Los nombres de los antiguos habitantes de Gibraltar
Instituto de Estudios Campogibraltareños
El 4 de agosto de 1704, tras la capitulación de la plaza, la mayoría de la población gibraltareña abandonó la ciudad
Gracias a la 'Memoria de las familias que han quedado en la plaza' realizada por orden del landgrave de Hesse, podemos determinar que permanecieron 188 personas
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A finales del siglo XVII Gerónimo de la Concepción afirmaba en su Emporio del orbe que la población de Gibraltar era de unos 2.500 vecinos, aunque cien años después López de Ayala expresaba su duda sobre la realidad de dicha cifra. Es muy probable que el número de vecinos fuese bastante inferior: la descripción que hacen de la plaza los embajadores árabes que llegan a ella a finales de ese año nos dibuja una ciudad pequeña: “Es una ciudad mediana, que se acerca más a pequeña, la mayor parte de sus habitantes son soldados y pasan en sus cosas según es su obligación. No hay en esta ciudad algún grande comerciante, ni habitante como sucede en las grandes ciudades”.
En 1692 se trató de hacer un nuevo alistamiento de milicias en España y como resultado del censo efectuado en la ciudad resultó que había unos 937 hombres aptos para la milicia, lo que nos indicaría que habría aproximadamente unos mil cien o mil doscientos vecinos ya que el alistamiento de milicianos contemplaba el recuento de los hombres en edad militar. Por último, en el censo de Tomás González hay una nota indicando que en el censo realizado en 1694 había en Gibraltar 1.357 vecinos: es el último dato fiable que tenemos antes de la ocupación de la ciudad por las tropas del Archiduque.
En 1704 la población había bajado a unos mil vecinos según la apreciación de Romero de Figueroa y según el testimonio posterior del ingeniero Bennet el total de la población ascendía a unas mil doscientas familias. La diferencia entre las dos apreciaciones es pequeña y podría deberse al abandono de la ciudad por algunos vecinos ante la llegada de noticias preocupantes como la intentona angloholandesa sobre la cercana ciudad de Rota en 1702. Por ello, basándonos en estas apreciaciones, podríamos estimar su población en unos mil cien vecinos, que, aplicando los coeficientes multiplicadores habituales a esta época, equivaldrían a unos 4.400 o 5.500 habitantes.
Abandono de patria, hacienda y conveniencias
Tras la toma de Gibraltar en agosto de 1704, las nuevas autoridades austracistas intentaron atraerse a los habitantes -como ya habían hecho en la intentona de Rota en 1702- durante los tres días que pasaron desde la ocupación de la ciudad hasta su evacuación.
Así, de ese modo, procedió el landgrave de Hesse con Francisco García Caballero, antiguo cónsul de Inglaterra en la plaza, que, al negarse a pasarse al bando austracista, tuvo que huir “en trage de soldado, y con un fusil, entre la tropa que desalojaba la plaza”. También actuó de igual modo el landgrave con los eclesiásticos: así, persuadió con todo tipo de razones para que continuase en su oficio al notario de la Inquisición en la plaza, Francisco Abejero, pero jurando fidelidad al Archiduque, a lo que este se negó también “[...] exponiendo su bida a los mayores riesgos y abandonando su crezida azienda, patria y combenienzias y despreziado las muchas que le ofrezió el príncipe de Armestad”.
Tras la negativa de los gibraltareños a reconocer al archiduque de Austria como rey propio, la población optó, casi como un solo hombre, por abandonar la ciudad: “Aviendo ofrecido los enemigos a los Vezinos de Gibraltar mantenerlos en la possesión de sus Privilegios, y haziendas, ninguno quiso quedarse, saliéndose todos con sus familias a vivir debaxo del suave Dominio del Rey nuestro Señor”.
Y así el 7 de agosto salió la guarnición de la ciudad con sus armas y con sus bagajes, y a su cabeza, el gobernador Diego de Salinas tal y como se había establecido en las capitulaciones.
