El mito de Heracles

Mitos del fin de un mundo

En Heracles confluyen muchas lecturas que lo convierten en un mito poliédrico

Capaz de superar antitéticas debilidades, es un ejemplo de la consideración del mito como pretexto

El mito de Heracles.
El mito de Heracles. / Enrique Martínez
José Juan Yborra / Enrique Martínez

01 de agosto 2024 - 15:44

Heracles es una figura mítica griega que entronca con otras que traspasan meridianos geográficos y culturales. Emparentado con la divinidad fenicia de Melkart, con la egipcia Jorusu o la celta Ogmios, es una leyenda poliédrica, con tantas caras como lecturas. La ambivalencia de su figura se refiere a su significado, a su valor y se extiende hasta su antropónimo. Para los helenos, el mito fue conocido al principio con el nombre de Alcides, en honor de su antepasado Alceo, cuyo significante evocaba el significado de fortaleza o alcé. Tras el parricidio que determinó su existencia fue conocido con el nombre de Heracles, en cuyo lexema conviven los que lo relacionan con la gloria (kléos) y con Hera, la poderosa divinidad causante de muchos de sus males y quebrantos. Su figura ha hecho correr caudalosos ríos de caracteres grabados y de tinta escrita e impresa: desde Homero a Alfonso el Sabio; desde Hesíodo hasta Carlos I, pasando por Psino de Lindos, Pisandro de Cámiros, Paniasis de Halicarnaso o Rodrigo Ximénez de Rada.

La grandeza y las penalidades de Heracles tuvieron su origen en su misma concepción. Su madre, Alcmena, hija del rey de Micenas, Electrión y nieta de Perseo y Andrómeda, estaba desposada con Anfitrión de Tebas, nieto también de Perseo. Aprovechando la ausencia del esposo, que había partido a luchar contra los Tafios, Zeus hizo una de las suyas. Encandilado por las dotes de la joven cónyuge, tomó el aspecto de su marido y yació con ella utilizando una vez más el engaño como ardid del cortejo. Al poco tiempo regresó Anfitrión y cumplió con sus deberes maritales. Fruto de tan dual coyunda, la mujer quedó embarazada por partida doble y concibió a la par un hijo de su esposo y otro del dios supremo del Olimpo, quien, enterado del hecho, proclamó un juramento que tuvo mucho de vaticinio: notificó que el primer heredero en nacer de la casa de Perseo se convertiría en un poderoso rey. Este hecho alertó a Hera del adulterio cometido por su cónyuge y tomó cartas en el asunto para dañar al aún no nacido. Pospuso el parto de Alcmena utilizando sórdidos recursos: la obligó a cruzarse de piernas, se las ató con prendas anudadas a sus muslos y se sentó sobre ellas, impidendo el parto. A la vez, actuó en otra dirección: provocó el adelanto del nacimiento de Euristeo, primo de los gemelos, que vio la luz a los siete meses de gestación y fue nombrado rey de Micenas, trastocándose la profecía de Zeus. Mientras tanto, en Tebas, la criada de Alcmena, engañó a Hera: le dijo que había asistido a los recién nacidos gemelos. Confundida, la diosa deshizo los nudos que ataban las piernas de la parturienta y esta pudo dar a luz a Heracles, hijo de Zeus y a Íficles, hijo de Anfitrión.

El mito de Heracles
El mito de Heracles / Enrique Martínez

Enfurecida por el engaño, Hera se propuso acabar con la vida de Heracles y dedicó a ello artimañas, esfuerzos y desvelos que rayaron la más enfermiza de las obsesiones. Al poco de nacer, introdujo dos serpientes venenosas en su cuna, que el recién nacido estranguló en una demostración de precoz fortaleza. Alarmado Zeus por la inquina mostrada por su esposa, la engañó encubriendo a Heracles y dándoselo a amamantar. Cuando Hera se dio cuenta del ardid lo separó bruscamente de sus pechos, lo que provocó que un chorro de leche adquiriera las hiperbólicas proporciones de los mitos y formara la Vía Láctea. Junto a una desmesurada fuerza, el joven Heracles fue dando muestra de un carácter de lo más irascible. Junto con su gemelo Íficles recibió clases de música de Lino, hermano de Orfeo. Poco dispuesto a recibir reprimendas por su escasa motivación, se enfureció tanto que lo golpeó sin cesar con la lira hasta que acabó con su vida. De este crimen resultó absuelto por el juez Radamantis, aunque su padre Anfitrión, temeroso de su genio, lo desterró de Tebas y lo envió al cuidado de sus rebaños. Allí, el boyero Téutaro lo formó en las artes de la guerra y lo adiestró en el manejo del arco. Con los años, su fortaleza adquirió tintes de imbatibilidad, como demostró con la muerte del León de Citerión, con cuya piel revistió su torso o con el ataque a los emisarios del rey Ergino de Orcómeno, que expoliaba a los tebanos con férreos tributos. Agradecido, el rey Creonte le ofreció la mano de su hija Megara, con quien tuvo varios hijos; a la par, su gemelo desposó con su cuñada Pirra. Instigado por la perseverante Hera, Heracles cayó en un estado de ira que desembocó en el asesinato de su mujer, de sus hijos y de sus sobrinos. Tras cometer el parricidio, hundido y abatido partió al destierro. Llegó hasta lejanas tierras y compartió con ellas lo inhóspito y lo salvaje. Su hermano pudo convencerlo para que acudiera al oráculo de Delfos. Esta vez no hubo jueces benévolos. La Sibila, influenciada por una siempre vengativa Hera lo envió hasta su primo y enemigo Euristeo, que le había arrebatado el trono de Micenas. Heracles fue condenado a realizar una serie de pruebas dictadas por el monarca pero inspiradas por Hera, pruebas que más que en una dilatada penitencia, se convirtieron en retos imposibles con los que se buscaba su aniquilación.

