Gibraltar o la tergiversación de valores (VI)
Campo Chico
Cuando los delitos se integran en la práctica, la sociedad se deteriora además de quedarse perpleja
Nos damos de bruces con el precepto de inspiración maquiavélica, de que el fin justifica los medios
Gibraltar o la tergiversación de valores (V)
Gibraltar/El director de Europa Sur, Javier Chaparro, nos ha proporcionado una noticia animada por sustanciosos comentarios, que pone de manifiesto una vez más, por más que sea evidente, el anacronismo que supone la existencia, en nuestros días, de un territorio colonial en Europa. Daría para un voluminoso ejemplar de biblioteca recoger la colección de dislates, perjuicios, histrionismos y esperpentos que a lo largo de más de tres siglos han nacido y crecido en torno a esa existencia. Sin tener en cuenta las vidas que se ha llevado por delante el cúmulo de conflictos y de sus consecuentes tragedias, y las frustraciones y desesperanzas que han generado. No, no es para pasar de largo ante algo así y, aún menos, para no tener en cuenta el mal que hay en las actuaciones de quienes están implicados en fortalecer la situación, a sueldo o por irracional afinidad con los oscuros propósitos de unos y otros. El personal de a pie debiera reflexionar sobre los acontecimientos que se han ido sucediendo, sobre sus causas y, más que nada, sobre el origen de unos efectos que la propaganda, elaborada o inducida por plumillas y voceros, comprados o alquilados, tergiversa.
Ni el Reino Unido tiene el menor interés por la población civil de Gibraltar, que le sirve de escudo, de cara a la galería, ni el cierre de la verja, en 1969, tiene nada que ver con una decisión gratuita de un régimen ahora denostado, cuyos denostadores celebraron, en su mayoría y en lo que sus edades alcanzan, sus acciones y actuaciones como si fueran prescritas por mentes sobrenaturales. Lo iremos viendo en lo que sigue, pero sirva de adelanto llamar la atención sobre que todo lo que separa y aleja a la colonia de su geografía próxima ha sido consecuencia de decisiones tomadas en Londres. Unas veces, cuando convenía, en connivencia con los próceres civiles de la colonia y otras sin contar con ellos. La instalación en cualquier lugar, de un negocio despreciable y nocivo, y los manejos que se hagan por su prosperidad y desarrollo son censurables y han de ser evitados; no debe, de ninguna manera, argumentarse que fontaneros que les arreglan las tuberías, electricistas que ponen orden en sus cacharros eléctricos, empleados de hogar que les limpian los wáteres, les hacen las camas o les cocinan han de recurrir para su sustento al pernicioso panal que tienen a mano.
Se ha referido Chaparro, con periodística lucidez y conocimiento del paño, a la perplejidad que ha producido que un funcionario de policía destinado en el paso aduanero de la verja británica cumpla con su deber denunciando la flacidez y dejación que se aplica al control de transeúntes por una entrada a territorio europeo de ciudadanos de un Estado exterior a la Unión Europea. Pero esa perplejidad no debiera identificarse por sus efectos sino por sus causas, por lo que no es sino consecuencia elemental de la desidia interesada de sus causantes. Es como cuando se recurre a la práctica de pagar con droga a los narcos de medio pelo, para perseguir a los de pelo en pecho. No solo se está cayendo en una dejación de autoridad y de funciones, sino que, además, se está cometiendo un delito y cuando los delitos se integran en la práctica diaria, la sociedad se deteriora gravemente. Además, tal vez, de quedarse perpleja. Nos damos pues de bruces con el peligroso precepto de inspiración maquiavélica de que el fin justifica los medios; y en eso estamos, viendo la comisión de delitos, disfrazados de resignaciones, desde que la población española de Gibraltar perdió vidas y enseres a beneficio de la Gran Bretaña. Mientras, el paisanaje parece ajeno a la historia y al cinismo diplomático desplegado por el Reino Unido, desde que su Graciosa Majestad puso a sus pendones en la boca del Estrecho.
En algo de tanto conocido y sabido como hay, no habrá más remedio que insistir; pero la historiografía y sus variantes, diplomáticas, divulgativas y periodísticas son tan abundantes y abrumadoras que todo el que quiera descender al detalle puede hacerlo con facilidad. La entrada en el buscador de Google: “Historia Gibraltar”, tal cual: entrecomillada, para evitar una dispersión demasiado grande, arroja 1.850.000 resultados. Es una cantidad en la que se contabilizan todo tipo de trabajos, comentarios, artículos de prensa o enciclopédicos, panfletos, blogs y libros de todas las hechuras; por lo que no hay que tenerla en cuenta más que a título orientativo. Pero da una idea de cuánto despierta el interés de observadores, divulgadores y expertos lo que concierne, de un modo u otro y desde las diferentes ópticas, a la colonia. Lo anacrónico e insólito de su situación, de su estatus, inspira a cualquiera que se pregunte por Gibraltar: enclave en el que se echa de menos una estatua de Francis Drake, una vez sea señalado como inspirador de la usurpación irrespetuosa con el Derecho que, en lo que a Gibraltar se refiere, ha desplegado el Reino Unido. De pirata y asaltador de caminos marítimos a vicealmirante de la Armada de Su Graciosa Majestad, sir Drake es la personificación de la trapacería política y militar, rayana en el deshonor, tan común en el comportamiento y actitud de los próceres británicos. Refiriéndose a Drake, escribe Á. van den Brule: “Uno de los personajes más cobardes de la historia de la humanidad fue convertido en figura singular por una reina infértil y alopécica”.
Precisemos, aún pecando de reiterativos: “España cedió Gibraltar a Gran Bretaña por el Tratado de Utrecht –escribe el Prof. Ortega Carcelén, de la UCM–. Tal cesión se acordó con tres condiciones clave: 1. La limitación del territorio cedido; 2. La falta de comunicación con zonas vecinas; y 3. El derecho de retrocesión a España en caso de que Gran Bretaña quisiera cambiar el régimen pactado. Interpretando esta última condición (…) hay razones para mantener que España ha recuperado ya sus derechos sobre Gibraltar, aunque continúe una presencia británica”.
Las violaciones al Derecho Internacional –del que el colega citado, es especialista– cometidas por el Reino Unido están básicamente apoyadas en esos tres pilares, pero no sería fácil enumerarlas todas. Resulta histriónico que en el tratado de Utrecht se diga explícitamente que “Su Majestad Británica, a instancia del Rey Católico, consiente y conviene en que no se permita por motivo alguno que judíos ni moros habiten ni tengan domicilio en la dicha ciudad de Gibraltar”. Histriónico por cuanto –con el debido respeto que profeso y debe profesarse a esas etnias y a cualesquiera otras– el gran prohombre del nacionalismo gibraltareño, sir Joshua Abraham Hassan (fundador del bufete Hassans), foco ideológico desde el que se han proyectado todos los conflictos, cierre de la verja incluido; fuera “moro” si entendemos por tal su origen de nacimiento, Marruecos, y judío por pertenecer personal y familiarmente a esa comunidad religiosa. Su hija, Fleur, que es hoy día vicealcaldesa de Jerusalén, se declara a sí misma “muy española y andaluza, pero muy patriota británica”. Gibraltareña de nacimiento y arraigo, no hace mucho diría, en una entrevista, que “España era colonialista con Gibraltar”. Cabe suponer que entiende que fue liberada de esa dependencia por los ingleses. Su conocimiento de la historia y sus dotes intelectuales apuntan a una mujer homologable con sus afines en dedicación y tareas en la clase política que padecemos.
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