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La fundación de Gadir

MITOS DEL FIN DE UN MUNNDO

El comercio impulsó la expansión fenicia hasta los extremos occidentales del Mediterráneo

La de Gadir fue una nueva versión de la fundación de Tiro, donde las estelas poseían un valor fundamental

Finis terrae': el abismo impostado

La fundación de Gadir / Enrique Martínez Andrés
José Juan Yborra

04 de abril 2024 - 02:05

La mayoría de los mitos tienen un trasunto interesado. Se vertebran sobre una figura paradigmática de comportamientos y actitudes humanas. Otros cortejan espacios o acciones, tejen una tupida red de referencias y dibujan patrones de pensamientos y conductas. El de la fundación legendaria de ciudades icónicas es uno de ellos.

Hasta el siglo XIV a.C., los contactos marítimos mediterráneos fueron escasos. Los primeros periplos no tuvieron lugar hasta después de estas fechas, cuando el estrecho de Gibraltar era una puerta apenas traspasada, advocada a divinidades como Él, Crono o Briareo. A partir del siglo XII la situación cambió y cada vez más expediciones orientales arribaron al extremo occidental del mar. La mayoría partían de las poderosas ciudades fenicias del este, entre las que destacaba Tiro, principal exportadora y difusora del culto a Melqart.

El afán de la urbe por llegar hasta el extremo de poniente de un mar donde ya eran habituales las velas púnicas fue comercial. Las embarcaciones partían de sus dársenas con las bodegas repletas de tinte púrpura, decorados huevos de avestruz y abalorios de vidrio y regresaban con una repleta carga de metales de la Faja Pirítica Ibérica. Del norte del Algarve y de las sierras suroccidentales peninsulares se extraían copiosas cantidades de cobre, estaño, plata y oro que eran transportadas por vía fluvial y terrestre a las costas aledañas al canal. Por esta pragmática razón, la ciudad que lideraba el comercio fenicio tenía un interés especial por fundar en un territorio tan apartado una población donde establecer el eje de operaciones desde donde poder controlar transacciones de lo más beneficiosas. La talasocracia tiria recurrió al imaginario colectivo siguiendo un procedimiento infalible: la utilización del mismo mito fundacional que el de la ciudad matriz como "auctoritas", donde la divinidad amparaba el comercio.

La fundación de Gadir / Enrique Martínez Andrés

La leyenda originaria estaba protagonizada por dos hermanos. Hipsouranios fue pionero en habitar el primitivo asentamiento de Tiro, donde construyó cabañas con juncos y papiros. Oussos desarrolló un rol complementario y supo aprovechar la adversidad: tras una tempestad que provocó el incendio de cercanos bosques, eligió un tronco quemado, le cortó las ramas y sobre él fue el primero en surcar el mar. Agradeció su logro con la erección de dos "stelai" o pedestales, uno dedicado al fuego y otro al viento e inició el culto con libaciones de sangre de animales sacrificados.

Un segundo relato posee enjundia e interesantes nexos en común con el primero. Ha pervivido a través de la versión de Nono de Panópolis, poeta épico de principios del siglo V de nuestra era, el cual ofreció una perspectiva griega del mito fundacional fenicio. Un helenizado Heracles se apareció a los habitantes autóctonos, a quienes comunicó un oráculo que tenía mucho de onírico y de intencionado. Después de transmitirles las instrucciones para construir una embarcación, los animó a navegar hasta un lugar donde se erigían dos piedras flotantes, en continuo movimiento, que las convertía en arquetipo de lo errático. Fueron consideradas como inmortales, ya que junto a ellas se producía la ambrosía, el alimento de los dioses; por ello fueron denominadas Rocas Ambrosianas. Entre ambas crecía un olivo envuelto eternamente en llamas sobre el que se encontraba un águila y una serpiente enroscada al ardiente tronco: toda una lección de iconografía mítica. Los navegantes debían efectuar el sacrificio del ave en honor al dios Poseidón. Su sangre debía derramarse sobre las dos piedras y si el lugar era el adecuado, dejarían de vagar errantes por las aguas del mar y se acabarían fijando sobre inamovibles cimientos. El relato es una metáfora del mito fundacional donde intervienen los inicios de la navegación, árboles ardientes, libaciones de animales sacrificados y piedras que tenían mucho de estelas y formaron parte de la iconografía de Tiro, como lo atestiguan monedas allí acuñadas donde la pareja de "stelai" enmarcando árboles y águilas constituyen una imagen que tenía la fuerza de los diseños más logrados.

