Del manto y saya y algunos de sus paralelos ( y II)

OBSERVATORIO DE LA TROCHA – NUESTRAS TRADICIONES POPULARES

Al igual que el manto y saya campogibraltareño y vejeriego, los trajes populares canarios también lucen mantilla, pañolón o rostrillo.

Otro paralelo es la faldetta maltesa

Lee aquí la primera parte del artículo

Del manto y saya y algunos de sus paralelos ( y II)
Del manto y saya y algunos de sus paralelos ( y II)
Andrés Bolufer Vicioso - Historiador del Arte, miembro de la Asociación Cultural La Trocha y del Instituto de Estudios Campogibraltareños

04 de noviembre 2022 - 04:05

Terminamos aquí nuestro artículo sobre esta peculiar indumentaria que constituye un tesoro cultural de este extremo sur peninsular, de la cual se puede rastrear su origen en un gran intervalo de nuestra intrahistoria.

En este sentido, resulta muy alentador el artículo de Amelia Mas y Antonio Muñoz sobre el origen de la cobijada vejeriega, ya que al analizarlo le vieron grandes similitudes con el traje femenino castellano. Para ellos se trataría de “una pervivencia del traje castellano de manto y saya que los conquistadores trajeron a Andalucía a finales del s. XIII y principios del XIV“.

Para refrendar su aserto se valieron del expurgo de las fuentes documentales y de las correspondencias entre el traje vejeriego y sus antecedentes musulmanes. Por un lado, las indumentarias hispano-bereberes (jaique y almalafa) y, por otro, hicieron lo propio con el manto y saya castellano que se usaba en la Baja Edad Media y que, al trasladarse al sur con la Reconquista, se adaptó a la moda morisca.

Su llegada, prácticamente generalizada, al baúl de los recuerdos parece ligarse con la Segunda República y la Guerra Civil, aunque las prohibiciones sobre su uso se remontan a Felipe II, como mínimo. Pero el tiempo ha sido más definitorio que cualquier otra cosa. Sólo sobrevive del pasado aquello que mantiene su utilidad, de ahí que ambas, al carecer de una función, formen hoy parte indiscutible de la Antropología y Etnografía históricas. Son fósiles etnográficos.

El considerar una indumentaria determinada como traje típico de una región o ciudad, sólo es posible mantenerlo mientras lo usen las gentes de la época determinada en el que fue común. De igual manera que su uso correspondía a unas necesidades, su desuso llega inexorablemente por su falta de adecuación a las nuevas necesidades.

Manto y saya de Tarifa.
Manto y saya de Tarifa.

En este sentido, cabe considerar al manto y saya como la indumentaria que fue típica, en tanto que común o habitual, de Algeciras, Tarifa, Vejer, Alcalá o Conil. Hoy solo cabe considerarlas como típicas, en tanto que símbolo histórico-etnográfico, pero no como habituales. Típico, así pues, tiene al menos dos claras acepciones.

Para los folkloristas canarios Manuel Pérez Rodríguez y José Luis Concepción: “La vestimenta típica o folklórica es aquella que identifica a una isla, una comarca, un pueblo o lugar, distinguiéndola del resto de la Región, como si fuese una bandera, un testimonio vivo de la forma de ser y del género de vida predominante”.

Allí, en las 'Islas Afortunadas', es también relativamente frecuente encontrar la combinación de dos prendas, tal como en el manto y saya campogibraltareño y vejeriego. En los trajes populares canarios la mujer luce la mantilla, pañolón o rostrillo, según los casos, sobre la saya, pero en estos, a diferencia de nuestras tapadas, los colores son gráciles y vivos.

La utilización de colores en corpiños y blusas los hace más lúcidos si cabe, algo que les está vedado a las cobijadas, donde el manto negro se une a la saya negra, impidiendo cualquier lustre al color, aunque en la isla de la Palma existe un traje de manto y saya de color negro distintivo de las mujeres de clase alta.

Su origen está claramente relacionado con la emigración castellana a las islas desde su incorporación a la Corona, de modo que se podría corroborar la teoría de Mas y Muñoz sobre la cobijada. Pártase de que en las Islas no cabe hablar de herencia musulmana, sino no es indirectamente desde su agregación a Castilla.

Manto y saya palmero.
Manto y saya palmero.

Hoy su presencia es prácticamente testimonial, como la "faldetta" o "ghonnella" maltesa, un posible paralelo del manto y saya. Como esta, fue habitual hasta la llegada de las nuevas formas del vestir más adaptadas a las nuevas necesidades.

El antropólogo Tarcisio Zarb la estudia como una prenda multiforme. Al investigar las relaciones prenupciales, recoge el siguiente comentario: “Para echar una ojeada a su cara (el enamorado), tenía que quitar la faldetta de su cara. En esos días, las mujeres que no estaban casadas llevaban puesta la faldetta que tenían una forma redondeada, mientras que las de las mujeres casadas eran puntiagudas.“ Funcionaba, además, como una distinción de estado.

