La epidemia de los vapers
Salud | Medio Ambiente
Los vapers o cigarrillos electrónicos ganan popularidad frente al cigarro tradicional, hasta el punto de convertirse en una amenaza para la salud de los más jóvenes
Se calcula que las resistencias o pilas de estos aparatos pueden contaminar hasta 600 mil litros de agua al contener productos como litio o mercurio
La irrupción de la Covid-19 y la prohibición del uso compartido de las cachimbas en muchos espacios de fiesta, en concreto, en las discotecas, hizo que el cigarrillo electrónico o vaper ganase popularidad como alternativa. Desde entonces no es raro ver espacios abiertos, y a veces cerrados, donde el uso generalizado de estos 'lápices humeantes' son usados individualmente.
Existe una gran variedad de cigarrillos electrónicos, desde el denominado mod, un modelo más grande, con más potencia y que se recarga con sales de nicotina, a los pods un tipo más compacto, con la carga no regulable y con una potencia algo inferior. También los hay con y sin nicotina.
Todos ellos pueden adquirirse en estancos, supermercados, bazares e incluso kioscos ya que su venta no se encuentra aún regulada. Por lo tanto, están al alcance de los menores. También es cada vez más habitual encontrar a personas que venden estos dispositivos en las ferias o a las puertas de las discotecas, con precios más competitivos, aunque el producto pueda ser de peor calidad al haberse adquirido por Internet al por mayor sin controles sanitarios, con los perjuicios para la salud que ello puede conllevar.
Normalmente, el precio de los vapers desechables varían por la cantidad de caladas que disponga el aparato. Por ejemplo, un cigarrillo electrónico de 700 caladas puede costar 9€.
El pasado mes de junio, la Comisión Europea realizó un informe tratando la problemática sobre el incremento del consumo de 'tabaco calentado' en al menos cinco estados miembros donde se apreciaba que los mayores consumidores eran menores de 25 años.
El presidente de la Coordinadora Alternativas, Paco Mena, subraya que hay un incremento evidente del vapeo entre los adolescentes. "Esta situación, además, se da con la inconsciencia de los padres, que lo permiten usar en sus propias casas, en compañía de amigos, pensando que es inocuo", resalta.
"Es una forma de entrar en el mundo del cigarro tradicional. La costumbre y hábito de inhalar llevará a muchos a que se inicien en el consumo de tabaco, sin saber el poder de adicción que realmente tiene la nicotina, que es tan fuerte como otra droga ilegal. Y el problema es que están alcance de cualquier persona, incluso en pubs, sin tener que ser mayor de edad", explica Mena.
"También existe un problema con los colores de los aparatos: son muy llamativos y atraen a los jóvenes. Es puro marketing y no tiene nada que ver con los vapers de hace unos tres años; ahora son más atractivos a la vista, con diversos colorines y formas", señala Mena.
"Hace falta trabajo de prevención para indicar a los jóvenes que estas cosas no tienen un recorrido bueno. También hace falta una campaña de prevención para las familias, que sean conscientes de qué están consumiendo sus hijos", apunta el presidente de la Coordinadora.
Según el portal Vapo.es en España la legislación prohíbe el uso de cigarrillos electrónicos en espacios cerrados de propiedad pública, como puede ser el transporte público e instituciones. Sin embargo, en espacios de propiedad privada dependerá de la política de empresa de cada establecimiento.
En otros países, como México, los cigarrillos electrónicos quedaron prohibidos por sus efectos en la salud, el acceso cada vez mayor de los jóvenes a estos aparatos y el contrabando de estos productos, unido a los efectos sobre la salud.
El impacto medioambiental de los vapers
Estos vapers llevan integrados una resistencia -una especie de pila- que va adherida a un cartucho donde se almacena la sustancia que se inhala. No obstante, y aunque se venda como una alternativa más ecológica que los cigarros convencionales -porque no se tiran colillas al suelo- la realidad es que no existe ningún tipo de regulación ni indicaciones que señalen cómo desechar el utensilio sin causar daños al medio ambiente.
Los vapeadores habituales suelen sustituir las resistencias cada semana y media, por un precio que ronda los 3,5 euros. Sin embargo, el producto popularizado es el desechable, no el que se recarga. La falta de indicaciones así como de regulaciones hace que el grueso de los cigarrillos electrónicos acaben en la basura, o peor aún, en espacios públicos como las calles o las playas. Cruz Roja calcula que una pila tarda en degradarse entre 500 y 1.000 años. Por lo tanto, al conocido problema de las colillas ahora también se suma el de los vapers.
Algunos grupos ecologistas ya han alertado sobre el incremento de estos aparatos desechables, que tienen un impacto medioambiental cada vez mayor. Se calcula que las resistencias o pilas pueden contaminar hasta 600 mil litros de agua al contener productos como litio o mercurio.
Recientemente, el bar de playa de Tarifa Tumbao denunció en sus redes la cantidad de estos utensilios encontrados en las inmediaciones del local, en la playa de Valdevaqueros. "Qué vergüenza de autoridades que dejan poner de moda un aparato de una vida cortísima con plástico y pilas y no explican donde tirarlo...", exponía en sus redes el bar.
"Cada noche recogemos en nuestro césped de 20 a 25 vapers, y no es nuestro trabajo, simplemente lo hacemos por conciencia. Los guardamos para luego llevar a un punto de basura electrónica. Personalmente no entiendo cómo los ministerios quitan los plásticos de un solo uso y permiten la venta de estos aparatos", cuenta el encargado del Tumbao, David Álvarez, a Europa Sur.
"Yo les pregunto a muchos de los que llegan a la barra con un cigarrillo electrónico: ¿Qué haces con eso? Nadie sabe responderme, todos lo tiran a la basura orgánica, o peor, lo dejan tirado en cualquier lado. Las cajas no dan instrucciones de cómo desecharlos correctamente. Personalmente me da igual recogerlos en el bar o en la playa, pero ¿quién limpia el resto?", lamenta el encargado.
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