El olimpo fenicio

Mitos del fin de un mundo

El y Baal, destacados dioses fenicios, estaban relacionados con el sol poniente y los territorios occidentales

Astarté-Afrodita y Adonis generaron cultos que hoy nos pueden resultar familiares por estos pagos

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El olimpo fenicio. / Enrique Martínez
José Juan Yborra / Enrique Martínez

14 de marzo 2024 - 02:00

Los mitos cananeos están determinados por la autosuficiente heterogeneidad de sus ciudades-estado, que conformaron el punto de partida de la expansión fenicia por el Mediterráneo a partir del siglo IX a.C. Cada una de estas urbes independientes poseía un particular olimpo compuesto por tríadas de divinidades que cambiaban según coordenadas de latitud y devociones diversas que velaron, confundieron y superpusieron rasgos de figuras anteriores en un marcado ritual de confusiones donde el sincretismo supuso el más transcultural de los mestizajes. Todo ello enriquece el sentido de los mitos, aunque dificulte la aproximación a un paisaje poblado de figuras polimorfas y perfiles cambiantes.

En la antigua Ugarit, junto a la actual costa siria, se rendía culto a Baal, divinidad principal de los fenicios desde mediados del segundo milenio a.C. De encumbrada genealogía, era el hijo más relevante de El, que en todo el levante mediterráneo era considerado como divinidad suprema, dios de dioses, padre de la especie humana y de todas las criaturas del universo. En el heterogéneo, dispar e híbrido olimpo cananeo, la deidad primigenia no se relacionaba con una montaña sagrada, sino con otro accidente geográfico: el Estrecho de Gibraltar, que era conocido en los primeros estadios míticos como puertas de El, ya que se emparentaba con el lugar donde se ponía el sol más allá de los confines del mar conocido. Los griegos acabaron conectándolo con Cronos, quien, tras la Titanomaquia, fue confinado en estos mismos territorios del oeste.

Al igual que su progenitor, Baal se relacionaba con el sol y en el subconsciente de muchos tirios, sidonios y cartaginenses, las expediciones hasta occidente tenían una lectura religiosa, un viaje en busca de su puesta, camino del más etimológico de los ocasos. Asociado a la masculinidad, la fuerza, la inteligencia y el coraje, el líder del panteón cananeo se representaba con atributos solares, con forma de joven guerrero e incluso con la mítica y divinizada figura del toro. Etimológicamente significaba “dueño”, “amo”, “señor” e incluso “maestro” o “esposo”. Su posición dominante en el olimpo fenicio está corroborada por su relación con dos elevaciones de las que tanto abundan en la cordillera que separaba las costas cananeas del interior: el monte Saphon, donde tenía su morada, y el monte Carmelo, donde Elías venció a sus profetas, según los canónicos textos bíblicos. El principal defensor del orden cósmico púnico tuvo un especial predicamento en la mayoría de sus ciudades estado, aunque su figura y su nombre se fueron adaptando a los intramuros de cada una de ellas: el Baal Chamin de Biblos tenía un perfil diferente al Baal de Sidón o al Baal Hammon de Cartago, que poseía rasgos muy sincréticos con Cronos y a quien se le practicaba el rito del Molk: sacrificios por cremación de recién nacidos con el objeto de aplacar su temible ira divina.

Su figura inspiró una leyenda que llegó a tomar cuerpo en unas tablillas o textos encontrados en Ras Shamra, en las proximidades de Ugarit. En ellas se narra el Ciclo canónico de Baal. Se trata de un relato con tintes de epopeya mítica de los aspectos más relevantes de su biografía. El primer libro se centra en el combate que entabló con su hermano Yam, favorito de El, a quien acabó venciendo. En el segundo se describe la construcción de su palacio, símbolo del nuevo poder adquirido, para lo que recibió la ayuda de su esposa Anat. Mucho más interesante es el tercer libro, donde se recoge la lucha entre Baal y Mot, rey del inframundo. El primero hizo muestra de prudencia al rendirse ante Mot y descendió a las profundidades para morir. Sin embargo, la falta de descendientes empujó a Anat a luchar contra el rey de la muerte y conseguir que su cónyuge reviviera. En este ciclo no solo se narra el triunfo de un mito, sino la consagración de una figura que llegó a los confines del mundo y atravesó la prohibida frontera que lo separaba del reino de los muertos. Baal es otro trasgresor de las normas y consiguió retornar indemne. No solo es el mito del dios resucitado, sino el de la divinidad que realizó un viaje iniciático hasta el ocaso para regresar triunfante de él. Como mito solar estuvo vinculado al poniente pero en él subyació la pertinaz recurrencia de los ciclos vitales. Noche, día; escasez, abundancia: juegos de antítesis como forma de acercarse a la totalidad.

El olimpo fenicio. / Enrique Martínez

En el santuario fenicio del cerro de San Juan de Coria del Río se ha encontrado un altar baálico con forma de piel de toro o lingote de cobre cuya orientación no parece casual. Su acimut de 55 grados sugiere una intencionada relación con la posición del sol en el ocaso y con la de la consecutiva estrella de Venus: occidentes y plenitudes, decadencias, resurrecciones, ortos, traspasos, lindes, riesgos, triunfos y fracasos. En Baal lo de menos fue el nombre.