Junto con la tropa, también la mayoría de los habitantes de la plaza salió en dirección al exilio: “Salieron todos los nobles con sus familias y casi todos los comunes con las suyas (quedando muy pocos del menor nombre) abandonando su patria y sus haziendas por el amor y fidelidad a su lexítimo Señor, acción que no se ha visto imitada con tanta generalidad en tierra alguna, y que a mi ver, es digna de aplauso por más que la çensure la maliçiosa calumnia”.
Las razones para esta salida eran simples: en primer lugar, por fidelidad a su rey. Los gibraltareños, guiados por su gobernador y el cabildo de la ciudad, se mostraron fieles al juramento que habían hecho a Felipe V: “El ayuntamiento de Gibraltar, la clerecía, los religiosos, la nobleza i casi todo el pueblo dirigidos por más nobles principios de fidelidad perdieron sus casas i conveniencias, i abandonaron su patria, sacrificando sus haciendas en obsequio del rei que habían jurado”.
Y, en segundo lugar, por la confianza en una pronta recuperación de la plaza. El reverendo Thomas Pocock, testigo de los hechos, señala que los sacerdotes convencieron a los habitantes –que debían de encontrarse en estado de pánico tras el bombardeo de la flota aliada– para salir de la plaza en la idea de que el ejército francés vendría muy pronto para recobrar Gibraltar y que el abandono de la ciudad sería momentáneo.
Algo de eso también se deduce de las palabras de Romero de Figueroa, cuando repite este argumento utilizado por Pocock; dice el presbítero que nadie ignoraba que toda la potencia de las coronas de Francia y España había de venir muy pronto para recuperar la plaza de manos de los enemigos. Por último, Correa da Franca también menciona que esta era la opinión predominante entre los exiliados de Gibraltar. Y la llegada de la caballería española a sus inmediaciones dos semanas más tarde confirmaría su opinión de que la recuperación de la plaza sería inmediata.
Los que quedaron en Gibraltar
Hasta ahora desconocíamos tanto el número como los nombres de los gibraltareños que permanecieron en la plaza después de la ocupación puesto que no habíamos encontrado ningún documento fidedigno sobre ellos. Tan sólo habían pervivido algunos testimonios contemporáneos sobre los habitantes que quedaron en ella, pero poco precisos: así, de acuerdo con el testimonio de Romero de Figueroa, en la plaza quedaron no más de doce vecinos y el reverendo Pocock afirma que todos los habitantes excepto siete u ocho familias salieron de la ciudad; unos años después, en 1712, el ingeniero Bennett dice expresamente que la población que permaneció en la plaza cuando las tropas aliadas tomaron la plaza no sobrepasaba las setenta personas.
Y para López de Ayala es seguro que sólo permanecieron en la ciudad una única mujer y muy pocos varones, aunque no sabemos muy bien en qué se basa para argumentar una cifra de vecinos tan corta ya que habitualmente suele estar bien informado sobre este período.
Del mismo modo que su número también desconocíamos sus nombres. Solo Correa da Franca mencionaba de pasada algunos de ellos: “Después fueron saliendo las familias, sin haver quien se quisiese quedar, sino Pedro de Robles, pobre mercader, Pedro Machado, hortelano, y algún otro de la misma o más vaja esfera; i de orden del señor obispo de Cádiz, el cura don Iuan Romero y, no sé si con el mismo precepto, el colector don Ioseph de Peña”.
Y entre las actuaciones que llevaron a cabo los Comisionados británicos que llegaron a la plaza en 1712 para auditar sus cuentas aparece una relación nominal de los antiguos habitantes de la ciudad: se conserva en la British Library con la signatura Add MS 10034 y en él aparecen reseñadas veinticuatro familias y diecisiete individuos. Parece estar ordenada por procedencia social: en primer lugar, don Fernando Trujillo, el médico de la ciudad, y a continuación, los miembros del clero, comenzando por el vicario Romero y siguiendo por los frailes de los conventos de la ciudad; después aparecen los habitantes principales de la ciudad, Pedro Robles y Pedro Machado. Sin embargo, no es una relación del todo fiable ya que se realiza siete años después de la toma y sabemos que, para esa fecha, parte de la población original ya había muerto y no estaba recogida en ese censo.
