Un Gibrexit cada día más duro

Al sur del Sur

El acercamiento del Gobierno laborista británico de Starmer a Bruselas no logra desbloquear las negociaciones del acuerdo sobre Gibraltar. El control del aeropuerto, la entrada de personal militar británico al espacio Schengen y el dumping fiscal siguen siendo obstáculos insalvables

La entrada a Gibraltar, con el Peñón al fondo.
La entrada a Gibraltar, con el Peñón al fondo. / Andrés Carrasco

Se equivocaban quienes pensaban que un primer ministro laborista iba a poder arreglar de forma más o menos rápida y, sobre todo, sensata el desaguisado del Gibrexit que sus cinco antecesores conservadores no lograron enmendar. Desde que Keir Starmer traspasó el umbral del 10 de Downing Street, en julio de 2024, Reino Unido y la UE han logrado aproximar sus posiciones -de forma inversamente proporcional al distanciamiento británico respecto a los EEUU de Trump- pero, en cambio, no han sido capaces de echar abajo el muro que impide cerrar un compromiso mutuo en torno a Gibraltar. Así lo atestiguó la reunión mantenida el pasado viernes entre la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, y el mandatario británico, en la que la cuestión gibraltareña quedó soslayada.

La desaparición de la Verja y la integración de facto de la colonia en el espacio europeo siguen siendo objetivos tan lejanos como cuando comenzaron los contactos, hace más de cinco años. El control del aeropuerto (bajo titularidad de la RAF y construido de forma ilegítima sobre el istmo), la entrada sin control de personal militar británico en territorio Schengen y las diferencias en el ámbito fiscal continúan formando una triada de irritantes que impiden el acuerdo. Si bien los contactos se mantienen de forma esporádica, desde septiembre del año pasado no ha habido reuniones formales entre las delegaciones negociadoras.

Para ponernos en contexto, no hay que olvidar que la razón de ser de nuestros vecinos es mantener su doble y privilegiado estatus: uno de carácter militar, que les permite contar con una base aérea y otra portuaria al margen de la OTAN en la misma puerta del Estrecho, y otro económico, basado en los bajos impuestos y en un control laxo de los movimientos de capitales, lo que les ha llevado a ser una de las economías más prósperas a escala mundial. Como sentenció el añorado Alberto Pérez de Vargas, para que se firme un tratado conforme a los estándares de la UE, Gibraltar debería dejar de ser Gibraltar… Y eso no va a ocurrir nunca.

Una Verja menos permeable

Sin solución de continuidad y salvo un giro imprevisto de guion, nos encaminamos hacia la activación de un Gibrexit duro en el presente 2025, que conllevará limitar la actual permeabilidad de paso en la Verja, una vez se active el nuevo Sistema de Entradas y Salidas (SES) en todas las fronteras exteriores de la UE. Su aplicación, recordemos, se hará mediante el sellado efectivo de los pasaportes y con controles de estancias en la zona Schengen, las cuales no podrán superar los 90 días en periodos de seis meses.

Mal que nos pese, todo se reduce a una cuestión de escalas: ni el Campo de Gibraltar ni Gibraltar ocupan en la actualidad puestos preferentes en la larga relación de intereses y prioridades de la UE, Reino Unido y, casi que diríamos, de la propia España. La atención internacional está y estará fija por mucho tiempo en las consecuencias de la guerra arancelaria iniciada por el amigo americano, en la guerra de Rusia contra Ucrania y en el genocidio que Israel perpetra contra los palestinos.

Si un mérito hay que reconocer a las autoridades llanitas es haberse volcado en pensar en el día después, en un escenario en el que a sus ciudadanos les sea mucho más complicado pasar tanto tiempo como ahora en España y en el que el tránsito por la Verja se vuelva lento e incómodo: además de acelerar los rellenos para aumentar la superficie de la colonia, el ejecutivo de Fabián Picardo sigue estrechando lazos con Marruecos con el fin de tener un nuevo aliado comercial y también, quién sabe, para surtirse de nueva mano de obra en caso necesario.

En cambio, tal cual cinco años atrás, en el Campo de Gibraltar seguimos pendientes de una hoja de ruta propia. ¿Cuáles son los planes de contingencia diseñados por España? Cualquiera que dé hoy un paseo por La Línea puede comprobar la enorme transformación que la ciudad ha experimentado en los últimos años gracias, fundamentalmente, a la labor de su Ayuntamiento y al trueque de votos por proyectos pergeñado por Juan Franco con PP y PSOE, a través de las administraciones supramunicipales. Sin embargo, ese escaparate puede venirse abajo de un día para otro: la inmensa mayoría de los 15.000 trabajadores transfronterizos que cruzan la Verja para ganarse un sueldo constan como censados como linenses, por lo que el reto consiste en tener activadas las medidas adecuadas para el caso de que un Brexit duro ponga fin a esos miles de empleos.

La aprobación para La Línea y otros puntos del Campo de Gibraltar de condiciones fiscales similares a las de la colonia para jugar con sus mismas cartas, la ampliación de la capacidad del Puerto de Algeciras, la mejora de las infraestructuras del transporte, actuar de una vez y de forma decidida en materia social y reforzar los medios judiciales y policiales son algunas de las propuestas conocidas por todos. Si en su mayoría no se han activado totalmente, o ni tan siquiera se han emprendido, se debe a la ausencia de poder político comarcal. Quizá debamos buscar ahí la respuesta a nuestros problemas.

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