Una investigación rescata el legado perdido del músico linense José Muñoz Molleda, el sucesor de Falla y Turina
Los campogibraltareños López Escalona y Ábalos Ruiz llevan años siguiéndole el rastro al compositor, figura clave del folklore andaluz en el siglo XX
La Diputación de Cádiz tramita una subvención para sacar a la luz sus obras
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La Línea/"Si José Muñoz Molleda, en vez de en La Línea de la Concepción, hubiera nacido en otro lugar como Madrid o Cataluña, ahora estaría considerado como uno de los principales compositores del siglo XX en España", asevera Ignacio Ábalos Ruiz, violinista, director de orquesta y también linense, que empezó su formación precisamente en el conservatorio Muñoz Molleda, donde su padre, guitarrista, ejerció muchos años de director.
Corrobora esta opinión Javier López Escalona, violonchelista de San Roque, quien añade: "Muñoz Molleda era el sucesor de Manuel de Falla". Sin embargo, su fecundo y polifacético legado, sus partituras y manuscritos, han permanecido ocultos hasta ahora. Todo lo relacionado con el compositor se lo tragó la tierra por motivos inexplicables.
Dichosamente, una subvención de la Diputación de Cádiz -pendiente de ser aprobada en el Pleno de septiembre- va a permitir que Ábalos Ruiz y López Escalona le hagan justicia a uno de sus ídolos musicales. El ambicioso proyecto presentado por estos jóvenes a través del Instituto de Estudios Campogibraltareños (IECG), institución académica dirigida por Eduardo Briones, se divide en tres fases. La primera de ellas consistirá en rescatar de forma íntegra su música de cámara, compuesta para un reducido grupo de instrumentos, y de la que no existen actualmente grabaciones ni registros sonoros. "Son grandes obras maestras escondidas en un cajón", defiende el violonchelista sanroqueño.
"Son grandes obras maestras escondidas en un cajón"
Él y su colega dieron con la mayor parte de estas joyas dentro de un cajón custodiado por los profesores del Conservatorio Profesional de Música Muñoz Molleda, y después en la pedanía de Campamento, entre San Roque y La Línea, en la vivienda de Francisco Díaz Cerrudo, viudo de Enriqueta Muñoz, sobrina y única heredera del compositor. Díaz Cerrudo conservaba con mimo en su domicilio partituras, manuscritos, fotografías y material diverso, de enorme valor, que a raíz de este proyecto ha donado a la Universidad de Cádiz (UCA) para hacerlo público.
"Nos ha costado tres años dar con este legado", recuerda López Escalona, quien previamente buceó infructuosamente en los archivos de la Biblioteca Nacional de España y la Sociedad General de Autores (SGAE), donde el linense fue consejero delegado de la sección de cinematografía y televisión y jefe del departamento de sinfónicos y copistería.
Gracias a estos hallazgos, la primera fase del plan también incluirá la grabación de un documental, la publicación de un monográfico sobre la vida y obra del maestro caído en el olvido y, finalmente, un ciclo de conciertos, con carácter didáctico, entre los conservatorios de la provincia de Cádiz. En un futuro, Ábalos Ruiz y López Escalona sueñan, además, con rescatar la música sinfónica de Muñoz Molleda (para lo que resultará imprescindible contar con una orquesta y un coro) y la ligera, especialmente sus composiciones para cine. Para ello, necesitarán más presupuesto. De momento, agradecen efusivamente esta ayuda que la Diputación se encuentra tramitando y que les permitirá arrancar, y en particular el papel de mediador que ha jugado el diputado provincial Javier Vidal.
"Nos ha costado tres años dar con este legado"
Pero, ¿quién era Muñoz Molleda? En un artículo publicado en la revista Almoraima, José Riquelme Sánchez detallaba que nació en La Línea en 1905. Era el segundo hijo de Enrique Muñoz Escarcena, natural de Algeciras, y de Isabel Molleda Vázquez, de Los Barrios. Una familia humilde, cuya profesión había sido el comercio del mueble. Así arranca esta historia.
