Nosotros y los perros (I)

Los perros no son sustitutos de las personas pero dan compañía y alivio de la sensación de aislamiento tan común en las individualistas sociedades modernas

Un perro camina por la playa de Getares de Algeciras
Un perro camina por la playa de Getares de Algeciras / Erasmo Fenoy
Manuel L. Fernández Guerrero

13 de agosto 2024 - 04:02

Algeciras/Reconozco que tengo sentimientos encontrados hacia los perros. De niño yo odiaba a los laceros, aquellos hombres que cazaban perros callejeros para llevarlos a la perrera municipal, lugar donde yo imaginaba los más terribles suplicios. Además tuve uno, Moreno era su nombre, un fox terrier que correteaba por la calle Sevilla al cura del Asilo cuando por la mañana iba a decir misa. Aquel buen hombre que tenía los pies planos, se recogía los faldones de la sotana y salía zumbando de la puerta de mi casa hasta la esquina con el Casino Cinema donde desaparecía. Se quejó a mi padre y mi padre regaló el perro a un vecino campero. Sufrí mucho. Ahora me molesta el ladrido de los perros, las no infrecuentes peleas perrunas y particularmente me repugna encontrar sus excrementos en las aceras. Pero entiendo que los perros pueden alegrar la vida de las personas y aún más, que se pueda establecer con ellos una relación de afecto profundo. Lo he entendido claramente estos días cuando sentado en una terraza en la Plaza Alta, oía una conversación en la mesa anexa entre dos señoras. Una le decía a otra: “Mary era mayor, llevaba una temporada mala, sin apetito y le habían diagnosticado insuficiencia renal”. Yo creía que se trataba de una amiga común hasta que una dijo a la otra que al final tuvo que llevarla al veterinario para evitarle sufrimientos y le diera a Mary, su perra, una buena muerte. Estaba desolada y el luto se le notaba en la cara y en la forma de expresión. Es interesante recordar que 3.000 años antes de esta escena en Algeciras, un egipcio se afeitaba las cejas, se cubría la cabeza de ceniza y lloraba desconsoladamente durante días la muerte de su perro.

También ahora entiendo mejor a uno de mis cuñados quién ante alguna insignificante contrariedad familiar exclamaba: “aquí solo Rita me quiere y me respeta”. Rita era, naturalmente, su perra. Antes de mi cuñado, Homero en la Odisea ya apreciaba la lealtad y amor de los perros hacia sus amos cuando describe la vuelta de Ulises a Ítaca y es Argos el único que le reconoce y se alegra moviendo nerviosamente el rabo. En el anecdotario político citemos al presidente Truman que dijo aquello de “si quieres tener un amigo en Washington, cómprate un perro”.

En fin, es evidente que nuestra amistad con los perros es una larga historia que arranca con la domesticación del primer perro lobo. No obstante, la relación del hombre con los animales de compañía en las actuales sociedades industrializadas probablemente no tenga parangón con épocas pasadas. Vivimos en un tiempo de gran desarrollo, de exceso de alimentos, de bienestar material aunque malamente distribuidos. Los perros, que el pasado tenían un uso funcional – guardián, cazador, pastor – son hoy principalmente animales de compañía. En la mayoría de las ocasiones ya no es el can Cerbero - el guardián del infierno – sino Flashito, el perro faldero de la duquesa de Alba. Algo que antes se consideraba privativo de la aristocracia, se ha popularizado desmedidamente en los últimos años. Aunque abundan los Tizianos y Velázquez de la corte española donde aparecen perros, se ha dicho que la moda viene de la reina Victoria de Inglaterra que a lo largo de su vida tuvo 90 perros y que ha sido el auge de las clases medias lo que ha determinado el renacimiento de esta moda. Algunos han visto en este fenómeno, un intento de las clases populares de equipararse con la realeza.

