Recuerdos de La Almoraima (y II)
El uniforme de los guardas era un traje compuesto de pantalón y chaqueta de color marrón oscuro
Se complementaba con un sombrero de ala ancha con escarapela, botas camperas, carabina y una trompetilla de latón
Recuerdos de La Almoraima (I)
Castellar/La primera mención en la historia moderna de España sobre guardas de campo sucede en tiempos de Fernando VI. Dentro de las reformas proyectadas por el marqués de la Ensenada, ordenanza de 1748, en su artículo 25, se creó el cuerpo de guardas de campo y monte, destinado a “denunciar a los taladores, causantes de incendios e introductores de ganados en los plantíos, procurándose de que dichos guardas fueren hombres de buena opinión, fama y costumbre”. El 8 de noviembre de 1849 se aprobó el reglamento por el que se crean los primeros guardas de campo, por contraposición a los guardas particulares. No obstante, en el libro de las Ordenanzas de Castellar de la Frontera (1510-1631) ya se mencionaba a la figura del guarda como vigilante.
Con el amparo de la orden de la reina Isabel II, mediante juramento ante el alcalde, aparece la primera figura histórica del guarda de campo jurado, que en un primer momento tenía como misión vigilar cotos, fincas, parques; y al que la norma lo califica expresamente como agente de la autoridad, distinguiéndolos de los guardas de campo no jurados, que eran meros trabajadores particulares de los terratenientes. Cada municipio establecía su uniformidad, si bien todos debían llevar una bandolera de cuero ancha, con la placa de guarda de campo y el nombre del municipio. Bajo el reinado de Alfonso XII se modifica la regulación de los guardas. Se hace en la misma norma que recoge el nuevo reglamento de la Guardia Civil, mediante Real Orden del Ministerio de Fomento, de Guardería Rural de 9 de agosto de 1876. En esta norma, a la Guardia Civil se le añaden las funciones de Guardería Rural, y los guardas de campo pasan a llamarse guardas jurados, quedando bajo la dirección de la Guardia Civil y cambiando consecuentemente su placa, que ahora reflejará guarda jurado y el nombre del empleador.
En la orden de 1876 se recoge expresamente su capacidad para detener, poniendo a disposición de la Guardia Civil a los delincuentes. Usaba una carabina ligera, para lo cual debía tener la correspondiente licencia, y desde este año se le añadía una bayoneta. Aquellos que ejercían la labor a caballo portaban, además, el sable de la caballería ligera. Así, el guarda jurado actuó en estrecha colaboración con el cuerpo de la Guardia Civil. Este hacía su trabajo a pie o bien sobre montura. Sus tareas eran de control y salvaguarda en toda la dehesa. Desde su fundación por Real Decreto hasta comienzos del franquismo, el guarda jurado permaneció con la única misión de vigilar las zonas rurales. No sólo protegía los bienes de quienes lo contrataban (incluyendo fincas, granjas y aperos agrícolas), sino que era también frecuente que forajidos huidos cayeran en sus manos.
Fue con el régimen franquista cuando las labores del guarda jurado comenzaron a cambiar, abriéndose paso su labor de protección también al mundo empresarial. Las primeras industrias con capacidad para ordenar este tipo de guarda jurado fueron las petrolíferas en primera instancia, para luego ampliarse al comercio, banca, transportes, etc. A finales de los años 60 y principios de los 70 es cuando los guardas jurados comenzaron a ser considerados como un elemento importante para la seguridad. Momento en que comienza la época moderna actual de su figura, renovándose su normativa.
Actualmente sigue existiendo la figura de guarda de campo, pero hay que mencionar que las fórmulas de contratación son diferentes, pues tienen que realizar el curso de formación en los centros homologados a tal efecto, con un temario estipulado, con el fin de obtener la titulación oficial y queden acreditados para poder ejercer obteniendo la tarjeta de identidad profesional. Posteriormente, deben concurrir a las pruebas selectivas que determine cada finca.
En la finca La Almoraima, propiedad del XVII duque de Medinaceli, a finales del siglo XIX, el uniforme de los guardas era un traje compuesto de pantalón y chaqueta de color marrón oscuro. Se complementaba con un sombrero de ala ancha con escarapela, botas camperas, carabina y una trompetilla de latón con la que el guarda avisaba de su presencia, pedía ayuda a los demás compañeros en caso necesario e incluso era usada para dar aviso de incendio. En otras ocasiones, simplemente se usaba para saludar al compañero que se encontraba en la dehesa más próxima, ya que debido a la distancia existente no se podían ver, pero con el sonido sabían que estaban próximos el uno al otro.
