Perseo y el espanto

MITOS DEL FIN DE UN MUNDO

Perseo fue la primera divinidad griega que viajó hasta el extremo occidental del Mediterráneo

Su enfrentamiento con el espanto de Medusa ha despertado múltiples lecturas

Perseo y el espanto
Perseo y el espanto / Enrique Martínez
José Juan Yborra / Enrique Martínez

26 de junio 2024 - 23:53

Perseo integra uno de los triángulos míticos más inspiradores de la historia junto con Medusa y Andrómeda. Sus orígenes legendarios son antiguos, extremadamente antiguos; se remontan al periodo Heládico Reciente: hace tres mil quinientos años. La etimología de su topónimo avala su veteranía, ya que su raíz desvela orígenes protoindoeuropeos asociados a un persein o "soldado ocupador de ciudades", lo que puede explicar su condición de fundador de Micenas.

Perseo es figura mitológica de alta alcurnia y renombrado linaje. Su abuelo Acrisio, rey de Argos, tuvo solo una hija, Dánae y, preocupado por su descendencia, acudió al oráculo de Delfos para consultarle si nacería algún heredero varón. En el santuario de la Fócida obtuvo una presumible respuesta llena de previsibles ambigüedades, ya que el augurio le contestó con intencionados paréntesis que moriría asesinado por su nieto. Como consecuencia de la profecía, encerró a su única hija en una torre inaccesible a cualquier intento seductor. Pero Acrisio no tuvo en cuenta las artimañas de Zeus quien, sabedor del atractivo de la doncella, se propuso su cortejo. Experto en metamorfosis, se trasmutó en lluvia de oro. Las gotas fueron capaces de llegar al interior de la fortificación donde Dánae estaba confinada y la fecundaron con la fertilidad de las estirpes primigenias. Avisado Acrisio de la temida concepción, cuando nació Perseo mandó encerrar a la hija y al nieto en una caja y la arrojó al mar del golfo Argólico con la intención de que hiciera las veces de ataúd. Sin embargo, las intenciones de un rey no eran determinantes frente a las de los dioses. Zeus, alarmado por el peligro que corría su recién nacido vástago, ordenó a Poseidón que calmara las aguas y condujera la improvisada embarcación al puerto seguro de Sérifos, en la isla Cíclada homónima. Al arribar a la cercana ínsula, fueron rescatados por Dictis, hermano del monarca Polidectes, quien acogió a la madre y al hijo con una hospitalidad que se vio truncada con el paso de los años. El monarca fue interesándose por Dánae a la par que consideró a Perseo como obstáculo en la relación y amenaza para su posición. Con ocasión de un festejo, el gobernante solicitó a sus más prominentes súbditos unos presentes. Todos aportaron caballos, salvo Perseo, cuyos escasos recursos impedían tales dispendios; no dispuesto a ser menos que otros, se ofreció a conseguir un imposible: la cabeza de Medusa. Polidectes vio en esta propuesta la mejor excusa para enviarlo a una muerte segura.

Con esta urdimbre se tejió la trama del primer viaje de un héroe heleno al extremo occidental del mundo conocido, al territorio que se encontraba más allá de las columnas que flanqueaban el estrecho de Gibraltar, donde habitaba la temida Gorgona a quien Atenea había convertido en una pavorosa mujer de temido aspecto y capaz de petrificar a quien mirara. Aunque contó con la ayuda de los dioses olímpicos, con quienes estaba directamente emparentado, el desplazamiento de Perseo hasta poniente no fue nada fácil en unos pagos poco hollados por suelas griegas. Su primera tarea consistió en localizar a las Grayas, tres hermanas que guardaban el secreto del paradero de unas ninfas que custodiaban preciados objetos de los dioses. Guiado por sus tíos Hermes y Atenea, el joven las pudo encontrar. Eran tres mujeres nacidas ya ancianas y de aspecto poco amigable. Compartían un solo diente y un solo ojo que Perseo les arrebató y no pensó devolver hasta que no le dijeran el lugar donde habitaban las ninfas. Ciegas y muertas de hambre, las Grayas accedieron a sus pretensiones y el joven arribó al locus amoenus donde vivían unas jóvenes deidades que muchos identifican con las Hespérides que guardaban el jardín de Hera y sus manzanas de oro. Allí le proporcionaron el casco de Hades que proporcionaba invisibilidad, una alforja mágica, el escudo bruñido de Atenea y dos regalos de Hermes: sus sandalias aladas y una hoz para cortar cuellos escamados.

Perseo y el espanto
Perseo y el espanto / Enrique Martínez

Con estos aparejos llegó Perseo al territorio de las Gorgonas. Utilizando la astucia se enfrentó al espanto de la mortal mirada de Medusa. Esperó a que estuviera dormida y utilizando la rodela de azogue de Atenea, quien además guio su brazo, cercenó con la hoz de Hermes un cuello del que nacieron Crisaor y Pegaso. Perseo introdujo la cabeza recién amputada en el zurrón para evitar ser petrificado y salió huyendo a lomos del caballo alado amparado por la invisibilidad del casco de Hades. Aquí comenzó una particular odisea, un viaje de vuelta en el que el héroe se convirtió en paradigma del bien mientras llevaba consigo la espantosa cabeza de Medusa, que, en su poder, se convirtió en el más implacable brazo ejecutor.

