Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
30 años del Instituto de Estudios Campogibraltareños
La plaza de Gibraltar formó parte de España hasta el verano de 1704, cuando fue ocupada por una flota anglo-holandesa. Las continuas reformas efectuadas en sus defensas se mostraron insuficientes porque poco pueden hacer las mejores murallas y baluartes cuando no existen cañones que montar sobre ellos ni soldados que oponer al enemigo. La captura se realizó en nombre del pretendiente al trono hispano, el archiduque Carlos de Austria, si bien tan estratégico emplazamiento resultó sumamente interesante para los ingleses. De hecho, fue integrado en el imperio británico unos años después.
Aquel hecho de armas, que se inscribía entre los primeros episodios de la Guerra de Sucesión Española en la Península, habría de tener consecuencias tan perdurables que han llegado hasta la actualidad como asunto de litigio entre España y el Reino Unido. El conflicto se había originado con el fallecimiento sin descendencia del último rey español de la casa de Austria, el desdichado Carlos II, ocurrido en Madrid el 1 de noviembre de 1700. Según su testamento, el trono sería ocupado por el francés Felipe de Borbón, el duque de Anjou, nieto de Luis XIV y la infanta española María Teresa y, por tanto, bisnieto de Felipe IV.
El sucesor designado por Carlos el Hechizado habría de reinar como Felipe V. Pero la amenaza de una coalición borbónica que fortaleciese la hegemonía francesa en Europa llevó a Inglaterra a encabezar una alianza que respaldase los derechos esgrimidos por el austríaco archiduque Carlos. Este bisnieto de Felipe III era hijo del emperador de Austria y aspiraba a reinar en España como Carlos III de Habsburgo, en cuyo nombre veremos conquistado el peñón de Gibraltar, que se pronunció a favor de Felipe V. En 1701 comenzó la lucha en Europa entre Francia y Austria. Inglaterra, Holanda, Saboya y Portugal apoyaron al emperador José I de Austria. Felipe V reinaba ya en España cuando el conflicto se generalizó ante la actitud desafiante de Luis XIV.
En el verano de 1704, la armada anglo-holandesa fue rechazada en varios puertos mediterráneos, llegando a la bahía de Algeciras como una formidable fuerza de 61 buques de guerra, entre ellos 6 fragatas de Holanda, totalizando más de 4.000 cañones. Su dotación era de 9.000 soldados de infantería para efectuar el desembarco y más de 25.000 marineros. La escuadra venía mandada por el almirante británico Rooke y traía, como representante del candidato austríaco, al príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt. Gibraltar, como poco antes Ceuta, se pronunció a favor de Felipe V, afrontando una defensa para la que no disponía de tropas.
El gobernador de la plaza era el general Diego de Salinas que contaba con un centenar de soldados, reforzados por 300 miembros de la milicia local, y 100 cañones. Aunque algunos de éstos se encontraban inútiles, el principal problema es que en la plaza sólo había seis artilleros. El capitán general de Andalucía era por entonces Francisco del Castillo Fajardo, marqués de Villadarias. Este personaje, a quien se atribuyó indebidamente el haber rechazado la flota angloholandesa que saqueó Puerto Real, Rota y el Puerto de Santa María en 1702, había desoído las peticiones de ayuda recibidas desde Gibraltar, ya que pensaba que el destino de la flota que deambulaba por el Estrecho era Cádiz, como lo había sido en diversas ocasiones desde el siglo XVI. Y no le faltaba razón, de acuerdo con las órdenes de que disponía la expedición de Rooke y Hesse-Darmstadt, quienes en última instancia decidieron optar por el Peñón.
El problema de las guarniciones insuficientes venía afectando a otras plazas. Por ejemplo, cuando la citada escuadra de Inglaterra y los Países Bajos se presentó ante Cádiz en agosto de 1702, la ciudad sólo disponía de 300 hombres para su defensa, aunque Villadarias organizó refuerzos de las ciudades y nobles andaluces. La situación de Gibraltar era probablemente conocida por los enemigos de Felipe V, que frecuentaban estas aguas desde mucho tiempo atrás. Por otra parte, el plan de ataque puesto en práctica coincidía plenamente con el que se argumentaba como riesgo permanente de la plaza desde decenios atrás. Ya el ingeniero Andrés Castoria lo había pronosticado en 1625:
"Podría ser que el enemigo desembarcase su gente en la misma Bahía, tan distante que la artillería de la ciudad no les estorbara, y podrán marchar de noche y tomar el mar angosto de los arenales cerca de la ciudad, y allí atrincherarse guardando la campaña y a la otra parte de la ciudad, en modo de asedio, e impedir que por tierra no entre socorro de gente y bastimentos, y los navíos guardarán la mar".
La desproporción de las fuerzas enfrentadas hace innecesaria la descripción de tan desigual combate, saldado inevitablemente a favor de las de Hesse-Darmstadt. El relato de los hechos ha quedado recogido en la amplia historiografía gibraltareña, tanto en lengua española como inglesa. Cabe concluir con la idea de que la plaza rendida por Salinas era una extraordinaria fortaleza que, contando con apoyo naval y suficientes defensores, podía resultar inexpugnable. Sin embargo, no ha sido muy divulgada la versión original inglesa por la que, aun con los atacantes desembarcados al sur de la plaza y destruido el fuerte del Muelle Nuevo, la ciudad fortificada podía haber resistido mucho más. Sólo la toma como rehenes de las mujeres, niños y religiosos de Gibraltar, que habían corrido a refugiarse del bombardeo en Punta Europa, y la amenaza de parapetarse tras ellos en su ataque hizo desistir a la exigua guarnición
La información procede de una fuente tan fiable como William Skinner, que llegaría a ingeniero jefe de Gran Bretaña. Skinner estuvo destinado en el Peñón desde 1724 y recogió la noticia de dos oficiales de la Marina Real que participaron en los hechos relatados. El ingeniero añade: “Nor could they without this accident have taken the Town without raising Batterys for making a Breach in the South Polygon”, es decir, en el Baluarte del Rosario.
López de Ayala sólo menciona al respecto “las voces que llegaron a oídos de los defensores”, mientras que Correa da Franca cita “la lástima de las mugeres expuestas al arvitrio de los enemigos”.
Los atacantes ya se habían entregado al saqueo de las ermitas del sur de Gibraltar, especialmente en la de Nuestra Señora de Europa, y se habían producido vejaciones a las mujeres retenidas.
Salinas aceptó la entrega de la plaza, a pesar del buen estado de sus defensas y las reservas de balas y pólvora de que disponía. La abandonó con todos los honores en compañía de sus soldados y de la mayor parte de la población. El temor a los pillajes y saqueos debieron pesar en la mente de los que dejaban la ciudad tanto como la esperanza del pronto regreso, en un gesto glorificado por la historiografía tradicional desde López de Ayala, aunque revisado por la más reciente. Los exiliados habrían de dar lugar a la comarca del Campo de Gibraltar, ya que quizás 4.000 de ellos se instalaron provisionalmente en sus alrededores. Pronto habrían de nacer las nuevas poblaciones de San Roque, Los Barrios y Algeciras, ésta de entre las ruinas de la doble ciudad medieval.
Capítulo de la monografía La montaña inexpugnable, Seis siglos de fortificaciones en Gibraltar (XII-XVIII), IECG, Algeciras, 2007.
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