En el sino histórico de ambas indumentarias, el progreso ha jugado definitivamente en su contra. En el caso de la vestimenta maltesa, la llegada de la moda victoriana acabó con ella, cayendo prácticamente en desuso durante la Segunda Guerra Mundial.

Hay una gran variedad de teorías sobre su origen. Hay quienes apoyan por un lado su origen oriental mientras que por otro hay quienes lo buscan al norte, en los Abruzzos de L´Aquila.

Quienes apoyan esta última tesis argumentan que el emperador germánico Federico II deportó a Malta en el siglo XIII a gentes de Celano que en señal de duelo cubrieron su cabeza con un manto negro y que, a pesar de recibir la amnistía, continuaron con la costumbre.

Maltesas ataviadas con faldetta o ghonnella.
Maltesas ataviadas con faldetta o ghonnella.

Para Camillo Spreti tendría su origen en la moda española e italiana: “las mujeres pasean por la calle vistiendo una mantilla según la moda española e italiana, con una parte de la mantilla que, en muchos casos, sobresale una cuarta por encima de la frente...”

Los más exóticos llegan a verle su origen durante la ocupación francesa, cuando era llamada “la capucha de la vergüenza”, porque se supone que la usaban para ocultarse de los invasores. Y por supuesto no pueden quedar atrás los que le dan un origen climatológico: sería una sobrefalda que se echa sobre la cabeza para protegerse del sol, la lluvia o del fuerte viento.

Al igual que en nuestra prenda, sobre la falda se echaba una sobrefalda o manto, pero, en este caso, en forma de capucha voluminosa formada por un cabecero rígido que caía en semicírculo, por lo que se necesitaba habilidad para mantenerlo fijo.

Fue una prenda femenina generalizada, tanto de señoras como de criadas. Las diferencias en este caso vendrían determinadas no tanto por su forma, sino por las calidades de las telas con las que se hacían.

Ambas tendrían en común varias utilidades entre las que, tal vez, más se insiste es en la de preservar el incógnito. Favorecía el anonimato en las relaciones previas al noviazgo. Téngase en cuenta la moral estricta en la que se basaban las relaciones prenupciales y las que regían los comportamientos previsibles de solteras y viudas especialmente, por lo que sin duda también eran las prendas elegidas para ir a la iglesia por su severidad, por el uso exclusivo del negro y, por tanto, su austeridad.

No precisaba ningún adorno, ni tampoco permitía ningún lucimiento, tal vez éstas serían en ambas sus notas más sobresalientes. Para acercarnos a una comprensión de su vigencia en sus sociedades hemos de tener presente, además del hecho de su marginalidad cultural, que el código de honestidad lo determinaba todo en lo referente al mundo femenino.

La faldetta en malta.
La faldetta en malta.

Entre sus usos culturales no es de menor importancia el de mantener oculto el embarazo. En Malta hay dichos tan sugestivos como este: “las faldas largas llevan el polvo y las faldas cortas se llevan las almas”. O para ocultar contrabando o armas en el caso tarifeño-vejeriego, lo que motivaría su prohibición efectiva a partir de la Segunda República.

Entre sus inconvenientes y por tanto, entre las causas de su decaimiento, cabría señalar básicamente en ambas un problema de espacio y maniobrabilidad. Eran pesadas y se necesitaba bastante destreza para lucirlas adecuadamente, máxime cuando no se sujetaban ni con alhajas ni broches, todo lo cual actuaba claramente de manera disuasoria en su uso ante el empuje de la nueva moda, por más que se alabara la soltura con la que se colocaban.

En el caso de la tapada o cobijada, la dificultad la determinaba la sujeción con una mano del manto por dentro a la altura de la boca, mientras que con la otra se hacía lo propio con la saya para facilitar los movimientos.

En su decaimiento no tiene menor importancia la afición al lujo, la elegancia y desenvoltura en el vestir por parte de las nuevas generaciones. El manto y saya y la faldetta son, en ese sentido, lo más opuesto a la moda femenina que se va a imponer desde el Romanticismo, lo que estimularía a las jóvenes en su deserción del traje tradicional.

En el Occidente de hoy, la indumentaria femenina no está sujeta a prescripciones, sean estas paternalistas o pararreligiosas. La moda se sitúa bajo el paraguas de dos premisas esenciales: la utilidad y el lucimiento, de ahí la caída en desgracia de estas vestimentas por incómodas y poco desenvueltas, aunque como huellas del pasado sean apetecibles para sus nostálgicos.

Con este artículo hemos querido reconocer que, afortunadamente, hay entre el Campo de Gibraltar-Vejer y Malta no sólo algunas líneas genealógicas comunes entre sus habitantes, también que entre ellas existió cierta semejanza entre las que fueron sus indumentarias históricas femeninas, en tanto que son restos del gran sustrato panmediterráneo.

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