombiano llamado General Soublot, el 25 de noviembre de 1825. Pero como consecuencia de un fuerte temporal ocurrido en la noche del 6 al 7 de diciembre naufragó en la costa de España “...así como el mismo buque colombiano...”. Es de suponer que ambas embarcaciones estaban fondeadas en el puerto de Gibraltar.

Sobre la cuestión se inició causa en el tribunal de extranjería que seguía activa cuando se elaboró este documento. A Vicente Rosafull se le puso en libertad con orden de entregar buque y carga, pero como además de haber “...sufrido dho naufragio notase desfondado el espresado jabeque y con grande avería en su carga, alijada esta y puesta a flote en lo posible...” acordó ponerlo en venta. Lo adquirió Francisco Sánchez Jurado, vecino y patrón de Algeciras por 10.000 rv. El barco era de 31 Tm.

Más información aporta Cristóbal Clemente, de la matrícula de Málaga, patrón del místico de Cádiz llamado San Antonio, de porte de 800 quintales, propio de Juan Fornell, de Málaga. Manifestaba que, estando en dicho puerto, el barco fue fletado por la casa de don Agustín de Laredo para conducir a los puertos de Alhucemas y el Peñón de Vélez de la Gomera abastecimientos y el relevo para las tropas. Hizo el viaje y descargó una parte en Alhucemas y otras en el Peñón donde estuvo esperando por tres o cuatro días “... en razón de los fuertes ponientes que corrían...”. Hecha toda la entrega recibió a bordo 24 botas vacías, el correo y 34 hombres de tropa, con cuatro presidiarios y una mujer.

El 31 de mayo se dio a la vela para Málaga y el día 3 de junio, estando cerca de Nerja, lo reconoció una goleta con bandera blanca que puso gente a bordo, le tomó todos los papeles, dejándole solo los pertenecientes al cobro de los fletes y lo condujo a Gibraltar donde permaneció varios días hasta que los embarcaron y los echaron en la costa cerca de la desembocadura del río Guadiaro. Los tripulantes y todos los demás marcharon hacia Málaga, pero el patrón Cristóbal Clemente fue a Gibraltar y se presentó al cónsul de España para dar cuenta de lo ocurrido.

Un grabado de época con buques en el Estrecho.
Un grabado de época con buques en el Estrecho.

Añadía en su declaración que el capitán de la goleta que lo apresó le dio un documento –que incorporaba a la protesta– en el que se decía, entre otras cosas, que con fecha dos de junio de 1826 al mando del corsario particular de la República de Colombia nombrado La República, apresó al místico San Antonio y “...doy su mitad de él a su dho patrón y la otra mitad al patrón Salinas para que luego que se haya efectuado el cargo de la carga que llevaba puedan disponer de su dho místico como propiedad suya y de ningún otro y esta es mi voluntad y de mi oficial y tripulación...”.

El documento llevaba la firma de J. S. Gandolghia (?) del que no volvemos a encontrar más referencias en la documentación.

