La eterna y cambiante movida tarifeña
El ambiente nocturno nace en los ochenta, se consolida en los noventa y comienza a decaer con la crisis · Los vecinos de Tarifa conviven cada verano con miles de jóvenes desenfrenados en sus calles

Tarifa siempre ha sido conocida por su movida, basada principalmente en tres consideraciones: el kite y el wind así como sus playas; las tiendas especializadas, y el desmadre y pitote que se forma cada noche estival. Desde los ochenta, las calles de lo que un buen día fue un pequeño pueblo marinero comenzaron a poblarse de jóvenes con ganas de juerga.
A aquellos primeros pubs como el Tejota, que entonces regentara un joven que hoy es alcalde de Algeciras, o el John le siguieron otros de aspecto más windsurferos como el Pavo's o después el Pepepótamos, el Siroco y, por supuesto, el Wawe, auténtico icono de la noche durante los ochenta y noventa, enclavado en la propia zona de "regata".
Comenzaba a tener cuerpo la movida tarifeña a la que se fueron sumando cada vez más jóvenes de la comarca, provincia y, una vez trascendió su fama, de todas partes del mundo. A los altos y rubios muchachotes del norte de Europa que venían a hacer wind, se les sumó una horda de italianos que venían a navegar a base de canutos.
Pronto creció su fama. Noche de Tarifa igual a desenfreno, posibilidad de pillar cacho, discotecas hasta las tantas, alterhours, drogas y marcha, mucha marcha. Todo se multiplicó y a pasos agigantados la ciudad fue creciendo para la marcha. De todo se cansa uno y lo que antes era un sello de identidad del que los tarifeños presumían, hoy se ha convertido en todo un problema para los vecinos molestos por tanto alboroto y a un Defensor del Pueblo Andaluz amenazando al Consistorio en caso de no solucionar el conflicto.
Ciertamente, la movida en Tarifa ya no es lo que era. Y sí, cada sábado hay botellón detrás del castillo. Si Guzmán el Bueno viviera hoy, en lugar de arrojar el cuchillo, bajaría y se tomaría un ron-cola con los coleguitas del capó abierto y el chunta-chunta de buen rollo, o se tendría que mudar otro sitio.
Sí hay movida pero, no se sabe si será por la crisis o porque Tarifa es igual de cambiante que los vientos que la azotan, la cosa ha cambiado. En apenas dos años, las discotecas de verano prácticamente han desaparecido, quedando tan sólo dos en el polígono y una en el centro.
Este año, la cosa parece ir de más tranquilidad. Un recorrido por los garitos repartidos en la playa como El Tumbao, bebiendo un mojito mientras el sol se pone detrás de Paloma. Ducha rápida y a buscar las tapitas y raciones en Los Mellis, El Pasillo, el pescaíto frito en Playa Blanca, el burrito en La Cuadra o la pizza en Mediterráneo. Divididos en dos grupos, los más puretas apuran la cena y la alargan al fresco de poniente, mientras que los jóvenes apuran para ir al botellón.
Tras el castillo se encuentra una pandilla de chicas procedente de Algeciras. Han venido en transporte público demostrando responsabilidad, puesto que van a beber y no quieren arriesgar. Su precaución les hace que no puedan volver hasta al menos las nueve de la mañana en autobús. No les importa mucho y señalan que la noche es joven. "Las copas están muy caras, estamos aquí hasta las dos y después nos vamos a los pubs y discotecas a bailar hasta las tantas", reconoce una de ellas mientras las demás asienten y apuran el ron con cola a la par que la explanada a las faldas del castillo comienza a poblarse de gente, jóvenes que no pasan de veintipocos años.
En las calles todo sigue igual que siempre. Las recoletas vías son un hormiguero de gente en constante tránsito. Y es que Tarifa por la noche también se convierte en un lugar de caza movida por un amasijo de hormonas en ebullición donde pillar tajada se convierte en un ejercicio casi monótono entre los jóvenes. Libertad, alcohol y ganas de juerga se convierten en un aliado casi mágico en el que disfrutar de un achuchón o refregón veraniego sin ningún compromiso.
Hordas de chicas y chicos, pero cierto es que la igualdad se palpa porque son muchas las pandillas de jóvenes chicas que acuden hasta la localidad. Muchas, para despedidas de soltera ya que se ha puesto de moda acudir en pandilla hasta Tarifa y disfrazadas de manera más que ridícula con un sombrero con signos fálicos para anunciar a los cuatro vientos que alguien se casa. Precisamente esta costumbre tiene de cabeza a muchos vecinos que de madrugada tienen que soportar cánticos en honor a la novia a grito pelao.
Iziar es de Ladero y acude con amigas de la facultad para celebrar su despedida. "Ya conocía Tarifa por un antiguo novio windsurfero que tenía. Aquí descubrí sus playas y su marcha. Así que no me lo pensé a la hora de elegir un destino en el que poder desmadrar un poco antes de atarme de por vida", señala la joven mientras sus amigas ataviadas con camisetas con una foto de la susodicha en actitud poco decorosa le jalean. No muy lejos, una pareja de policías locales con gesto serio exclaman silencio con tan sólo su presencia. Algo que en muchas ocasiones no consiguen.
Hasta la madrugada, las calles se pueblan y después todos a la discoteca, al camping, el hotel o la playa a continuar la marcha o terminarla. A las ocho, cuando el astro sol duele en los enrojecidos ojos maltratados por el trasnochar, los ambientes cargados y el alcohol, y esquivando los charcos de los manguerazos de los operarios que se afanan en recoger la basura tras una noche de juerga, algunos cuerpos doloridos por tacones vertiginosos emprenden la retirada en una procesión casi silenciosa que nada tiene que ver con lo acontecido horas antes, con la noche como cómplice y Tarifa como escenario.
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