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A la sombra de los gigantes

El antropólogo David Hughes estudia el impacto de la producción de energía en Tarifa

El antropólogo estadounidense David Hughes, en el parque eólico de La Zarzuela.
Pilar Vera Cádiz

01 de noviembre 2016 - 01:00

"Pues a mí me relaja el sonido de los molinos -comenta uno de los habitantes de La Zarzuela-. Hombre, no es precisamente el ommm, pero..."

"Cuando las Perseidas, subí arriba con la mujer para verlas mejor. Soplaba bastante, y podías ver cómo la estructura del molino oscilaba con el viento. Nos fuimos corriendo, claro".

A cierta distancia, los molinos imponen. Da la sensación de que van a levantarse y echar a andar en cualquier momento. Contemplados desde la base imponen aún más: una especie de vértigo inverso. Son noventa metros de pivote y sesenta metros de aspas. La turbina está en la enorme barriga de insecto que hay en lo alto: hasta allí han de subir los técnicos si algo va mal. "Hay veces que tienen que meterse en el interior del aspa" comenta David Hughes, mientras paseamos entre las estructuras que llenan el horizonte de La Zarzuela, en Tarifa. En total, 250 molinos en una franja de apenas diez kilómetros. Hughes, profesor de Antropología en la Universidad de Rutgers (New Jersey, Estados Unidos) es "etnógrafo de la energía". Antes de llegar a Tarifa a estudiar las renovables, estuvo investigando sobre el impacto de los combustibles fósiles en Trinidad y Tobago: "Era difícil: todos creían que era una especie de espía".

Hughes escogió La Zarzuela porque presentaba el escenario perfecto para estudiar el impacto directo en la población de los generadores de energía eólica, que cuenta con la peculiaridad de que va perdiendo potencia por el camino. Por eso, para que su uso entre dentro de los parámetros del provecho energético, los parques eólicos han de situarse relativamente cerca de núcleos habitados. En el caso de La Zarzuela, ese cerca es muy cerca. Algunos de los molinos están a menos de 200 metros de algunas casas. "Claro que existe regulación al respecto. La distancia mínima entre vivienda y turbinas debe ser de 500 metros -corrobora Hughes-. Pero a veces no son exactamente viviendas, o a veces la construcción no es del todo clara...". En La utopía del viento, el artículo que ha escrito sobre la zona, el investigador norteamericano anota que hay quien se queja de las molestias producidas por los molinos: citan el impacto visual sobre el paisaje, el ruido constante y, según la hora y la época del año, las sombras estroboscópicas.

Varios parroquianos juegan al dominó en la calle. "No, el ruido no molesta, más molestan las placas solares, digo yo". "Hombre, sí que hay quien les molesta... algunos las tienen muy cerca". "A quien le molesta y a quien no, depende de si tiene o no molino en sus tierras: si no tiene molino, se queja seguro". "Y, toda esta luz... ¿adónde va?".

La zona de Tarifa cuenta en total con 34 "parques" registrados. Algunos, de una sola turbina. Otros, como El Cabrito y Tahivilla, con 90 y 100 molinos. En total, 508 aerogeneradores se reparten por toda la área (sin contar las existentes en Los Barrios, Vejer, Barbate o La Janda). En 2007, varios vecinos de La Zarzuela y El Armachal se manifestaron para protestar por la saturación de molinos y por la escasa distancia que existía entre viviendas y algunos aerogeneradores. No sirvió de nada.

Pero si hay un rasgo que la mayoría del pueblo lamenta es la improductividad: entre la instalación de aerogeneradores y el cierre de la azucarera, el campo está desaprovechado. La cercanía de los molinos ha sido vista más como un handicap que como una atractivo a la hora de aprovechar los remanentes del potente turismo de las poblaciones cercanas, como Zahara o Tarifa. Como señala David Hughes, además, la luz y el aire no necesitan ser tratadas, no hay que limpiarlas, no hay que transportarlas físicamente de un sitio a otro.

"Nosotros, los demócratas, tradicionalmente defensores de las energías limpias -se explica Hughes- solemos citar entre las ventajas de las renovables la creación de puestos de trabajo. Pero eso no es cierto: se crea empleo, sí, pero al principio, en el momento de la construcción. Después, el mantenimiento es mínimo".

