Fernando de Zafra y el repartimiento de Gibraltar de 1502

Personajes históricos del Campo de Gibraltar

Bajo las órdenes de los Reyes Católicos ayudó a la repoblación de la zona y a la administración de sus tierras de cultivo

Grabado de Gibraltar en el siglo XIX.
Grabado de Gibraltar en el siglo XIX. / E. S.

Fernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos, nació en Castril en el año 1444, en el seno de una humilde familia de cristianos nuevos. De origen modesto, sus años al servicio como letrado de los reyes y su dedicación, junto al capitán general don Íñigo López de Mendoza, a las labores de política económica y a la diplomacia, le abrieron las puertas de la aristocracia y la riqueza convirtiéndose, mediante privilegio otorgado por los reyes, en señor de Castril.

Entre 1490 y 1492 fue el principal negociador de las capitulaciones con los dirigentes nazaríes que posibilitaron la rendición de la capital del sultanato. Antes, había sido regidor de Ronda y alguacil de Marbella. Con fecha de 16 de noviembre de 1490, los Reyes Católicos hicieron merced a Fernando de Zafra, “por los buenos, señalados y leales servicios que nos habéis hecho, de la fortaleza de Castril con todos sus términos y dehesas y prados y pastos y montes y ríos, para que sea todo ello vuestro y de vuestros herederos y sucesores.”

En el año 1462, la ciudad de Gibraltar había sido tomada a los musulmanes granadinos por el rey Enrique IV. Mas, como el rocoso peñón poseía muy escasos términos, este monarca le concedió los que habían pertenecido a “las Algeciras” hasta que fue destruida en torno a 1379. Sin embargo, el poderoso duque de Medina Sidonia, que alegaba ciertos derechos sobre Gibraltar, aprovechando la deposición del rey Enrique IV y la entronización de su hermano, el pusilánime infante don Alfonso, puso cerco a la ciudad en 1466, entrando en ella tras quince meses de asedio y una vez que se hubieron rendido las tropas reales encabezadas por su alcaide Esteban de Villacreces. La plaza estuvo en poder de los Medina Sidonia hasta que, en el año 1501, los Reyes Católicos, considerándola una fortaleza de gran valor estratégico y “llave de España”, la incorporaron a la Corona de Castilla.

Y es en este momento cuando aparece en la historia de Gibraltar el diligente letrado, secretario de los reyes, Fernando de Zafra. En la primavera de 1502, los Reyes Católicos lo enviaron a Gibraltar para que llevara a cabo un estudio de las tierras aprovechables existentes en sus términos y les remitiera un informe sobre sus cualidades, probables usos y el repartimiento de las mismas entre nuevos pobladores, puesto que en los años que Gibraltar había pertenecido a la Casa de Medina Sidonia, el Duque no había logrado atraer a suficientes vecinos ni poner en explotación agrícola y pecuaria sus extensas dehesas y baldíos.

Escudo de armas de Fernando de Zafra, señor de Castril. En el centro aparece la Torre de Comares en reconocimiento a su destacada participación en las capitulaciones de la Granada nazarí.
Escudo de armas de Fernando de Zafra, señor de Castril. En el centro aparece la Torre de Comares en reconocimiento a su destacada participación en las capitulaciones de la Granada nazarí. / E. S.

El 20 de junio de dicho año, Fernando de Zafra procedió a enviar a los reyes una relación de los “echos e campos” que, estando baldíos, se podrían repartir, y el número de repobladores que se deberían traer para ponerlos en explotación. La idea de los reyes era incrementar el vecindario de Gibraltar, que en 1.500 era de 320 (unos 1.250 habitantes), en otros 500, de los cuales 150 debían de ser caballeros y 350 labradores, ganaderos y hombres de mar.

En el citado informe, entre otras cosas, enumeraba, una vez analizada y valorada la tipología y calidad de las tierras del término, los “echos” y dehesas que se podrían repartir entre los nuevos pobladores, el valor de las mismas y las posibles rentas que podrían proporcionar a la Corona y al Concejo gibraltareño. Menciona los cuatro “echos” principales, que eran Algeciras y Botafuego, “en los que casi todas las tierras eran baldíos”; Los Barrios y Guadacorte, “que tenían una dehesa buena para bueyes”; Fontetar y Albalate, “en los que había una buena dehesa para caballos” y, por último, Guadiaro y Guadalquitón, donde la mayor parte de las tierras “estaba aún por roturar”.

