Corsarios independentistas hispanoamericanos y contrabando en aguas del Estrecho de Gibraltar (II)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

Torre Arenillas, en la costa de Huelva.
Mario L. Ocaña Torres

12 de agosto 2024 - 02:00

Corso versus contrabando

Los años comprendidos entre 1814, final de la Guerra de la Independencia, y 1844, año del comienzo del reinado de Isabel II, el contrabando en la bahía de Algeciras conoció un auge espectacular. Solo a partir de la última fecha, por los cambios producidos en las tarifas aduaneras llevadas a cabo por el ministro Bravo Murillo y la nueva actitud del gobernador de Gibraltar, Rober Gardiner, se produjeron importantes cambios en relación a la situación anterior.

Durante la década de los años veinte se concedieron por la Corona en Algeciras contratas de corso para controlar y reprimir el comercio ilegal, es decir, el contrabando que se producía en la bahía de Algeciras. Por primera vez el corso particular, quizás debido al incremento del contrabando procedente de Gibraltar o a la escasez de recursos de la Real Hacienda o a ambas cosas a la vez, recurre a empresarios particulares para reprimir el tráfico fraudulento.

La primera noticia que tenemos en este periodo de corsarios al servicio de la Real Hacienda hace referencia a un apresamiento cerca de La Herradura de un falucho con cargamento de tabaco de varios tipos. Lo detuvo la barca corsaria guardacostas nombrada San Miguel, alias La Cigüeña, al mando de su capitán don Miguel Ballesteros. Se subastó la embarcación apresada en don José Muñoz. Este corsario al servicio del fisco apresó otro falucho con más de 6.000 libras de tabaco de fraude el 30 de octubre de 1825 en el Palo (Málaga). Tras la subasta la venta recayó en don José Núñez, comerciante, por 1.100 rv. La Cigüeña, en servicio de guardacostas, apresó un falucho de 200 quintales de nombre San José. Fue detenido en la playa de Arenas Gordas con tabaco de fraude, sin gente a bordo ni papeles. Mandaba el guardacostas corsario don Miguel Ballesteros. Dos meses más tarde cambió de patrón. Fue José Gil al mando quien apresó un falucho cargado de tabaco.

Entre los armadores en corso para la represión del contrabando encontramos a Mariano Aranda, de la matrícula de Cádiz, que manifestaba que S.M. le había concedido real patente de corso “... para armar contra enemigos de la Corona y defraudadores de la Real Hacienda la cual ha sido remitida a VS y teniendo ya preparado el Armamento y dispuesto el buque competentemente resta solo se sirva entregarme la dha real autorización...” La carta iba dirigida al comandante de Marina de Algeciras.

José Misiano, comerciante de Algeciras, y don Andrés Arata fueron sus fiadores, confirmaron la concesión de la patente conforme al artº 1 de la Real Ordenanza de Corso de 20 de junio de 1801 y añadían que Aranda había armado un místico de la matrícula de Cádiz llamado El Águila con ocho piezas de artillería calibre de ocho y doce, fusilería y armas blancas correspondientes a un equipo de 50 hombres de tripulación que Aranda mandaría en persona.

Los fiadores manifestaron que el patrón Aranda no “...cometerá hostilidad, ni ocasionará daño a los vasallos del Rey N S, ni a los de otros Príncipes o Estados, sus amigos y que no estén en guerra con la Real Corona, abusando de la fuerza que se le confía y que se limitará solo a perseguir y apresar a los enemigos de la misma Corona y a aquellos que faltando a sus justos deseos se ocupan en defraudar los derechos del Real Tesoro...”.

Un grabado de época de la Bahía de Algeciras.

Para asegurar la fianza aportaron sus bienes raíces: don Andrés Arata hipotecó más de la mitad de una casa que tenía en la calle Carretas, en el barrio de la Caridad de Algeciras, que contaba con piezas altas y bajas, patio, corral y oficinas. Lindaba por poniente con casas de Francisca Acero; por levante con la de doña Antonia Terrero y por el fondo con las de José Santiesteban. El valor de la parte hipotecada superaba los 25.000 rv.

Esta empresa no fue muy afortunada pues como informan el patrón y los avalistas habiendo salido a la mar tuvo la desgracia de ser apresado por un bergantín de guerra colombiano insurgente. Ello le obligó a tirar al mar los papeles, entre ellos la patente de corso. Ahora se veían obligados a renovar la patente para poder continuar con el corso. Don Andrés Arata volvería a hipotecar, otra vez, más de la mitad de la casa que tenía en la calle Carretas.

Reiniciada la actividad, José Miciano, armador del corsario que patroneaba don Mariano Aranda, se dirigió al comandante de Marina, por carta, para informarle de que se había mandado entregar para armar al místico El Aguila la artillería y útiles que fueron suyos y que pasaron a disposición del Cuerpo de Marina tras el naufragio del buque insurgente llamado General Saude que encalló en las costas de La Línea. Solicitaba que se le entregaran varios pertrechos.