Mínimo y a cargo de técnicos especializados que generalmente vienen de fuera o que monitorizan desde miles de kilómetros (en el caso de La Zarzuela, desde México). "El técnico desplaza al trabajador agrícola en una proporción de uno por 13.000 -explica David Hughes en su artículo-. O, dicho de otra forma, el parque eólico puede permitirse no contratar a 12.999 de los 13.000 trabajadores que antes desempeñaban su labor en los campos andaluces".

"Sí es verdad que algunos de los chicos que comenzaron a trabajar en la eólica cuando instalaron las turbinas han seguido trabajando allí -nos comenta Silvia-. Pero se han ido fuera". Luego están los "muchachos de los pájaros, dos o tres", encargados de llevar un registro de las aves que caen víctimas de las aspas, que es algo que le preocupa. Silvia trabaja en Conhorizonte: un restaurante que recién abrió el pasado verano y que cuenta con un velador con vistas al horizonte de aerogeneradores.

El paro en La Zarzuela roza el 40%. Los contratos por el alquiler de terreno varían, pero rondan los 14.000 euros por molino. A la vuelta de los años, ya no parece tanto beneficio. No hay un contrato tipo: se negocia con cada propietario del terreno. Hay contratos por 25, por 30 y por 35 años, por lo que algunos expirarán dentro de un lustro.

Andrés, en el bar ElPollo, nota el ruido que hacen los molinos cuando el Levante sopla con saña, "y cada vez van a hacer más ruido, porque cada vez más son más viejos". Junto a su local se reunían los que protestaban por la masificación de aerogeneradores hace unos años. Dice que no hubo nadie que informara exactamente de lo que suponían los aparatos ni de los beneficios que podían aportar al pueblo. Su hijo, Iván, insiste en que no es que se estuviera "exactamente en contra de los molinos, sino de que estuvieran tan cerca". Si hay normativa al respecto, dice, "aquí no se cumple".

"Uno tampoco puede hacer precisamente un campo de golf en mitad de un parque eólico", comenta al hablar de su impacto. Es uno de los que opinan que tal vez las protestas de hace diez años fueran un error, "que colocaron a la gente de frente contra la eólica" y se cerró "la posibilidad de llegar a un acuerdo". Porque, al cabo, esa es la sensación que predomina entre los que viven a la sombra de los gigantes. Tienen el ejemplo de La Muela, en Zaragoza, donde el municipio recibe unos dos mil euros anuales por turbina que revierten en el pueblo. "En principio -comenta uno de los vecinos-, el Ayuntamiento de Tarifa recibió 200 millones de las antiguas pesetas. Pero de eso aquí no se vio un duro". "Aquí los dueños firmaron, no se puede hacer nada... -continúan en ElPollo-. Tal vez si no hubiéramos protestado podríamos haber llegado a algún acuerdo en las facturas o, no sé, construir un polideportivo".

"El pueblo no recibió ningún beneficio -confirma David Hughes-. No sé si esto es un caso extremo en Andalucía, por el sistema de concentración de latifundios; el suelo no es terreno público y el dinero va para unos pocos cuando la gente que vive aquí, estas 400 personas, están contribuyendo a la batalla contra el cambio climático, pero eso no se ve así".

"Desde Marx a Obama, pasando por Blasco Ibáñez, todos han desarrollado su corpus en torno a lo que Max Weber llamó 'ética protestante del trabajo', que implica que uno debería poder emplearse industriosamente y disfrutar de los frutos de esa labor -continúa Hughes en su investigación-. El trabajo, si es un buen trabajo, proporciona autosatisfacción y un sentido de la identidad".

En 1930, por otro lado, Keynes predijo una sociedad post-laboral, manejada por máquinas, en las que tres horas de trabajo al día serían suficientes y es cierto que gran parte de la sociedad está aproximándose a lo que Jeremy Rifken llama el fin del trabajo, hacia una sociedad de "coste cero o marginal": "En este aspecto -apunta el antropólogo-, Andalucía va a la cabeza".

"La actitud que predomina tanto en la clase dominante como entre la opinión pública es que uno debería realizar un servicio que los demás valoren lo suficiente como para pagar por él -reflexiona-. Quizá, si queremos deshacernos de los combustibles fósiles, necesitaríamos poder perdonarnos a nosotros mismos por no trabajar".

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