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Halima y Anisa son dos hermanas, hoy de 22 y 23 años de edad, que lamentan haberse pasado las tardes de su infancia en una mezquita granadina donde eran “adoctrinadas en el machismo y en el patriarcado”, aseguran. Dicen que, en aquella madrasa, afín a una secta pietista transnacional, “daba igual que los niños no entraran en clase y se quedaran fumando porros en la puerta; a nosotras, sin embargo, no se nos permitía ni faltar ni quitarnos el hiyab”.
Las hermanas, algunos años después de haber dejado aquellas estrechas aulas, denuncian que un profesor del sur de Marruecos, Yessine, las instruía en una particular versión del islam: “Nos decía que éramos mejores que los cristianos porque nosotros nos íbamos a ir al cielo y ellos no; estábamos obsesionados buscando en las chucherías aditivos que pudieran estar prohibidos, y se nos educaba en que no debíamos relacionarnos con personas no musulmanas: nos decían que no teníamos, ni tan siquiera, que sentarnos en una mesa con gente que no fuera de nuestra religión, con infieles, o en las que hubiera alcohol”.
Otro gran problema, según Anisa, la mayor de ellas, es que el profesor criticaba casi todo lo que aprendían en el colegio público de La Chana en el que cursaban secundaria: “Los valores de Educación para la Ciudadanía, como tolerancia, diversidad, igualdad, etcétera, eran motivo de burla en las clases de la mezquita”. En aquel templo periférico, los maestros eran casi reverenciados por la comunidad, de escasos recursos y bajo nivel de estudios. La propia Anisa explica que sus padres, que no tenían apenas formación, creían que el profesor de la madrasa era una persona cultivada y respetable. “Querían que conociéramos muy bien las enseñanzas del Corán para transmitirlas en el futuro a nuestros hijos”.
“Lo que me enseñaban en la mezquita yo no lo había oído ni en mi casa ni en Marruecos cuando íbamos los veranos; lo aprendía exclusivamente aquí y yo me lo creía todo porque éramos muy ingenuas”, afirma Halima, que sigue siendo musulmana convencida “aunque de otra manera: ya no me creo superior a nadie y pienso que hay que respetar y tolerar a todos”.
“Desde que teníamos 6 años se nos estaba enseñando qué amigas debíamos traer a casa; a medida que crecíamos nos alejábamos de aquellas amigas nuestras que comenzaban a salir con chicos que no eran musulmanes”, sigue narrando Halima, que hoy no cubre la cabeza con ninguna tela porque, “no hay razón para ir señalándose continuamente como una mujer diferente a los demás; el Corán no obliga: que se lo ponga la que quiera”.
Las hermanas Halima y Anisa, hijas de un cocinero y una peluquera, dicen que aquellos mensajes no calaron en la mayoría de sus compañeros, “pero algunas siguen desde entonces cubriéndose mucho todo el cuerpo, no yendo a la playa ni frecuentando pandillas”. Para Anisa, lo más graves es que algunas de aquellas compañeras de su madrasa “están dispuestas a comprometerse y casarse con niños a los que no conocen, con quienes no han tenido relación: lo ven normal. Yo no”.
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