Mitos musulmanes del Estrecho

Mitos del fin de un mundo

Para los musulmanes, el estrecho de Gibraltar dejó de ser infranqueable y se convirtió en lugar de paso desde África hasta al-Ándalus

Con este objetivo, recurrieron a Alejandro Magno y potenciaron su perfil civilizador 

Mitos musulmanes del Estrecho
Mitos musulmanes del Estrecho / Enrique Martínez
José Juan Yborra / Enrique Martínez

12 de septiembre 2024 - 04:01

Pudiera pensarse que con los musulmanes, tras el imparable avance que realizaron en los siglos VII y VIII a lo largo de la costa africana en dirección a occidente, el estrecho de Gibraltar perdió el valor de finis terrae adquirido con la cultura clásica, mientras que obtuvo otros mucho más pragmáticos e historicistas. En esta nueva reinterpretación del espacio, se observa una adaptación a intereses inéditos que ponen de relevancia el carácter de las leyendas como pretextos.

A partir de 622, el progreso de las tropas musulmanas se hizo evidente desde sus posiciones originarias al oeste de la península arábiga. A través de sucesivas oleadas se produjo una constante expansión, primero hacia el norte, en busca del Sinaí y el delta del Nilo. En apenas veinticinco años, la cabecera de un ejército formado por unos cuarenta mil infantes árabes llegaron a las inmediaciones de la mítica Cartago, desde donde los fenicios habían iniciado su expansión por el poniente mediterráneo siglos atrás. En 689 estaban plenamente consolidadas sus posiciones en la ciudad de Kairouan, que adquirió un valor hierofánico para su cultura, mientras que algunas avanzadillas llegaron a las puertas de la antigua Tingis, conquistada definitivamente a principios del nuevo siglo.

En 709, salvo la ciudad de Ceuta, toda la orilla sur del estrecho de Gibraltar había sido ocupada por el ejército musulmán, el cual, tras pactar con el gobernador de la ciudad norteafricana, se dispuso a atravesarlo para cumplir uno de los objetivos de su expansión hacia Occidente: la conquista de la península Ibérica, el ansiado al-Ándalus.

Se produjeron tres intentos de cruce. El primero de ellos tuvo lugar el mismo 709, cuando arribó a Algeciras una expedición de Musa que tuvo mucho de ojeo previo y de puesta en valor de la bahía y del puerto algecireño como resguardado y estratégico espacio en la misma bocana del canal. Un año más tarde se efectuó el desembarco del militar bereber Tarif ben Malluk. Al mando de un pequeño ejército de apenas medio centenar de soldados de infantería y caballería, saqueó Tarifa y comprobó la vulnerabilidad de las defensas de las poblaciones de la orilla norte.

Aprovechando la benignidad climática, a mediados de 711, Musa envió hasta las costas hispanas el grueso de un ejército musulmán formado por unos siete mil hombres a cuyo mando estaba el gobernador de Tánger Tariq ben Ziyad. No se trató de un convoy militar al uso, sino todo lo contrario. En pequeñas embarcaciones de cabotaje fueron desembarcando a lo largo de varias semanas en la más esquinada y menos vigilada rada de Gibraltar unas tropas que, concentradas al borde de la bahía, sometieron sin apenas esfuerzo la ciudad de Algeciras, hacia donde se dirigieron tras vadear el Guadarranque y el Palmones.

Si para la perspectiva cristiana el rápido desembarco y conquista foránea se justificó con acciones que tuvieron mucho de legendarias, como la traición de los hijos de Witiza o la del ceutí don Julián en venganza por las relaciones de don Rodrigo con su hija, desde la óptica africana el Estrecho perdió el carácter de puerta o barrera infranqueable y se identificó con un espacio de comunicación, un lugar estratégico por donde debía discurrir el tránsito de uno a otro continente. En ello insistieron los escritores musulmanes.

El bagdatí Al-Masudi fue de los primeros en reunir las disciplinas de la historia y la geografía. En su Muruj adh dhahab, a principios del siglo X, hizo referencia a un motivo que se convirtió en referente de la historiografía musulmana del estrecho de Gibraltar, hasta el punto de alcanzar categoría casi mítica, ya que su apoyatura poseía una inspiración legendaria. Al-Masudi resaltó una obra ciclópea: un puente construido con piedra y barro que se apoyaba sobre pilares levantados a una distancia regular. Junto con otros historiadores, dio por hecho la existencia de una estructura de tales características sin más apoyatura que la mera tradición, una creencia que se transmitía de forma oral y daba fe de una obra colosal que ponía en contacto las dos orillas del paso natural y obligatorio entre África y Europa.

