Las monedas de Carteia y el pillaje ilustrado
En las universidades mandan los sindicatos de clase y las oligarquías que controlan los partidos políticos
Nuestro investigador reunió a lo largo de muchos años una colección de monedas, la mayoría de Carteia
San Roque/La Universidad se degrada paralela y solidariamente con la sociedad a la que pertenece. Incluso la mediocridad, que se manifiesta con ostentosidad en la clase política, coexiste en la Universidad con la sabiduría y la excelencia. En España, la Formación Profesional (FP) estuvo muy protegida cuando el ministro José Antonio Girón de Velasco creó, en los años cincuenta del pasado siglo, una red de universidades laborales que permitieron acceder, sin costes familiares, al mercado de trabajo especializado y, a quien lo deseara, a estudios universitarios; a jóvenes con muy pocas posibilidades de poder hacerlo por sí mismos. Paralelamente funcionaron no pocos centros de análogos niveles formativos, que fueron cubriendo la amplia demanda generada por una sociedad muy necesitada de trabajadores cualificados.
Bien que en el desarrollo de perfiles pensados para la inserción laboral tuvieron que ver mucho las carencias generadas por el trágico conflicto bélico de los años treinta, la existencia de una Formación Profesional bien pensada, promovida y orientada, era y es absolutamente fundamental para el equilibrio del sistema educativo. Hay que lamentar que la sociedad española fuera relegando la FP, poco a poco y a medida que aumentaba la capacidad adquisitiva de los españoles, a un plano menor, transfigurándola en un recurso para estudiantes frustrados o para jóvenes poco brillantes ligados a familias con necesidades económicas. Tener a un joven estudiando suponía no solo gastos, sino también renunciar a lo que pudiera aquel aportar a la economía familiar.
En los años setenta, la Universidad española estaba masificada. La oferta en FP empezaba a ser ignorada y estudiar una carrera universitaria era lo único a que aspiraban para sus hijos las familias que podían permitírselo. Las universidades de allende los Pirineos acogían a una legión de los mejores egresados de las españolas, aspirantes a ampliar sus conocimientos y a obtener una alta cualificación en los centros europeos de élite. Se crearon nuevas universidades y se diversificaron los títulos y las especialidades. Al mismo tiempo, la FP sufría de inanición y abandono, lo que suponía, a falta de alternativas, una población estudiantil universitaria en la que abundaban quienes carecían de interés por los estudios que cursaban; el abandono escolar y el fracaso en el ámbito de la enseñanza superior era espectacular. Así ha evolucionado en España el sistema hasta que desde hace unos pocos años se ha recuperado una cierta atención a la FP, aún lejos de la que ya en los años setenta se prestaba en países como Alemania o Suiza. Ello debiera haber significado un enriquecimiento del sistema, pero la política de permitir la proliferación de negocios disfrazados de universidades y la multiplicación de especialidades, títulos y dobles grados en las universidades públicas, más cercanos a la insignificancia que a otra cosa, ha neutralizado los efectos positivos de una mejora en la oferta de estudios de FP.
Lo público padece en España de inconvenientes estructurales; por lo general, derivados de la falta de autoridad de los administradores y de la demagogia y carencias intelectuales de los políticos responsables de las instituciones. En las universidades mandan los sindicatos de clase y, entre bastidores, las oligarquías que controlan los partidos políticos, sobre todo los de izquierda; los de derecha son más vergonzosos y muchos de sus gerifaltes evitan que se les relacionen con intervenciones en el gobierno de los centros universitarios, pero todos, sin excepción, tratan de influir en la toma de decisiones y en la asignación de responsabilidades. La democracia que, por su propia naturaleza, debe descartarse donde existe una jerarquía natural de saberes y competencias, se ha erigido en cauce del discurrir académico e incluso en guía para la asignación de tareas. La Universidad española, como el poder judicial, está mediatizada por el poder político.
La creación de universidades se ha convertido en un referente para valorar la gestión de los políticos. Ello ha supuesto una enorme improvisación consecuencia de la falta de profesorado y del gran coste y el mucho tiempo necesarios para la formación de profesores. En Algeciras, sin ir más lejos, Ayuntamiento y comunidad han invertido varias veces lo necesario para disponer de centros universitarios que, por si fuera poco el coste desorbitado, han funcionado con importantes carencias de personal y de medios. La Escuela Politécnica estuvo durante muchos años con un único catedrático, recurriendo a un profesorado extraído de la industria, con muy buena voluntad y mejor disposición, pero sin la preparación científica y docente imprescindible para ejercer con mínimas garantías de calidad en los ámbitos reservados a la enseñanza superior. Pero no es cosa nuestra ni mucho menos: el proceder es extrapolable a instituciones del mismo segmento en lugares suficientemente poblados; capitales de provincia y espacios de gran amplitud.
