Los inicios del contrabando en el Campo de Gibraltar
Historia
La pérdida de Gibraltar, necesitada de víveres, supuso un lucrativo negocio para los españoles de la zona
Tarifa/El contrabando constituye un serio problema crónico en la zona del Estrecho. Su solución no está a la vista; en cambio, sus inicios sí tienen fecha y causa conocidas: 4 de agosto de 1704, con la infortunada pérdida de Gibraltar. Es verdad que en estas costas fue habitual la piratería y el corso antes de este suceso; pero son cosas distintas.
La pérdida de Gibraltar y el Tratado de Utrecht
La conquista de Gibraltar por la armada angloholandesa se produjo en el marco de la Guerra de Sucesión a la corona de España (1701-1714) en nombre del pretendiente Carlos de Austria. Aparte de organizar su defensa, el primer y urgente asunto que debieron solventar los nuevos dueños del Peñón fue el abastecimiento de víveres y agua. Muchos españoles encontraron entonces un inesperado y lucrativo negocio, o simplemente una forma de ganarse la vida, proporcionándoles artículos alimenticios y otras provisiones. Además, Inglaterra le concedió el estatuto de puerto franco ya en 1706, con lo que cualquier navío, incluidos los de las naciones enemigas, podría cargar y descargar sin impedimento ni gravámenes.
Los preparativos para el primer intento de recuperar la plaza empezaron muy pronto. Tampoco tardaron demasiado las tropas austracistas en llevar a cabo esporádicas correrías por los alrededores a fin de cortar madera, hacer aguadas o robar ganado. Tal estado de alarma llevó a que en enero de 1705 se formase la Compañía de Escopeteros de Getares, sufragada por el ayuntamiento de Tarifa y compuesta por 40 hombres de sus milicias ciudadanas. Su misión consistía en la vigilancia del Estrecho entre la ensenada de Getares y las cercanías de Tarifa, resguardando estos parajes y dando cuenta de los movimientos enemigos. Asimismo, debía impedir posibles asaltos de los piratas y corsarios berberiscos, alentados por los ingleses, y combatir el incipiente contrabando. La compañía acabó integrándose en el Ejército, aumentando su dotación en 1717 a los 80 efectivos para ampliar su área de actuación hacia el este hasta el término de Estepona.
Conforme al artículo X del Tratado de Paz de Utrecht (1713), España cedía a Gran Bretaña la plena soberanía de la ciudad, puerto y fortalezas de Gibraltar, sin jurisdicción territorial alguna fuera de sus murallas ni comunicación terrestre “para evitar los abusos y fraudes que podría haber en la introducción de las mercancías”. No obstante, “siendo la mente del Rey Católico [Felipe V] solo evitar la introducción fraudulenta de mercaderías con el comercio de tierra”, se dejaba abierta la posibilidad de comerciar en tiempos de paz. Entonces sí se permitiría a Gibraltar la compra de géneros procedentes de la región circunvecina, que habría de efectuarse con dinero y no mediante trueque de productos. Con esto se pretendía atender el abastecimiento de la guarnición y de los vecinos e incluso el aprovisionamiento de barcos. Sin embargo, se confiscarían todas las mercancías aprehendidas, ya fuesen víveres o cualquier otro artículo, si se dirigían desde Gibraltar hacia España.
Embarcaciones de pesca y algo más
Los dueños de faluchos, jábegas y otras embarcaciones de pesca, tanto de la comarca como los llegados de fuera, serían los primeros en participar en el negocio del contrabando. La riqueza de estas aguas siempre había atraído a pescadores foráneos, pero a partir de la pérdida de Gibraltar buscaron igualmente fortuna empleando sus barcas en el tráfico ilegal. Debido a su cercanía, venían mayormente de Estepona y Marbella; pero también eran muchos los que procedían de puertos levantinos. Ya en el primer cabildo celebrado por la nueva ciudad de San Roque, “donde reside la de Gibraltar”, el 18 de junio de 1706, se denunciaba la continuada introducción de víveres en la colonia por parte de pescadores locales o procedentes de poblaciones más apartadas.
