Gibraltar bajo soberanía castellana. Sus estructuras portuarias (I)
Estampas del Campo de Gibraltar
Cuando se reunía una flota delante de la ciudad de Gibraltar, ésta debía quedar fondeada en la rada, frente a la puerta de las Atarazanas, sin defensa alguna de muelle o escollera que la defendiera de un previsible ataque enemigo
El Puerto de Tarifa en los siglos XVIII y XIX
Algeciras/En el año 1462, después de un período de ciento veintinueve años de estar bajo dominio musulmán, Gibraltar pasó definitivamente a soberanía de Castilla. Aunque veintiséis años antes, en 1436, el II Conde de Niebla, don Enrique de Guzmán, había intentado tomar la plaza con una flotilla de galeras y naves fracasando y muriendo él mismo delante de sus muros. En agosto del año 1462 el alcaide de Tarifa supo que Gibraltar se hallaba mal defendida y que podría tomarse sin mucho esfuerzo. Mandó aviso a don Juan Ponce de León, conde Arcos, y a don Juan de Guzmán, duque de Medina Sidonia. En pocos días se reunieron frente a Gibraltar el concejo de Jerez con cuatrocientos jinetes, tropas del Conde de Arcos y combatientes del Duque.
Finalmente, fueron las tropas de Jerez las que lograron entrar en Gibraltar, pero no la ocuparon en nombre del rey de Castilla, pues don Juan Ponce de León se lo impidió, tomándola en su nombre. Cuando el Duque de Medina Sidonia llegó a Gibraltar las cosas se complicaron. Hubo conatos de enfrentamientos entre la gente del Conde de Arcos y del Duque, hasta que éste logró que le entregaran la alcazaba, que aún estaba en poder de los nazaríes, el día 20 de agosto. Cuando el rey de Castilla supo lo acontecido ordenó al Duque que entregara la ciudad a su funcionario Pedro de Porras nombrándolo alcaide.
Como la ciudad recién conquistada carecía de términos. Sólo poseía el monte, el rey Enrique IV, por privilegio otorgado el 15 de diciembre de 1462, hizo donación al concejo gibraltareño de los términos que habían pertenecido a Algeciras, que permanecían abandonados desde que la ciudad fue destruida por los nazaríes.
En el año 1463 el rey cesó a Pedro de Porras y dio la alcaidía de la ciudad a don Beltrán de la Cueva, su favorito. Pero el duque de Medina Sidonia, decidido a recuperar una plaza que creía corresponderle en justicia, puso cerco a Gibraltar en mayo de 1466 y la tomó en julio de 1467. Transcurridos dos años, el rey Enrique IV no tuvo más remedio que otorgar el señorío de Gibraltar y sus términos a la Casa de Medina Sidonia.
La posesión de Gibraltar reportaría a la Casa de Medina Sidonia enormes beneficios económicos derivados de las almadrabas que explotaba en su término y de la seguridad que proporcionaba a las restantes almadrabas de la Casa Ducal situadas en términos de Tarifa, Zahara y Conil. Pero la proximidad de la frontera nazarí y las frecuentes acciones de los corsarios berberiscos desde la otra orilla provocaron un despoblamiento endémico de la ciudad, siendo muy escasos los repobladores que llegaron antes del año 1502, cuando Gibraltar pasó a ser ciudad de realengo.
Para paliar este déficit poblacional, el duque de Medina Sidonia, don Enrique de Guzmán, firmó un acuerdo con los judíos conversos de Córdoba para que se establecieran en Gibraltar, nombrando a Pedro de Herrera, uno de ellos, corregidor y alcaide de la fortaleza. Según la documentación conservada, los 4.350 conversos fueron dueños de Gibraltar desde agosto de 1474 hasta el verano de 1476.
Pero los Reyes Católicos entendían que, dada la importancia estratégica de Gibraltar, la ciudad debía volver a ser posesión de la Corona. Por medio de una provisión real, fechada en Toledo el 22 de diciembre de 1501, los reyes incorporaron la ciudad y sus términos a su jurisdicción y enviaron a Garcilaso de la Vega para que, en su nombre, se adueñara de ella. El 2 de enero de 1502 fueron entregadas las llaves de Gibraltar a Garcilaso, el cual nombró a Diego López de Haro teniente de alcaide. En el mes de junio de 1502 llegó a Gibraltar el funcionario real Fernando de Zafra con el encargo de redactar un informe sobre la ciudad y sus términos que sirviera a los Reyes Católicos para proceder al repartimiento y la repoblación de las tierras que el duque de Medina Sidonia había mantenido improductivas y casi despobladas.
Desde los primeros años del siglo XVI la amenaza de los corsarios norteafricanos y, más tarde, turcos, se cernía sobre una ciudad, todavía escasamente poblada y con unas defensas que no habían recibido mejoras considerables desde que la poseyeron los emires de Fez en la primera mitad del siglo XIV. En marzo de 1535, el rey Carlos I nombró alcaide de Gibraltar a don Álvaro de Bazán. Como éste era todavía un niño, se hizo entrega de la tenencia de alcaidía a su padre, del mismo nombre, que era General de las Galeras de España. Este avezado militar, conociendo el peligro en que se hallaba la plaza, acometió algunas mejoras de las fortificaciones que, años más tarde, continuaron Juan Bautista Calv, El Frattino, Juan Bautista Antonelli y Tiburcio Spanocchi en 1587, descritas con gran minuciosidad por Ángel J. Sáez Rodríguez.