Astarté fue la diosa con más devotos del panteón fenicio. Su culto se remite a la Mesopotamia del III milenio a. C. y supone todo un ejemplo de sincretismo cultural. Su veneración se extendió por el Mediterráneo oriental con la potencia de las más innominadas pasiones y con la extensión de los más inveterados imperios. Inanna sumeria; Ishtar babilónica; Astarot israelita; Isis egipcia; Afrodita griega o Tanit cartaginesa, Astarté fue para los cananeos esposa del dios supremo El y arquetipo de la diosa madre. Venerada en Biblos como omnipotente señora de la ciudad, sus habitantes invocaban sus plegarias en un templo orientado al mar de poniente. La fusión cultual se extendió por toda la costa fenicia, donde fue considerada esposa de Melkart en Tiro, de Eshmún en Sidón y de Baal en Beirut. Con un polimorfismo tan variado, sobresalió en un olimpo donde no se le consagró montaña alguna, aunque sí las vías marítimas que los fenicios instauraron desde pronto hacia el oeste. Afrodita se identificó con su figura; lo mismo sucedió con Juno y devino en una deidad celeste, erótica y protectora de la navegación hasta los confines del ocaso. Frente al contrapunto de la masculinidad solar de Baal, Astarté fue un mito maternal y lunar, cuyo culto promovió la prostitución sagrada en santuarios del sur peninsular como los de Gadir, Cástulo o Cancho Roano. La deidad fenicia se identificó pronto con mitos autóctonos relacionados con la femineidad y la fertilidad y acabó convirtiéndose en la divinidad más icónica de la península, donde se le rendía culto en lugares sagrados como el cabo de Trafalgar, Gibraltar, las islas de Eritia y Noctiluca, Baria, Medellín, Castro Marim, Huelva, el Castillo de Doña Blanca, los Castillejos de Alcorrín o el Berrueco. Entre conchas apotropaicas fue venerada como diosa de la fecundidad y la navegación, rodeada de luceros y estrellas. En los altos del Carambolo ha sido hallada la representación más conocida de su figura: una pequeña escultura de bronce fundido donde se muestra como una joven muy joven, de breves pechos, prominentes piernas, anchas caderas y un vientre capaz de albergar presentidas maternidades. Su cabello trenzado enmarca un rostro oriental y pulido, con cejas casi góticas y sonrisa presentida, capaz de encender extendidas veneraciones por los pagos marismeños de la Algaida, como renombradas devociones posteriores.

El olimpo fenicio. / Enrique Martínez

Adonis es otro de los referentes de las divinidades fenicias. Originario de Canaán y Judea, su veneración se extendió por las costas mediterráneas en forma de culto mayoritariamente femenino. Fue un mito vinculado con el de Afrodita desde sus primeros balbuceos hasta sus últimas manifestaciones rituales. Nació de la corteza de Mirra, metamorfoseada en árbol, tras recibir el impacto de una flecha lanzada por el incestuoso Tías. Desde muy pronto despertó desaforadas pasiones tanto en Afrodita como en Perséfone. Prendadas de su encanto, se disputaron su compañía, lo que motivó la mediación de Zeus. El arbitraje resultó innecesario debido a la predilección del legendario galán por la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor. Sin embargo, la dicha de la pareja no fue duradera, ya que el guaperas murió alanceado por los colmillos de un jabalí en las proximidades de la cueva de Afka, a los pies del monte Líbano.

En las faldas de unas cordilleras que poco tuvieron en común con otras olímpicas elevaciones tuvo su origen una festividad que se extendió por todo el Mediterráneo hasta alcanzar sus más occidentales extremos. Los días más tórridos del año tenían lugar las Adonías, unas fragorosas y concurridas veladas donde las mujeres recordaban la muerte del efebo con un tumultuario ritual. Cultivaban en jardineras plantas de crecimiento rápido que el calor veraniego marchitaba más pronto aún. Su agostamiento simbolizaba la consumación del joven, rebatida por sus devotas con un hiperbólico e impostado desfile de plantos fúnebres sin más medida que la más grandilocuente de las exageraciones. Con golpes en el pecho, cabellos rapados y túnicas rasgadas se desbordaba una comitiva pagana que tenía mucho de culto a la inmadurez y de ruidosa veneración al sensual y vacuo doncel.

El olimpo fenicio. / Enrique Martínez

La celebración tuvo un amplio eco en el suroeste peninsular, hasta el punto de que en el Breviario de Évora, donde se narra el martirio de las santas Justa y Rufina, se sitúa el episodio en los festejos celebrados en Hispalis en el 287 d.C. Las alfareras trianeras, cuando iban con su carga de tiestos y macetas de barro, se encontraron con una procesión donde se portaban las imágenes de Adonis y Afrodita. Rodeadas de un tumulto de gritos, vivas y vaivenes, se vieron impelidas a proporcionar parte de su mercancía a un público cercano al éxtasis místico. Su negativa a participar en aquella idólatra y temprana estación de penitencia fue causa de su tortura y muestra de que el sincretismo de los mitos trasciende épocas, lecturas y olimpos.

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