Tiresias y Calipso: el destino de Odiseo
Mitos del fin del Mundo
Tiresias y Calipso son dos personajes decisivos para entender el proceso de maduración personal de Odiseo
Ubicados en pagos occidentales, ambos contribuyeron al regreso del héroe a Ítaca, su punto de partida
La Odisea es la narración que inaugura en occidente el prolífico género de la novela de viajes. Los desplazamientos, las aventuras, los encuentros y desencuentros de Ulises engrandecen su figura heroica dentro de los cánones de un personaje de lo más humano y conforman el primer bildungsroman, el primer relato de aprendizaje que sienta las bases de otras obras de la literatura universal que se inspiran en ella.
La de Homero es una narración épica que comienza in medias res, con una invocación a las musas para que especifiquen el lugar donde se encontraba Odiseo, tras haber finalizado la guerra de Troya y no tener noticias de su paradero. Todo ello provoca que la diosa Atenea aconseje a Telémaco su partida en busca de nuevas sobre su padre, que se hallaba recluido en una apartada isla junto al Estrecho, en compañía de la ninfa Calipso.
Este ardid narrativo sitúa el episodio de Odiseo con Calipso en las páginas iniciales de la ficción, aunque en realidad se desarrolla en estadios mucho más avanzados de la cronogénesis del relato: en el Canto IX, cuando el protagonista narra en el palacio de Alcínoo la sucesión de episodios que conformó su experiencia viajera hasta dos lugares próximos al extremo occidental del mundo conocido. Allí se relacionó con dos personajes decisivos para entender su proceso de maduración personal: Tiresias, habitante del Hades y Calipso, natural de la cercana isla de Ogigia.
Una vez conquistada Troya por los griegos, Odiseo inició con los suyos un periplo por las costas del Mediterráneo donde cada desembarco se convirtió en reto para un proceso iniciático en el que el regreso a su Ítaca natal se vio cuestionado por decisiones y dudas, tentaciones y renuncias que forjaron el carácter de un héroe que no tenía la condición de los dioses, aunque se relacionó con ellos en situaciones que siempre pusieron de manifiesto su condición humana. Tras el episodio bélico con los Cicones, la arribada a la tierra de los lotófagos y los combates en la isla de los Cíclopes con monstruos como Polifemo; tras el desembarco en Eolo y la masacre sufrida con los Lestrigones, Odiseo llegó exhausto y con su flota mermada a la isla de Circe, una astuta maga con quien sobrevivió a sus hechizos hasta que escapó de su atracción para encaminarse al final del mundo, a los dominios del Hades. Allí se dirigió con un motivo que poco tenía que ver con el de otros visitantes anteriores que viajaron hasta el Inframundo sin más elección, para superar pruebas o en busca de la trascendente inmortalidad. Odiseo no era un dios, sino un ser humano que llegó hasta el Averno para averiguar dos cuestiones poco trascendentes, pero importantes en su trayectoria vital: cómo volver a su casa y qué se iba a encontrar allí después de un viaje tan largo y azaroso. Para ello contó con la ayuda de un adivino, Tiresias.
Hijo del pastor Everes y de la ninfa Cariclo, fue un augur ciego relacionado con la ciudad beocia de Tebas. La ceguera puede resultar una paradoja en relación con las dotes adivinatorias, aunque no es la única en un personaje lleno de lecturas e interpretaciones. Diferentes versiones intentaron explicar su invidente clarividencia. Ferécides de Atenas escribió que Tiresias, de joven, se atrevió a espiar a la diosa Atenea cuando se bañaba en la Hipocrene, la fuente que surgió de una coz de Pegaso en las laderas del monte Helicón, donde habitaban las musas. La deidad mostró su enfado con el osado adolescente: le impuso sus manos en los ojos y le arrebató la visión. Cariclo, seguidora de la diosa, le imploró piedad. Atenea consintió en que tuviera dotes adivinatorias; además, le purificó las orejas para que pudiera interpretar el canto de los pájaros, le dio un bastón de cornejo para ayudarse en sus desplazamientos y lo benefició con una larga vida. Ovidio, en su Metamorfosis, narró otra versión: un Tiresias adolescente, mientras paseaba por el monte Cilene, vio a dos serpientes apareándose; separó a la hembra y la mató. Hera, enfadada por esta acción, lo convirtió en mujer y permaneció en ese estado durante siete años, hasta que volvió a encontrarse con otras dos serpientes copulando, aunque en esta ocasión mató al macho tras separarlas. Como premio, Hera revocó su conjuro y lo volvió a convertir en varón. Al cabo de los años fue de nuevo requerido por la diosa para que mediara en una discusión que tuvo con Zeus. El dios, para justificar sus infidelidades, arguyó que el hombre sentía mucho menos placer sexual que la mujer. Al darle la razón Tiresias, que había poseído los dos sexos, fue castigado por Hera con la pérdida de la visión, aunque lo compensó con dotes adivinatorias y larga vida.