En mayo de 1709, los regidores sanroqueños requirieron de las autoridades castrenses que no permitiesen la pesca en los alrededores porque el consiguiente ajetreo era aprovechado por aventureros y malhechores forasteros que se dedicaban al hurto de ganado y enseres. En los cortijos y campos cercanos ya se habían sufrido repetidos pillajes, como el de más de 120 caballos robados y vendidos en el Peñón. También advertían de que acudía mucha gente desde Málaga, Estepona, Manilva y otras poblaciones con géneros y animales, por cuya razón las tropas enemigas “tienen los mantenimientos que son necesarios y caballerías, que tanto daño se puede ocasionar”.
Conscientes de lo que acontecía en la costa, se ordenaba a los armadores de las barcas de pesca que se mantuviesen detrás de la línea de guardia española, “para que no se experimente algún ilícito comercio con los enemigos de dicha plaza”. Así lo determinó el ayuntamiento sanroqueño en junio de 1711 al conceder licencia para armar la almadraba de revés al este de Gibraltar, en la playa de la Atunara, siempre contando con el visto bueno del mando militar.
En definitiva, desde los primeros momentos, pescadores y otra gente de mar contribuyeron con sus embarcaciones a la subsistencia de la guarnición inglesa y demás vecinos surtiéndolos de víveres y otras provisiones; eso sí, exponiéndose a severos castigos si eran apresados.
La Línea de Contravalación
A pesar de que Gibraltar fue cedida sin comunicación por tierra con España, de hecho sí que la hubo sin tardar mucho, y “comenzaron también a introducirse contrabandos desde la Plaza, con grave detrimento de la Real Hacienda”. Aparte de las quejas formales e inútiles, las autoridades españolas se limitaban a disponer un inoperante cinturón de vigilancia. Era necesario un sistema más eficaz para frenar ese tráfico.
Con ocasión del asedio de 1727, se levantó una línea divisoria de una a otra parte del istmo con el fin de cortar toda comunicación y disuadir a los posibles contrabandistas. Se trata del proyecto de barrera provisional frente al Peñón del ingeniero Antonio de Montaigú de la Perillé, cuyo objetivo declarado era “impedir por tierra el paso del contrabando de la Plaza de Gibraltar y deserción de las tropas del Rey”.
Pronto se sustituyó por un sólido muro abaluartado con dos fuertes en sus extremos, el de Santa Bárbara y el de San Felipe. Esta potente línea de defensa se construyó entre 1730 y 1735, imposibilitando así de forma efectiva el paso por el istmo. Es la llamada Línea de Contravalación, proyectada por el gran ingeniero Jorge Próspero Verboom. La magnífica fortificación fue destruida en 1810, durante la guerra de la Independencia, con la justificación de que podría ser utilizada por las tropas francesas contra Gibraltar. Así quedó restablecida la comunicación terrestre. Y se facilitó el contrabando por esta vía, claro.
Tráfico marítimo desde diferentes poblaciones
Prácticamente desde sus inicios, esto es, agosto de 1704, la actividad contrabandista alcanzó un radio de acción realmente amplio, llegando a Gibraltar barcos de Portugal, Cádiz, Tarifa y el norte de África con vino, pan, fruta y otros variados artículos frescos.
El puerto de Tarifa y el de la renacida Algeciras contaron pronto con numerosas embarcaciones dedicadas al corso, mayormente jabeques y faluchos bien armados con cañones, constituyéndose esta actividad en una verdadera industria hasta mediados del siglo XIX. Y aunque el contrabando sea cosa diferente, entre el corsario y el contrabandista había poca distancia; bastante a menudo, ninguna. Precisamente la existencia de la colonia favorecía que los armadores, muchos de ellos valencianos y catalanes, se valiesen de la patente de corso para ejercer el comercio ilícito.
