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La Plaza Alta de Algeciras de 1930 (I)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

La Plaza Alta de Algeciras tiene su origen en la refundación de la ciudad en el siglo XVIII, pero es en el siglo XIX cuando se urbaniza por primera vez

Ha tenido varias intervenciones a lo largo del tiempo, pero ha sido la modificación de 1930 la que ha tenido mayor repercusión.

Plaza Alta de Algeciras antes de 1930. Archivo Asociación Memoria de Algeciras.
Andrés Bolufer Vicioso

06 de junio 2022 - 05:00

Cada ciudad tiene una plaza que se convierte en su espacio público por excelencia. En el caso de la refundación de Algeciras en el siglo XVIII, esta función la cumplió desde sus inicios la Plaza Alta, que funciona como el mayor centro de socialización de la ciudad junto a sus calles aledañas, Ancha –oficialmente Regino Martínez– y Convento –oficialmente Alfonso XI–. En ella se desarrollan las principales manifestaciones culturales, festivas y religiosas de la ciudad y tienen lugar las citas del día, bien sea en la misma plaza o en sus alrededores.

Ha tenido frecuentes cambios de nombre, pero, en su caso, el poder de la persistencia de la memoria colectiva ha hecho que sobreviva a nivel popular el nombre primigenio de Plaza Alta sobre los oficiales que se le han sobrepuesto. El primer cambio, una vez urbanizada en 1807, fue el de Plaza del Almirante, porque nació como homenaje al favorito de Carlos IV y María Luisa de Parma, Manuel Godoy, Príncipe de la Paz desde 1795 y Gran Almirante precisamente desde 1807. A él le seguirían Del Rey, De la Constitución, de la Reina, de la República o del Generalísimo Franco, amén de las reposiciones habituales con el cambio de régimen político, pero en la memoria popular siempre prevaleció el inicial de Plaza Alta, algo que solo se ha consagrado de manera oficial con la Transición.

La actual Plaza Alta sustituyó en 1930 a la que se llegó a hacer en 1807 y es hija de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, en la que triunfó decididamente la decoración cerámica.

Después de ella, la Plaza Alta de Algeciras es quizá una de las grandes plazas cerámicas del país.

¿Por qué se remodeló la Plaza Alta?

No se puede eludir el contexto político y económico en el que se llevó a cabo esta operación urbanística: el final de la dictadura de Primo de Rivera, los gobiernos militares que le siguieron y los últimos coletazos de la década de los felices veinte. Uno de los objetivos de la dictadura de Primo de Rivera fue el desarrollo de las obras públicas gracias al Estatuto Municipal de 1924. A través de él se: “[…] pretendía impulsar la autogestión de las entidades de población al “municipalizar” los servicios vitales […]”. Pero, además, al encargar a las corporaciones las obras de infraestructuras, creaba, al mismo tiempo y desde el Estado, un instrumento de crédito local capaz de dar una autonomía financiera a las corporaciones municipales, lo que significaba la novedad de dar autonomía política a los Ayuntamientos.

La dictadura vio en el Estatuto Municipal la posibilidad de modernizar los municipios gracias al incremento de su financiación, pero con ello se agravó en gran medida la deuda municipal.

Damnatio Memoriae del escudo de Algeciras. Respaldo exterior de un banco Perimetral de la Plaza Alta. 1931.

En Algeciras, esto se tradujo en un proyecto de inversiones presentado a la corporación por el alcalde Laureano Ortega Arquellada en la del 25 de abril de 1929. En una de las partidas del anteproyecto, presentado por el arquitecto José Romero Barredo, aparecía la consignación de 133.839,74 ptas. para el “ensanche y reforma de la Plaza Alta”.

El alcalde era consciente de que ni con los ingresos ordinarios, “ni aún con el doble”, podrían llevarse a cabo las obras proyectadas, por lo que además de que se aprobaran, pidió autorización para contratar con las compañías bancarias un empréstito para poder llevarlas a cabo. El aval se obtuvo del Banco de Crédito Local por valor de 3.890.000 ptas. Era consciente de que con él se superaba el gasto previsto para las obras proyectadas, pero también de que, con el sobrante de 367.847,28 ptas., se podrían acometer otras intervenciones. Este proyecto fue visto como “el paso primero y el más seguro para lograr el engrandecimiento del pueblo”.

Se preveía consumirlo en un plazo de 14 meses y pagarlo en 50 años y, para cumplir con este contrato, el Ayuntamiento se endeudó con el 80% de los bienes de propios.

A la caída de la dictadura primorriverista, en enero de 1930, comenzaron a escucharse voces contra el primer problema arrastrado de la anterior corporación, el empréstito, considerado “ruinoso para el Ayuntamiento, pues para pagar 3.890.000 ptas. habrá que desembolsar 13 millones en 50 años”. A todas luces era lesivo para la capacidad de la corporación y, por ello, el concejal Ricardo Casero pidió llegar a un acuerdo con el contratista y el Banco de Crédito Local, para que se hicieran solo las obras más precisas y poder reducir el préstamo.

