Rastro y justicia de Paco de Lucía
30 años del Instituto de Estudios Campogibraltareños
El número 8 de la revista Almoraima, de octubre de 1992, recoge un artículo de Juan José Téllez, que lamentaba que se miraba a Paco de Lucía "con sospecha, negándole el aplauso unánime"
Sólo las sociedades mediocres desdeñan a sus hijos que no lo son. Ese parece el patético destino de uno de los mayores virtuosos de la historia de la música, nacido en una ciudad que aún parece que no le perdona el hecho de haber salido de la miseria para alcanzar las más altas cumbres del duende. Francisco Sánchez, Paco de Lucía, triunfador en Chicago, héroe japonés, viajero por Europa, arrastra, así lo entiendo, una cuenta pendiente consigo mismo, que se llama Algeciras, el Campo de Gibraltar, el profundo sur que sigue mirándole con sospecha, negándole el aplauso unánime; preguntándose a qué viene tanto jaleo mundial con su guitarra, y con tina intuición más poderosa que sus dedos, si era el chaval que pasaba hambre no hace mucho, si era el niño de un tocaor y de una mujer humilde de origen portugués, si era uno más de los condenados a vestirse de gris y perderse entre el anonimato, allí donde el fracaso o la indiferencia se hacen vida cotidiana.
Algeciras y las del resto de la comarca no son ciudades tan sobradas de héroes como para que se permita el lujo de perder a uno de sus mayores paladines. Pero desde aquí sigue mirándose con escepticismo la carrera en curso del creador de Ziryab, de Yo sólo quiero caminar o Almoraima. Muchos entendidos de salón, sayones de los que nunca se sabe si van apegar una palmada en la espalda o una puñalada trapera, aún siguen poniendo en solfa el poderío musical de un muchacho sureño al que propios y extraños reconocen ya como un vértice sustancial en la historia del flamenco. O simplemente, de la música.
Se trata, sépanlo, de una frontera humana a partir de la cual será distinta la evolución de ese ritmo gitano-andaluz que viene de no se sabe donde y que se ha parado en seco en sus manazas de bañista de Los Ladrillos, un molino donde el aceite de un son racial y concreto se destila en tina suerte de sustancia universal, sin paradero conocido ni freno en su cabalgadura.
Tampoco a escala nacional la admiración que suscita en numerosos aficionados a esa desembocadura donde el arte se encuentra con la magia, se ha traducido en algo más que aplausos al cabo de un concierto. Claro que hubo quien defendió su virtuosismo como es el caso de Félix Grande, a quien han ido sumándosele simpatizantes con ese tal Francisco Sánchez, de la calle San Francisco de Algeciras. A más de otros flamencólogos, periodistas no directa ni estrictamente relacionados con lo flamenco, como es el caso de Nacho Sáenz de Tejada, han calibrado su valía con tanto acierto como entusiasmo.
Pero tampoco han faltado detractores nacionales, que con mejor o peor suerte han intentado restar mérito a algunas de sus estimulantes iniciativas. Esas críticas fueron especialmente aceradas en el momento en que Paco de Lucía se adentró en el ámbito de la música clásica, tal vez como venganza ante el hecho de que su guitarra abrió hace veinte años las puertas del selecto Teatro Real a los acordes del flamenco. A finales de 1991, Paco de Lucía editó su versión del Concierto de Aranjuez con la aquiescencia y la presencia de su autor, el maestro Joaquín Rodrigo. Dicho atrevimiento deparó una nueva andanada de críticas, similares a las que Andrés Segovia anticipó en 1983, al opinar en Diario 16, extremos como el siguiente: "Ese señor, Paco de Lucía, que porque tiene ligereza en los dedos para hacer alguna de esas cuartetas simples creen que es un portento".
"Con súbita misericordia -recomendaba Juan Ramón Jiménez- estimular al joven, exigir al maduro, disculpar al anciano". Le disculpamos, don Andrés, por el respeto que le debemos a su edad y por las muchas horas de emoción que, desde su guitarra, se han quedado a vivir en nuestro corazón. Pero déjenos confiarle un suceso que será para usted inesperado: con la extraordinaria técnica de Paco de Lucía, que está puesta al servicio de la música flamenca más honda, misteriosa, delicada, viril y emocionante que jamás inventara la guitarra española, muchos de nosotros lloramos. Lloramos, don Andrés. Y con las mismas lágrimas con que solemos celebrar las sobrecogedoras interpretaciones que salen de las manos de usted desde las partituras de los grandes maestros. ¿Significa eso acaso que nosotros estamos sordos? ¿Estará sordo nuestro corazón? ¿Estarán sordas nuestras lágrimas? ¿Cómo es esto posible, si también nos conmueve la genialidad de don Andrés Segovia? Sosiéguese, maestro, que sigue usted siendo el primero. Pero comprenda usted que nos apenen sus precipitaciones sobre el arte flamenco en general y, en particular, en contra de Paco de Lucía: que es también el primero.