En 1540 los turcos asaltaron Gibraltar robando cuanto estuvo a su alcance. Aquel luctuoso suceso puso en evidencia la indefensión de la ciudad ante un ataque llegado por mar y repercutió, en lo que restaba de siglo y en las primeras décadas del siguiente, en que Gibraltar sufriera un descenso notable de población y una decadencia que Alonso Hernández del Portillo dejó por escrito en su “Historia de Gibraltar”.
En el siglo XVII se realizaron diferentes informes y dictámenes y, como consecuencia, se llevaron a cabo importantes obras de fortificación a cargo de Cristóbal de Rojas en 1608, Juan Fajardo en 1622, Luis Bravo de Acuña, antes de 1627, y Andrés Marín en 1646. Pero lo cierto es que en los inicios de siglo XVIII, en plena Guerra de Sucesión española, la ciudad se hallaba escasamente guarnicionada y mal artillada y con un recinto defensivo que adolecía de numerosas deficiencias, lo que permitió que la escuadra anglo-holandesa del almirante Rooke la tomara en agosto de 1704.
Evolución de las estructuras portuarias.
Gibraltar en época almohade y meriní -al menos hasta el año 1310- carecía de cualquier tipo de infraestructura portuaria. La playa y la rada que se extendían a los pies de La Barcina, eran los únicos espacios portuarios utilizados por los navíos de guerra o de comercio. La primera obra portuaria se documenta en 1310, cuando los castellanos que cercaban Algeciras conquistaron la ciudad de Gibraltar y acometieron la construcción de unas atarazanas para las embarcaciones que el rey Fernando IV pensaba instalar en la plaza recién incorporada a Castilla. Según la crónica de este rey "mandó labrar una atarazana desde la villa hasta la mar, para que estuviesen las galeras en salvo". Aunque el tangerino Ibn Battuta dice que las atarazanas de Gibraltar fueron edificadas por el emir Abu l-Hasán después de reconquistar la ciudad en 1333.
Después del fracasado intento de tomar la plaza del rey Alfonso XI en el mes de junio de ese año, el emir de los meriníes acometió las obras de reparación y ampliación de las fortificaciones, edificó una mezquita, unos baños, y rodeó el litoral oeste del Peñón con una muralla desde La Barcina hasta Punta Europa. Con esta obra, que acabó el emir Abu Inán, las atarazanas quedaron en el interior de la ciudad. Pero, para que se pudiera comunicarse con la playa y acceder hasta ellas las galeras, mandó abrir una puerta, conocida como de las Atarazanas, que aún existía en tiempos de Portillo. Escribe este cronista, a principios del siglo XVII, que: "las galeras las metían en este lugar (las atarazanas) por una puerta que hoy se ve cerrada cerca de la puerta del Mar. En tiempos pasados entraba la mar por ella hasta la dicha atarazana, y aún dentro de ella".
Cuando se reunía una flota delante de la ciudad de Gibraltar, ésta debía quedar fondeada en la rada, frente a la puerta de las Atarazanas, sin defensa alguna de muelle o escollera que la defendiera de un previsible ataque enemigo o de la furia del mar. Habría que esperar hasta el año 1578 cuando el rey Felipe II encargó a don Álvaro de Bazán la supervisión de las obras del denominado muelle Viejo. Este muelle tenía una longitud de unos 150 metros y una anchura de 7 metros y estaba constituido por un basamento de piedra y argamasa con espaldón de sillares (véase la imagen que se adjunta). Arrancaba en el ángulo meridional de La Barcina, donde se hallaba la torre de San Andres. Según Tito Benady, no se sabe quien trazó la obra, pero es posible que fuese Giovanni Baptista Antonelli. Hacia 1627, Luis Bravo de Acuña señala en su informe sobre las fortificaciones de Gibraltar, que aún había que acabar los Muelles Nuevo y Viejo, reparándolos y limpiándolos para que den abrigo a navíos reales y de comercio común, así como a las galeras. Pedro Teixeira, cartógrafo portugués al servicio de Felipe IV, se refiere con estas palabras al muelle Viejo: "un muelle, que con la altura de su monte, queda abrigado del levante y medio día…, donde dan fondo galeras y pequeños navíos, por no tener el fondo para los que demandan mucha agua, que esos quedan a la mar".
Hacia el año 1619 se comenzaron las obras del muelle Nuevo, ubicado al sur de la ciudad, cerca de la Caleta de San Juan. Refiere Hernández del Portillo que, en sus días: "Gibraltar tenía un muelle comenzado para mayor abrigo de las galeras que son de su cargo (el muelle Viejo), y otro muelle que en la Torre del Tuerto se comenzó a hacer año de 1619 y se va prosiguiendo… Y el rey don Felipe Cuarto entró en él, año de 1624, y mandó proseguir la obra que ha costado hoy más de trescientos mil ducados. Teixeira, en 1634, menciona este muelle cuando dice que media legua de la punta que tiene al mediodía esta ciudad, llegando hasta una antigua torre que llaman del puerto que, al principio de una caleta, donde se determinó hacer un muelle, que hoy está casi acabado".
(Extractado de mi libro El Puerto Bahía de Algeciras. 3000 años de historia, UNED-Madrid, Algeciras, 2013).
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