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Ladón y los monstruos de Occidente

MITOS DEL FIN DE UN MUNDO

Ladón forma parte de una larga estirpe de monstruos y endriagos de Occidente

Como guardián de las manzanas de las Hespérides, tiene relación con otros vigilantes de paraísos orientales

Ladón y los monstruos de Occidente / Enrique Martínez

Algeciras/Los dragones han poblado el imaginario colectivo desde los estadios iniciales del ser humano. La palabra con la que se designan deriva de dérkomai que significa "mirar fijamente". Esta propiedad, que los ha caracterizado desde los primeros tiempos, los ha emparentado con otros seres como las serpientes, las águilas o los más perspicaces vigilantes. Quizás por ello se han asociado al oficio de guardián de espacios u objetos de reconocido valor. Se les ha considerado seres monstruosos, próximos al gigantismo y a la hipérbole, de marcada ferocidad, pero también inteligentes. De aguda perspicacia y afinada sagacidad, han desarrollado a la perfección el rol de seguros custodios de los más variados tesoros.

Por todo occidente han proliferado los dragones con la fecundidad de las pesadillas más repetidas: el galés Addane, abatido por el héroe Peredur; el eslavo Veles, dios y centinela del mundo subterráneo; el nibelungo Fafnir, abatido por Sigfrido, que pretendió la inmortalidad ungiéndose con su sangre; el Nidhug germánico, que habitaba inframundos o las cabezas de dragones que los vikingos exhibían en las proas de sus embarcaciones, con las que pretendían amedrentar a los habitantes de las costas adonde arribaban. Sin embargo, es la mitología griega la que dio forma a algunos de los más reconocidos de estos seres, como Pitón, vigía del santuario de Delfos, el Dragón de la Cólquida, que custodiaba el Vellocino de Oro o Ladón, el temible ser que vigilaba el Jardín de las Hespérides.

Era un desmesurado dragón con nada menos que cien cabezas. Sus dos centenares de ojos le permitían a la perfección vigilar las manzanas doradas del hortus conclusus que Gea ofreció a su hija Hera como regalo en sus bodas con Zeus. Con cada una de sus bocas hablaba una lengua diferente, por lo que podía advertir a cualquier intruso que se acercara al jardín. Aunque las primeras custodias de los frutos de oro fueron las tres ninfas Hespérides, no cumplían adecuadamente con su cometido y entre canto y canto sustraían algún que otro fruto. Advertida Hera, redobló la vigilancia y para ello se sirvió de un ser monstruoso natural de los pagos de poniente cercanos al estrecho de Gibraltar, el Atlas y los confines del Océano donde se encontraban las puertas del Hades.

Ladón y los monstruos de Occcidente / Enrique Martínez

El árbol genealógico de Ladón posee más de una raíz, más de un tronco y multitud de ramas. No posee un perfil claro, aunque es indudable su origen occidental. Dos hipótesis lo avalan: Hesíodo defendió que era hijo de Forcis y Ceto: dos divinidades de más allá de las Columnas, del territorio acuático cercano al Océano final. Su padre era un dios marino primordial hijo de Ponto y Gea. Considerado en textos homéricos como "anciano del mar", su figura se ha confundido con Nereo, a quien Heracles solicitó información para llegar hasta las Hespérides. Se representaba como un tritón con cola de pez y puntiagudas patas de cangrejo. Junto con Ceto, otro monstruo acuático asociado con los peligros del mar, concibió una extensa prole de engendros marinos. Su descendencia fue mayoritariamente femenina y heredó el antropónimo paterno. Fórcides fueron las Grayas, las hermanas ancianas con un solo ojo y un solo diente que intervinieron en el episodio de Perseo y su acceso al Inframundo; las Gorgonas, las hermanas que lloraron sin consuelo la muerte de Medusa y la serpiente o el dragón que custodiaba el Jardín. Apolodoro relató una genealogía diferente aunque próxima. Consideró que la progenie de Ladón entroncaba con Equidna y Tifón. Hijo este último de Gea y Tártaro, era una divinidad primitiva relacionada con los huracanes. Enemigo declarado de Zeus, era un hiperbólico monstruo alado con una altura que alcanzaba el firmamento. Con cabeza de dragón y serpientes en las piernas, vomitaba fuego y lava, provocando terremotos y huracanes. Su emparejamiento con Equidna originó la más completa saga de terroríficos seres. La madre, que para unos era hija de Forcis y Ceto y para otros de Calírroe y Crisaor, se ha convertido en paradigma de maldades. Tras el rostro de una bella mujer surgía la cruel mirada de unos terribles ojos oscuros y la sinuosa curva de un cuerpo serpentino atrayente pero aniquilador; tanto, que acabó inspirando a la Lilit de las posteriores leyendas hebreas. Junto con Tifón alumbró hijos temibles, como el perro Cerbero y su hermano Ortro, así como a Ladón, los tres relacionados con el Inframundo occidental y el cercano Jardín de las Hespérides. También formaron parte de su descendencia Quimera, la Esfinge, la Hidra de Lerna, el León de Nemea, el Águila de Prometeo, el Dragón de la Cólquida y la Cerda de Cromión, todo un listado de seres despiadados, muchos de ellos guardianes de espacios vedados, como los que se alzaban a poniente de las columnas que tomaron el nombre de Heracles, el héroe que acabó con la mayoría de ellos en una labor que tuvo mucho de civilizadora y de victoria sobre un mal que abundaba en los apartados territorios hasta donde el hijo de Zeus tuvo que acudir a expiar su particular penitencia.

