Odiseo y el viaje hacia occidente

MITOS DEL FIN DE UN MUNDO

Odiseo es un mito con orígenes literarios

Su viaje hasta el extremo occidental del mundo supuso un punto de inflexión en su particular odisea

Odiseo y el viaje a Occidente
José Juan Yborra

10 de julio 2024 - 23:38

Algeciras/Odiseo lleva el viaje en el ADN de su propio nombre. Para muchos, la raíz ódos entronca con el significado de “camino” y se remonta al episodio de su nacimiento un lluvioso día de invierno junto a la falda del monte Nérito, máxima elevación de la isla de Ítaca. Concebido por Laertes, fue parido por su madre Anticlea, a los bordes de una calzada que circunvalaba una montaña de agitado follaje y sobresaliente aspecto. Otras versiones lo emparentan con el embaucador Sísifo, de quien pudo haber tomado la adjetivación de odisseus, “el odioso”, aunque con el tiempo se convirtió en paradigma de la brillantez y de los ardides, llegando a ser conocido por epítetos como “el astuto”, “el de muchas mañas” o “el de multiforme ingenio”.

A diferencia de otros mitos helenos, Odiseo no intervino en teogonías al uso ni leyendas olímpicas de renombre. Este personaje ha formado parte del subconsciente colectivo a partir de los primeros balbuceos de una creación literaria griega que surge entre turbias lagunas y ciegos paréntesis. Su nombre ya despuntaba en sustratos anteriores a la escritura misma, hasta que formó parte de una tradición homérica tan reputada como inconcreta, que tomó forma en los albores del siglo VIII a.C.

Homero otorgó un importante rol a Odiseo tanto en la Ilíada como en el largo poema por él nominado. En ambos textos aparece como monarca de su isla natal, a levante de la renombrada Cefalonia. Tras el rapto de Helena se vio obligado a dejar Ítaca para acudir a la lejana guerra de Troya; en la isla permanecieron su hermana Ctímene, su esposa Penélope y su hijo Telémaco, símbolos de una espera fiel e incondicional. Durante dos décadas aguardaron el regreso del hermano, esposo y padre, mientras el hermano, el esposo y el padre hizo la guerra, apenas disfrutó de la paz y alargó años su regreso con visos de literaria eternidad. A diferencia de otros mitos griegos, Odiseo es fruto de la ficción novelesca, de una recreación artística que lo hace diferente, aunque mucho más cercano para quienes durante centurias oyeron los avatares de un regreso preñados de una acción y un simbolismo que lo han hecho pervivir por los siglos de los siglos.

Odiseo y el viaje a occidente / Enrique Martínez

Frente a otros personajes de origen divino. Odiseo se muestra como un ser humano, de ahí que tenga que compensar su genealogía con una astucia siempre puesta a prueba. De él fue la idea de construir el caballo de madera con el que los griegos pudieron entrar en Troya, un ardid que puso fin a un conflicto que tomaba visos de prolongarse más de lo debido. Sin embargo, el fin de la guerra no supuso el rápido regreso a una patria que se vio alargado otros diez años más a causa de decisiones propias y ajenas, reprobables o laudatorias. Tuvo que desembarcar en el país de los Cicones, donde saqueó ciudades y secuestró mujeres; en el país de los Lotófagos, donde alguno de sus hombres sucumbieron a los dulces y letíficos encantos de flores acuáticas; en el país de los Cíclopes, donde despertó la cólera de Poseidón tras abatir a Polifemo; en el país de Eolo, donde algunos acompañantes destaparon la caja de los vientos; en el país de los Lestrigones, donde la expedición sufrió la antropofagia de sus habitantes; en el país de Circe, donde supo capear los recursos mágicos de su reina; en el país de los Cimerios, más allá de las lindes occidentales del mundo habitado, donde entabló conocimiento y conversación con ánimas de reputados difuntos; en los pagos de las Sirenas, de quienes se defendió atándose al mástil de su nave; en peligrosos estrechos marinos, donde supo burlar las mortales acechanzas de Escila y Caribdis; en el país de las Vacas del Sol, donde Zeus castigó a una expedición ya mermada tras tantos desembarcos frustrados; en el país de Calipso, donde se dejó seducir durante años por la atrayente ninfa; en el país de los Feacios, donde la princesa Nausicaa lo llevó ante su padre antes de disponerle una nave con la que volver a su isla, Ítaca, adonde regresó dos décadas después de su partida disfrazado de mendigo, de forma que nadie, salvo su perro Argos, fue capaz de reconocerlo. En un accidentado proceso de anagnórisis, Odiseo acabó con los gerifaltes isleños que pretendían a una esposa que alcanzó el carácter de eterna viuda sin duelo. La lucha por retomar su posición acabó con la intervención directa de Atenea, que dio el visto bueno para restituir su ansiado regreso.