Estas palabras las escribió Grande en un artículo que vuelve a figurar en la recopilación Agenda flamenca, publicada en su día por la Biblioteca de Cultura Andaluza y que ahora estrena nueva edición en las prensas de Mondadori. En ese mismo libro, se reúnen breves y varios ensañas sobre cuestiones flamencas entre las que destacan las dedicadas a la epopeya musical del algecireño.
La figura de Paco de Lucia ha vuelto a ponerse públicamente en entredicho a raíz de la atroz y prematura muerte de José Monge, Camarón de la Isla, un cantaor con el que ya siempre estará vinculado por obra de la historia. Monge (ver Camarón en La Línea, Almoraima número 0), fue seriamente arropado por los Lucía desde sus comienzos y en especial en la grabación de sus siete primeros discos de larga duración. Luego, tanto Pepe corno Paco de Lucía, siguieron especialmente vinculados a Camarón hasta su último álbum, Potro de rabia y miel, cuya grabación fue poco menos que heroica.
Paco y Camarón vuelven a aparecer juntos en la película Sevillanas, de Carlos Saura. Como juntos posarán para el tiempo de lo porvenir, por encima de intrigas de toda suerte donde pesan más el dinero que el ingenio, aunque ocasionalmente la veracidad de los acontecimientos quede seriamente distorsionada a fuerza de rumores y ocasionales infundios.
Antes de la muerte de Camarón, José Luis Ortiz Nuevo había iniciado la compilación de una serie de textos sobre el maestro de San Fernando, que serán definitivamente presentados en la próxima Bienal flamenca. También con anterioridad a su fallecimiento, la sevillana Qüasieditorial había iniciado la preparación de una biografía sobre Camarón de la Isla, para su colección Señales de vida. Ahora, el escritor Enrique Montien prepara un nuevo ensayo sobre la vida de Camarón, a la que la revista Sevilla Flamenca acaba de tributar un emotivo homenaje impreso. De todos estos esfuerzos editoriales, es de esperar que queden despejadas de una vez por todas cualesquiera tipo de incógnitas que puedan subsistir en torno a la relación entre ambos chamanes flamencos y sus respectivas familias. Y es de esperar, sobre todo, que los abogados resuelvan los pleitos pendientes y el interés del común siga estribando principalmente en la emoción que transmita una voz desde el vinilo o unas manos repicando genialmente sobre los trastes de una guitarra.
Sirva todo este discurso para presentar un libro, que plantea tres serias interrogantes: ¿por qué la primera biografía sobre Paco de Lucía se publica en español cuando han transcurrido más de treinta años desde que aquel chiquito de Algeciras se subiera a un escenario? ¿Por qué ha tenido que escribirla un norteamericano? ¿Por qué se publica en la imprenta de la Sociedad de Estudios Españoles, una editorial voluntariosa pero muy de segunda categoría? Sin que suponga descrédito para cada uno de los implicados en esta afortunada empresa, no cabe duda que tales extremos dicen poco a favor de este país.
Donn E. Pohren, un flamencólogo norteamericano seriamente aplaudido por su dedicación al estudio del cante gitano-andaluz, acaba de publicar en español su obra Paco de Lucia y familia: el Plan Maestro. Se trata de una delicada aproximación a la biografía del guitarrista algecireño, partiendo del empeño personal de Antonio Sánchez, patriarca de la saga, quien pretendió Ilevar a cabo "la preparación de sus hijos para formarlos como artistas flamencos de forma que ellos no tuvieran que sufrir la agotadora y a veces degradante vida del artista flamenco de juerga".
El libro, cuya primera edición cuenta con 175 páginas, fue escrito originalmente en inglés y traducido al español por Blanca Luisa López Bergasse en colaboración con César Espinel del Castillo. En su índice, incluye una amplia nomenclatura, una historia fotográfica del clan, una descripción pormenorizada de la familia, así como aproximaciones a los años formativos, las relaciones de Paco con el jazz, la música clásica, el cine, sus giras mundiales, honores, premios, relaciones familiares, discos, etc. El libro no sólo va dirigido al público español sino a todo el mundo de habla hispana. Quizás en razonable previsión de que en otros países se le haga a Paco de Lucía mayor justicia que en el suyo propio.
Artículo publicado en el número 8 de Almoraima, Revista de estudios campogibraltareños, publicado en octubre de 1992.
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