De La Línea, a Madrid y Roma
Con seis años, Muñoz Molleda se aventuró en estudios musicales y, sobre aquellos primeros profesores como Luis Criado, director de la rondalla, que le enseñaron a poner los dedos sobre el teclado y a admirar a los grandes maestros, guardaba el linense "una gratitud llena de ternura", como le expresó a Riquelme tiempo después. Su primera actuación pública fue en el vecino Teatro Real de Gibraltar cuando solo contaba con diez años. Para financiar su formación jugó un papel fundamental la logia masónica La Aurora.
Con 21 recién cumplidos, se trasladó a Madrid para ingresar en el Real Conservatorio y, bajo la tutela de Conrado del Campo, ganó premios de solfeo, piano, armonía y composición gracias a su facilidad para captar la esencia romántica. De la capital de España pasó a Roma para empaparse de los conocimientos de Ottorino Respighi.
La insaciable inquietud de Muñoz Molleda y su admiración por Julio Romero de Torres, provocaron que se matriculara de forma paralela en la Academia de las Bellas Artes de San Fernando donde, casualmente, una década antes había pasado un paisano, el genial pintor linense José Cruz Herrera. Tras un periodo de indecisión, en el que dudó si decantarse por la pintura o la música, optó finalmente por la segunda. Aquello lo describió ante Riquelme como "una renuncia dolorosa y heroica, como todas las renuncias a las cosas muy amadas". "Vencidas las últimas tentaciones, hace ya muchos años que mis manos no han vuelto a coger un lápiz o un pincel", llegó a reconocer públicamente en 1962.
Durante la década de los 30, el linense creó sus primeras obras que le dieron prestigio, como el poema sinfónico De la tierra alta, por el que le fue concedido en 1932 el Premio Nacional de Composición. Al igual que en un poema machadiano, el sur de la niñez palpitó siempre en su obra: "Andalucía está en mis partituras, desde la música de cámara hasta los conciertos de piano y orquesta. Mi intención ha sido internacionalizar las esencias de nuestros bailes y nuestros cantes", explicó.
"Andalucía está en mis partituras. Mi intención ha sido internacionalizar las esencias de nuestros bailes y cantes"
Tras ganar el Gran Premio de Roma con la obra para orquesta Rincones, fue becado en 1934 por la Academia Española de Bellas Artes de la capital italiana cuando era director Ramón María del Valle-Inclán. Luego viajó por Francia, Alemania y Holanda. En la ciudad eterna compuso y estrenó su primer Cuarteto en Fa menor, con gran éxito de público y crítica. Y en 1936, firmó su famoso oratorio La resurrección de Lázaro para solos, coro y orquesta. Venturosamente, su estancia en Roma le evitó vivir de cerca la penosa Guerra Civil, aunque la Orquesta Nacional de España le encargó, en 1940, el concierto que figuró en el programa de su presentación oficial.
En 1941, se casó con la médico italiana Ione Gigliozzi, fiel compañera y confidente. El matrimonio se trasladó definitivamente a Madrid, ya en el apogeo de la dictadura franquista, y no tuvo hijos.
Los acentos de la patria chica
Trabajador pertinaz, Felipe Ximénez de Sandoval, tras ver trabajar al linense, escribió: "Muchas tardes sorprendí a Muñoz Molleda tan inquieto, febril, nervioso, angustiado, perplejo o frenético como cualquier amigo novelista en trance de creación. Sobre los borradores de su naciente sinfonía se veían tachaduras energéticas, enmiendas, añadidos, huellas evidentes de la lucha de la inspiración con la lógica".