Aunque por las referencias que tenemos de otro apresamiento quizás podamos reconstruir el perfil del capitán corsario. Santiago Fernández David, capitán de la goleta mercante española Nuestra Señora de África, de la matrícula de Baiona de Galicia, manifestaba que, estando preparado en el puerto de Suances, en la Montaña de Santander, fue fletado por don Andrés Fernández con 893 fanegas [en adelante fgas] de trigo y 201 sacos de 8 arrobas castellanas de harina para entregarlo en Barcelona a don Ramón Domingo. El 13 de junio, al acercarse al estrecho de Gibraltar, se aproximaron a la costa de Marruecos para intentar fondear, con vientos difíciles, entre Arcila y Cabo Espartel y allí, a tres millas de tierra, fueron detenidos por una goleta insurgente colombiana llamada La Republicana, armada con ocho carronadas de a 8 y dos cañones de a 18, y en la bodega una colisa de a 24 y dos cañones de a 18. Su capitán era don Francisco Sebastián Gandolfo “...que le pareció era de Nación Genovés...”. Fondeados juntos en la playa llevó toda la tripulación de la goleta al corsario, cogió los papeles del buque y la carga. Después de cinco horas se dieron a la vela acompañados por una bombarda que tenían apresada y fondearon en Arcila. Pasados dos días llegó un bergantín goleta procedente de Gibraltar en el que iba un comisionado llamado Pasano y transbordaron a aquel el cargamento de la bombarda compuesto de lana, azúcar y otros efectos. El capitán corsario determinó transbordar la harina y ya fuese porque no podía detenerse mucho tiempo o por que el bergantín goleta no podía con más carga, llamó a cubierta al capitán español Santiago Fernández y le dijo que iba a cumplir con las instrucciones de echar a pique su barco. Este pidió al corsario que tuviese consideración, que el producto de aquella embarcación era de su propiedad. Debido a sus ruegos le dijo que lo dejaría libre pero con la condición de que fuese a Larache y no a otro puerto a vender el cargamento y que por el rescate del buque debía entregarle 600 duros y que lo podía hacer en Larache dando un recibo a algún capitán de barco sardo; de lo contrario debía dirigirse a Gibraltar y hacer la entrega a su amigo Pasano, “...amenazándole de que si así no lo cumple y lo volviese a encontrar o el otro su compañero la goleta Trinidad lo quemarían con el buque...”. Ahí se separaron. Santiago Fernández puso rumbo a Larache. Fondeó en la barra. Al día siguiente fue a puerto y vino a bordo un moro que le dijo que era el Vicecónsul de España, le pidió los papeles y le entregó el rol y la patente que le había devuelto el capitán colombiano. Cumpliendo la promesa hecha al capitán Gandolfo vendió 230 fgas de trigo a 18 reales de vellón [en adelante rv] cada una y 128 sacos de harina a 40 rv cada uno. Entregó los 600 duros a Francisco Méndez, patrón de la bombarda inglesa Neptuno, hombre de confianza que se obligaba a ponerla en manos del capitán corsario en Gibraltar.

El capitán Santiago Fernández estuvo enfermo, se recuperó y tuvo dificultades para zarpar de Larache al no poder levar el ancla que perdió “... con doce o trece varas de él que era de cáñamo de nueve pulgadas y media vida con un ancla de cuatro quintales y medio...”. Su periplo concluyó en Algeciras de donde se negaba a salir por miedo a los colombianos, a pesar de que el Comandante de Marina le aseguró navegar comboyado con una corbeta de guerra española hasta el cabo de Gata. El capitán Fernández, prudentemente, decidió esperar órdenes de sus cargadores, con el acuerdo de toda su tripulación. Debió recibir órdenes de continuar el viaje hacia Barcelona, pero ahora solo y sin convoy. Hombre precavido y “... temeroso de que pueda sobrevenirle la desgracia que se recela de ser apresado por los colombianos...”, teniendo en cuenta sus responsabilidades y el derecho de reclamación que le asistía otorgaba que en el caso de sufrir tal desgracia, protestaba contra aquel a quien le corresponda.