Sobre el uniforme debían colocarse la correa ancha con la placa identificativa del estado de Castellar y el Excmo. Sr. duque de Medinaceli como propietario de la dehesa. A mediados del siglo XIX dicha correa iba a juego en color con la escarapela del sombrero y posteriormente pasó a ser de cuero. La función principal de los guardas era la vigilancia de la finca y las dehesas que tenían encomendadas, con el fin de que todo trabajo que se realizara dentro de la misma cumpliera las normas establecidas, si bien asumían un conjunto diverso de tareas complementarias. Distinguiremos una primera etapa, que abarca desde principios del siglo XX hasta los inicios de la década de 1970, en la que el propietario de la finca, el XVII duque de Medinaceli, daba las indicaciones a su hombre de confianza, el guarda mayor, para gestionar los trabajos de la finca en coordinación con el resto del cuerpo de guardería. En esta etapa se encargaban, entre otras actividades, de la formación de cuadrillas de trabajo para el descorche, poda de árboles, aforo de la bellota, selección de los árboles aptos para la elaboración de carbón, así como el control de la producción por parte de los colonos. No obstante, mencionar que antes de poder ejercer como guarda de la Casa Ducal, el trabajador debía ejercer distintas labores en la finca que servían de baremo para valorar su aptitud. Una vez evaluado favorablemente, el trabajador pasaba a desempeñar funciones como guarda interino durante un breve periodo y finalmente, transcurridos unos meses, juraba el cargo como guarda.
En cuanto a la edad a la cual el guarda debía cesar de su actividad, no había ningún límite establecido, pues los años le aportaban la experiencia necesaria para ganarse la confianza del duque. La escala de medida era poder seguir montando a caballo. La segunda etapa comienza en el año 1973, cuando la finca pasó a ser gestionada por Rumasa, donde se produjo un cambio notable en sus labores encomendadas, que abarcaban la reparación de alambradas, el mantenimiento de fuentes naturales y aguaderos artificiales, la protección del ganado, la vigilancia de la caza, etc. La correa ancha con la placa fue sustituida por una pequeña placa rectangular que los guardas debían llevar en la parte izquierda de sus uniformes.
Conclusiones
Tras el estudio realizado sobre la finca La Almoraima, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, cabe destacar que hubo diferentes épocas marcadas por el propietario que ejercía su gestión. Bien cabe mencionar que en los siglos anteriores al XIX, durante la dinastía de los Saavedra, como en todas las sociedades preindustriales del Antiguo Régimen, la agricultura y la ganadería eran las bases sobre las que se asentaba la economía de Castellar de la Frontera. Una vez la finca fue recuperada por la dinastía de los Medinaceli, en La Almoraima continuó prevaleciendo el sector primario, comenzando a despuntar la actividad del descorche que pasó a ser el principal motor económico de la finca. A todo ello se une la gran transformación del edificio convento para convertirse en el palacio que serviría de centro de reuniones de la alta sociedad aristocrática de la época. Por tanto, este enclave se configuró como el principal destino de la nobleza española, europea y la sociedad de caza gibraltareña, el Calpe Hunt, para actividades de ocio y jornadas cinegéticas, lo cual le confirió un gran prestigio a diferencia de épocas anteriores.
Grandes personalidades de renombre visitarían la finca, favorecida por la construcción del apeadero exclusivo que unía Madrid con este enclave. Tal fue la influencia de la Casa Ducal de Medinaceli en la sociedad de la época, que La Almoraima fue partícipe de la Conferencia de Algeciras en 1906 celebrando un lujoso almuerzo en los jardines del edificio convento. La conservación y el mantenimiento de esta dehesa fue posible gracias a la labor que desempeñaban los guardas jurados del XVII duque de Medinaceli. El cortejo de guardas estaba formado por doce miembros dirigidos por la figura del guarda mayor. Todos ellos comprometidos con el buen hacer y velando por los intereses de la finca. Si bien cabe destacar la evolución de la figura del guarda jurado desde sus inicios, durante el reinado de Fernando VI, cuya labor se desempeñaba en zonas rurales, hasta la época más actual, en la que sus funciones de vigilancia se extrapolan al mundo empresarial.
Agradecimientos
Para la documentación del presente artículo debo agradecer la colaboración de: la Fundación Casa Ducal Medinaceli, facilitando tanto datos históricos como fotografías de relevancia histórica, a Tito Vallejo de Gibraltar; a las diferentes familias longevas de Castellar de la Frontera que han contribuido con testimonios orales, así como a los antiguos guardas de La Almoraima (Francisco Martín Ortega, Pedro Ortega Tocón, Antonio Ortega Tocón, Luis Ortega Tocón y José Luis Márquez Gallego) y a La Almoraima, SA.
Artículo publicado en el número 61 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños, octubre de 2024.
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