La vuelta hasta Ítaca no sigue unos patrones geográficos ni cronológicos, aunque se caracteriza por una etapa esencial: el viaje hasta el país de los muertos adquiere un valor existencial y mítico. Navegar hasta más allá del estrecho de Gibraltar supuso la encarnación del mito occidental que es capaz de atravesar los extremos. Desplazarse hasta allí implicó hacerlo hasta los confines de la existencia, traspasar el quicio ontológico del mundo de los vivos. Cuando Odiseo cruzó este umbral, transgredió la más inviolable de las normas y penetró en un más allá irracional y despiadado, hasta convertirse en el primer ser humano que pisó un territorio jamás hollado por plebeyo alguno. Atrapado en la seductora y mágica maraña tramada por Circe, Odiseo consideró que la mejor forma de romper amarras era desplazarse hasta la frontera prohibida del oeste. Con la ayuda del adivino Tiresias, planeó una expedición hasta el Hades que contó con el beneplácito de la propia maga que le proporcionó un viento favorable del norte que condujo sus naves hasta los confines del Océano, allí donde se alzaban los bosques de Perséfone, famosos por sus álamos negros y por sus añosos sauces: el lugar donde el Flegetonte y el Cocito desembocaban en el Aqueronte. Cavó una zanja y sacrificó un carnero joven y una oveja negra. Tras una ceremonia oficiada por Tiresias, contempló el ánima de Elpenor, un acompañante que murió en el palacio de Circe y pudo hablar con muchos fallecidos: con su madre Anticlea y otros personajes que formaban parte del imaginario heleno como Yocasta, Leda, Fedra, Ariadna, Agamenón, Aquiles, Áyax, Minos, Orión, Tántalo o Sísifo.

El viaje hasta los confines del mundo sirvió como punto de inflexión en su desplazamiento. Allí, tras el oportuno sacrificio y escuchar los consejos de los muertos, Tiresias instó a Odiseo a regresar a Ítaca, convirtiéndose en el primer ser humano que transgredió normas sagradas y luego volvió para contarlo.

Odiseo y el viaje a occidente / Enrique Martínez

Odiseo es una figura de la que apenas existen representaciones icónicas. Igual su condición humana no le ayudó a ello. Personaje complejo, posee lecturas simbólicas al igual que tantos que lo recibieron en puertos no siempre amables. Paradigma del marino incansable, en su figura se posa el viaje como componente de una novela de aventuras y como un bildungsroman o novela de aprendizaje. Odiseo regresó bien diferente a su punto de partida, comoel CidoDon Quijote; asumió el periplo como una aventura, como una odisea donde no está claro si se perdió o se encontró, si se aferró al sentido o se abrazó a la insensatez de la existencia. Es un héroe, pero también un desterrado, un aventurero, un exiliado que aspiró a volver a pesar de cantos de sirena, seducciones de magas y propuestas de una mejor vida lejos de los suyos. En él hay fortalezas y contradicciones: utilizó la astucia, pero también la mentira para conseguir unos fines cambiantes y volubles que lo han convertido en un personaje aún vigente.

Dejó huella en Sófocles, que valoró su figura inteligente; en Dante, que destacó su osadía al traspasar las Columnas de Hércules; en Camoens, que le atribuyó la fundación de Lisboa; en Calderón de la Barca, que subrayó sus peripecias con Circe; en Georges Mélies que rodó la primera película basada en su figura; en Konstantino Kavafis, que consideró Ítaca como su destino omnipresente; en Juan Manuel Serrat, que dio forma a una Penélope que no dejaba de tejer sueños en su mente sentada en un banco en la estación desde donde veía caras de muñecos; en Antonio Gala, que estrenó en el Reina Victoria un Ulises protagonizado por Alberto Closas que devolvió al mito la actualidad efímera del espectáculo; en Javier Krahe, que lo cantó dando tumbos y más tumbos; en Luis Martín Santos, que silenció la narrativa española en 1961 con las grises peripecias de un Odiseo por el Madrid de Ortega y las chabolas, de las verbenas y un CSIC sin recursos. Pero, sobre todo, dejó huella en la novela homónima de Joyce, otro libro infinito para Borges, donde se narra el viaje sin aventuras de Leopold Bloom por las vulgares calles de Dublín un vulgar día de junio de 1904. Tras pasar la jornada dando paseos sin norte entre torres Martello y apartadas playas, oficinas de correos y casas de baños, funerales y periódicos, bocadillos de queso gorgonzola, museos nacionales, vinos de borgoña, bibliotecas nacionales, bares de barrio, hospitales de distrito y micciones en jardines traseros, el ulises vulgar de Dublín termina acostado en el lecho matrimonial con su esposa, Molly Bloom, una joven anodina de Gibraltar que rememoraba sin ton ni son sus viajes de juventud a Ronda, la noche que perdió el barco en Algeciras, el mar carmesí y las puestas de sol gloriosas de su tierra, las higueras de los jardines de la Alameda, los jazmines, los geranios, las chumberas de una Gibraltar de su niñez que no era ni umbral ni puerta, ni columnas ni Estrecho, ni siquiera antesala de un reino de los muertos como sí lo era su cama de mujer adúltera donde recordó la primera vez que dijo sí junto a la mole caliza de la Roca, a la vera de caminos que no la llevaron a ninguna parte.

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