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Fuego amigo: no todo es lo que parece

Ecología en el Campo de Gibraltar

la percepción social del fuego como algo devastador y nocivo ha ido ganando terreno: hemos asociado que fuego y catástrofe son dos conceptos que van de la mano

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Árboles y medio ambiente: cuando más no significa mejor

Zona de herriza o brezal mediterráneo rebrotando tras un incendio. / Fernando Ojeda
Silvana Briones Y Juan María Arenas

21 de diciembre 2021 - 06:00

Este dato no resultará sorprendente, puesto que se trata de una cuestión de actualidad. Los incendios, desgraciadamente, han inundado las pantallas de nuestros televisores y smartphones, generando escenarios casi imposibles de resolver, con problemáticas a nivel social, medioambiental y económico, entre otras. A nivel general, pese a que numéricamente han sido menos respecto a los años anteriores, estos incendios han sido más devastadores e incontrolables y han arrasado ecosistemas de incalculable valor, desde el Amazonas hasta Sierra Bermeja. Si nos centramos en lo ocurrido a nivel nacional, por poner algunas cifras exactas, más de 1.600.000 hectáreas se quemaron en los 235.630 incendios que han tenido lugar entre 2001 y 2015.

Según informa Civio, más del 55% son provocados con diversos fines, principalmente motivados por el cambio del uso del suelo. El incendio de este verano en Sierra Bermeja, el más grande de Andalucía, parece que también lo fue. De todos modos, debido a su gravedad y consecuencias, la percepción social del fuego como algo devastador y nocivo ha ido ganando terreno: hemos asociado que fuego y catástrofe son dos conceptos que van de la mano. Pero ¿y si esto no fuera siempre así?

Aunque parezca contradictorio, existen ecosistemas que necesitan el fuego. En ellos, encontramos una variedad de especies que no solo están adaptadas al mismo, sino que, hasta cierto punto, también son dependientes de él. Estas especies amigas del fuego reciben el nombre de especies pirófilas o pirófitas. Aunque no todas tienen el mismo mecanismo para llevarse bien con el fuego, ya que hay dos grandes grupos. Por un lado, están las especies como los pinos y las jaras pringosas, cuyas semillas nacen mejor tras un incendio, ya que no tienen competencia de otras especies. Por otro lado, existen especies como los alcornoques, que gracias a su corteza -el tan famoso corcho-, son capaces de soportar un fuego y pese a quemarse todas sus hojas, no morir y poder rebrotar fácilmente.

Además, como tantas otras veces, no tenemos que alejarnos mucho de casa para poder ver con nuestros propios ojos algunas de estas singulares especies. Algunos de los ecosistemas más ricos en ellas se encuentran en nuestro país. Prevalecen en regiones con clima Mediterráneo, con temperaturas altas y con baja humedad, las condiciones idóneas para la aparición de incendios.

Si nos paramos a pensar fríamente, inevitablemente pensaremos en una realidad que puede incomodarnos: en los ecosistemas que albergan grandes cantidades de especies pirófilas, la ausencia de fuego puede suponer, contra todo pronóstico (al menos desde el prisma de la percepción social), un problema. Porque estas especies no solo son resistentes al fuego, sino que son vulnerables a su ausencia, convirtiendo así la falta de incendios en una amenaza para la viabilidad del ecosistema.

Si, en lugar de resistirnos a ello, abrazamos este pensamiento, podremos lanzarnos a la búsqueda de estos espacios, que presentan una envidiable biodiversidad y numerosas singularidades. Un ejemplo de este ecosistema es la herriza o brezal mediterráneo, en el Parque Natural de los Alcornocales. Un ecosistema que necesita el fuego para mantenerse, siendo hogar de especies como por ejemplo la planta carnívora Drosophilum lusitanicum, que desaparecerían en ausencia de fuego. Puedes conocer más sobre esta especie en este podcast y en este video.

En la otra cara de la moneda están aquellas plantas pirófilas que, por obra humana, se han situado en regiones que no habitaban de manera natural y que no solo alteran el ecosistema en que se introducen, sino que además lo ponen en riesgo. Para ejemplificar esto podemos hablar de una planta que nos resultará familiar: el eucalipto. Algunas regiones atlánticas en Galicia o Portugal se han bañado de esta especie vegetal, que por su buena adaptación al medio, se ha expandido rápidamente, imponiéndose sobre algunas especies autóctonas como el abedul o el roble, produciendo significativos desequilibrios.

Más allá de la pérdida de biodiversidad derivada de la proliferación del eucalipto, esta especie, adaptada al fuego, contiene compuestos inflamables volátiles que favorecen su propagación y, por su condición de especie pirófila, rebrotan en las áreas afectadas por el incendio tras un corto periodo de tiempo, imponiéndose de manera progresiva sobre las especies propias atlánticas.

Estos dos ejemplos contrapuestos evidencian como, en el mundo de la ecología, las cosas no son blancas o negras, sino que existe toda una escala de grises. No obstante, para poder juzgar y actuar de manera responsable, no solo a nivel medioambiental, sino también a nivel social, debe incentivarse el conocimiento profundo de los ecosistemas regionales y las dinámicas de las que forman parte. A pesar de ello, muchos de estos ecosistemas no han sido estudiados hasta hace relativamente poco tiempo, quizás porque su particularidad todavía no había sido identificada como tal. La Universidad de Cádiz fue una de las pioneras en sumergirse en el estudio concreto de la herriza, a través del grupo FEBIMED (Fuego, Ecología y Biodiversidad de los Ecosistemas Mediterráneos), con los trabajos liderados por Fernando Ojeda, actualmente catedrático de Botánica de la UCA. El grupo actualmente cuenta con el apoyo de Fundación Biodiversidad y Endesa para el estudio de la diversidad de insectos en la zona, pero desde hace más de 20 años están trabajando en conocer este ecosistema, y seguirán haciéndolo en el futuro

A fin de cuentas, puede que los malos no sean tan malos. El fuego, pese a ser causante de grandes problemáticas, es también un elemento necesario en ciertos entornos. De ello podemos sacar una importante conclusión: observar los problemas ambientales con una perspectiva amplia es esencial si aspiramos a comprender los complejos entresijos que hacen que en un ecosistema todo funcione.

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