También destacó Málaga en este tráfico. Algunos de los barcos cargados con productos malagueños, como higos, pasas o vino, con destino a puertos europeos, se detenían en Gibraltar con cualquier excusa, lo que era aprovechado para realizar transacciones encubiertas. Con relativa frecuencia, las autoridades españolas denunciaban a comerciantes residentes en Málaga por descargar indebidamente artículos en el Peñón. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con el veneciano Valentín Mingoti, capitán de un navío llamado “Los dos hermanos”, a quien en 1706 se procesó y fue embargado bajo la acusación de desembarcar víveres y pertrechos.
Sin demasiado éxito, el Gobierno intentaba solventar el asunto decretando diversas ordenanzas restrictivas sobre este tráfico marítimo. Así, una real orden de 29 de agosto de 1734 determinaba las condiciones en que se debía efectuar la navegación de cabotaje, sin permitirla con Gibraltar.
Pero el trasiego incesante de personas y productos siguió a lo largo del XVIII, dándose casos como el de un tal José Trendo, genovés afincado en Gibraltar y luego avecindado en Ceuta. Hacia finales del siglo, su actividad era tan intensa que su barco se llamaba “La mula”, por sus continuos viajes entre Gibraltar, Málaga y la plaza ceutí.
La propia Administración no daba ejemplo en la erradicación del fraude, encontrándonos con que los mismos funcionarios llegaban a ponerse de acuerdo con los contrabandistas para pasar mercancías a cambio de ciertos porcentajes. Veamos un par de casos sintomáticos. En 1803, el cónsul español en Gibraltar denunciaba la complicidad de aduaneros de Málaga, y que el puerto malagueño servía para la mayor parte del comercio de especias que se introducían en España desde el Peñón. Y por esos años, el gobernador de Ceuta advertía al Secretario de Estado sobre la conveniencia de buscarles empleo en otro sitio a Juan Buscató, contador de la aduana, y a José Olarría, empleado de Hacienda, por haber favorecido a contrabandistas en aquella plaza.
El contrabando atrae población
Las oportunidades que ofrecía el contrabando con base en Gibraltar, y en su caso el comercio legal, atraían a gente de distintas procedencias, dando lugar a una nueva y heterogénea población gibraltareña. A la colonia llegaron sobre todo genoveses; pero también había españoles, y al menos hasta 1725 fueron numerosos.
En realidad, toda la bahía se convirtió en polo de atracción poblacional. Tras la Línea de Contravalación fueron surgiendo viviendas de personas que se ganaban la vida de manera dudosa, por así decirlo, lo que no era visto con buenos ojos por el ayuntamiento de San Roque. En marzo de 1784, el consistorio informó al comandante general del Campo y al mismo rey de que se negaba a permitir un asentamiento donde había estado el campamento del reciente asedio a Gibraltar. Además, exigía la destrucción de todas las barracas levantadas en aquel terreno y “dar cuantas providencias sean convenientes para limpiarlo de gente inútil y foragida que no viven si no es del contrabando y desfraude de los reales derechos”.
Pero cumplir semejante exigencia era una misión imposible; por el contrario, la zona siguió poblándose con más gente de toda condición e iniciativa atraída por el negocio fácil. Algunos armadores, comerciantes y otros empresarios incluso hicieron grandes fortunas. Desde luego, el comercio fraudulento tuvo que ver en la formación de La Línea de la Concepción y en el rápido crecimiento de Algeciras en el siglo XVIII.
En resumidas cuentas, la debilidad militar y el atraso económico de España, y en particular de esta zona, propiciaron que Gibraltar se haya venido enriqueciendo gracias al contrabando. Eso, además de que Gran Bretaña se apropie ilegítimamente de buena parte del istmo y de la bahía. Y en esas estamos.
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