De ella se sirvió para petrificar a Atlas, tras negarle la hospitalidad debida en un territorio apartado, occidental y extremo; de ella se sirvió cuando sobrevolando Etiopía divisó a la hermosa Andrómeda encadenada a una roca por su padre Cefeo. Cuando el espantoso monstruo marino Ceto estaba a punto de acabar con la joven, Perseo lo convirtió en piedra gracias a la cabeza de Medusa. Acompañado de la recién liberada Andrómeda, el joven regresó a Sérifos, donde encontró a su madre secuestrada por Polidectes, empeñado en esposarse con ella. En los preparativos del banquete, el joven recurrió de nuevo a Medusa para petrificar al monarca y sus seguidores. Nombró a Dictis como nuevo rey y devolvió a los dioses los presentes que lo ayudaron a capturar a la Gorgona. Desde allí se encaminó a la ciudad natal de Argos, donde participó en unos juegos con el lanzamiento de un disco que acabó golpeando y matando a su padre Acrisio, con lo que se cumplió la profecía délfica.

El mito de Perseo y Medusa ha servido de constante inspiración artística. Se refleja en la metopa del templo de Selinunte dedicado a Poseidón, donde el hijo de Dánae, ataviado con las sandalias aladas y el pétasos de Hermes, decapita a la Gorgona; en el fresco de Pompeya, donde un Perseo juvenil, casi aniñado, sostiene triunfante una diminuta cabeza de Medusa; en la estela funeraria del Museo Nacional de Hungría en Budapest, donde se conserva la figura de Atenea, ayudando a su sobrino a matar a la Gorgona; en el Perseo Triunfante de Antonio Canova, frío mármol de Carrara destinado a presidir foros y pedestales; en la Cabeza de Medusa de Caravaggio, destinada a escudo de Cosme de Médici, o en el Perseo con la cabeza de Medusa, bronce a la cera perdida de Benvenuto Cellini que aún preside la plaza de la Señoría florentina junto a la Judith de Donatello y el David de Miguel Ángel. Las tres esculturas simbolizan la valentía y la liberación que llegaron a la ciudad de la mano de un Médici que, como el cabizbajo Perseo, sostiene chorreante pero con vida a todo un icono de fortaleza domesticada. En sus manos, Medusa es capaz de seguir ejecutando venganzas selectivas manteniendo un espanto que el héroe dosifica y gradúa con su decisiva victoria. Esta lectura se ha visto reinterpretada por Luciano Garbati con su moderna y actual Medusa con la cabeza de Perseo, ubicada en el Collet Pond Park, por los pagos del Lower Manhattan, justo a las puertas del Tribunal Penal de Justicia de Nueva York, donde fue juzgado por delitos sexuales Harvey Weinstein, en un proceso que fue de la mano de la eclosión del movimiento Me Too.

Perseo y el espanto
Perseo y el espanto / Enrique Martínez

El mito de Perseo admite otras lecturas e interpretaciones: desde una primera maniquea y reduccionista de símbolo de la bondad y la rectitud frente a la maldad de Medusa o el reto que supuso para el héroe el enfrentamiento con un personaje que provocaba la muerte con la mirada. En la leyenda subyace la omnipotencia del destino y la figura del adalid libertador de los oprimidos, como se observa en el episodio de la redención de Andrómeda. Resulta especialmente relevante su rol de primera divinidad griega que se vio obligada a desplazarse hasta el extremo occidental del Mediterráneo con el objeto de superar una prueba con visos de insuperable. Perseo viajó hasta los confines del mundo conocido para enfrentarse a Medusa, un ser que despertaba espanto y pavor. Ella es la representación de la mujer acorralada por un poder que toma la forma masculina del violador Poseidón y la femenina de la vengativa Atenea; por el contrario, Perseo representa a un joven racional que emprende una tarea aparentemente imposible pero que cuenta con la decisiva ayuda de unos dioses decisivos, ya que sin esa familiar e interesada colaboración no habría conseguido sus objetivos.

Para unos, Perseo venció a Medusa utilizando recursos como la invisibilidad, la liviandad flotante o la velocidad de desplazamiento que lo asociaban a una muerte anunciada. Para otros, se ha convertido en símbolo de astucia, inteligencia, racionalidad, capaz de vencer con estas armas al horror, al sobresalto, al asombro, al espanto de una mujer que era capaz de albergar en su disforme metamorfosis uno de los planteamientos del arte: el extrañamiento. Medusa aturde, inquieta, aniquila, aunque, a la vez, atrae. La desmedida fuerza de su maldición se ha convertido en símbolo de otras desmedidas fuerzas humanas relacionadas con el instinto, la intuición, la inconsciencia; en alegoría de un arte dionisíaco que tiene la visceralidad de constantes barrocas, románticas, surreales. Frente a ella, Perseo representa la fuerza metódica de la racionalidad planificada, confirmada con recursos provenientes de olímpicas autoridades clásicas, neoclásicas e ilustradas. Se encarna en emblema de un arte apolíneo, aunque se sirva de un instrumento como el espejo, donde se vislumbran miradas y realidades que dejan de serlo gracias a la perversión artística del reflejo. Mito y realidad; racionalidad y asombro; fulgores y sombras, tajos y refracciones; más que triunfar, Perseo aprendió a convivir con el espanto y a servirse de él en unas vivencias hijas de la ficción.

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