Mitos musulmanes del Estrecho
Mitos musulmanes del Estrecho / Enrique Martínez

A principios del siglo XII, el renombrado geógrafo Muhammad al Idrisi, ejerció una labor cartográfica reconocida por caudillos y príncipes de diferentes credos y procedencias. Pasó buena parte de su vida en la corte normanda de Roger II de Sicilia, donde elaboró la Tabula Rogeriana, conocido mapamundi donde ubicó el norte en el extremo inferior de la carta. Aunque defendió la teoría de que la tierra era una esfera y las aguas se adherían a ella a través de un equilibrio natural que no sufría variación alguna, compartía un temor arraigado todavía en muchos de sus contemporáneos hacia un océano Atlántico oscuro, frío e interminable. Apenas lo dibujó en su mapa, que se cierra por occidente con una costa africana, recta y apartada, en línea con la peninsular y abiertas ambas a un poniente con cierto halo amenazador. Oriundo de Ceuta, era un buen conocedor de la zona, lo que no le impidió que mantuviera la tesis de la existencia de unas antiguas construcciones alzadas en su Estrecho natal. Pensaba que fue el mismísimo Alejandro Magno el responsable de la ejecución de unos diques y unos canales que favorecían el paso desde una orilla a otra. Consideraba incluso que el dique construido en la parte andalusí podía verse en el mar en días de poniente. Incluso reconoció haber visto con sus propios ojos una construcción que los lugareños llamaban El Puente, cuyos sumergidos arcos se encontraban en las proximidades de la Peña del Ciervo. Para el geógrafo ceutí, Alejandro Magno llegó a identificarse con el mismo Heracles, y defendió la hipótesis de que el militar griego mandó excavar un canal entre Europa y África y una serie de muros y diques. Al concluir las obras, la presión de las aguas del Atlántico provocó una terrible inundación que hizo que muchas ciudades costeras quedaran sumergidas y gran número de personas perecieran ahogadas: todo un ejemplo de solapamiento de mitos clásicos, desde Heracles a la Atlántida.

A fines del siglo XIII, el geógrafo árabe Al Dimaski, en su Nujbat ad-Dahr, retomó el tema del puente sobre el canal y atribuyó sin ambages su autoría a Alejandro Magno, el cual mandó construir en las dos orillas, a una gran profundidad, los cimientos de sendos muelles. A continuación reunió un número considerable de barcos y los unió entre sí con cuerdas. Luego tomó cadenas de hierro y con ellas unió las embarcaciones hasta que formaron una estructura continua que se extendía con gran solidez de una orilla a otra: aquí el ejemplo lo es de un paradigmático puente de barcas en pleno estrecho de Gibraltar.

Posterior fue el testimonio de Al-Himyari, quien en el Rawd al-Mitar, se refirió a un cataclismo que tuvo lugar cien años antes de la conquista de Egipto por los musulmanes: la elevación del nivel del mar acabó con los cimientos de un extraordinario puente que unía las dos orillas del Estrecho mandado construir por Du´l-Karnain, trasunto de Alejandro Magno. El geógrafo magrebí lo describió como hecho en piedra tallada, de una longitud de doce millas y anchura tal que permitía el paso desahogado de camellos y acémilas de una a otra orilla. A pesar del cataclismo, consideraba que todavía podían verse sus restos bajo el mar y su valor mítico era tal que los habitantes del lugar creían que emergería antes del fin del mundo.

Mitos musulmanes del Estrecho
Mitos musulmanes del Estrecho / Enrique Martínez

En las referencias de todos estos geógrafos se observa un solapamiento de mitos donde convive la hecatombe que acabó con la Atlántida con la separación de los continentes efectuada por Heracles. Un legendario camino ponía en comunicación las dos orillas del canal en paralelo casi con las muy reales estructuras geológicas del flysch que simulan rectas sendas de arenisca proyectadas hacia la confluencia de dos mares. Se trata de una vía sobre la que parecen posarse las palabras de Avieno, quien la identificó con una calzada que Heracles había dispuesto para facilitar el tránsito del nutrido ganado de Gerión, robado en el extremo occidental de las tierras conocidas.

En las lecturas musulmanas, la figura del héroe mítico griego fue sustituida por el más real Alejandro Magno, un personaje que nunca visitó estos pagos, aunque su presencia en la zona está acreditada por la estatua que presidía el Herakleion gaditano, ante la que Julio César se postró lloroso en el momento en que cambió su vida en un literario intento por emular las hazañas del militar heleno.

Alejandro Magno murió muy joven en el palacio de Nabucodonosor de Babilonia, cuando había cumplido sus ambiciones expansionistas al este del imperio. No faltan testimonios de que su fallecimiento frustró su siguiente reto: iniciar una expansión hacia Occidente en la que dominara Cartago y dejara libre el paso hasta el estrecho de Gibraltar con el objeto de facilitar la circunvalación de África y llevar el imperio griego hasta los límites del mundo conocido, para lo que eran necesarias importantes obras de ingeniería que facilitaran el acceso hasta el canal. Es fácil pensar que el imaginario musulmán tuviera presente a Alejandro Magno en su avance militar en dirección al extremo occidental del Mediterráneo. Es fácil también suponer que en su subconsciente colectivo, el estrecho de Gibraltar había dejado de ser una puerta infranqueable, unos hitos o columnas que marcaban el fin de un mundo. Para ellos y sus huestes era el accidente geográfico que debían cruzar para acceder a una mitificada al-Andalus, un paraíso del Oeste separado de África por un brazo de mar que quisieron poblar de puentes, diques, puertos, pilares, pasarelas y tajamares. Para la perspectiva musulmana el Estrecho no fue un tajo, ni una linde, sino un camino, una vía de acceso que era necesario volver a civilizar.

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