La historia de El Águila, que resultó ser el alias del místico Mediterráneo, que navegaba acompañada de una escampavía de nombre La Cigüeña y de su capitán don Mariano Aranda, seguirá generando noticias.

Don José Miciano y Jiménez dueño del místico manifestaba que el barco residía ahora en los puertos de Valencia y que se estaba detenido por hechos que sucedieron en el mar, hechos que no aclara, y que contra él se procedía por el juzgado de la Comandancia militar de Valencia para el pago de ciertas costas. Daba un poder para que se suspendiera en Valencia la venta del barco hasta que el otorgante se personara allí.

Junto a él, don José Múñoz, dueño de su escampavía La Cigueña, daban poder a don Antonio Carrión, de Málaga, para que pasara a Valencia y se presentase a los capitanes de sus dos barcos corsarios, don Mariano Aranda el mayor y don Mariano Aranda el menor, su hijo, pidiéndoles que le hiciera entrega completa de los barcos y ”... utensilios y arreos de navegación, armas y efectos de los armamentos...” e hicieran conducir dichos buques a la bahía de Algeciras en calidad de barcos de tráfico, poniendo todos los efectos de guerra bajo cubierta y en el caso de que hubiera faltas les exija a los capitanes cuentas de ello. También exigen la devolución de la Real Patente de Corso que se dio a Mariano Aranda el mayor. Autorizaron a Carrión a cobrar los sueldos devengados por el místico en la comisión para la que fue empleado por el Capitán General de aquella provincia, así como que tomase conocimiento de los gastos que se exigían al capitán Aranda en resultas de los procesos formados contra el “...por su mal manejo en el destino...”. Lo autorizaba a pedir que los Aranda se presentasen de inmediato en Algeciras a dar cuentas de sus procedimientos y responder de los cargos que hay contra ellos. Si se negasen, Carrión debía recurrir a las autoridades y exigir su detención. Esta empresa corsaria, como se puede ver, estuvo llena de dificultades.

Otro caso de corsarios al servicio de la Real Hacienda fue el de Vicente Llorca y don Juan Lares. El primero había sido habilitado para “... armar en corso contra defraudadores de la Real Hacienda por la Subdelegación de Rentas de este Campo...” y para ello estaban preparando un falucho laúd, de la matrícula de Algeciras, llamado Nuestra Señora del Naufragio de siete toneladas, valorado en 8.000 rv que correspondía de por mitad a Llorca y Lares.

Establecieron que los resultados del armamento, fuesen favorables o desfavorables, serían al cincuenta por ciento, lo mismo que los gastos que ocasionase poner en marcha la empresa corsaria; llevarían una tripulación de veinte hombres que estaría bajo las órdenes de Llorca y la paga de la tripulación “...se hará del modo que se tuviese por más ventajoso que conbiniesen las dos partes...”.

Llorca comenzó pronto a actuar contra el contrabando. Así lo deducimos de un documento de venta de barco que hizo Juan García, de la matrícula de Algeciras, que decía haber adquirido un falucho de porte de cinco toneladas que sin gente ni papeles aprehendió con carga de fraude don Vicente Llorca, armador y capitán del falucho Virgen del Naufragio, agregado al resguardo de Rentas de este Campo. Lo adquirió en subasta pública y luego lo vendió a Francisco Navarro de la matrícula de Estepona.

Como se citó más arriba, la bahía de Algeciras conoció durante los diez últimos años de reinado de Fernando VII una elevada actividad contrabandista.Una de las fuentes que nos sirven de información para conocer su alcance es la subasta de embarcaciones apresadas con géneros de fraude que se llevaron a cabo por los tribunales. Los nuevos propietarios de las embarcaciones se veían obligados a registrarlas y acreditarlas ante la Comandancia de Marina dado que la mayoría de las capturas se hacían sobre barcas sin nombre, sin papeles y, evidentemente, sin tripulación.

Veamos algún caso: Francisco Tamariz, escribano público de S.M., del Resguardo de Mar del puerto de Algeciras y de la Junta Principal de Sanidad del mismo, relataba que, por el cabo agregado al Resguardo, don Manuel del Rio, y la tripulación del falucho de Rentas se apresó en la Piedra de Cuadrado una barquilla pesquera con cargamento de sacos de trigo extranjero.

Formado el sumario se remitió al Tribunal de la subdelegación de Rentas de este Campo.

Declarado el comiso, comisionó para la venta al apresador, procediéndose a su subasta pública, recayendo el remate en Antonio Rey por importe de 120 rv. Existen decenas de documentos de subastas, compras y nuevas matriculaciones de embarcaciones apresadas con contrabando en los años que corresponden a este trabajo.