En el 70% de los hogares estadounidenses se convive con una “mascota” y se estima que hay unos 75 millones de perros, con un crecimiento significativo durante la pandemia de Covid-19. Esto ha generado un volumen de negocio de unos 100.000 millones de dólares en 2023 que se reparte entre la compra de animales, los gastos de alimentación, seguros y otros. Solo en veterinarios se gasta unos 1,300 dólares anuales por perro (fuente APPMA). En España en 2022, según el INE, había 9,3 millones de perros, más que niños, que se contabilizaron en unos 6,6 millones., unas 6,000 clínicas veterinarias y unos 5,000 comercios dedicados a proveer animales y su parafernalia. Verosímilmente, el volumen de negocio en nuestro país, salvando las diferencias poblacionales, sea parecido al de EEUU.

Pero no es oro todo lo que reluce y no todas las personas pueden costear el bienestar de sus animales. Hay perros callejeros pobres o que viven con dueños sin recursos, pasan hambre y nunca han ido al veterinario; recuérdese La Dama y el Vagabundo porque también aquí llega la desigualdad de clases. Pero deberíamos preguntarnos qué aspectos beneficiosos para el comportamiento y la salud física y mental de las personas tiene el vivir con un perro.

En general los perros y sus dueños tienen una relación no complicada pues el vínculo entre ellos es más sencillo ya que las necesidades y motivaciones del perro son básicas. El perro no te juzga ni te critica, te obedece y sigue tus órdenes, no te decepciona. Esto es tan así, que hay quien prefiere la relación con el perro al trato con las personas. Pero nos equivocaríamos al pensar que los tenedores de perros son socialmente ineptos. Son personas amantes de sus animales que mantienen intacta su capacidad de amar a otros y albergan sentimientos de compasión y empatía. En una palabra, los perros no son sustitutos de las personas.

Los perros dan compañía y alivio de la sensación de aislamiento tan común en las individualistas sociedades modernas. Prueba de ello ha sido el aumento del número de mascotas en los hogares durante la pandemia. Los perros en concreto proveen apoyo emocional, aumentan las salidas a la calle, la relación con otras personas y la convivencia. El perro te alegra un mal día. Jugar con un perro produce alegría y libera de preocupaciones. La nueva psicología promueve la relación con animales para la superación de situaciones tales como el duelo, el stress pos-traumático y la convalecencia de ciertas enfermedades. Las intervenciones terapéuticas asistidas con animales parecen útiles para combatir problemas conductuales, depresión, inadaptación social y ansiedad en adolescentes con trastornos del comportamiento. No quiero entretenerme en otros efectos positivos sobre la salud corporal porque en este ámbito se especula y se exagera sin evidencia científica, pero no puedo dejar de comentar que se ha sugerido que “tener un perro mejora la salud cardiovascular más que tener esposa y familia”.

En definitiva, muchas personas establecen con un perro una profunda relación afectiva que se convierte en una parte esencial de su existencia y les lleva a considerar a estos animales parte de la familia. Son vidas firmemente ligadas a sus perros hasta el punto de que alguien como Manuel Vicent, cuenta su historia particular en periodos jalonados por los perros que le han acompañado; sus perros fueron hitos en su vida. Pero quizás nadie mejor que John Steinbeck, que recorrió EEUU con Charlie, su caniche parisino, pueda expresar en pocas palabras la inteligencia y lo que significa la compañía de un perro en un viaje, sea este un viaje ocasional de 16.000 Km o sea el aún más largo y arduo camino de la vida: “Charlie es un buen amigo y compañero de viaje. Aunque sabe un poco de inglés caniche, solo responde con rapidez a las órdenes en francés, así no tiene que traducir, pues eso le retrasa. Prefiere la negociación a la lucha porque lo de luchar se le da muy mal. Un perro, sobre todo uno exótico como Charlie, es un vínculo entre desconocidos. Muchas conversaciones con otros comenzaron con ¿de qué raza es ese perro?”.

La pérdida de Charlie o de Mary conmueve y entristece profundamente a sus dueños. Aunque no tengo perro, hoy creo que puedo comprender mejor a aquella señora del café de la Plaza Alta.

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