"Ciertos aspectos como la introducción del cante jondo en el ámbito sinfónico son achacables a su condición andaluza"
Logró el Premio Nacional de Música en 1951 por su Trío en Fa mayor para flauta, violoncello y piano. Y, ocho años más tarde, el premio Ciudad de Barcelona por su Sinfonía en La menor, que estrenó la Orquesta Nacional de España. En el Teatro Real de Madrid sonó por vez primera su Concierto para trompa. En aquellos tiempos, las creaciones de Muñoz Molleda eran interpretadas en media Europa y Estados Unidos.
El crítico Antonio Fernández-Cid señaló que una de las claves de su éxito en todo el mundo, los ingredientes que animaban el pentagrama de Muñoz Molleda, eran "los acentos de la patria chica, de la tierra de origen, que no se pierden, ni aún con la muy continuada y permanente residencia en Madrid". Añadió Tomás Marco, que fue "uno de los compositores más en el candelero de su generación y, en muchos sentidos, el heredero directo y genuino del pintoresquismo de Turina". Su biógrafa, Gemma Pérez Zalduondo, declaró que "ciertos aspectos como la introducción del cante jondo en el ámbito sinfónico son achacables a su condición andaluza".
Composiciones para cine
La "indomable voluntad creadora" de Muñoz Molleda no se sació con la música de cámara ni la sinfónica, sino que también se adentró en el capítulo de las bandas sonoras, llegando a ponerle melodía a 37 películas, principalmente de los años 40 y 50, por lo que también obtuvo varios premios.
Fue especialmente brillante su aportación en Carmen la de Triana, protagonizada por Imperio Argentina, quien en la pantalla ponía voz a la preciosa zambra de Antonio Vargas Heredia, con música al alimón de Juan Mostazo y el de La Línea. "En muchos de estos filmes, por desarrollarse su acción de Despeñaperros hacia abajo, aparece de nuevo su veta musical andaluza", apunta Riquelme. El crimen de la calle Bordadores, El último caballo, Nada, Goyescas y El marqués de Salamanca son otros de sus más afamados títulos.
En el capítulo de la música ligera, boleros, pasodobles y chotis también engordan su amplio catálogo, aunque Muñoz Molleda reconoció haber creado este tipo de piezas más por motivos económicos que puramente inspiradores.
Al margen de las vanguardias
Jurado de varios concursos nacionales e internacionales, en 1962, Muñoz Molleda fue nombrado miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde ingresó con un discurso sobre "la sinceridad del compositor ante los procedimientos musicales modernos". Precisamente la decisión de no romper con lo tradicional y la defensa a ultranza del folklore andaluz pudieron ser algunas de las causas de su injustificable olvido, a lo que se sumó la falta de ideología política, ya que fue una figura en buena medida independiente.
"Personal, inclasificable y sencillo es su estilo, provisto de gracia y elegancia, hábilmente envuelto en armonías teñidas de exquisito folklore andaluz", como describió la pianista malagueña Paula Coronas Valle, quien no comprende "el escaso interés hacia determinados compositores o tendencias estilísticas", a pesar de que el "talento musical de este linense sí fue reconocido de manera explícita en el periodo álgido de su carrera (1940-1970), gozando de gran prestigio como compositor en los círculos culturales del país".
"Personal, inclasificable y sencillo es su estilo, hábilmente envuelto en armonías teñidas de exquisito folklore andaluz"
A los 83 años, Muñoz Molleda murió en Madrid en 1988 y, dos días más tarde fue enterrado en el cementerio de La Línea de la Concepción, su ciudad natal, cuyo Ayuntamiento, en prueba de reconocimiento y admiración, lo nombró Hijo Predilecto en 1933, poco después de ganar el Premio Nacional de Composición. Tras su fallecimiento, el Consistorio también le otorgó, a título póstumo, la Medalla de Oro de la ciudad. Él sí logró la insólita hazaña de ser profeta en su tierra. Ahora, sin embargo, sus admiradores saldan una deuda mayor, para que su nombre y su música suenen más allá del Estrecho de Gibraltar.
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