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Árboles y medio ambiente: cuando más no significa mejor

ECOLOGÍA EN EL CAMPO DE GIBRALTAR

No todos los ecosistemas son iguales y la forestación, si no se hace de manera controlada y basada en la evidencia científica, podría causar un perjuicio mayor que el potencial beneficio

Muro de piedra que separa un ecosistema de herriza de un pinar de forestación. / Fernando Ojeda
Silvana Briones Y Juan María Arenas

14 de diciembre 2021 - 05:00

Nuestro planeta es diverso. En él hay miles de ecosistemas diferentes, habitados por especies vegetales y animales variadas. A esto nos referimos cuando hablamos de biodiversidad. Se trata de la diversidad de la vida en la tierra, esencial para el correcto funcionamiento de los ecosistemas, lo cual, en última instancia, es esencial para garantizar el bienestar humano. Árboles y medio ambiente: cuando más no significa mejor.

No obstante, cuando hablamos de biodiversidad, el término es tan vasto que se torna complicado. Ante tal cantidad de especies, genes y ecosistemas, que varían de manera aparentemente independiente, ¿cómo elegir un indicador cuantitativo de la biodiversidad? Aunque esta elección resulta compleja, es innegable que la acción humana ha hecho mella en prácticamente todos los ecosistemas de la Tierra. Se han perdido el 20% de los arrecifes de coral. Se han perdido el 35% de los manglares. Se está perdiendo la riqueza de especies que caracteriza la vida en el planeta azul.

En muchos grupos de animales y plantas, está disminuyendo tanto el tamaño de población como las áreas de distribución de las mismas, como por ejemplo en aves típicas de regiones agrícolas, mamíferos africanos o anfibios. En resumidas cuentas: en los últimos cientos de años, el ser humano ha aumentado la tasa de extinción en unas 1.000 veces, en comparación con las tasas habituales de la historia de nuestro planeta.

Desde el ecocentrismo, se alegaría que los ecosistemas merecen ser conservados porque tienen un valor en sí mismos, pero, incluso desde posiciones más antropocéntricas, la conservación de la biodiversidad es una cuestión prioritaria. Los ecosistemas no solo forman parte de nuestros hábitats, sino que también son soporte de los sustratos necesarios para la mayoría de nuestras actividades.

Una vez detectado el problema de la pérdida de biodiversidad, y su origen en la acción humana, se han ido poniendo en marcha diferentes actividades de recuperación ambiental, sobre todo aquellos proyectos con un evidente deterioro asociado del territorio. En este marco, se han observado grandes campañas de forestación y reforestación en los últimos años, que han generado la idea de que más árboles es, por ende, mejor para el medio ambiente. Sin embargo, no todos los ecosistemas son iguales y, en efecto, la forestación, si no se hace de manera controlada y basada en la evidencia científica, podría causar un perjuicio mayor que el potencial beneficio. Esto los científicos lo tienen claro y han criticado iniciativas como las bellotadas para conseguir bosques o la idoneidad de plantar millones de árboles para luchar contra el cambio climático (aquí y aquí).

Ecosistema de herriza con pinos dispersos al fondo / Fernando Ojeda

Un ejemplo muy claro de esto lo vemos tras un incendio forestal. La población pide rápidamente la reforestación de la zona incendiada, sin embargo en la mayoría de los casos, la ciencia nos demuestra que lo mejor es dejar al ecosistema recuperarse de manera natural, ya que muchas de las especies quemadas son capaces de resurgir de sus cenizas. Pero de este tema ya hablaremos otro día. Hoy vamos a fijarnos en una forestación concreta.

Y sí, en muchos casos la plantación de árboles no se hace sobre terrenos que ya tenían árboles, sino en ecosistemas carentes de los mismos. No son reforestaciones, sino forestaciones, es decir, plantaciones masivas en regiones aparentemente improductivas por su carencia de árboles.

Ejemplificando esto tenemos lo ocurrido en el hábitat de la herriza o brezal mediterráneo (del que ya hablamos la semana pasada en este artículo), en el parque natural de Los Alcornocales y otras zonas del Campo de Gibraltar. La herriza posee niveles de diversidad y singularidad botánica muy elevados pero que, como el resto de brezales del Planeta, carece de árboles. Durante mucho tiempo, esa característica ausencia de cubierta arbórea, junto con la pobreza de los suelos donde se desarrolla, hizo que la herriza se viese como un mero ecosistema degradado e improductivo, ignorando el valor de su biodiversidad.

Pinos dispersos procedentes de la forestación que se realizó sobre una herriza. / Fernando Ojeda

En consecuencia, durante el siglo XX, sobre todo en la segunda mitad del siglo, se llevaron a cabo proyectos de forestación de las herrizas, principalmente con pinos, con el fin de aumentar su valor estético y productivo. Hoy se sabe que dichas forestaciones no consiguieron aumentos significativos en productividad del monte y, en cambio, sí causaron una fuerte pérdida de su diversidad florística.

La incorporación de estudios ecológicos y de biodiversidad es imprescindible para no implementar proyectos que acarreen más daños que beneficios. En el caso de la herriza, la flora se lleva estudiando desde hace 30 años por investigadores del grupo FEBIMED (Fuego, Ecología y Biodiversidad de los Ecosistemas Mediterráneos) de la Universidad de Cádiz y han nacido recientemente proyectos para estudios animales, como por ejemplo los desarrollados en torno a los insectos y otros artrópodos propios del entorno, financiados por la Fundación Biodiversidad, Endesa y la propia Universidad de Cádiz.

Fernando Ojeda, catedrático de Botánica de la Universidad de Cádiz e investigador principal de estos proyectos, asegura a este respecto que “el estudio de estos ecosistemas, que tradicionalmente se han considerado marginales y de poco valor, nos está demostrando la enorme diversidad florística y ecológica que poseen”.

Pinar de forestación sobre herriza en el Campo de Gibraltar donde ha desaparecido prácticamente toda la vegetación debido a la densidad de árboles plantados. / Fernando Ojeda

En relación con las plantaciones que se hicieron años atrás, Fernando Ojeda lo tiene claro: “Ahora sería más complicado hacer una plantación de pinos en un ecosistema que posee una planta carnívora muy rara como es Drosophyllum lusitanicum, o una riqueza de insectos muy alta que aprovechan que este ecosistema tiene una gran abundancia de flores durante prácticamente todo el año. Pero tampoco podemos bajar la guardia, ya que hay veces que se siguen haciendo verdaderas barbaridades ecológicas, muchas de ellas bienintencionadas”.

Tal y como aclara el catedrático, no todo son las buenas intenciones. Siendo conscientes del impacto de nuestros actos, debemos utilizar las herramientas de las que disponemos para desarrollar estudios en profundidad antes de realizar cualquier tipo de acción sobre el territorio, incluso si se trata de una actividad para la recuperación ambiental. Así, podremos asegurarnos de que la transición es a mejor, en lugar de acarrear más consecuencias negativas para el medio.

Silvana Briones es bioquímica, especializada en redacción científico-periodística.

Juan María Arenas es doctor en Ecología y Restauración de Ecosistemas y profesional de la comunicación y el marketing especializado en Ecología y Medio Ambiente.

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