La memoria de las familias que han quedado en esta plaza
Hemos visto cómo la mayoría de los habitantes optaron por la salida de la plaza. Los restantes en la ciudad quedaron bajo el dominio de la casa de Austria y de su primer gobernador, el conde de Valdesoto. Una de las primeras tareas de la nueva administración, aparte de preparar la defensa de la plaza, fue organizar los distintos aspectos logísticos de la ciudad y entre ellos decidieron hacer un censo de la población no solo para establecer el número real de habitantes sino también para controlar la distribución de alimentos a la población civil, de la que los austracistas se ocuparon desde el primer momento como aseguraba el ingeniero Bennet.
El censo fue realizado probablemente por el presbítero Joseph López de Peña -que fungía en aquel momento como notario apostólico de la parroquial y como notario ocasional ya que no había quedado en la plaza escribano alguno- entre los meses de septiembre y octubre de 1704, y recoge los nombres de las familias que quedaron en la ciudad, censadas por la calle en la que vivían en aquel momento.
El documento, conservado en el Hessisches Staatsarchiv Darmstadt, refleja la presencia de 168 individuos en la plaza, contando los dos gibraltareños ausentes, Andrés Palomino y Francisco de Jerez. No tenemos espacio aquí para su estudio, pero un análisis rápido nos revela que, de estos 86 hombres y 82 mujeres, la mayoría eran naturales de Gibraltar, aunque también hay individuos procedentes de toda España; también aparece un pequeño número de genoveses (5%) y también de esclavos y libertos (10%) que completan la población del Gibraltar austracista.
Gibraltareños no mencionados
Sin embargo, esta no es todavía la cifra total de los gibraltareños que permanecieron en la plaza ya que en esta memoria se observan varias ausencias. Faltan, en primer lugar, los eclesiásticos de la ciudad, tanto regulares como seculares. Sabemos que la mayoría de ellos abandonó la ciudad excepto nueve, que quedaron para custodiar sus templos.
Los clérigos de la iglesia mayor eran los presbíteros Juan Romero de Figueroa, Juan Asensio Román y Joseph López de Peña.
Pero sabemos también que junto a ellos permanecieron otros gibraltareños relacionados con el culto católico como Bartolomé Morales, el campanero, y su mujer María de Velasco; Francisco Benítez, santero de la Vera Cruz, y el Hermano Juan de Córdova.
En cuanto a los clérigos regulares fray Alonso Guerrero nos proporciona los nombres de los mercedarios: Ignacio de Cuellar, Juan Núñez y Diego Serrano. De los franciscanos es el clérigo tarifeño Pedro de Mena quien menciona los nombres de fray Antonio de las Casas y de un tal fray Baltasar cuyo apellido no recordaba, y un lego; este debe ser fray Juan de Soto, que fue el último fraile que murió de los tres que quedaron en el convento.
En segundo lugar, faltan Julián Carreño, Mariana del Castillo, Mariana de Campos y Benito Rodríguez, los cuatro gibraltareños que murieron entre el 4 de agosto y los días de septiembre u octubre en los que se llevó a cabo este censo. Es la muerte de Benito Rodríguez, acaecida el 21 de septiembre, y la siguiente de Felipe de Velasco el 11 de octubre, las que nos permiten establecer el terminus post quem del documento.
Por último, también faltan dos habitantes que sabemos con seguridad que estaban en la plaza: Francisco de Contreras, que en aquel momento se encontraba en la cárcel por desafecto a la causa austracista y el hachero Joseph de Espinossa, que debía de encontrarse en su puesto cuando se realizó el censo y Mateo de Aspuru el Vizcaíno que se hallaba en el norte de África enviado por el landgrave de Hesse. Por lo tanto, tras añadir estos gibraltareños a los mencionados en la Memoria, podemos concluir que la población que permaneció en Gibraltar en agosto de 1704 alcanzaba la cifra de 188 individuos.
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