Inteligencia emocional y educación

Un café con Paula

La familia es el primer y más importante núcleo social al que pertenecemos, es una microsociedad en la que aprendemos a comportarnos

El bienestar emocional en los jóvenes: más infelices cuanto más mayores son / M. G.
Paula Igartua

22 de noviembre 2020 - 04:00

Cuando hablamos de inteligencia solemos centrarnos en la capacidad de resolver problemas a nivel lógico, matemático, espacial, de lenguaje… de hecho son estos los ámbitos más medidos en los tests de inteligencia a los que nos someten en colegios o entrevistas de trabajo. Sin embargo, hace ya varias décadas que sabemos que esta forma de ver la inteligencia está sesgada y obsoleta, siendo muchas más áreas importantes a la hora de desenvolvernos en la vida. Desde el modelo de las inteligencias múltiples de Gardner o desde la inteligencia emocional de Goleman sabemos que nuestras emociones juegan un papel fundamental en nuestras elecciones vitales.

Cada día, vemos más colegios en los que se imparte educación emocional y más padres concienciados con la importancia de que sus hijos puedan aprender a manejar sus propias emociones y las de los demás. De hecho, sería uno de los mayores avances sociales poder implantar esta materia como algo imprescindible en el aprendizaje infantil.

Sin embargo, la inteligencia emocional necesita una atención especial desde casa. La familia es el primer y más importante núcleo social al que pertenecemos, es una microsociedad en la que aprendemos a comportarnos y según la que nos haremos una idea de cómo es el mundo y qué esperar de él. Por otro lado, nuestro cerebro nace inmaduro en cuanto a conexiones cerebrales se refiere, es en nuestros primeros años de vida donde se crean un mayor número de conexiones, basadas en lo que aprendemos en este núcleo familiar sobre el mundo y lo seguro que es vivir en él.

En otras ocasiones hemos hablado sobre la importancia de las relaciones vinculares con los progenitores, sin ir más lejos, la semana pasada hablábamos sobre los descubrimientos del cambio en la genética de un bebé desde sus experiencias en el embarazo y el nacimiento, ya desde ahí nuestras conexiones aprenden a tolerar más o menos el estrés, es decir, desde las experiencias que tenemos antes de nacer podemos ir fortaleciendo nuestra inteligencia emocional, y esto solo puede hacerse en los primeros años de vida desde las relaciones con los padres. De hecho, hoy sabemos que inicio de la educación emocional está en la tripita de mamá.

Para tener una adecuada inteligencia emocional uno de los componentes más importantes es la autoregulación, que no es más que el ser capaces de regularnos emocionalmente. Sin embargo, para aprender a hacerlo es imprescindible que un adulto nos haya enseñado a hacerlo, por ejemplo, cuando un bebé llora porque se siente solo y lo abrazamos, cubre su necesidad y lo ayudamos a regularse. Por ello, puede ser el elemento principal y más importante a la hora de educar en emociones. Cuando vamos creciendo, nuestro cerebro va madurando a nivel racional, y podemos utilizar el lenguaje para seguir aprendiendo a nivel emocional, es entonces cuando podemos ir enseñando a nombrar emociones propias y expresarlas, para aumentar el autoconocimiento emocional y más adelante ayudar a ponernos en el lugar del otro y entender las emociones que puede estar sintiendo, la conocida empatía.

Todos estos ámbitos, la autoregulación, el autoconocimiento y la empatía requieren un aprendizaje constante durante toda la infancia y adolescencia, por supuesto, durante la edad adulta también podremos entrenarla si así lo deseamos, de hecho, éste es el gran objetivo terapéutico cuando estamos en terapia. La inteligencia emocional nos dará la oportunidad de percibir la vida desde un punto de vista más positivo y de éxito, valorarnos a nosotros mismos, superar nuestros miedos, mejorar nuestra tolerancia a la frustración, y nuestras relaciones con los demás, nos dará también una mayor capacidad de trabajo en equipo, por nuestras habilidades relacionales y sociales, todo ello nos dará mayores posibilidades de desarrollo a nivel personal y laboral, permitiéndonos construir relaciones más sanas, fuertes y duraderas en todos los ámbitos de nuestra vida.

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