Con esta elaborada urdimbre se tejió el mito de la fundación de Gadir, la ciudad de occidente hija directa de Tiro. El historiador y geógrafo Posidonio es la principal fuente para acceder al relato de la instauración de la urbe fenicia en las inmediaciones del Estrecho y lo realiza desde una perspectiva griega que marca diferencias con respecto a la primitiva leyenda tiria. El escritor de Apamea relató en el 100 a.C. cómo los habitantes de Gades recordaban la erección de su ciudad tras dos tentativas previas. La primera tuvo mucho de reconocimiento en un territorio determinado entonces por las columnas de Heracles. La expedición consideró que Calpe y Abyla eran los límites de la tierra conocida y, abrumados por una geografía mítica, dieron marcha atrás. Realizaron el legendario sacrificio sobre dos rocas que se alzaban en el solar granadino donde, con el tiempo, se erigió Sexi. Al no resultar favorable el oráculo, la intentona culminó con un primer fracaso que se repitió en la segunda tentativa. En ella, las naves fenicias atravesaron las columnas y desembarcaron en Saltés, frente a los cabezos de Onuba, al otro lado de la ría del Odiel. Tampoco allí fueron buenos los augurios y se hizo necesaria una tercera expedición para lograr la fundación definitiva. Las proas fenicias se dirigieron hasta el archipiélago de las Gadeiras, donde los presagios fueron favorables y se confirmó la fundación de Gadir, una nueva Tiro erigida a partir del mismo mito. Las estelas adquirieron el carácter de columnas y la leyenda sufrió una nueva lectura, fruto de diferentes perspectivas.

La erección de esta nueva urbe ha estado plagada de interrogantes, interpretaciones, sobreentendidos, tópicos, paréntesis y puntos suspensivos. A lo largo del tiempo se ha tintado de pigmentos míticos que han tenido mucho de impostura, de invención fenicia en boca de Estrabón, aunque las apropiaciones y ficciones han poseído otros calificativos, que enmascararon el mito hasta reconvertirlo en un palimpsesto de imágenes y contenidos difícil de desentrañar sin la ayuda de la más eficaz arqueología.

El historiador romano Veleyo Patérculo escribió un relato que se ha convertido en uno de los asideros más recurrentes de buen número de escritores locales. Según el militar latino, una escuadra tiria fundó en el extremo del mundo conocido la ciudad de Gadir, ochenta años después de la guerra de Troya, en una fecha que rondaría el 1.101 a.C. Esta es la primera de una serie de suposiciones que han tenido crédito para numerosos estudios donde la diferencia en las interpretaciones tienen la variedad del pluriperspectivismo más dispar. Si poco segura es la fecha del conflicto troyano, tampoco lo es el lugar del desembarco tirio en las antiguas Gadeiras. Se considera que en el extremo sur de la isla mayor, Kotinoussa, se ubicó el templo dedicado a Melqart, la divinidad a quien estaba dedicada la nueva ciudad. En el extremo norte, al borde del canal que la separaba de la isla de Erytheia, se erigió la flamante población que creció en las dos ínsulas, siguiendo el oráculo fenicio; sin embargo, no se descarta el hecho de que se tratara de un asentamiento polinuclear y polifuncional que abarcara otros poblamientos aledaños, como el del cerro de Chiclana o el Castillo de Doña Blanca. La nueva urbe fenicia, cuyos hallazgos arqueológicos la datan en el siglo IX a.C. vivía del mar y de la tierra; aprovechaba los recursos marinos de salazones y pesca, pero también los terrestres de producciones agrícolas y ganaderas; sin embargo, el eje de su economía se basaba en el acarreo de metales que desde sierra Morena arribaban al paleoestuario del Guadalquivir, interconectado con el del Guadalete. Desde allí, estos cargamentos podían ser estibados directamente por vía marítima hasta Oriente o por vía terrestre hasta la bahía de Algeciras desde donde eran embarcados tras evitar el arriesgado tránsito por el canal.

La fundación de Gadir / Enrique Martínez Andrés

En el estrecho de Gibraltar está la clave para entender el mito de la fundación de Gadir. El de Tiro simbolizaba la implantación: las dos rocas flotantes y a la deriva representaban un territorio sin asentar. El ritual del sacrificio del ave y la sangre que debía chorrear sobre las rocas eran signos de su asentamiento y seguían las premisas de una fundamentación de lo más sólida. Todo lo demás: olivos, llamas, águilas, serpientes, son elementos delimitados por las dos "stelai" que los enmarcan y los encuadran, los flanquean y los asientan.

Es una perspectiva posterior la que otorgó una nueva lectura al mito. Fueron los griegos los que relacionaron a su divinidad, Heracles, heredero de Melqart, con los antiguos iconos de la fundación. Las estelas pasaron a convertirse en columnas que más que ahondar en míticos cimientos, se elevaron hasta representar hitos liminares. De símbolos de estabilidad de la nueva ciudad se convirtieron en marcas de un camino: la procelosa vía marítima que los navegantes debían atravesar cuando llegaban a la embocadura oriental del Estrecho. El mito griego no tiene valor fundacional, sino de advertencia de que se estaba llegando a un espacio extremo, al fin de la "oikoumene", al lugar donde empezaba un mundo desconocido que la misma mitología olímpica pobló de seres monstruosos y amenazadores, frente a unos colonizadores reconvertidos en adalides de una civilización que logró atravesar las columnas para llevar más allá de los confines del mundo los valores de una instrucción y una cultura importada. Escudos como el de Cádiz son el mejor ejemplo de una apropiación cultural helena que aún hoy seguimos respetando y admirando: las primitivas "stelai" fenicias recrecieron hasta convertirse en esbeltas columnas jónicas que enmarcaron la figura de un mito que, más que fundar, se dedicó a traspasar confines. A pesar de ello, muchas ciudades siguen reivindicando la labor constituyente del astuto heleno, defienden héroes triunfadores y pilares en emblemas y panoplias, y siguen venerando mixtificadas fuentes clásicas que tienen un trasunto de lo más interesado.

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