Pero la proliferación de chiringuitos con nombres de gran calado no es lo que despierta la crítica. Ni lo que llama a reporteros y medios de comunicación a poner sobre el tapete la gravedad de un tinglado en el que se equiparan la filosofía y la física o las matemáticas con el corte y confección, se arropan iniciativas de andar por casa y se revisten de disciplinas universitarias actividades que no pasan de ser habilidades y oficios. Es en este contexto donde pasan cosas como lo sucedido a un conocido y celebrado investigador sanroqueño del Instituto de Estudios Campogibraltareños, cuya confianza en las instituciones y el respeto que le inspiran han sido traicionados por el lamentable comportamiento de un profesor de la máxima categoría de una de las universidades españolas de mayor proyección y prestigio. El asunto no va a quedar en agua de borrajas porque la víctima va a hacer lo posible por levantar las alfombras y poner al actor principal del reparto a merced de sus vergüenzas; el investigador sanroqueño da detalles de lo sucedido en su muro de Facebook (juanantonio.garciarojas).
Muchos científicos se han interesado por la riqueza arqueológica de Carteia, pero sin duda hay que destacar la larga y sistemática labor realizada por dos grupos de investigación de la Universidad Autónoma de Madrid: Arqueología del Círculo del Estrecho (ArqueoCirEs) y Centro Documental de Arqueología y Patrimonio (CeDAP). Entre el día 21 de noviembre de 2022 y el 11 de enero de 2023 se celebró en el Campus de Cantoblanco una exposición antológica con recursos gráficos extraídos de la tarea llevada a cabo, a lo largo de tres décadas, en ese recinto que dispuso de una ciudad en la que se sucedieron tres culturas, fenicia, púnica y romana, y en donde el islam construyó su primera mezquita en territorio peninsular. La antigüedad de Carteia se remonta al siglo VII a. C., cuando los navegantes fenicios se establecieron en el Cerro del Prado, a un par de kilómetros al noroeste de la actual localización, que corresponde al asentamiento cartaginés o púnico, unos tres siglos más joven. El historiador romano Tito Livio, que vivió en el medio siglo anterior al nacimiento de Cristo y murió diecisiete años después en la actual Padua, sitúa en el año 171 a.C. la cualificación de la ciudad como Colonia Libertinorum, lo que convertía a sus vecinos en ciudadanos de pleno derecho del Imperio Romano.
Nuestro investigador, experto en la historia y en la botánica del término de San Roque, y en los detalles de su etapa gibraltareña previa a la depredación violenta y fraudulenta de 1704, reunió a lo largo de muchos años una valiosa colección de monedas antiguas, la mayoría de Carteia, 150, y otras tales como un denario de plata de Roma y tres ases de Iulia Traducta (precedente romano de Algeciras). Él valora, muy a la baja según me parece, la colección en unos 3.000 euros inspirándose en lo que le costó adquirir las piezas en variados lugares de este lado del Mediterráneo, y su intención era donarla al Museo de San Roque, pero hete ahí que antes de proceder a la donación y de tomar las precauciones que se deben tomar en estos casos, tuvo, en enero de 2015, una entrevista con dos de los principales científicos del equipo de la Universidad Autónoma de Madrid a los que entregó la colección para su estudio.
Recientemente, nuestro estudioso contactó con uno de sus interlocutores para preguntar qué había sido de las monedas. La perplejidad acompañó a la respuesta que le dio el que fuera principal de aquel grupo y aquel al que entregó personalmente las monedas. Este debió de armarse de todo el cinismo de que era capaz y le dijo que no las tenía ni sabía nada de ellas. Confieso que siento que un proceder como ese es excepcional, pero también que no me sorprende que algo así suceda en el actual estado de cosas. La ingenuidad que reside en quienes guardan respeto por las instituciones y por sus próceres facilita actitudes de las que derivan los numerosos episodios de fraude y, muy específicamente, los asociados al plagio, tan común en estos tiempos y que tanto juego dan a los medios, no obstante ser la punta del iceberg que flota a placer en los claustros universitarios españoles.
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