Estos trabajos, que Jerónimo de Estridón dató en 1240 a.C., inspiraron la iconografía del personaje, que se convirtió en el paradigma del héroe por excelencia. Fue condenado a superar diez pruebas que ningún otro mortal podría superar: Tuvo que matar y despellejar al León de Nemea, lo que hizo estrangulándolo y utilizando sus propias garras; para ello contó con la ayuda de Atenea. Tras regresar a Micenas, Euristeo se asustó tanto que le prohibió su entrada en la ciudad, y se refugió en una tinaja de bronce que mandó sepultar en un acto de cobardía. Tuvo que matar a la Hidra de Lerna, a la que le cortó las cabezas y cauterizó las heridas con fuego para evitar su regeneración, para ello contó con la ayuda de Yolao. Tuvo que capturar a la Cierva de Cerinea mientras bebía, sin derramar una gota de sangre. Tuvo que apresar al Jabalí de Erimanto: lo acorraló en una zona nevada y allí se abatió sobre su lomo. Tuvo que limpiar los establos de Augías en una sola jornada y desvió los cauces de los ríos Alfeo y Peneo. Tuvo que aniquilar a las aves carnívoras del lago Estínfalo, a las que ahuyentó con un cascabel que le proporcionó Atenea. Tuvo que capturar al Toro de Creta con el que concibió Pasífae al Minotauro: lo domó con astucia y regresó a Micenas montado en su lomo. Tuvo que robar las yeguas carnívoras de Diomedes, que acabaron devorando a su dueño. Tuvo que sustraer el cinturón mágico de la amazona Hipólita, a pesar de las asechanzas de Hera y como décimo trabajo tuvo que robar el ganado retinto de Gerión, para lo que Euristeo lo envió hasta los confines occidentales del mundo. Tras regresar con éxito, Hera, encolerizada, consideró no válidas las pruebas de la muerte de la Hidra de Lerna y la limpieza de los establos de Argías, por lo que se le impusieron dos retos más en el peligroso territorio más allá de unas columnas que acababa de erigir: tuvo que robar las manzanas del Jardín de las Hespérides y capturar a Cerbero, el guardián del Inframundo. Tras regresar triunfante a Micenas, su fama como héroe aumentó exponencialmente: participó en la Gigantomaquia; combatió con Cicno; formó parte de la expedición de los Argonautas; atacó Troya e instauró los Juegos Olímpicos. Tras su muerte provocada por la túnica de Neso y solicitada por él mismo fue incinerado en la cima del monte Eta, alcanzó condición divina y consiguió la reconciliación con Hera.

El mito de Heracles
El mito de Heracles / Enrique Martínez

Heracles, la “gloria de Hera” tuvo en ella a su principal oponente y en Atenea a su mejor adyuvante. Tras superar sus tres últimos retos, que tuvieron como escenario la embocadura occidental del estrecho de Gibraltar, se convirtió para el imaginario heleno en el paradigma del héroe capaz de domeñar su fortaleza y su irascibilidad mediante la astucia y la inteligencia. Se instauró en un personaje civilizador, que llevó los fundamentos de la cultura helena hasta las apartadas lindes occidentales del mundo. Adquirió a la vez la condición de fundador de instituciones y ciudades como La Coruña, donde aún se alza altiva la torre a él advocada, Sevilla, Tarazona, Urgel o Barcelona. A él se dedicó el Herakleion gaditano y con él se relacionan los orígenes de universidades como Salamanca. Su fortaleza, su brutalidad, sus cambios de carácter y su tendencia al salvajismo se trastocaron en modelo de virtud para griegos y romanos, en valor para los tiempos de guerra, en sumisión a los dictados divinos y en superación de los límites humanos.

En el sur peninsular poco ha quedado de su lucha con Gerión, el héroe autóctono que luchó cuerpo a cuerpo con el héroe foráneo… y perdió. Poco ha quedado de su erradicación de los elementos indígenas. Sin saberlo y sin proponérselo, Heracles se convirtió con los siglos en libertador de los pueblos peninsulares con la eliminación de un Gerión que acabó siendo un tirano. Sin proponérselo, la historia posterior lo consideró, junto con Tubal, como el origen mítico de los linajes reales hispanos. Alfonso el Sabio vio en él la cuna de su monarquía; los Reyes Católicos utilizaron en Italia su figura como expresión de su poder y Carlos V empleó el plus ultra como el lema del Imperio. Sin proponérselo también, Hércules ha trascendido sus columnas, se ha acuñado en monedas y representado en escudos con la recurrente tozudez de la utilización de los mitos como pretexto.

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