Otro capitán mercante español apresado por corsarios colombianos insurgentes fue don Joaquín Antonio de Goyeneche, que lo era de la fragata mercante española Andrea. Manifestó en su declaración ante el notario que el buque era propiedad de Marzan Hermanos, comerciantes de Cádiz, y que estando allí con carga de vino y aceite para llevar a Puerto Rico, Cuba y La Habana se hizo a la mar el día dos de mayo. El día cinco “...a las diez, cantaron del tope vista de velas por el S.S.O. sin que a causa de la calima se pudiese distinguir más que las dos jarcias y penol de dos cangrejas y que ceñía el viento en buelta del E por cuyo extraño aparejo empezaron a sospechar y a observar sus maniobras...”. Más tarde largaron una bandera que no pudieron distinguir y empezaron a darles caza “...a poco rato conocieron su superior andar...” y poco después largó bandera y gallardete americano y un cañonazo. El capitán español le contestó con bandera americana pero no por ello desistió de la caza. A las dos y media estaban a la voz y les mandó ponerse en facha y llevar los papeles a su bordo. Cuando llegó el bote arrió la bandera americana e izó la colombiana “...y no tuvieron otro remedio que arriar la americana que aún conservaban arriba y rendirse...” estando a 32º 52´ 24´´ de latitud y ?º 43´ 30´´ de longitud del meridiano de Cádiz. El capitán español fue conducido al bergantín corsario llamado El Libre (antes El Romano) al mando de don José Cotarro. Rápidamente trasbordó su tripulación y marinó la fragata con la gente del corsario. Estuvieron en la mar hasta el día 15 en que llegaron a Gibraltar, donde estuvieron en cuarentena. El 25 entraron en España quedando en el corsario solo cinco hombres, entre ellos el tercer piloto. Llegados a Algeciras se presentaron al Comandante Militar de Marina. Se vieron obligados a echar al mar cinco cajones de correspondencia pública y los papeles pertenecientes a la navegación y al buque y a la carga.

Las singladuras de los corsarios colombianos no estuvieron siempre exentas de riesgo y algunas de sus embarcaciones fueron apresadas por barcos españoles. Fue el caso de la embarcación colombiana Santísima Trinidad que fue capturada por don Francisco Maury, patrón del falucho agregado al juzgado de Rentas del Campo de Gibraltar, nombrado San Juan. La detención se produjo la noche del 19 de agosto de 1826. Pero en este apresamiento aparecen otros interesados que fueron don José Muñoz y don Manuel Morera, ambos de la matrícula de Algeciras, que manifestaron que se había llevado a cabo una reclamación en el juzgado de Marina por el comandante del bergantín goleta español llamado La Encantadora para que se le considerase interesado en la presa colombiana. La Santísima Trinidad, una barca, había sido apresada con anterioridad a los españoles y era conducida al puerto de Cumaná con carga de vino y aguardiente.

José Muñoz, en una carta que dirigió al comandante de Marina, nos da más información sobre este caso. La Trinidad tenía 45 toneladas, la compró en subasta celebrada el 12 de diciembre de 1826 y su apresamiento se produjo cuando navegaba entre Ceuta y la isla de Perejil. En la actualidad la había aparejado como místico y solicitaba su matriculación en la Comandancia.

Cartografía de época de la Bahía de Algeciras.
Cartografía de época de la Bahía de Algeciras.

En origen, según cuenta el escribano público de Marina, la barca tenía matrícula de Vinaroz y su capitán era Juan Bautista Delmas. El barco corsario que la apresó se llamaba La República. El remate de la subasta fue de 9.200 rv.

De otra captura de barcos corsarios con pabellón colombiano informaba Francisco Sánchez Jurado, patrón de la matrícula de Algeciras, citado más arriba, que decía ser dueño de un jabeque de 30 toneladas llamado Santo Cristo del Grao que compró en subasta pública en el Tribunal de Guerra del Campo de Gibraltar como perteneciente a los insurgentes colombianos, aunque asegura y jura que los legítimos propietarios del barco son don Juan Guadalupe, don Antonio Bernal Torres, don José Méndez y él mismo a partes iguales. Todos ellos eran gente de mar y de la matrícula de Algeciras.

El último apresamiento de corsarios colombianos por fuerzas españolas lo conocemos de manera indirecta gracias a un poder que otorgó el coronel graduado don Ramón Solano, capitán de un regimiento de infantería de línea, de guarnición en Algeciras, a don Lorenzo Arata y Ortiz para que se personara en el expediente pendiente en la comandancia Militar de Marina sobre la represa hecha a los insurgentes colombianos, con la colaboración de las fuerzas de tierra que el otorgante mandaba como jefe del puesto militar de la Línea de Gibraltar, junto a dos escampavías de la flotilla de rentas de Cádiz, del bergantín goleta español llamado Santiago, alias La Perla, procedente de Cádiz, con cargamento de quina en cáscara y palo de tinte.

Artículo publicado en el número 50 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños.

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