Hasta el Jardín de las Hespérides se desplazó después de viajar hasta el extremo occidental del mundo para robar el ganado retinto de Gerión. El undécimo trabajo encargado por Euristeo consistió en el robo de las manzanas doradas que allí maduraban, que eran custodiadas junto al estrecho de Gibraltar por las ninfas homónimas y por el fiero Ladón. Existen tres versiones del hurto: la primera, muy extendida, consideró que Heracles llegó hasta las puertas del hortus conclusus y allí se encontró con el intimidante dragón que le impidió la entrada. Tras una lucha encarnizada, el héroe logró vencerlo y sustrajo sin dificultad los frutos encargados. La actitud de Ladón obtuvo el reconocimiento de la dueña del huerto, Hera, que ascendió sus restos al cielo y lo convirtió en la constelación del Dragón, ubicada de forma poco casual entre la de Hércules y la Osa Mayor. Una segunda versión más evemerista, defendida por Diodoro Sículo, consideró al monstruo como un pastor que cuidaba de las posesiones del amo, desempeñando un rol parecido al de Euritión con el ganado de Gerión o Menetes con el de Hades. En una tercera versión Heracles no llegó a luchar con Ladón, pues encargó el robo de las manzanas a Atlas, el padre de las ninfas Hespérides, que tenía un acceso más fácil al espacio guardado por sus hijas.

Ladón y los monstruos de Occidente / Enrique Martínez

En cualquiera de las tres versiones, el elemento más destacado del relato es el papel que tuvo el monstruo de guardián de un árbol y de unos frutos al que se les ha querido otorgar un valor mítico fácilmente relacionable con otros paralelos. Los manzanos de frutas de oro que sombreaban el Jardín de Occidente poseen una evidente relación con otros árboles que crecían en el Edén oriental, un paraíso terrenal del que en el libro del Génesis se encuentran oportunas referencias. A ellos se refieren las Escrituras como el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal que, junto al Árbol de la Vida, ocupaban un espacio relevante en el bucólico lugar habitado por Adán y Eva en sus primeros tiempos como humanos. A poco de ser creado, el primer hombre fue advertido por Dios de la imposibilidad de comer las frutas que pendían de las ramas del primero, aunque un monstruo con forma de serpiente convenció a Eva para ingerirla. Esto provocó la expulsión de la pareja y comenzaron las penalidades en un planeta donde los mitos se han convertido en algo más que un pretexto. Esta serpiente que custodiaba el jardín del Edén tenía sus orígenes en Gizzida, una antigua deidad de la antigua Mesopotamia de sexo ambiguo que impedía el acceso a unos frutos que tenían mucho de atrayente y de simbólico. En la mitología sumeria era fiel acompañante de Dumuzi, consorte de Inanna, y ambos guardaban las puertas del cielo. El jardín sumerio, en el que se inspiró el bíblico, posee su claro correlato con el occidental de las Hespérides, donde brotaban frutos inalcanzables y prohibidos, guardados por seres monstruosos que en ambos extremos del mundo custodiaban pequeñas parcelas de dicha cuyo acceso estaba vedado al común de los mortales.

Ladón, heredero de una abundante progenie de monstruosos guardianes del extremo occidental del Mediterráneo, llegó a dejar huella en tierras catalanas. En 1877, el poeta y sacerdote Xacint Verdaguer obtuvo el Premio Extraordinario en los Juegos Florales de Barcelona con su obra La Atlántida. Fue dedicada a su protector y mecenas Antonio López, propietario de la Compañía Transatlántica Española, y en ella lo equiparó con el mismo Heracles. Ocho años más tarde, Eusebi Güell, el adinerado suegro del marqués de Comillas, decidió remodelar una finca de su propiedad en los entonces despoblados desmontes entre Les Corts y Sarrià. Contrató los servicios de Antonio Gaudí, que diseñó una de sus más afamadas obras. Concibió la particular parcela como un nuevo hortus conclusus, un Jardín de las Hespérides custodiado por un Ladón en hierro forjado junto a la avenida de Pedralbes. Realizado en 1885 con hierro, planchas estampadas, mallas y elementos metálicos en el taller de Vallet y Piqué, el artista de Reus supo representar, siguiendo la disposición estelar de la constelación del Dragón, un monstruo de agudos dientes y oníricas formas que sobrecogen a los viandantes y les impiden el paso. Como gozne de la inmensa puerta, un alto pilar de ladrillo se corona con las modernistas curvas de un árbol del que cuelgan naranjas, una fruta que ha competido en interpretación mítica con las manzanas.

En los lares sureños que habitamos poco rastro ha quedado del autóctono dragón, de su monstruosa parentela y del jardín que custodiaba. Pasamos por el mundo sin saber dónde mirar, aunque las manzanas de oro sigan ahí, a nuestro alcance.

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