Relacionado con el ciclo tebano, Tiresias intervino en Las Bacantes y en Edipo rey, haciéndole ver al joven monarca su horrible crimen. En Las Fenicias se incluyó su profecía sobre el sacrificio de Meneceo y en Antígona se mostró como todo un consejero de estado haciéndole ver a Creonte que debía dar sepultura al cadáver de Polinices. Tras su muerte física, obtuvo de Atenea la condición de conservar su espíritu. Por ello, cuando Odiseo cruzó la frontera del Inframundo, de todas las ánimas de difuntos con las que se encontró destacó la de Tiresias. Frente a las cabezas sin fuerzas de otros muertos, el adivino apareció en plenitud de espíritu. Tras realizar Odiseo los oportunos sacrificios, fue Tiresias quien aportó la información que el héroe venía buscando: le comunicó que la muerte del cíclope Polifemo fue la que desató la cólera de Poseidón, le advirtió de la prohibición del robo del ganado de Helios y le anunció la masacre de pretendientes que debería realizar tras su regreso a Ítaca.
Sin embargo, estas advertencias no fueron obedecidas. Tras resistir los cantos de las Sirenas y burlar las amenazas de Escila y Caribdis en el paso de estrechos marinos, al arribar a la Isla del Sol los tripulantes hicieron caso omiso a las palabras del adivino y robaron las vacas, lo que despertó el enfado de Zeus quien, con un rayo, hundió la nave. Perecieron todos los marinos menos Odiseo, que en pleno anticlímax narrativo llegó como solitario náufrago a la isla donde habitaba Calipso.
Derrotado, sin más compañía que los restos de su último fracaso, Odiseo llegó a las costas de Ogigia, una isla verde, redonda, fértil, de exuberante vegetación y claras aguas, un ombligo del mundo que se erigía en la embocadura oriental del estrecho de Gibraltar, en un lugar que muchos identifican con la península donde se alza el ceutí monte Hacho. Allí, en una gruta abierta a verdes prados poblados de árboles frutales y cristalinas corrientes, en un locus amoenus donde solo se escuchaba el susurro de abejas que sonaba, vivía apartada la ninfa Calipso. De arraigada estirpe occidental, se suponía una desterrada hija de Atlas. Homero se refirió a ella como una Atlante, aunque Hesíodo la definió como Oceánide, hija de Océano y de Tetis y hermana de Estige, otra ninfa que habitaba en el cercano río Estigia, que desembocaba en la laguna homónima, junto a las puertas del Hades.
Poco se sabe de ella, aparte de las referencias homéricas, que la describen como una joven extremadamente hermosa, de rubias trenzas y acompasada voz. La llegada de Odiseo a Egigia debió de alterar las costumbres de una divinidad joven y aislada, que selló su soledad con la del experimentado náufrago. Lo recibió, lo alimentó, lo acicaló, lo arropó y yació con él. Sellaron una relación que tuvo los profundos vínculos de los perdedores solitarios, los que habían visto demasiados desembarcos frustrados y demasiadas olas romper en vano, supervivientes a pecios descompuestos en las profundidades del fin de muchos mundos. Odiseo recaló en Calipso y la diosa vio en él un hombre con el que compartió soledades y silencios. Tras décadas de periplos sin fin, el héroe viejo y cansado encontró un lugar ameno y la compañía de una mujer con la que concibió a Nausítoo y Nausínoo, dos hijos que llevaron la navegación en su antropónimo, como él mismo, que pronto se hastió de las mieles de una amante que lo sedujo con parabienes pero que fue incapaz de apagar el ansia del regreso a unos orígenes que seguían llamándolo. A pesar de ofrecerle la inmortalidad y la juventud eternas, el héroe decidió apartarse de ella y tras una embajada disuasoria de Hermes, ella misma, con el pesar de la derrota, le proporcionó los aparejos para construir una balsa con la que se hizo a la mar y con la que emprendió su obsesivo viaje de vuelta.
Un anciano bondadoso, adivino, transexual y ciego que se enfrentó a poderosos y a reyes fue el que animó a Odiseo a disponer la brújula tras un viaje sin norte y el que facilitó su regreso dictándole unos consejos que, como humano, Odiseo no supo seguir.
Una divinidad seductora, marcada por la soledad que ocultaba en su nombre y en su propio destino amó a Odiseo e intentó retenerlo. Quiso convertirlo en inmortal, pero lo anuló como hombre, hasta que fue capaz de separase de ella y cumplir la profecía del destino de la ninfa y el regreso del héroe.
Tiresias y Calipso son algo más que destacados roles narrativos, que meros compañeros de viaje: el adivino ayudó al protagonista con la sabiduría del ambiguo senex que todo lo ha vivido; la ninfa empujó al mortal a su hado a costa de anular el suyo y convertirse en perdedora. Dejando partir a Odiseo, Calipso forjó su ruina como diosa, pero empujó al ser humano a cumplir con su destino: volver.
También te puede interesar