Los puntos en los que se producían las detenciones o las huidas abarcan toda la costa interior de la bahía, así como del Estrecho y costas atlánticas y mediterráneas: una barquilla de 200 quintales con carga de tabaco y ropa aprehendida sin gente ni papeles frente a Sanlúcar de Barrameda entre Torre Carbonera y Mata de las Cañas; la escampavía de Rentas apresó una barca con 6.297 libras de tabaco de varias clases y 4.487 libras de cigarros de Virginia en las aguas de la Torre de la Arenilla. La barca se valoró en 5.789 rv. José Canales compró un falucho apresado con 33 bultos de tabaco en La Tunara por la escampavía La Perla. Por citar solamente algunos ejemplos.

Los cargamentos apresados no eran siempre de tabaco, aunque es el género que mayoritariamente aparece en las aprehensiones. El cabo principal del Resguardo, don José Santisteban, apresó una barquilla pesquera de tres bancadas y 15 quintales de carga que llevaba dinero con destino a Gibraltar; el falucho de Rentas del Resguardo al mando del patrón José Reguera detuvo junto a Punta Carnero una barquilla pesquera de porte de 36 quintales cargada de trigo; el cabo habilitado del Resguardo de Tierra, don Bartolomé Rodríguez, aprehendió una barquilla con tabaco, arroz y pimienta de fraude; un candray fue apresado con madera de construcción “...que se hiva a extraer del Reino...”. La Armada participaba esporádicamente también en la represión del contrabando. El teniente de navío de la Real Armada don Joaquín Santolalla, comandante de la corbeta de SM Diana, de la división del apostadero de Algeciras, daba poder, en su nombre y en el de todos los miembros de su tripulación, al alférez de navío don Saturnino Montojo para que entendiera en el apresamiento que se hizo de dos faluchos contrabandistas que se descargaron y almacenaron en Algeciras. Al menos uno de los faluchos fue apresado en aguas próximas a Fuengirola “...sin gente ni papeles...”.

Los contrabandistas, cuando tenían que trasladar el género de un lugar a otro lo camuflaban para evitar su aprehensión. Don Salvador Peñalver relataba que Manuel Pomares, Joaquín Más y Francisco Torrell, vecinos de Crevillente, estaban presos en Algeciras desde el 24 de junio por considerárseles cómplices en el delito de 96 libras de cigarros de hoja de Virginia que se aprehendieron en un rollo de esteras que conducían a la plaza de Ceuta en el jabeque correo.

El contrabando se convirtió, en un periodo de profunda crisis económica en todo el reino, en un factor de atracción de población, mayoritariamente masculina, que encontró en torno a Gibraltar una fuente de subsistencia que, a pesar de los riesgos que conllevaba su carácter ilegal, debía resultar rentable. La procedencia de los contrabandistas es muy variada.

Muchos proceden de los pueblos de la cercana Serranía de Ronda: Juan Guerrero, de San Roque, residente en La Línea, dice que Esteban Gómez, vecino de Grazalema estaba preso desde el 4 de septiembre en que fue detenido con otros en el sitio de La Herradura, término de Jimena, cuando conducía varios géneros de algodón. Lo detuvo el segundo comandante del Cuerpo de Carabineros don Pedro Peña. Juan Márquez, de Alpandeire; Salvador Benítez, de Benaoján; Juan Pérez, José Rodríguez, Juan Pérez Torroja y Sebastián Benítez de Cortes de la Frontera estaban encausados en el tribunal de rentas por contrabando.

Otros procedían de la costa malagueña y del interior de Andalucía: Blas Barea, de Mijas; Francisco de Castro, de Estepona; Diego Herrero, de Almogía y José Calavrés, de Priego, estaban detenidos en Algeciras. Según ellos por “... equivocadamente haber pertenecido a una cuadrilla de contrabandistas...”. Antonio García, de la Puebla de Cazalla, estaba preso por haber sido detenido con varios fardos de tabaco y varias caballerías. La detención la hizo el sargento de Carabineros Francisco San Juan en el sitio llamado Llano de los Contrabandistas. El contrabando dejaba sus huellas también en la toponimia del Campo de Gibraltar.

Otros eran de la comarca y sus cercanías: Juan Juárez, Pedro Herrera Bautista y Antonio Perales, vecinos de Jimena; Salvador Fernández, de Ubrique, y José Martínez, de Cortes, son sospechosos de contrabandistas y están detenidos, “...cuyas identidades me tienen acreditadas con sus correspondientes pasaportes y cartas de seguridad...”. Pedro González, de San Roque, estaba preso por sospechoso de ser contrabandista. Ángel Barbara, José Cons, José Parodi, Ventura Proeta, Francisco Girao, Antonio Ansuela, Ignacio Díaz, Juan Busina, Rosario Díaz, Domingo Cuba, Juan Bautista Gabriel, Manuel Mesa, Francisco Pereira y José Serrano, patrón y tripulantes del falucho Guillermo Cuarto de Gibraltar fueron detenidos por el teniente de carabineros don Antonio Ma Castorfida cargados con tabaco y otros efectos. Estaban presos en la cárcel de la Isla Verde.

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