En la sesión del 31 de octubre de 1930, se presentó a la corporación el desglose de las obras llevadas a cabo por el presupuesto extraordinario, y quedó claro que, de las 133.839,74 ptas. previstas para el “ensanche de la Plaza de la Constitución”, solo se habían invertido 14.730,51 ptas. y quedaban por emplear 119.109,23 ptas.

Esta es la última referencia sobre el asunto, pero la realidad es muy diferente: solo se invirtieron 40.011 ptas., es decir un 30% de lo previsto.

La obra de 1930. El triunfo de la cerámica

Si nos fijamos, podemos rastrear parte de la fábrica original de 1807. De esa primera construcción, queda la nivelación del espacio, para el que fue preciso levantar su extremo sureste, de manera que quedara este ángulo parejo con todo el proyecto de urbanización del espacio; su perímetro conforma un gran casi cuadrilátero achaflanado en sus esquinas, que le da la forma de un octógono irregular, con ocho accesos: cuatro en los espacios más cortos y otros cuatro en el centro de cada uno de los lados mayores.

. Damnatio Memoriae sobre “La Cabra”. Asiento de un banco perimetral de la Plaza Alta.

La remodelación que se llevará a cabo sobre este espacio preexistente la hicieron posible el arquitecto Villa Pedroso y el contratista Eladio Goizueta Díaz. Esta transformación coincidió en el tiempo con la del salón de plenos del Ayuntamiento, que se convirtió en un salón cerámico en el que se homenajeaba a la ciudad en la que se celebró la Conferencia Internacional de 1906 sobre Marruecos, y con la del parque María Cristina.

Desde entonces, se han llevado a cabo varias reposiciones de materiales, entre ellas la de 1984 a cargo de la casa sevillana Cerámica Santa Ana, a la que seguiría otra en 1995, en la que se repuso una baranda cerámica —que quiere recordar la de 1930— y, por fin, una restauración de las piezas deterioradas entre 2019 y 2020.

A grandes rasgos, la Plaza Alta actual está integrada por los elementos que siguen.

En su perímetro

El acceso a la plaza se hace a través de ocho calles, cuatro en aspa, partiendo de cada ángulo y, otras cuatro, en el centro de cada lado, de modo que se generan ocho tramos. Cada uno de ellos está formado por dos pilares prismáticos en cada extremo, coronados por sendos vasos cerámicos. En el centro de cada tramo se sitúa un gran banco con respaldo alto, coronado en sus extremos por pequeñas piezas cerámicas, y un asiento que mira a la plaza y, entre pilar y asiento, se encuentra una balaustra cerámica que, en los años 70, ante su deterioro, fue sustituida por otra de metal y reemplazada en 1995 por otra de cerámica. Este es el ritmo que se extiende a lo largo de todo su perímetro.

Si nos fijamos en las fotografías anteriores a 1930 y eludimos la presencia de las cerámicas, veremos que participan de un ritmo muy parecido: pilares coronados en los extremos de cada tramo, bancos centrales, con respaldo metálico en su caso y, entre ambos, donde hoy hay balaustrada, antes hubo cadenas y pequeños pilares cilíndricos. El ritmo estructural, por tanto, se repite en gran medida de la plaza primigenia a la actual.

Estos bancos perimetrales tienen en ambos lados una decoración que podríamos denominar de apliques textiles, en la que se combinan distintos cuadros con motivos de candelieri y grutescos, propios del plateresco hispano; pero, en los que miran al exterior de la plaza destaca, en el cuadro central, el motivo del escudo local. A todos ellos les faltan las coronas, eliminadas en 1931 tras la sustitución de la monarquía por la república, como un efecto de la abolitio imaginis, propia de la damnatio memoriae con la que se quería borrar el recuerdo del reciente pasado monárquico del país.

Escena neoplateresca. Asiento de un banco perimetral de la Plaza Alta.

Los mismos motivos platerescos se repiten en las caras que miran al interior de la plaza, pero la diferencia en ellos se encuentra esta vez en sus asientos. El eje de cada composición lo tiene un ser híbrido entre mujer, por la afirmación rotunda de sus senos, y una cabra hembra, por su cabeza y pequeña cornamenta. El engendro de su cuerpo estaría complementado con unas piernas robustas y garras de águila en lo que serían los dedos de sus pies. En lo que debiera ser el eje de su sexo, se descubre una flor abierta y, en lo que serían sus brazos, le nacen protuberancias vegetales, al igual que de sus caderas. Se la conoce como “la cabra” y resulta difícil encontrarle un nombre en el nomenclátor del bestiario. Su rostro ha sufrido otro tipo de damnatio memoriae, en este caso más bien de carácter popular por su posible connotación diabólica, por lo que tenemos dos tipos de borrado de imágenes, una oficial con la sustitución de la corona real y otra popular sobre el rostro de la “cabra”.

En el eje de cada asiento, la acompañan, en absoluta simetría, un pájaro que come semillas y un angelote cazador que está apuntando con su lanza a la cabeza aquiliforme que culmina un candelieri, en lo que podemos reconocer todo un recurso a la magia de la inventiva neoplateresca.

Tanto en su exterior como en su interior, siempre ha existido una decoración arbórea, primero fueron unos chopos o álamos de Lombardía y, hoy, naranjos en el exterior y palmeras en su interior.

Artículo publicado en el número 56 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (2022).

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