Además de estos “echos”, según Zafra, había otros diez en el término que los reyes habían ordenado arrendar, que eran El Raudal, Ojen, Getares, Laugis, Muta, Adocal, Navas, Guadarranque, Zanona y Benarax. Estos “echos” producían un total de 840.777 maravedíes al año.

Escudo de armas de Gibraltar concedido a la ciudad por la reina de Castilla Isabel I el 10 de julio de 1502.
Escudo de armas de Gibraltar concedido a la ciudad por la reina de Castilla Isabel I el 10 de julio de 1502. / E. S.

Fernando de Zafra, propuso que se entregaran las tierras de labranza a razón de una “caballería” por caballero (18,5 hectáreas de tierra de labor) y media para los demás. Los artesanos y mercaderes recibirían un solar para que construyeran sus casas, un pequeño huerto y un viñedo. Añade que los pastos de Adocal y Muta podrían mantener 10.000 cabezas de ganado mayor y 50.000 de menor. También expuso a los reyes la necesidad de que los nuevos vecinos se comprometieran a residir en Gibraltar por un plazo mínimo de diez años, prohibiéndoseles vender las tierras recibidas en los veinte años siguientes a la concesión y a no traspasar la propiedad en ese mismo período de tiempo.

El 9 de noviembre de 1502, Fernando de Zafra, estando ya en Granada, envió un poder a don Diego López de Haro, alcaide de Gibraltar, nombrándolo repartidor y dándole instrucciones de cómo debía proceder cuando fueran llegando los nuevos vecinos. Se le daba un plazo máximo de seis meses para que ejecutara el repartimiento, asignándole un sueldo de 20.000 maravedíes. En enero de 1503, el rey don Fernando envió al alcaide repartidor nuevas instrucciones con el fin de que llevara a cabo algunas correcciones para facilitar la llegada y el asentamiento de los repobladores.

Como don Diego López de Haro había comunicado al rey que el “echo” de Getares no era bueno para la siembra de trigo, don Fernando ordenó que se tomaran para propios del Concejo y que se compensara a los vecinos por la pérdida de estas tierras con otras consideradas más aptas para el cultivo. También se ordenaba al repartidor que, para acelerar la puesta en explotación de las tierras repartidas, se arrendaran para la Corona mientras que los nuevos propietarios no las roturasen y que, una vez puestas en producción siguiendo la costumbre de Córdoba y Jerez de “año y vez”, se siguieran arrendando a favor de la Corona las tierras que permanecieran baldías o en descanso.

El asentamiento de los nuevos vecinos, que fueron llegando, no sólo de Andalucía, sino también de Castilla, León y Levante, se fue realizando conforme a lo proyectado, aunque no pudo cumplirse el plazo estipulado, teniendo la reina, en mayo de 1503, que emitir una Real Cédula por la que se prorrogaba el poder del alcaide por otros seis meses a partir del mes de junio.

Vista de la dehesa de Zanona, en Los Barrios.
Vista de la dehesa de Zanona, en Los Barrios. / E. S.

Los Reyes Católicos y Fernando de Zafra pusieron especial interés en dotar de abundantes bienes de propios y de rentas al Concejo gibraltareño, tanto para incentivar la llegada de nuevos pobladores, como para hacer de Gibraltar un enclave con suficientes recursos para que pudiera atender y mantener su propia defensa, pues a cuenta de los bienes de propios tenía el consistorio de la ciudad que pagar los salarios de las guardas y los atajadores, tan necesarios en una zona fronteriza siempre expuesta a las incursiones de corsarios procedentes de la otra orilla.

De los 320 vecinos que residían en Gibraltar en el año 1500, todos ellos que había sido vasallos del anterior propietario legal de la ciudad y su término, el duque de Medina Sidonia, se pasó, merced al repoblamiento y el reparto de tierras ordenados por los Reyes Católicos, a 700 en 1510 y a 1.450 en el año 1528 (unos 5.800 habitantes).

Fernando de Zafra fue confirmado en sus cargos, tras la muerte de Isabel la Católica en 1504, por Felipe el Hermoso, falleciendo en el mes de mayo del año 1507.

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